miércoles, 26 de junio de 2013

UN POEMA ARRUGADO VUELA


UN POEMA arrugado vuela
de mi mano
a la papelera, certero,
ni una sola palabra
se ha salvado,
todo ha sido desechado
sin piedad,
desde el impulso inicial,
el torpe recorrido,
la frustración de sentirse
equivocado, hasta
el rechazo final,
definitivo.           

Otro más que ha sido sacrificado
en aras de la estadística:
un acierto por cada mil errores.
Otro intento,
otro intento,
nada pasará si no es verdad
o al menos lo aparenta
con solvencia
y elegancia.
 
                                     de Palabras dactilares, pag. 31
 
 

jueves, 20 de junio de 2013

LOS ACHAQUES DEL DÍA


LOS ACHAQUES del día
me han arrastrado sin fuerzas
al olvido de las mantas. 

No sueño nada, ya no,
sólo huyo
del ruido mezquino del pensamiento. 

Nado lento,
como pez dormido,
dejando que la nada inconsecuente
me lleve lejos del peligro. 

Laten las olas, allí arriba,
con la placidez
de las ideas quietas. 

Llega el mar, la mar se retira,
llega el mar,
la mar se retira,
llega el mar, la mar,
se retira.
 
                                          de Palabras dactilares, pag. 47
 

 

lunes, 17 de junio de 2013

PROFUNDIZAR EN EL AIRE


 
PROFUNDIZAR en el aire,
desnudo y tierno,
blanco y desnudo,
desnudo y negro,
buscar en la densidad
del ahogo
un camino,
solamente.
 
                            de Palabras dactilares, pag 13

martes, 11 de junio de 2013

¡CUÁNDO DEJARÁ DE LLOVER! Teatro Exprés

II Festival de Teatro Exprés de Santander. Primer día. Palacio de la Magdalena. Sábado 8 de Junio, 2013.
 
            El sábado hacía una tarde de perros, con lluvia, viento y frío. Para entrar en el recinto del Palacio de la Magdalena con el coche se necesita autorización, de modo que tuve que aparcar fuera y caminar por ese lugar privilegiado pendiente del paraguas y de los charcos, y luego subir la colina hasta llegar al precioso edificio donde se representaban las cuatro obras cortas, primera entrega del Teatro Exprés de este año. El aforo era reducido, las entradas se vendían sólo en taquilla, y además a 3 euros, así que media hora antes ya se anticipaba un lleno total. Mucha gente sonriendo. Se nos notaba a todos muy contentos de estar allí y de ser tantos, a pesar de la lluvia insistente que arreciaba por momentos y amenazaba moquillo. Después de hacer cola diez minutos, me dieron una entrada de color azul con un número. A la hora fijada, 9 y media, un amable anfitrión nos explicó que cada obra se representaba en un salón diferente del palacio y que deberíamos seguir al guía correspondiente a nuestro color. Nos pidió respeto y silencio en los inevitables traslados. Los de color azul comenzamos con la obra Reconstrucción del dolor (de ida y vuelta), una performance teatral del grupo Ruido interno, cuyo autor es Juan Carlos Fernández, con texto de Cristina Morales. Nos llevaron a un comedor enorme, con una mesa larga, de unas treinta sillas por banda, y tomamos asiento en la penumbra. Una mujer con una camiseta larga y blanca yacía como muerta sobre el improvisado escenario, igual que un postre de carne. Pablo und Destruktión comenzó a tocar la guitarra con firmeza, muy sugerente. No quiero contar la obra, pero diré que durante una veintena de minutos disfrutamos de buenas canciones, buena puesta en escena y una excelente Vanessa del Castillo, con un monólogo sobre la autenticidad bastante sustancioso en el que el propio autor hacía de maestro de ceremonias. No es fácil actuar inmóvil, la voz lo es todo, y a mí consiguió emocionarme. Además sembró en los espectadores esa dulce sospecha de que la vida es una obra de teatro muy mala por culpa de los actores fatales que somos todos nosotros. Me gustaron mucho, y aproveché la sensación para mirar a los de mi grupo como si fueran los miembros de una compañía de titiriteros en situación de espera. Funcionó. Observé que los demás hacían muy bien de sí mismos, pero a partir de ese momento comencé a sentirme incómodo en mi papel. No sabía, por ejemplo, qué hacer con mi paraguas. Afortunadamente nos llevaron a la siguiente representación y allí nos pidieron dejar los paraguas en los paragüeros, supuse que por respeto al parquet y porque quedaba chusco. Los espectadores azules llenamos una antesala y luego nos pasaron a una salita muy pequeña. Todos apretados, la mitad de pie y los demás en sillas tapizadas blanditas. Café de las Artes interpretó su obra Bajo la alfombra, de Carlos Peguero. Sentados a la mesa de un restaurante una pareja, Alicia Trueba y Cristian Londoño, inician una breve pero intensa demolición de su matrimonio. Convincentes. Estaban tan cerca que te daban ganas de interrumpirles y aportar algo, echarles una mano, decir lo tuyo. Estuvieron sobrios, circunspectos, muy ajustados a sus papeles, y nos trasmitieron el sinsabor amargo que encierran esas situaciones tan lamentables. A la salida, unas chicas dijeron a mi espalda que les había encantado y algunas voces se unieron a ellas. Gustó por su proximidad. Por su sinceridad sin truculencias textuales. A continuación nos llevaron a un salón, o antesala de biblioteca, o hall de algo, estaba muy oscuro. Cuando los ojos se acostumbraron la boca comenzó a abrirse: el Palacio presume de maravillas como ésta, con sus artesonados de madera, sus escaleras con balaustres tallados y su refinado buen gusto. El lugar adecuado para Otra Antígona, si gustáis de Ábrego Producciones, con texto de Pati Domenech. Obra intensa. Toda la responsabilidad recae sobre una única actriz, María Vidal, muy desgarrada, muy loca, con la voz quebrada y el ánimo roto,  representando a una Antígona que se despide ante la indiferencia del pueblo. Nos hizo sentir verdaderamente incómodos, culpables, humanos insensibles. Aplaudimos con ganas. Y, para terminar, la cuarta obra, un drama histórico, en un saloncito pequeño con bancos corridos, convertido por los escenógrafos en una especie de capilla medieval. Beato, de Anabel Díaz Teatro, cuyo autor e intérprete principal es Carlos Troyano.  Obra perturbadora, inestable, con dos monjes que al diseccionar un caso histórico, Beato de Liébana contra Elipando, obispo de Toledo, pretenden retratar la sociedad actual y sus esclavitudes: “Si logra la Bestia llenar el mundo de ociosos, creará una tierra llena de infelices”. Supongo que todos merecemos de vez en cuando un sermón de la historia. Lo que nadie merece es el aguacero que caía al salir de la Magdalena. Con un viento cruzado que había que sujetar el paraguas con una mano y la otra encajada entre las varillas para no perderlo. Menuda calada, de moquillo a estornudo y luego pastillas, ya veía termómetros colorados sobrevolando mi cabeza como drones. Encima me dio por bajar del Palacio por un atajo que conduce a las antiguas Caballerizas, donde se desarrollan los talleres de verano de la UIMP, y por poco me rompo la crisma con el barrillo que bajaba del monte. Era casi medianoche. Los árboles y la lluvia discutían. Llegué a un tramo de escaleras, sin farola a la vista, y me salió al encuentro un filibustero:
 
FILIBUSTERO.- ¡Dame todo el IVA que lleves!
AUTOR.- No llevo. Soy un muerto de hambre. Mis obras no se representan. No hay cómo, no hay con quién, no hay con qué…
FILIBUSTERO.- Todos tenemos problemas. No me cuentes los tuyos, o te cuento yo lo que me sale el mantenimiento de la piscina…
AUTOR.- ¿Pero es que no lees los periódicos? El IVA de nada es Nada.
FILIBUSTERO.- Me da igual, no me van las matemáticas. Yo soy un inciso teatral en una crónica teatral, y debo sacar lo mío.
 
            Miré mejor al filibustero y bajo su disfraz vi a un actor desesperado. El brillo de sus ojos no pedía gloria, sólo un bocadillo. Fui a darle un par de euros, pero sostener el paraguas y sacar la moneda me distrajo, y al ir a entregárselos había desaparecido. Era una Alucinación Express, no tengo presupuesto ni para soñar. Me entraron ganas de sacar allí mismo el cuaderno y esbozar un esbozo: una obra de teatro de un minuto para un actor bajito que quepa en una caja de zapatos. Pero llovía sin tregua y en estos tiempos no es prudente escribir a la intemperie. Salí del recinto de la Magdalena y saludé con la cabeza al guarda, sin duda un actor en paro que hace de guarda mientras pasa la tormenta. Y también lo era el taxista que esperaba en la parada próxima, con la luz encendida, leyendo sin duda el papel dramático de su vida. Y también los gorriones empapados, con ojos de actores campesinos esperando una oportunidad. Cuando llegué al coche lo encontré triste y apagado. Encendí las luces y los dos nos sentimos felices de comenzar nuestra representación. Ahora me tocaba hacer de conductor preocupado bajo una lluvia resplandeciente que borraba las rayas de la carretera:
 
AUTOR.- No veo ni jota, lo mismo nos matamos.
COCHE.- O dormimos, o soñamos…          
 
TEATRO EXPRESS. Cuatro obras diferentes cada día. Segundo día: viernes 19 de julio en el Parlamento de Cantabria. Tercer día: sábado 10 de Agosto en Enclave Pronillo. Cuarto día: viernes 6 de Septiembre en C.E.A.R. de Vela. Todos a las 9,30, en Santander.
 

jueves, 6 de junio de 2013

SI NO PAGAS POR VER TE APAGAMOS LOS OJOS

(Apuntes para una película StopMotion de muñecos de plastilina)
 
PRIMERA ESCENA.- Celda de la Caridad Social. El Muñeco Irrelevante observa entristecido su Placa de Identificación.
Voz en off-     No tengo recursos para llegar a viejo. Ya es oficial. Me quedaré a mitad de camino, como una fruta inmadura arrojada del árbol. Vía administrativa. Le llaman un Balance de Utilidad. Hasta los números más optimistas fallan en mi contra. He cruzado la línea, consumo el doble de lo que produzco, no soy rentable para la realidad. Se me declara Civilmente Desahuciado. Me despojan de mi identidad. Soy un inútil. No valgo nada, me tiran a la basura…
            Reconozco que me advirtieron. Me dieron la oportunidad de defenderme: argumente a su favor, excúlpese, discúlpese, razone algo, no importa que sea verdad o mentira, sirve una ficción vulgar, un cuento… Exponga al menos su caso para así generar movimiento judicial y obtener una nueva prórroga alimenticia. Dele trabajo a la sección retórica de la sociedad. Pero no he sido capaz.  He dejado que pasarán los plazos. Asumo mi condición sin réplica alguna.
            Soy un inútil, es un hecho. Mis esfuerzos han sido insuficientes. No ha servido de nada llevar años dosificando mi vida, viviendo menos cada día; perderlo todo, hasta la risa. Estoy agotado de intentar ahorrar energía. Permanezco inmóvil horas enteras, consumo cada vez menos alimentos, y ojalá pudiera dejar de respirar… Pero no puedo dejar de ser. Si no fuera, se acabaría el problema, claro…
            Es mejor rendirse, abandonar. Tarde o temprano te agotas de tanto arrastrar cadáveres de ti mismo. Versiones que no funcionaron. Intentos, fracasos, cambios de modo de ser que demostraron ser inválidos, molestos para los demás. Todos te decían, no seas así, te estás convirtiendo en un lastre, si sigues por ese camino te va a ir mal. Y la Ley estuvo de acuerdo. Unos y otros me fueron quitando poco a poco mis privilegios. Mi manera de ser se convirtió en un delito, no por bondad o maldad, por falta de rentabilidad social.
            A partir de ahora, no me van a suministrar más alimentos. Ni agua. Ninguna ayuda. Tendré que salir al exterior, pelearme por la escasa basura que queda en las calles, vivir a la intemperie. Debería desesperarme. Reaccionar. Pero me parece justo que borren mi nombre de los archivos, que me den por muerto, que consideren mi cuerpo como un desecho, que me trituren, que me conviertan en abono para las plantas, así al menos serviré para algo. Porque hay que servir para algo… Si no sirves para algo, ¿para qué sirves?
 
De pronto, la Celda de la Caridad Social cruje y comienza a estrecharse. La pared del fondo avanza hacia la puerta y expulsa al Muñeco Irrelevante. En el exterior, el Muñeco Irrelevante se aferra a su Placa de Identificación, pero los datos se borran con un chasquido; luego la placa se hace polvo y desaparece.
 
SEGUNDA.- Calle de los Trasplantes. El Muñeco Irrelevante sale de un local con un cartel que dice: COMPRO OJOS.
Voz en off:  La calle es dura. Después de un día malo siempre hay otro peor. Demasiada gente buscándose la vida. La basura está muy disputada, sólo los privilegiados acceden a ella, con violencia. Hay que estar todo el día solo, siempre en movimiento,  y que nadie sepa dónde duermes o te quitarán lo poco que tienes. Y tienes más de lo que piensas, si sigues entero…
            He tenido que tomar una decisión, antes de que alguien me abriera en canal para quitarme mis órganos. No podía seguir así, me estaba muriendo de hambre. He tenido que vender mis ojos. Y me han llamado rico por conservarlos todavía…
            No he discutido con el comprador. Ya me advirtieron que el mercado estaba a la baja. Me ha pagado por ellos una miseria, pero con garantía de trasplante en el mismo local.  La operación ha sido sencilla, te dan una pastilla para que no pienses en ello. Más tarde, el vendedor de ojos artificiales me ha dado a escoger: un ojo en propiedad o dos ojos de alquiler. El ojo propio era una opción demasiado optimista para mis posibilidades. Las cosas no van a mejorar, no me compraré en el futuro un segundo ojo propio, ni recuperaré los míos, ni volveré a tener ojos biológicos… He  intentado negociar un solo ojo artificial de alquiler, pero los colocaban por pares, y con un contrato inapelable. Sólo he lamentado no haber vendido mis ojos con el mercado en alza.
 
TERCERA ESCENA.-Colina Cercana. El Muñeco Irrelevante está con un grupo de Merodeadores. Otean ansiosos las débiles luces de la ciudad.
Voz en off: Mentiría si dijera que los nuevos ojos no me hacen feliz. Con ellos veo mejor, más lejos, con mayor nitidez, ¡incluso en la oscuridad! Representa un considerable ahorro de energía,  con el añadido de sentirme siempre más seguro y confiado. Recorrer una callejuela de noche con unos ojos así te hace dueño de las sombras. Todos reconocen unos ojos de alquiler. Tarifa barata a cambio de permanecer siempre abiertos, grabándolo todo…
 
Los ojos brillantes de los Merodeadores parecen luciérnagas ansiosas y feroces. El Muñeco Irrelevante le aúlla a la luna. Desde la ciudad, un aullido le responde.
 
                                                                                       publicado en Luke
 

sábado, 1 de junio de 2013

EL DÍA SIGUIENTE A UN EXCESO DE CONFIANZA

 
En ningún momento decidió quedarse a pasar la noche frente al portal de su casa viendo caer la lluvia. Se fue quedando, simplemente, minuto a minuto, cada vez más acurrucado tras el volante, navegando con ojos infantiles por los caminos de agua que se formaban en el parabrisas. Estaba tan agotado de pensar que no le quedaban fuerzas suficientes para darse una orden tan sencilla como salir del coche. Necesitaba una tregua, un tiempo muerto sin decisiones que tomar, un vacío mental que le permitiera descargar la tensión acumulada durante los últimos meses. Demasiadas prisas, demasiados gritos, montañas de organigramas, y la desesperación de esas miradas que estallan en el momento cumbre de la reunión suplicando el relevo inmediato. Equipos completos de profesionales quemados como viruta, arrojados al paro. Él no. Claro que no. Su impecable coordinación de la masacre le había garantizado automáticamente la exclusión de futuras cribas de personal. Sus jefes acababan de reconocer su valía con un ascenso de nivel, pertenecía ya al equipo directivo, le esperaba un paquete de prerrogativas. Ahora sólo debía procurar no malograrse como joven promesa, rodearse de buenos cerebros que pensaran sus pensamientos y, ante todo, no defraudar.
            Intentó relajarse y disfrutó un rato del repiqueteo de la lluvia en el techo del vehículo. Las gotas sonaban tan cerca que casi le salpicaban. Sin poder evitarlo, se puso a contarlas, a buscar un sentido. ¿Podía algo tan azaroso como la lluvia tener un ritmo, o era él, que imaginaba una secuencia sonora por puro afán de organizar, por deformación profesional? La marea que bajaba por el parabrisas detuvo sus reflexiones. El agua, combinada con la luz ambarina de las farolas, le estaba ofreciendo una visión peculiar del edificio donde vivía, remarcando su importancia: la lámpara señorial del hall, el número dorado del portal,  los cristales de espejo del primer piso y, mirando hacia arriba, el ojo de buey del ático. Una casa hermosa, destacable, con solera y pomos relucientes. Los padres de Marina habían sido muy generosos regalándoles el piso cuando se casaron. ¿Cuánto tardaría Marina en asomarse? ¿Qué pensaría al no tener noticias suyas? Seguro que a estas horas ya estaría convencida de que había fracasado, se lo imaginaría borracho y desesperado, en la cuneta de los perdedores, y luego sobre su regazo pidiendo chupete. Marina, la mamá dramática, la que aleja el dolor con baldes de menta-poleo. ¿Sería capaz Marina de dar la talla a su lado ahora que tenía éxito? Seguro que sí, era su ambiente, les pondría a los invitados trufas envueltas en pétalos de rosa... Le entró la risa, se incorporó en el asiento y miró el reloj del salpicadero. Era casi medianoche. Marina estaría anegada en lágrimas viendo en la tele la reposición de Rompiendo las olas, con la niña dormida junto a ella en el sofá.
            Marina y la niña... A su hija la quería porque no le quedaba otro remedio, pura biología, a su mujer porque se sentía responsable de ella. Marina era débil de carácter, una ingenua.  Tenue, casi apagada, sólo brillaba con luz propia muy de cerca, en los momentos más íntimos, como una luciérnaga en sus manos. El resto del tiempo era una ausencia. Al poco de comenzar a salir con ella, ya la estaba educando. No sabía nada de nada. Se sentía desvalida ante cosas tan triviales como las miradas masculinas, esa tosquedad del galanteo continuado en ambientes tan diferentes al suyo, con sus libros, sus cuadros y su piano, y el padre de batín, y el despacho de su padre, y la madre que sabía decir gracias con tantas variaciones de tono que lo convertía casi en un idioma. Tuvo que enseñarle a ser fuerte, a plantar cara. No evitó exponerla al dolor porque él pensaba que el dolor pone a la gente en su lugar, atribuye, concede, y no es conveniente huir de él.  Marina se había endurecido en los cuatro años que llevaban juntos, sin embargo seguía viendo la vida desde una especie de opacidad mental deliberada. No quería creer que el motor de la existencia es la maldad. Que para vivir como vivía, él tenía que inmiscuirse. Ponerse todos los días su coraza de conclusiones lógico-prácticas bien ajustada al cuerpo y a revolver enérgicamente con la tarjeta de crédito en el balde de la mierda.
            A la una y media, Marina apagó la tele y se acercó al ventanal. Descorrió la cortina, le vio, hizo un gesto de sorpresa y casi inmediatamente cerró. Su sombra permaneció unos instantes tras la cortina, y luego se fue y apagó la luz, como si no quisiera agravar su derrota. Él disfrutaba manteniéndola en vilo, pero alrededor de las dos de la madrugada el móvil le avisó de una llamada. Era Pedro, su condena desde la infancia, quién sino él se atrevería a llamar a esas horas. No contestó y apagó el aparato. Instantes después, la cortina de su casa se descorrió de un golpe, y Marina se dejó ver. Estaba hablando por teléfono y parecía enfadada. Casi pudo oír la voz de Pedro, con diecisiete copas de más, felicitándola por el ascenso implacable de su maridito. Marina colgó y desapareció, dejando abierta la cortina. Regresó poco después, llevaba la niña dormida en brazos. Cogió uno de sus bracitos y lo agitó como si fuera una muñeca. Él, desde el coche, se negó a devolver el saludo. No le gustaban los chantajes emocionales.
            A partir de ese momento, las horas se le cayeron encima, como preludios de un epitafio. A las cinco pensó: Las cosas me afectan en segunda instancia. Analizo más el hecho de sentirme afectado que el motivo de dicha afección: soy un eje de reinterpretación. A las seis pensó: La decisión que voy a tomar es inevitable. Consuela mucho lo inevitable, desplaza la culpa hacia un lugar inaccesible que justifica no poder actuar de otra forma. A las siete abrió los ojos y vio a Marina en el ventanal. No se movió y pensó: Observar cómo te mira la persona que más te conoce y más se ha acercado a ti, es lo más parecido a mirarte en el espejo, aunque no llega a ser tan aterrador porque esa otra mirada jamás será la tuya, nunca podría hacerte lo que tú te harías si te dieras la oportunidad, si bajaras la guardia y te cogieras desprevenido. A las ocho y media, justo cuando Marina salía por el portal, estaba pensando: Si Marina es, en cierto sentido, una creación mía, y si la he modelado a mi imagen y semejanza, lo más probable es que tenga mis características, pero también le habré contagiado mis defectos.
             Marina se acercó al coche. Él bajó el cristal. Ella le clavó los ojos con una mirada que  no recordaba haberle enseñado:
             —No te preocupes, no te vamos a estorbar. Ya te llamará mi abogado— y dejó caer sobre su regazo un pequeño neceser.
 
                                                                              publicado en Luke