sábado, 31 de marzo de 2012

MERMELADA DE CIRUELA

Mermelada de ciruela


            Me despierto en el alféizar de mi ventana. Tengo las manos cubiertas de rocío. Anoche comenzó de improviso la muda de piel, la más dolorosa que recuerdo: cada paso era un desmayo. Llamé a Cristina pero estaba fuera de cobertura, y mi madre no entiende de estas cosas, o no habla de ellas. Me tengo yo sola.
            Voy a pasar la mañana entera quitándome tiras de piel vieja. Luego me frotaré sobre la carne viva aceite de caléndula y  le pediré al aire que apenas me roce. Mañana, quizás pueda salir a la calle y brillar durante un par de semanas.
            He de aprovechar ese tiempo, pero sin agobios, sin dejar que la ansiedad decida por mí. No quiero volver a equivocarme por confiar en las miradas. Esta vez voy a tocar, voy a lamer, voy a pedir caricias de viento. Esta vez quiero alguien de pura seda y, si puede ser, con sabor a mermelada de ciruela.

                                                                                                    de Mercedes Cancelo

viernes, 30 de marzo de 2012

AZAHAR

Azahar



      Llegué a casa muy preocupada. En contra de lo habitual no le conté a mi madre las incidencias escolares, merendé en silencio y luego me fui a mi cuarto a jugar con las muñecas. Ella vino más tarde, cerca de la hora de cenar, con el sacacorchos afilado bajo una capa de voz melosa. Acabé confesando que al día siguiente le tocaba a mi clase el examen médico anual y que el médico era joven y que algunas niñas y yo le habíamos visto llegar al colegio desde la galería del patio y brillaba, mamá, en serio, como un ángel.
      Esa noche, a punto de dormirme, mi madre entró de puntillas en mi cuarto, abrió el cajón de las braguitas y dejó caer sobre ellas una gota de esencia de azahar.
      De cerca, el médico brillaba todavía más, lo mirabas y no podías pestañear. Yo estaba la segunda en la fila, cubriéndome el pecho con la camiseta, y cuando la anterior se retiró sentí cómo se me erizaba la piel de los muslos. Apreté fuerte las piernas, cerré los ojos, y al tocarme con el fonendoscopio el aroma de azahar ya subía por mi barriga y formaba un halo a mi alrededor. `Qué bien huele esta niña´, afirmó el molde de mis futuros desvelos. Luego me preguntó mi nombre y yo le dije que me llamaba igual que mi mamá.

                                                                                       de Mercedes Cancelo

lunes, 26 de marzo de 2012

ESCALERAS


ESCALERAS

Resbalé en el primer escalón
caí, rodé, me golpeé, me herí
me desmayé y
cuando volví
estaba en el primer escalón
pero no antes de resbalar
sino justo en el instante
en que comprendía
que ya había resbalado.

miércoles, 21 de marzo de 2012

HOMENAJE PRIVADO

                                                   


HOMENAJE PRIVADO

                                                      La silla rueda.
                                                      Junto al abedul caído,
                                                      crece mi sombra.


—Vamos a ver. No tiene ninguna relación con su familia: con su mujer, su hija, sus hijos, sus hermanos ni ningún otro pariente...
—¡No! —gritó Miguel, enfadado de veras.
            —Pero es importante —aseveración estúpida, ya que si no lo era en un principio ahora se estaba convirtiendo en algo vital.
            —¡Sí! —tajante.
            Detuve la marcha. Abandoné la parte trasera de la silla, puse un freno, Miguel puso el otro y nos encaramos.
            —Vayamos por partes —dije—. Sacar lo vamos a sacar, así que paciencia y buen humor. Se trata de algo que está allí, en la ladera, en segunda línea de playa, porque en la primera están los bares y el aparcamiento y de eso no estábamos hablando.
            —¡Sí!
            —No son árboles, luego son casas.
            —Sí.
            —Una a una, hacia la derecha, hacia las escaleras. ¿La casa de piedra con palmeras en el balcón?
            —No.
            —La siguiente... la siguiente... la siguiente... vamos ya por la de color azul. ¿Sigo?
            —Sí.
            —¿No será la de color ocre, casi naranja?
            —Sí.
            —Vaya, me alegro. Probemos: esa casa es la que más le gusta de todas...
            —Sí.
            No podía ser tan fácil.
            —Pero además hay algo en esa casa que ha dado pie a esta conversación. ¿Es el estilo arquitectónico? No llama especialmente la atención, será otra cosa. ¿Conoce a su dueño?
            —Sí.
            —Es amigo suyo...
            —No.
            —Le gusta la casa, conoce a su dueño pero no es amigo suyo. ¿La cosa va de amigos o conocidos?
            —Sí —nervioso.
            —¡Ya lo tengo! Usted conoce a Julio, el hombre que arregla los setos de la entrada, desde aquí se le ve, con un buzo color pistacho, la espalda encorvada, lejanos los tiempos en que se ocupaba del jardín de los padres de usted; y él le contó que una vez había encontrado en la calle un billete de lotería premiado y que al ir a cobrarlo llamaron por teléfono y se presentó el verdadero propietario, que tenía testigos y hasta fotos de la fiesta de celebración del premio, y entre todos le quitaron su suerte y desde entonces no levanta cabeza sabiendo que nunca será otra cosa que un jardinero pobre.
            Miguel se tronchó de risa. Yo respiré, satisfecho.
            —Sigamos —dije—. La casa naranja, a cuyo dueño conoce y que ahora no es amigo pero lo fue en el pasado...
            —Nooo...
            —Me desvío de nuevo. Juguemos. Caliente y frío. Es una casa y está de pie, no parece antigua, tampoco moderna, encaja bien en el ambiente, el que la hizo...
            —¡Sí!
            —¿Caliente?
            —¡Sí!
            —¿Usted conoce al que hizo esa casa?
            —Sí.
            —Aparejador...no, arquitecto. ¿Es usted amigo del arquitecto que hizo esa casa? ¿Lo es?
            —Pequeñas cosas.
            —Joder.
            Respiré aliviado. Luego, cumpliendo el ritual, humillé la cabeza de puro cansancio, encorvé la espalda y dejé que Miguel me diera una ración de palmadas acariciadoras. Había tardado exactamente cuarenta minutos en averiguar qué era lo que me quería decir. Habíamos estado detenidos en mitad del paseo obligando a los transeúntes y corredores a esquivarnos, muchos lo hicieron a la ida y también a la vuelta, y nos miraban con asombro o enfado, según el caso. Habíamos aparcado a veinte escasos metros de allí: sacar la silla, el cojín de gelatina, la bolsa con el conejo, sentar a Miguel, cerrar el coche, subir y bajar aceras, un tramo de doce escalones hasta el paseo... Casi habíamos consumido nuestra hora de salida. Teníamos que regresar a casa antes de que comenzara el programa de Arguiñano. Hoy no habría ni vinito de rioja de marca mirando al mar, ni pincho de langostino con huevo, ni nada; como mucho nos quedaba tiempo para atragantarnos. No sabía si enfadarme o enfadarme de veras o ponerme directamente de mala hostia. Cuando esto ocurre, no me hago ni caso a mí mismo y procuro huir hacia adelante.
            —Bien, volvemos a casa.
            —Sí —dijo Miguel, con levedad.
            —Y ese amigo, ¿es muy amigo?
            No contestó.
            —¿Fue?
            No contestó.
            Con firmeza, acaricié el hombro de Miguel e hice una leve presión.
            —Tranquilo, Miguel, puede estar seguro de que le hemos rendido a su amigo un esforzado homenaje.
—Sí —dijo Miguel, emocionado, y me indicó con la mano que me diera prisa por llevarle al coche.

martes, 20 de marzo de 2012

RESEÑA EN LUKE


En la revista virtual Espacio Luke Nº 137. Marzo 2012, Pedro Tellería, en su sección Cuadernos Oxford, publica una reseña amable sobre Palabras dactilares. Aquí la tenéis:

http://www.espacioluke.com/2012/Marzo2012/telleria.html

Gracias a Pedro, y a los demás amigos de Luke, una página que merece muchas visitas.

viernes, 16 de marzo de 2012

LA NARIZ DORESTE

LA NARIZ DORESTE

Estimados productores:

        Como es costumbre en estas fechas, tengo el gusto de presentarles de nuevo el producto estrella de nuestra empresa: la nariz Doreste. Cuatro generaciones de artistas dedicados al desarrollo dramático del apéndice nasal.
        Han transcurrido ya 75 años desde que Marcelo Doreste descubriera que su nariz de boxeador retirado podía modificarse con diferentes tabiques de cartón. Este descubrimiento le permitió participar como extra en un centenar de películas de cine mudo, dando así origen a una saga familiar que llega hasta nuestros días. Quién no recuerda la sobrecogedora presencia  de la nariz Doreste en la escena final de “La descastada” de Sánchez Valcárcel, o su muy reciente aparición como perfil entre las sombras en “El hombre que destruía el amor” de Juan Ortega Li.
       La nariz Doreste es un clásico entre bastidores. Los profesionales de la cinematografía conocemos el enorme sacrificio de esta familia, su dedicación, su arte. El resultado es una nariz versátil que en pantalla queda perfecta. Además, el hecho de que en la actualidad la extracción del tabique nasal se realice con métodos quirúrgicos sofisticados nos permite disponer de catorce narices Doreste de diferentes sexos y edades, entre los cinco y los noventa años. Un privilegio para la industria.
       ¿Su productora tiene problemas en el rodaje? ¿El protagonista desdora la película en los planos a contraluz? ¿A la cara de un secundario le falta volumen, densidad, presencia...? No lo dude: la nariz Doreste. Un icono de la cinematografía nacional.
       En su 75 aniversario, la nariz Doreste se oferta con un sustancioso descuento. Es pixelable, en grado óptimo, testado.
                                                                                      Hermanos Mojón, representantes.

jueves, 15 de marzo de 2012

LO MÁS NOBLE DEL OFICIO



LO MÁS NOBLE DEL OFICIO

          —Su abuelo de usted, señorita, ha dejado un vacío importante en esta profesión. No hay más que ver la multitud congregada hoy en el funeral. A un hombre como él se le pueden aplicar todas las frases hechas para elogiarlo, y todas serían ciertas. Él  representaba lo más noble del oficio. Cuando hacer cine todavía era un oficio. Cuando alrededor de un proyecto nos reuníamos un puñado de temerarios que por tener no teníamos ni presupuesto. La mayoría de las veces rodábamos sin permiso, a salto de mata, con el guionista a pie de obra porque había que cambiar la historia al vaivén de las circunstancias.  Ya conocerá la famosa anécdota de aquel beso que nos prohibieron rodar en la plaza de Hermosillas, y el beso negado que rodamos a continuación, y cómo de pronto una película de amor se convirtió en una película de siniestro desamor por la que nos dieron un premio importante. Costó recogerlo porque nos entraba la risa. Rodar entonces era como vivir, no sabías en qué iba a acabar la cosa... Pero había momentos gloriosos. Como la vez en que le destrozamos el sembrado a un paisano, en ... no me acuerdo, siempre que cuento esta anécdota digo en... No me acuerdo, en fin... Total que habíamos entrado marcha atrás en el sembrado, con dos camiones, una furgoneta y una veintena de miembros del equipo. En aquel pueblo no nos querían bien porque ya les habíamos ocasionado muchos problemas, y nos pusimos a discutir de mala manera con el aldeano. Mientras alzábamos las voces, su abuelo de usted, que tendría entonces poco más de veinte años, le sacó con disimulo una foto al perro del paisano.  Se metió en el cuarto oscuro de la furgoneta, reveló la foto del perro, le cambió el fondo con otra foto, y rayó el segundo negativo para que el can pareciera más blanco y la foto más vieja.  Tardó un rato, pero el aldeano era duro de sobornar. Cuando reapareció su abuelo de usted, que también era buen actor, hizo como si nadie estuviera allí, y se puso a hacerle carantoñas al perro. Se comportaba como si fuera un crío, daba saltos, iniciaba una carrera, algo que no encajaba en mitad de una discusión,  y cuando nos dimos cuenta ya había abierto su cartera y le estaba enseñando al paisano Su perro: ¡No es increíble, tenemos dos perros iguales!  Nos engañó a todos. Dejamos de gritar, nos pasamos la foto y, sin necesidad de pagarle, el paisano cambió de actitud y aceptó rodar varias escenas con el perro. Y en aquella película hubo a partir de entonces un perro, el Bosco, y tuvo importancia en la trama, mucha importancia. Un crítico me preguntó si era un perro simbólico, menudo memo… Lo cierto es que esa noche el paisano mató seis pollos y todo el equipo cenó en su casa. Y bebimos vino color sangre. Y, antes de terminar, escuche bien, señorita, su abuelo nos contó a todos, y sobre todo al paisano, lo de la foto manipulada, y le explicó cómo lo había hecho y hasta le llevó a su laboratorio. Lo hizo sin ofenderle, orgulloso de su ciencia, con aquella pasión que tenía. Al día siguiente les hizo a él y a su familia una foto de grupo, de grupo con perro, una foto singular que algún descendiente todavía tendrá en su pared. Su abuelo conseguía que todo fuera excepcional… Te enfocaba con la cámara y te sentías importante. Te hacía importante. Su abuelo de usted no era cualquiera, señorita, era lo más noble del oficio. 

 





martes, 13 de marzo de 2012

AQUÍ ME ENCUENTRO DE NUEVO



                        AQUÍ ME ENCUENTRO de nuevo
                        encerrado en el verbo
                        a expensas de cualquier idea
                        por inhóspita que sea
                        desde la que protege y cobija
                        hasta la que demuele,
                        tititando,
                        con mis alas mutadas
                        en doble joroba,
                        llorando ignorancia.

                        La medida y el tiempo de la lengua,
                        el silencio que abraza, el misterio,
                        poco sé, poco digo,
                        me escondo,
                        sólo soy envoltorio,
                        vana pretensión,
                        tartamudo intento.


SE MARCHA LA LLUVIA



                 SE MARCHA la lluvia
                 a llover a otra parte,
                 los canalones respiran
                 y dejan de boquear, ahogados,
                 la tierra huele a otoño de hojas secas.

                Cuando pasa el agua,
                regresan los hombres al tejado,
                a la rotaflex, el spray,
                el compresor y la radio
                que regala cada hora un coche nuevo.

                Tomo nota del suceso,
                escribo de pie, y con prisa,
                porque este instante se diluye
                cuando empiezan a sonar
                los últimos goteos.

viernes, 9 de marzo de 2012

TENER LA RAZÓN

TENER LA RAZÓN


      Salgo a la calle y en un arrebato pienso: ¡Dios, cuánta razón tengo! Lo repito, varias veces, a gritos en mi cabeza, y de inmediato recibo un calambrazo en la columna vertebral. Si ya es duro tener razón, tener tanta como yo tengo resulta físicamente insoportable. Me tiemblan las piernas, me mareo, echo mano de una farola e intento mantener la compostura. Las transeúntes me miran, y siento miedo. Si se enteran de que tengo un exceso de razón pueden agredirme, ya me ha pasado antes. La gente sobrevive teniendo la razón alguna vez, casi por casualidad, y es una razón personal, subjetiva, de escasa o nula aplicación al conjunto general del pensamiento. Por eso, cuando se encuentran con alguien como yo, que tengo toda la razón, y además todo el rato, se ponen muy agresivos. Hace años que me hago el mudo, no les doy ni la hora, y si la Razón con mayúsculas me ataca como está haciendo en estos momentos, regreso a casa corriendo. Y me pego una ducha. Y tomo tranquilizantes. Muchos. Y luego lloro copiosamente por el género humano. Qué lastima me da ver a esos seres dubitativos, equivocados, errados como bestias sin entendimiento. Pero no es culpa suya, si yo tengo toda la razón, ¿a ellos qué les queda?

viernes, 2 de marzo de 2012

LA ESTRUCTURA INTERNA DEL HORMIGÓN


       Si siente ganas de arrojarse a las vías del tren, pulse uno. El UNO. Si está pensando que la única solución a sus problemas sería arrojarse a las vías del tren, pulse dos. El DOS. Si valora positivamente que exista gente que decide arrojarse a las vías del tren, pulse tres. El TRES. Pero si está usted en el borde del andén y ha decidido saltar, por dios, pulse asterisco. ¡Pulse asterisco!

       Pulso asterisco.

       Ha pulsado usted asterisco, muchas gracias. Nuestro equipo de asistencia mental acude en su ayuda. La pastilla que necesita le será dispensada inmediatamente. Estarán con usted en 60 segundos, 59, 58, 57...  Por favor, tenga paciencia. Mientras espera, intente usted retroceder un paso. Sólo un paso. Para retroceder un paso, pulse cuatro.

       Pulso cuatro, pero creo que ya he detectado el fallo. La cuenta atrás es un error, pretende acortar el tiempo pero lo alarga. Hay que cambiarla…
  
       Por favor, para retroceder un paso no mire usted al frente, mire hacia un costado. ¿Ve la raya amarilla? Haga un esfuerzo por situarse detrás de ella. Sin prisa, con calma. Y procure alejar de usted esos pensamientos negativos. Piense, por ejemplo, en la belleza. Qué bella es la belleza. Escuche este poema, recitado por su autor:

        Este poema se titula: “Ella me toca con sus manos elocuentes y entonces amanece”, y dice así:
                         Ella me toca,
                         con sus manos elocuentes:
                         entonces, amanece.

      Hola, amigo. Me llamo Raúl Fernández Sombra, soy poeta, y desde aquí te envío un  entrañable mensaje de aliento. No permitas que te venza el desánimo:¡Ánimo, ánimo, ánimo!

       ¿Lo ve usted? Ánimo. No se encuentra solo. Quedan apenas 30 escasos segundos para que tenga en su boca la medicación y un poeta se preocupa por ayudarle a salir adelante. ¿Sabe usted que si renuncia a sus propósitos tiene un vale descuento en la compra de La parca concisión, de Raúl Fernández Sombra, que ahora sólo le costará Nueve con Cuarenta y Cinco euros, y que le da derecho a participar en un sorteo para conocer al poeta?¿No siente renacer en usted esperanzas de futuro?
     Si continúa usted sintiendo angustia, y todavía no se ha movido del borde del andén, respire hondo y pulse cinco.

     Detengo la grabación. Hay algo que no termina de gustarme. La voz de la chica no es la adecuada. Demasiado sensual, puede excitar al  suicida masculino, y esa energía propulsora le haría saltar. Si es mujer con más motivos. También debo controlar el sarcasmo... El poeta patrocinador, sin embargo, entra muy bien, y la cuña publicitaria aporta diez segundos en un momento importante. Distrae al suicida y así hay tiempo para encontrar el historial médico y elaborar el medicamento personalizado. Pero tengo que ganar cinco segundos más... Debo revisarlo todo. Pieza por pieza. Algunas...

(Los puntos suspensivos corresponden a una interrupción. Una llamada de teléfono. Ring, ring, ring, que se diría en teatro. De momento, el relato tiene un aire un poco futurista... lo voy a potenciar... me apetece. Antes de nada, tengo que concretar al protagonista... Es un psicólogo que trabaja para el servicio de asistencia mental del Metro, está revisando un programa de ayuda al suicida y le llaman de la Central. Bien. Hay una emergencia, y tal. Bien. La historia que sigue a continuación se la va a contar al psicólogo por teléfono un taquillero, ¿se dirá taquillero? O sea, el hombre de la cabina acristalada de la estación... Cabina acristalada, recordar, hombre encerrado. Utilizar...)


Como le decía hace un momento a su compañero de la Central, yo tengo claustrofobia, y para no volverme loco encerrado en la cabina me inyecto la medicación contra la claustrofobia, siempre, a las doce y cuarto, exactas, porque en ese momento hay un vacío de viajeros, de manera que serían las doce y diecisiete, acababa de inyectarme y estaba metiendo la jeringuilla usada en el triturador cuando veo aparecer, bajando las escaleras mecánicas, un hombre gordo, muy gordo, de esos gordos que dan problemas, ya me entiende, con una gordura casi al margen de la ley, no sé de dónde habría sacado el billete un gordo de ese tamaño, yo desde luego a un hombre así le obligo a pasar por la báscula de seguridad antes de darle el billete, pero YO no le vendí el billete, lo digo para que quede grabado: NO fui yo, ¿vale?, el caso es que el gordo llegó a la barrera de entrada y tuvo que ponerse de costadillo para meter el billete en la ranura porque la tripa barriguda no le dejaba, y luego intentó meterse en el torniquete, y claro, se quedó atascado, atascado de verdad, los michelines le rebosaban por encima de la máquina, un espectáculo lamentable, pensé salir de la cabina con la porra eléctrica y obligarle a retroceder y echarlo de la estación, y lo iba a hacer, en serio, pero llegaron más viajeros y... lo dicen las Ordenanzas, la  cabina no se abandona cuando hay gente, y cuatro o más personas son gente, de modo que tuve que dejarlo a la iniciativa ciudadana, y entonces fue cuando se complicó la cosa, porque los cuatro individuos eran Abanderados, ya sabe, con sus trajes de la enseña nacional, y cuando vieron al gordo comenzaron a tirar de él, y no conseguían sacarlo, y comenzaron los insultos, y uno de ellos saltó a este lado de la barrera con un bote de spray negro y pintó al gordo de la cabeza a los pies, como lo oye, casi lo ahoga, pero le quedó negro total.  Dios mío, no se puede imaginar cómo se pusieron los Abanderados al ver un negro gordo en el torniquete, ya lo verá en la grabación, yo dejé de contar los golpes cuando iba por el centenar, porque no podía seguir el ritmo... cabezazos, patadas, ¿ha visto alguna vez a un carnicero con una maza de madera con puntas machacando carne?, pues eso, como el que hace hamburguesas, o mejor chorizos, porque al final consiguieron embutirlo y sacarlo, pero hacia este lado, ¿me entiende? Esto es una Emergencia. Tenemos a un gordo enorme pintado de negro y machacadito a golpes, completamente fuera de sí y fuera de control, metido en nuestro sistema. Si lo quiere más claro, le digo Cambio. Es una emergencia. El gordo negro se dirige hacia la línea cuatro. Cambio…

  (Aquí tendré que pegar un corte. O también puedo seguir adelante y poner un poco de acción. Por ejemplo, el psicólogo del Metro puede contratar los servicios de un observador privado. Un viajero... Supongamos que, desde la Central, localizan con la cámara a un viajero... un viajero que está en el otro lado del andén por el que llega el gordo pintado de negro. Entonces el Viajero acepta los términos de un contrato verbal para vigilar al gordo y le empiezan a cargar dinero en el móvil y el Viajero nos va narrando la llegada del gordo. Bien. Sería interesante. Otro narrador, otra visión, alguien que completa la secuencia... Pero no lo tengo claro.
   No. No lo tengo nada claro.
   Son las dos y media pasadas, tengo que comer, y si no voy pronto al bar me toca el caldo... Pero ya llevo tres folios, no está mal.
 Debería ir pensando en un final vendible, o en varios finales muy vendibles, para diferentes publicaciones...
  Me voy al bar. Qué desastre de chaqueta, qué desplanchada está...
  Veamos. Un final posible, para la Revista de Ideas, sería un final en el que el autor se niega a satisfacer sus propias expectativas, a seguir adelante estando las cosas como están, y corta el relato en seco, incluso con una cierta grosería semántica, rompiendo a partir de ahí cada frase cuando comienza a tener sentido, como si cada frase se enfrentara al conjunto, cada frase desbocada en una dirección opuesta a la frase anterior, o a una frase todavía por escribir. Aquí podría citar a J.J.Arreola, en su relato La botella de Klein, cuando dice que hay que caminar hacia la perplejidad y salirse, como Kafka, por la tangente literaria... También puedo citar a Peter Handke, aquel consejo que venía en Historia  del  lápiz: Al escribir, permanece siempre en la imagen... la imagen interior: ¡Sal del lenguaje! Sólo así puede volver a empezar la literatura.
  Cuando vuelva del bar tengo que buscar esas citas, dan mucho juego. Pero la Revista de Ideas paga poco, y tarde. Tengo la alternativa del Diario La Nación, últimamente pagan bien, pero su nivel es ínfimo, y eso siendo generoso. Tendría que contar la historia del gordo pintado de negro sin intervenciones paralelas, con un solo narrador, de un tirón, y al final el pobre gordo negro sería arrollado por el tren, con mucha sangre y vísceras resbalando por las paredes, y alguna que otra enseñanza moral, turbia y feroz: No comas tanto y No seas negro, Si puedes evitarlo, algo así…
  Detestable oficio éste, pero estamos casi a fin de mes... Voy a coger el cuaderno de Finales Rentables. Lo leeré mientras almuerzo. ¡Tengo un hambre! Ojaláya-lentejas.