lunes, 30 de abril de 2012

HASTA LA LLUVIA


   
                       Hasta la lluvia
                       se cansa de llover
                       y para un rato.



JUBILANDO EL HORIZONTE


            Hola, cariño. Aprovecho este descanso para enviarte un mensaje. Ahora mismo yo debería estar a tu lado, en nuestra pérgola abandonada, con un libro largo como un trasatlántico, disfrutando de unas merecidas vacaciones. Las necesitaba, ya lo sabes, ha sido un año atroz. En vez de eso estoy aquí, sentada en la mesa del tribunal viendo cómo desfilan ante nosotros ramilletes frescos de nervios que recitan una lección que sólo es eso, una lección. Una lección más o menos bien aprendida pero tan plana como una norma de circulación. Te aturden, y cometes errores. Acaba de marcharse una chica alegre y divertida a la que me gustaría tener por compañera en mi escuela, y ha faltado bien poco para que en mi turno de preguntas le pidiese que bailara el Corro de las patatas. He pensado que le decía: Imagina que hay veinticinco niños pequeños a tu alrededor, y no podéis salir al patio porque llueve, y la mitad se están meando, y la otra mitad grita tan alto que parece que quieren derribar con sus gritos las paredes de la clase: ¡haz algo, eres una maestra, cuéntales un cuento! Esa chica hubiera sacado la nota más alta si le pido que me cuente un cuento. Sin embargo, le he preguntado cuál es la función exacta del facilitador del aprendizaje según Vigosky. Casi se echa a llorar. Me doy asco, lo he hecho mecánicamente, ha sido una estupidez. En cuanto se ha ido, me he ganado una buena bronca de mis compañeros. Me he defendido, claro. Se supone que soy una funcionaria y mi cuerpo forma parte del cuerpo del Estado y, a pesar de que me han destrozado las vacaciones, es mi deber seleccionar con la máxima profesionalidad nuevas células que puedan acoplarse al conjunto sin que exista peligro de rechazo. ¿Cirugía preventiva?, me ha reprochado Julio. Porque lo más terrible del asunto es que no estoy aquí yo sola, ya lo sabes. Preside el tribunal el bueno de Julio, que al menos ha tenido la dignidad de no ponerse corbata, y de momento está tratando a los aspirantes con tanto respeto que parece que se examina el mismo. Y en cierto modo lo está haciendo. Ante mí, y ante Rosa, y Manu, y María y Gabriela. Nos conocemos todos demasiado. Hemos compartido varias escuelas, y hemos gastado juntos las butacas de las salas de conferencias buscando novedades pedagógicas, reciclaje, antídotos contra la necedad general. Por una vez en la vida, coincidimos en un tribunal y decidimos Nosotros. Por eso precisamente nos vigilamos, y no nos vamos a permitir ninguna canallada. Vamos a escoger a los mejores, a los que sueñan,  a los que el próximo curso  van a darnos infinidad de problemas en los claustros de profesores. A los que pasarán por encima de nuestras ideas preguntando simplemente, con socarronería: ¿a ti cuánto te queda para la jubilación? O sea, nos vamos a escoger a nosotros mismos cuando empezamos. Porque esto es una emergencia nacional. Todo se desmorona, cariño, en la educación hay ya más gente con cara de calculadora que de ser humano. Me estoy deprimiendo. Tengo que dejarte, acaba de entrar un nuevo aspirante. Tiene pinta muy exclusiva, de centro privado. El tribunal me mira. Como tengo el día cruel, éste me lo dejan a mí. Le preguntaré cuántos trajes de Peter Pan se pueden hacer con un rollo de bolsas de basura, seguro que no sabe ni cuántas trae... Un beso.   (No mires de mi parte al horizonte)

                                                                     publicado en Revista Cantárida



domingo, 29 de abril de 2012

LA MAREA


La marea


            Le dije que quería dejarlo antes de empezar a hacernos daño. Lo comprendió. Insistí, porque habíamos hablado de eso desde el principio de nuestra relación, de que nos gustaban las mismas cosas pero no sentíamos lo mismo hacia ellas. Lo comprendió. Hablamos de sexo, de la baja categoría de nuestro cariño, del futuro incompatible que nos esperaba, amaneció, desayunamos, llegó la noche y seguíamos allí. Ella, por supuesto, lo comprendía todo, y yo cada vez comprendía menos.

                                                                                     de Silencios que me conciernen


EL ESPECIALISTA



El especialista

            El operario metió la llave del doce en las tripas de la lavadora, dirigió la mirada hacia el techo, contó mentalmente hasta tres y dio un golpe de muñeca. Al sacar la mano, tenía en la boca de la llave la cabeza del pasador, rota. Me miró asustado, yo le miré con odio, se puso rojo, y cuando iba a empezar a echarle la bronca sacó el móvil, llamó al almacén y dijo un nombre. Mientras esperábamos, me aseguró que ese tiempo no me lo iba a cobrar.
            El especialista escuchó el relato de su compañero mientras se sujetaba con cinta aislante a la muñeca una linterna diminuta. Luego la encendió, se tumbó en el suelo, cerró los ojos y fue pidiendo herramientas como un cirujano. En cinco minutos el problema estaba resuelto, me hicieron un descuento y se marcharon. Bajando por las escaleras, el operario le decía al especialista que lo suyo era absurdo, que las manos no tienen ojos, y el otro decía que sí.

                                                                        de Silencios que me conciernen


sábado, 28 de abril de 2012

PERIQUITO GUAPO

Periquito guapo


            Cuando la señora Justina murió, Periquito Guapo era todavía muy joven pero había dado muestras de bondad suficientes para ganarse el aprecio de toda la comunidad. La hija de la señora Justina no quiso llevárselo y, en una reunión improvisada junto al camión de la mudanza, decidimos encargarnos juntos de su cuidado. En otros portales se pasaban de piso en piso una urna con un santo, nosotros la jaula de Periquito Guapo y la caja con su herencia.
            Periquito Guapo era libre, o al menos su jaula no tenía puerta, y había vivido desde siempre en el patio. Solía posarse entre las prendas de la ropa, nunca encima, y utilizaba la jaula como lugar de aseo y para dormir. Lo que más le gustaba a Periquito Guapo era cantar, hacer posturitas con la mirada insinuante y presumir de su belleza. Y, lo más increíble, Periquito Guapo vigilaba el tendido de la ropa, recogía las pinzas caídas y se las entregaba en la mano a su dueña.
            Periquito Guapo vivió con nosotros muchos años y nadie se negó jamás a tenerlo en el enganche de su ventana. Disfrutaba mucho cuando poníamos música en el patio, así podía renovar su repertorio, y sólo una vez mostró una manía, que era su debilidad, Carlos Gardel. Le gustaba tanto que se mareaba, se caía de las cuerdas y luego se iba a su jaula a llorar. En esos momentos tan delicados, había que entregarle la herencia de la señora Justina, su tesoro, el espejo de mano que le servía para comunicarse con otro de su especie.

                                                                       de Mercedes Cancelo

viernes, 27 de abril de 2012

LA PIEDRA BONITA

LA PIEDRA BONITA


   Supongo que la mayoría de vosotros os habéis apuntado a este curso de cantería sin tener vocación alguna, porque alguien os ha dicho que da dinero, que tiene muchas salidas y que es una alternativa profesional a la tradicional y cada vez más despreciada albañilería. Yo podría deciros que eso es cierto, podría animaros a seguir adelante y presentaros un futuro de lo más alentador. Pero no lo voy a hacer, no tengo tiempo ni ganas. Lo único que de verdad me interesa son las piedras. Hay muchas piedras, de muchos tipos, colores y texturas, y de todas ellas hablaremos a lo largo de este curso. Si no os gustan las piedras os acabarán gustando y si no os acaban gustando tarde o temprano tendréis que dejar la cantería. A diferencia de la albañilería, la cantería requiere cariño, aprecio y respeto por la materia prima que utilizamos. Nosotros no escondemos nuestras miserias debajo de un raseo de cemento. Nosotros dejamos las piedras a la vista, contamos nuestra historia a través de ellas. Y no os estoy hablando de piedras talladas, cortadas, cuadriculadas, envasadas, con sello de garantía y control de calidad; esas no son piedras, son losas, cuerpos muertos que sólo tiene en común con las piedras el hecho de ser piedra y no de cemento o ladrillo. Yo os hablo de piedras crudas, irregulares, de las que tiene un golpe o media docena como mucho: piedras de río, piedras de cantera, grandes o pequeñas, pero todas diferentes y cada una con su personalidad propia. Las piedras que dan origen y fundamento a nuestro peculiar oficio. Porque nosotros somos únicos como lo son nuestras piedras, por eso nos llaman por nuestro nombre y nadie dice simplemente: `llama al cantero´, sino llama al cantero Julián, al cantero Oscar o al cantero Rodríguez. Cada uno de nosotros tiene su forma de trabajar y eso le define ante los demás. A veces, vamos en grupo y se nos dice los Canteros del Maestro Santiago o los Canteros de Cifuentes. Y a todos nos gustaría que nos llamaran los Canteros de la Bonita, el título más alto en este oficio, el que todos quieren poseer. Por eso muchos canteros mienten como pescadores y afirman que ellos ponen siempre la Piedra Bonita. Aunque mientan, no hay que dejar de creerles, ni tampoco desconfiar de ellos: es sólo una cuestión de fe. A lo largo de vuestra trayectoria profesional vosotros también mentiréis y por ello hay que tener misericordia con los que mienten, y más si son canteros. Porque los días son largos y crueles a pie de muro. Hay muchas piedras que colocar y no todas se comportan como esperamos de ellas. Son muy susceptibles y si las ponemos de cualquier manera se niegan a encajar. Entonces la jornada se vuelve una condena, la obra no avanza, y tiras la maza al suelo y reniegas del oficio, y dices que nunca más, y puede que tu vida se esté torciendo como ese muro imposible y desees no haber tocado jamás una piedra. Entonces, sobre todo entonces, es cuando puede aparecer la Bonita. La Bonita es una piedra especial, sin forma ni tamaño, una oveja más entre el rebaño de piedras sin colocar... Pero ¡ay cuando la colocas! Pones la Bonita y todo el muro, toda la pared, todo el edificio resplandece y cobra sentido. Pones la Bonita y has salvado el día, la semana, el año, la vida. Regresas a casa y todos te ven brillar con luz propia y te preguntan qué te pasa y tú lo más que aciertas a decir es: me llamo Rubén y soy cantero. Con orgullo, con dignidad, con grandeza, sin la más mínima intención de volver a plantearte dejar el oficio. La Bonita aparece así, en los momentos de duda, pero también en aquellos en que pecas de soberbia y presumes demasiado, y viene la Bonita y te pone en tu lugar. Si vais a ser canteros buscaréis la Bonita, soñaréis con ella, querréis ser merecedores de ella. Pero recordad: la Bonita es sólo un ideal, un concepto, y vuestro trabajo consiste en colocar piedras, no en buscar conceptos, dejad eso a los filósofos. A menudo os encontraréis mirando muros y edificios buscando la Bonita, perderéis el tiempo, nunca está allí. Y si habláis con el que colocó esas piedras y él señala con el dedo hacia un lugar y afirma que aquella piedra en concreto es la Bonita, no la veréis, porque la Bonita es invisible. Hay muros enteros, edificios completos que han sido levantados sin una sola Piedra Bonita, y ahí están, no tienen nada malo, se mantiene en pie como todas las grandes obras que los canteros hemos llevado a cabo. Pero observad a la gente, a los que no son del oficio, y si los veis asombrados ante una de nuestras construcciones y en un instante afirman que es una obra hermosa y señalan a un punto o miran fijamente hacia un lugar determinado, no dudéis que por allí cerca anda la Piedra Bonita.


viernes, 20 de abril de 2012

UN ASUNTO MUERTO


En el número de este mes de la revista Luke (Abril Nº138) publico una reseña del libro de Pedro Tellería titulado Un asunto muerto, editado por Arte Activo. Un libro peculiar que merece la pena leer, y un autor al que va a merecer la pena seguir. La reseña aquí:



martes, 17 de abril de 2012

EL CAFETERO

EL CAFETERO

            Cuando abre el mercado popular el Cafetero ocupa su puesto junto a la entrada. El molinillo manual está preparado y reluce sujeto al pequeño mostrador.  El Cafetero echa un puñado de granos tostados que saca de una mochila, en la que suele llevar unos cuarenta kilos, y comienza la molienda. La gente suele comprar el café a primera hora y se lleva un molido muy tosco, de pedazos gruesos, que luego vuelve a moler en su casa. El sol todavía no calienta, y el aroma del café es delicado, casi húmedo. Pero el día pasa, el sol abrasador aleja a los compradores y a media tarde el café de la mochila se acaba: todo el grano ha pasado una vez por el molinillo. El Cafetero inicia entonces la segunda molienda. Los trozos se convierten en trocitos, luego en fragmentos, y en cada nueva pasada se va afinando un poco más el grano. Eso genera un movimiento que mantiene fresco el café, pero ya no hay forma de parar, hay que vender toda la mercancía, se trata de regresar sólo con dinero. Ahora el café huele tan fuerte que llega a picar e invade todo el mercado. Es una llamada de atención a los últimos compradores, los amantes del café denso, las personas que tienen prisa. Al caer el sol, cuando cierra el mercado, el Cafetero recoge los restos que quedan en el mostrador y los muele tan fino como permite el molinillo. Ese café lo tira al aire, para que se lo tome el viento.


lunes, 16 de abril de 2012

MERCURIO

Mercurio


            Sólo me gustaba correr. Recuerdo la infancia distorsionada por la prisa, por querer llegar la primera a todas partes, sobre todo si corría sola. Mi padre decía que estaba loca. Mi madre había sido salvaje como yo y me comprendía. Ella me hizo un disfraz que no ganó el concurso pero nos convirtió en cómplices de por vida.
            Yo le enseñé el tebeo, señalé la viñeta y dije: éste. Era Mercurio, el mutante rebelde amigo de los Cuatro Fantásticos, un héroe con los nervios alterados incapaz de pararse quieto. En todos los dibujos aparecía con las rayitas características de los tebeos para indicar velocidad extrema. Mi madre lo vio y supo captar la esencia.
            El traje se componía de una sábana ajustada al cuerpo, unas deportivas con alitas de rotulador en los costados y un centenar de tiras de raso negro cosidas a la espalda. En el patio de la escuela, los chicos de la clase me pedían que echara a correr y afirmaban que era idéntica al Mercurio de los tebeos. Y lo era.

                                                                                                    de Mercedes Cancelo

martes, 10 de abril de 2012

OCHO AÑOS TXETXU

         El blog de Txetxu Barandiarán cumple ocho años. Merece la pena seguirlo a diario. Si alguien piensa que no existe un río cultural que vaya y lo vea fluir en directo. Lástima que en estos tiempos Txetxu tenga que informarnos, con dolorosa puntualidad, de lo que se nos viene encima, que es mucho.

        Cada vez hay más gente de la cultura en la cornisa, preparados para saltar y que nos crezcan alas.
        Un poemilla para Txetxu en:

http://cambiandodetercio.wordpress.com/2012/04/10/8-anos-francisco-taboada/



sábado, 7 de abril de 2012

QUÉ BONITO ES ESTE DÍA


Qué bonito es este día
cómo se notan sus posibilidades
cada cosa parece tener prisa
por decirse de inmediato
no esperar más para
que se la vea en su esplendor,
como si presumiera la realidad
de serlo, como si no buscara
mis ojos y de ellos a mi mente
y de allí al mecanismo
de las exaltaciones
que abrillanta las manzanas
da vuelo trasatlántico
a los pájaros
y madura el trigo.

miércoles, 4 de abril de 2012

AZUL


Azul

            En mi familia tenemos la piel muy fina. Las venas de la cara se transparentan y mi madre, origen de esta característica, es azul. Mi hermana tira a violeta, yo recuerdo a un folio escrito con un bolígrafo gastado, y mi padre es normal, color carne, y además médico.
            Mi padre lleva toda la vida intentando que mi madre deje de ser azul, el mismo tiempo que lleva ella reprochándole que la quisiera por azul y luego pretenda cambiarla. Las disputas cromáticas son la salsa de los almuerzos familiares. Por supuesto, ni mi hermana ni yo queremos dejar de ser azules, pero al tener un interés de segunda generación, un tanto deslavado, procuramos evitar la contienda.
            Durante la cena de anoche, mi padre puso sobre la mesa un frasco de pastillas. No era un experimento más, sus ojos decían `eureka´, daba miedo. Le suplicamos las tres que nos permitiera seguir siendo azules, pero nos obligó a tomar una dosis doble, por el retraso. Nos hemos despertado esta mañana y mi padre, al vernos, se ha echado a llorar.

                                                                                de Mercedes Cancelo