domingo, 31 de mayo de 2015

TANGOMÁN de Kepa Murua



TANGOMÁN, superhéroe de esquina.

 

            Hay varias clases de superhéroes: los universales tipo Superman, los locales como Spiderman, los de barrio como Superlópez y los de esquina, como Tangomán, cuyas hazañas no son del dominio público, suceden en la intimidad, las conocen cuatro monos y tres van a callar la boca por simple pudor. Es el antihéroe por excelencia, feo, solitario, despreciado por todos, se sabe muy poco de él, y nacerá y morirá en el anonimato salvo que escriba sus memorias.

            En esta novela de Kepa Murua, Tangomán nos cuenta en primera persona sus recuerdos, comenzando por el momento en que descubre sus habilidades ocultas, los superpoderes. Se llama Pedro Muros, es un oficinista de mediana edad, amargado por su fealdad, depresivo, hasta que un día se apunta a un curso de bailes de salón y lo hace tan bien que sus compañeros lo bautizan como Tangomán. Necesita tanto despojarse de su ingrata identidad que se aferra a esta última esperanza que le ofrece la vida, se entrega por completo y entonces el baile lo transforma todo. El narrador comparte con nosotros la creación de Tangomán, su criatura, transportado por la música, invadido por el ritmo, desbordado por sus nuevas posibilidades.  Pero la cosa se complica porque Tangomán no es Peter Parker utilizando su sentido arácnido para ayudar al prójimo, sino que es un tipo oscuro, rencoroso, misógino, y se aprovecha del baile para seducir a las mujeres y vengarse por el poco caso que le han hecho. Ahora es un trípode humano, y aunque no crea en el amor encuentra consuelo en el sexo desenfrenado y promiscuo y constante, todo el rato, sin parar, hasta la extenuación. En cierto modo, a lo largo de la primera parte, titulada Una música diferente, todo nos conduce a querer a Tangomán. A envidiarle aunque sea tan feo. A sentirnos identificados cuando se esfuerza por ser alguien significativo, por hacerse un nombre, y como lectores le agradecemos la acción incesante, las novedades y las aventuras entretenidas. Lo estamos pasando bien, es divertido. Pero el azar, el autor,  no está de acuerdo, fuerza la situación y entonces entramos en las tinieblas del libro.

            La segunda parte, De una esquina a otra, es dura, obsesiva, repetitiva, angustiosa, el discurso es el único campo de batalla. Es normal, algo que les sucede con frecuencia a los superhéroes, en esos capítulos en que se vuelven malos, o raritos, y reniegan de sí mismos y se pasan al lado oscuro. Ahora Tangomán ya no quiere ser más Tangomán y se hace boxeador. Si ya empezaba a estar un poco esquizofrénico, lo empeora creando un personaje dentro de su personaje: Chiquito de Mariturri, un boxeador bajito al que da pena soltarle un guantazo y que se pelea con su sombra. La sombra de Tangomán. Es el doloroso peregrinar por el desierto de nuestro superhéroe, un lacerante combate donde no acaba de sonar la campana. Por pura desesperación, surge entonces en su mente golpeada la temeridad de aspirar a algo tan glorioso, ideal e inalcanzable como es el amor, el amor verdadero. Ésa es la única redención posible, la curación poética, el sentido último y elevado que justifica la existencia de Tangomán. Sólo le falta olvidar.

            Pero tarde o temprano todos los caminos conducen a la infancia, y la tercera parte, titulada democráticamente Será lo que quieras que sea, nos restituye a la ilusión, al argumento, a la narrativa que ajusta cuentas con el tiempo pasado para pronosticar un futuro esperanzador, desmemoriado quizás. La historia la ha contado él, luego Tangomán vive para contarlo, y con gran estilo da por concluido su lamentable tango arrabalero, y el cuento ceniciento del hombre feo al que no quería ni dios, y al fin el torrente de palabras que le ha servido como escudo para justificar sus actos llega a una acertada conclusión. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

            Porque Tangomán, de Kepa Murua, es un cuento. Un cuento sofisticado que encierra un profundo homenaje hacia la narrativa que ha configurado nuestra manera de contar y entender las historias.  Un artefacto muy bien montado que utiliza con soltura esquemas de pensamiento clásico, reconocibles, pero sometiéndolos a un cuestionamiento tan incesante que los desmenuza, los pervierte y finalmente los agota. Por ejemplo el tango, ese pensamiento triste que se baila, se convierte aquí en un mecanismo iniciático que inaugura el tiempo del héroe y lo impulsa hacia adelante, hacia la transformación. Se puede escuchar perfectamente, en el modo de respirar del texto, ese fuelle del bandoneón que da oxigeno a la historia en todo momento. En este tango no vence la melancolía sino que es una fuerza generadora que atrae al amor en vez de llorar por él. Del mismo modo, su Ceniciento, rebelde y descreído, renuncia al éxito entendido como venganza y envía al mundo de los recuerdos desechados a esa especie de madrastra y hermanastras que le han tocado en desgracia. El olvido y salirse por la tangente como recurso. Y otro tanto su criatura Frankenstein, atormentado y solitario, pero que prefiere ser deforme a no tener forma.

            Tangomán tiene ese carácter depredador de las novelas actuales, que devoran todo lo que se pone en su camino dejando un cadáver casi pelado para el buitre-lector. Si quiere sacarle algo más a la historia debe roer el hueso y leer a varios niveles. En este caso, basta con seguir las indicaciones del autor. El referente más inmediato de Tangomán, declarado con reiteración a lo largo de la novela, es El hombre sin atributos, de Robert Musil, y eso dota al texto de una dolorosa tensión moral que enjuicia a la sociedad como generadora de un excedente de seres fracasados y sin rumbo cuya única alternativa es hacer de sí mismos una ficción. Se nota el poder del discurso contemporáneo para paralizar a los individuos, ofreciéndoles como meta la imagen del espejo en vez del sujeto que la proyecta. Por eso, en sus momentos más penosos, es cuando Tangomán se parece más a todos nosotros, instaurados en la queja y el lamento, paralizados, considerando que un pensamiento es un hecho, un sueño un acontecimiento, como panchovillas haciendo la revolución delante de la tele, y además con la disculpa de ser más feos que el demonio para odiar a todo cristo.  Tan débiles de carácter como hace cien años, a las puertas del nazismo, cuando Musil escribió El hombre sin atributos.

            Alguien dijo que los poetas nos indicarían el camino, y Kepa Murua sabe sacar a nuestro héroe del atolladero de pensamiento estéril y universalizar el mensaje para indicar una dirección. Su Hombre sin atributos no queda inconcluso sino que concluye en nosotros. Y se puede escarbar mucho más en esta novela, una tragicomedia casi cotidiana que nos plantea si debe existir una distancia entre la cara y la máscara, entre el ojo y la mirada, entre ser y estar, entre desear y querer, entre amar y eso que es lo contrario… Pero es mejor leerla, lo demás son teorías.

 


Publicado en Espacio Luke:

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miércoles, 27 de mayo de 2015

ESTE PAISAJE YA LO HAN QUEMADO MIS OJOS-Frontera de carne


Este paisaje ya lo han quemado mis ojos
cada molécula de su aire
ya pasó por mis pulmones varias veces,
no hay pensamiento aquí

que no haya sido ya pensado.

¿Qué hace el tiempo mientras tanto?
¿Qué cuenta lleva de la vida?

Cómo sabe cuándo
poner el punto final.


de Frontera de carne, pag. 97
Foto Paula Arranz

miércoles, 20 de mayo de 2015

PUTAS Y COCAÍNA-Revista Cantárida


 

            Las putas Son-son-Son de lo peor. / La Coca-Coca-ína es perjudicial. /    Si no tienes pro-piedad, /       si no tienes pro-piedad…

            Qué difícil es reproducir una canción por escrito, ¿verdad?  A mí me cuesta un montón, y eso que tengo muy buen oído, siempre me ha gustado cantar. Lo cierto es que recuerdo con mayor nitidez  las escenas de mi vida en las que alguien cantaba, y más si también cantaba yo. Como en aquella excursión de la clase de Moralidad, tendría yo seis años, acababa de dejar preescolar, en el colegio exclusivo Blas Balaguer.

            Recuerdo claramente a la payasa contratada, Chispa, tan alta que casi rozaba el techo del autobús, cantando con voz afinada esa canción: sus gestos explícitos, cómo se manoseaba los pechos escuetos cuando decía Puta, cómo esnifaba el aire a dos manos con una pajita gigante y luego ponía cara de loca acelerada. Y cómo coreábamos nosotros Si no tienes pro-piedad. Si no tienes pro-piedad… Eran malos tiempos, tiempos desesperados, a nuestros padres les preocupaba acabar en la cárcel  y el colegio nos mostraba la cruda realidad para pulir nuestro espíritu empresarial.

            El Circuito del Vicio era obligatorio, figuraba en el programa. Nos acompañaban cuatro monitoras, dos profesoras, y una psicóloga. Al llegar al recinto, la payasa Chispa le pasó el micrófono a la profe de Moralidad, que había cambiado su habitual traje azul oscuro por un  mono ceñido de cuero granate.  Nos habló con voz firme y a la vez misteriosa. Nos dijo que, a pesar de nuestra corta edad, era positivo que tuviéramos conocimiento de los elementos de perdición que podríamos encontrarnos en nuestro camino de personas adineradas, nuestros negocios futuros, tanto para evitarlos como para detectarlos en los demás y tomar cartas en el asunto. Puede que ahora no comprendiéramos bien todo lo que veíamos, pero era imprescindible dejar marcada en nuestra mente la impronta de moralidad que nos hiciera rechazar casi por instinto ciertas bajezas. Como las putas y la cocaína.

            La combinación letal de putas y cocaína había arrasado en la crisis de principios de siglo. Fue una epidemia, y para el tejido empresarial como la polilla. Desde los grandes responsables mundiales de la economía hasta el humilde ferretero de un pueblo, fueron muchos los que acabaron destrozando sus negocios, corrompiéndose, dilapidando el dinero público y privado en putas y cocaína. Hubo miles de detenciones, cayeron fortunas, imperios mediáticos. Daba grima verlos ante el juez  admitiendo cabizbajos que la culpa de todo la tenían, señoría, las Putas y la Cocaína.  Quizás por eso, en aquella época en el Blas Balaguer no había chicas, alumnas, pero el profesorado era  exclusivamente femenino.

            —Antes de que las autoridades admitieran la epidemia —dijo la profe de Moralidad— existían lugares como éste. Miles de metros cuadrados dedicados sólo al vicio. Aquí llegaban cada noche camiones de chicas, chicos, mujeres, hombres bronceados, de todas las razas y colores… hasta animales de compañía adiestrados para el sexo. En la entrada, para poder entrar, te obligaban a esnifar dos rayas de un tamaño estupefaciente y debías dejar insertada una tarjeta de crédito sin límite en una ranura con tu número asignado. Aquí se vivía a tope, se bebía el mejor champán francés, se comía el mejor caviar ruso, se hacían cosas sucias que no figuran ni en los mapas. El servicio médico y de atención al cliente tenía más recursos que muchos hospitales. Nadie moría de ataque al corazón, te bajaban y te subían cuantas veces hiciera falta. Todo el que tenía poder aspiraba a disfrutar, aunque sólo fuera una vez, de este paraíso en la tierra. En realidad era el infierno, como vais a ver a continuación.

            El autobús comenzó a circular a marcha  lenta por el laberinto del Circuito del Vicio. En los cristales, superpuestas a la realidad, se proyectaban escenas abyectas, de sexo y drogadicción. Algunos de mis compañeros ponían cara neutra, otros curiosa, otros desagradable y, los más precoces como yo, expectante e inquieta. La payasa Chispa lo comentaba todo, utilizando las expresiones más guarras que yo había oído en mi vida. Las profesoras, e incluso la psicóloga, se contoneaban por el pasillo, lujuriosas, haciendo que nos tocaban pero sin llegar a hacerlo. El chaval que estaba a mi lado se puso a llorar.  Pasamos junto al  Pabellón de los Degenerados y en las imágenes había chicas de nuestra edad, y un poco mayores, preciosas, desnudas, bailando provocativas para unos tipos salidos con un rastro de cocaína que les bajaban desde la nariz hasta la barbilla. Daban lástima pero, por algún misterio de la naturaleza, cinco chicos y yo tuvimos una erección pronunciada. Con grandes aspavientos, la payasa Chispa nos señaló uno a uno y la profe de Moralidad nos sacó al pasillo, para que todos se rieran de nosotros. No nos dejó cubrirnos, al contrario. Nos obligó a poner las manos detrás la espalda y, con una fusta de cuero rojo, nos bajó la erección a latigazos. ¡Dios, cómo dolía!

            Fueron las dos horas más amargas de mi infancia, pero estoy agradecido por haber recibido esa educación de élite, forjada en el dolor que todo líder debe asumir. A veces, sobre todo al atardecer, cuando veo a los trabajadores de mi empresa subir a los coches que les llevan a sus hogares confortables, cuando vacían al fin el aparcamiento y me quedo solo en mi despacho enorme, que ilumina como un faro de progreso la ciudad, me sirvo un vaso de agua pura de Alaska y tarareo aquella canción: Si no tienes pro-piedad, si no tienes pro-piedad. Entonces tengo una erección dolorosa, pero la contengo, y la subo y la bajo a voluntad, como me enseñaron, porque soy un empresario moderno, preparado, invulnerable.

 

publicado en Revista Cantárida
Foto Paula Arranz

sábado, 16 de mayo de 2015

COMO UN NECIO-Frontera de carne


                               Como un necio que ve caer
                               sobre su sombra la sombra
                               del árbol que cae,
                               le doy cuerda
                               al tiempo.



de Frontera de carne, pag. 101
Foto Paula Arranz

viernes, 8 de mayo de 2015

EL POZO SÉPTICO-Novela corta

 
                                                  EL POZO SÉPTICO
                                                  Novela
                                                  98 páginas
                                                  12 €
                                                  Ediciones Oblicuas
                                                  Mayo 2015
 
Un hombre de mediana edad, consumido por su irremediable adicción al alcohol y por la miseria de una vida destrozada, se encamina en busca de trabajo a Lejona, en la provincia de Vizcaya. Allí consigue emplearse de peón de albañil en una obra que está a punto de concluir; su primer encargo será barrer el interior de un pozo séptico. Cuando parece que la vida le da una oportunidad, el alcohol vuelve a entrometerse en su camino con consecuencias desastrosas.
 
El pozo séptico es una novela corta que comienza como una fábula moral con toques de humor y que culmina en unas páginas finales de profunda reflexión existencial. Una narración ágil que puede ser disfrutada tanto por un público joven como adulto.
 
 
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miércoles, 6 de mayo de 2015

HAY VOCES DE CARNE EN LA NOCHE-Frontera de carne


Hay voces de carne en la noche
pastosa y quemada de vino
amargo. Le doy fuego al orujo
de mi piel y me paseo incendiado
por los salones oscuros. Nadie
observa las llamaradas de mis ojos.
El grito mudo a punto de nacer
queda suspendido en su dolor.
Corro veloz por la planicie desolada
con los brazos en alto
esperando el consuelo de mutar
en rescoldo, al menos,
algo más que ceniza apagada y fría
que espera por mi soplo de viento
para desaparecer en polvo.



de Frontera de carne, pag. 81
Foto Paula Arranz

sábado, 2 de mayo de 2015

CALIFICAN LOS ESTORNINOS-Frontera de carne


Califican los estorninos el cielo
oscuro, como plaga de insectos que
atesora un orden depredador. Devoran
la luz, evolucionan, incansables
hasta cerrar las clorofilas de los
girasoles. Todo muere, de un
momento a otro. El árbol sin
sombra se calcina imposible.
Se suspende el aire.
Se evapora el agua. Cuando los
pájaros desciendan sobre la tierra
yerta, una brizna de sol
se alzará sobre las esferas
desmintiendo el mal presagio
de las horas.



de Frontera de carne, pag. 75
Arte Activo Ediciones 2015