viernes, 30 de diciembre de 2016

NO ARROJAR BASURA A LA MAR en ELDIARIO.ES Cantabria



No arrojar basura a la mar


En Navidad se pone uno más blandito de lo normal y busca algo amable que contar, sobre todo en un año tan retorcido como este, quizá para simular que no ha pasado nada o que no es tan grave como parece: los refugiados sin refugio, el Brexit, Rajoy incorrupto, el pato Donald y su plutocracia…

Esto sucedió a principios de otoño, en el embarcadero del Paseo Marítimo, al atardecer, cuando medio centenar de personas esperábamos la última lancha para cruzar la bahía. Era sábado, había hecho un día preciso pero ahora hacía fresquito, rascaba un poco, y la mayoría enredábamos con los jerséis para no resfriarnos durante el trayecto. Una niña pequeña, que intentaba meterse la manga de una chaquetilla, le dejó un momento la pelota a su hermano, menor que ella, le costaba mantenerse en pie, y en vez de sujetarla el niño la cogió con las dos manos y de la misma la soltó. La pelota pegó un par de botes y se fue rodando por el muelle hasta caer al mar.

Automáticamente la niña echó a correr, tendría unos cuatro años. Allí no hay barandilla, así que varios adultos nos lanzamos tras ella, mientras la madre agarraba al niño, que intentaba seguir a su hermana. La cogimos por los pelos, literalmente: una señora la enganchó por la coleta y yo por el cuello de la chaquetilla. No se resistió. Una vez controlada, nos asomamos todos al borde. La pelota de tenis verde estaba allí abajo, tan tranquila, meciéndose en las olas, la mar un poco revuelta.

Fueron tres segundos, no más. En el primero ella se lamentó por la pelota, en el segundo miró nuestras caras y supo que no íbamos a hacer nada, y en el tercero soltó un chillido tan agudo que retrocedimos, sorprendidos. ¡Qué chorro de voz, qué barbaridad, qué poderío! Se pasó tanto de decibelios que nos echamos a reír. Ella se enfadó mucho, claro, y golpeó el suelo con el zapato y puso cara de sois todos unos idiotas y declaró: “Es mi pelota. Mía”.

A continuación se puso a llorar con mucho sentimiento. No con lágrimas de niño caprichoso actual sino más hondo, como si su relación con la pelota fuera estrecha y significativa. Esa conexión peculiar que solo los críos y los perros tienen con su pelota. Su madre vino a consolarla: “No te preocupes, tienes muchas más, cuando lleguemos a casa…”. Ella la interrumpió: “Sí, pero… es mi pelota preferida. La mejor”. A la madre no le convenció ese argumento, quizá muy trillado: “Pues entonces haberla cuidado mejor…” La niña miró a su hermano, estuvo a punto de decir que la culpa había sido de él, pero no quiso delatarlo y rompió a llorar de nuevo, ahora a voz en grito, como si estrenara pulmones.

El gesto noble de la niña nos llamó la atención a todos. La vida está demasiado mal para pasar por alto algo así, de modo que una chica mencionó un palo, otro dijo un gancho y yo mismo dije ‘un bichero’. El hombre que estaba a mi lado sabía dónde había uno, allí mismo, al otro lado del Palacete. Él y yo fuimos juntos hasta donde estaba amarrada la zódiac de Salvamento Marítimo y les pedimos prestado su bichero. Desde allí se oía llorar a la niña, menudo futuro como soprano, pero les dijimos que era muy maja y que se lo merecía y se pusieron en marcha sin pensárselo dos veces.

Nosotros volvimos al embarcadero. Para entonces la niña ya había congregado a su alrededor a una pequeña multitud. Todos le decían cosas agradables a ver si dejaba de llorar, pero ella señalaba hacia el agua, inconsolable. Llegamos a su lado y le explicamos que todo estaba solucionado: “Hemos traído ayuda. Mira. Ahí llegan.” Le señalamos la zódiac, que entraba en esos momentos en la dársena, y ella paró inmediatamente de llorar. Aquello era más grande que su pelota, había que verlo todo, y se limpió los ojos con las mangas de la chaquetilla, a dos manos.

Los de Salvamento Marítimo estuvieron muy profesionales y simpáticos. No usaron el bichero sino una pértiga con red, y podían haber cogido la pelota a la primera, pero hicieron un poco de teatro para la niña y la dejaron escapar varias veces antes de atraparla. Nosotros, por supuesto, de público entregado, jaleándoles: “¡Uuuuiiii”, y cuando la cogieron les dimos un fuerte aplauso.

La pelota se la entregaron a un hombre en la parte baja de la rampa y luego pasó de mano en mano hasta llegar a las de la niña, como una ofrenda. Ella se la llevó al pecho y dijo gracias, muy bajito. Su madre le indicó que también a los hombres de la zódiac y entonces lo dijo más alto y más largo, sonriéndoles: “Muchas gracias”. Estaba un poco avergonzada por la que acababa de montar.

La escena finalizó con la llegada de la lancha. Uno a uno fuimos embarcando, entre sonrisas y comentarios agradables. Todos coincidíamos en que eso, eso precisamente, es un servicio público. Había sido tan bonito que daban ganas de sacar conclusiones. No lo hicimos, al menos yo no lo hice, porque en la cabina de la lancha pone: “Prohibido arrojar basura a la mar”.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

MENSAJES PARALIZANTES en ELDIARIO.ES Cantabria




Mensajes paralizantes


Al principio del documental de Leonardo DiCaprio sobre el cambio climático, Before the Flood (Antes del Diluvio), aparece un viejo esquimal explicando gráficamente que su mundo se acaba porque el hielo antes era azul y sólido mientras que ahora es blanco y quebradizo, como un ‘helado de heladería’. Sorprende la comparación, y que haya heladerías en el Polo, motivo de muchos chistes de emprendedores, pero lo que sobrecoge de verdad es la impotencia que manifiesta ese hombre ante un fenómeno que por su magnitud considera natural, como si se tratara de un volcán, un terremoto, o cualquier otra catástrofe. El Polo se derrite, es lo que hay, no tiene solución. Aunque la culpa sea del género humano. Y ese mismo sentimiento derrotista se extiende a lo largo de todo el documental.

Es evidente que al titularlo ‘Antes del Diluvio’ sus realizadores están dando por supuesto que habrá una inundación de proporciones bíblicas que arrasará con la vida humana tal como la conocemos, algo bastante alarmista y profético que resulta contraproducente para la idea que se pretende difundir. De entrada admite como premisa la inevitabilidad, que va a suceder hagamos lo que hagamos, lo que desvía la mirada del necesario análisis de las causas que lo provocan y lo centra en la previsión aventurada de las consecuencias. En otras palabras, malgastas tu energía preparándote para un futuro que quizá no suceda cuando deberías utilizarla para intentar evitarlo ahora mismo. Conscientes de ello, y con gran acierto, para el mundo hispano el documental lleva un título más esperanzador: Antes que sea tarde. El primero denota esa resignación de raíz religiosa tan americana, el documental lo es y muy crítico con el estilo de vida de su país, mientras que el segundo está llamando a la acción inmediata. Analizar y actuar frente a observar y lamentarse.

Recientemente Zygmunt Bauman nos recordaba que la imagen deprimente de la realidad no debe suplantar a la realidad misma, llena de posibilidades. Lo decía durante la presentación de otro documental, In the same boat (En el mismo barco), donde la crítica razonada de la situación actual no se utiliza para exacerbar el ánimo sino para generar soluciones. Bauman se refiere a la comodidad del pensamiento distópico, a lo fácil que resulta ponerse en lo peor y renunciar a intentarlo. Hay que tener cuidado con los mensajes paralizantes. El futuro puede ser algo que se nos viene encima o algo que diseñamos desde el presente, sin miedo. Cuando te pones en marcha averiguas que cada problema tiene al menos dos soluciones, y ninguna de ellas consiste en no hacer nada. El movimiento es necesario para un buen enfoque. 

Sin restarle valor a Before the Flood, que ejerce a la perfección su papel de concienciador apocalíptico, algo necesario en una sociedad cada vez más infantilizada a la que todo le resbala, hay que reprocharle que caiga en la trampa de elevar la acción humana a la categoría de catástrofe natural, algo muy conveniente para los cínicos que llaman progreso a la avaricia y controlan nuestro mundo, desde las finanzas hasta la distorsión del discurso común. O sea: ‘la vida es así, no la he inventado yo’. El caso es que la responsabilidad última sea de la Naturaleza, como antes fue capricho de Dios o voluntad de Alá. Nadie a quien podamos llevar a los tribunales, nadie a quien reclamar. Acatamiento ciego de una realidad nefasta, igual que rendirse al Destino. La nueva Edad Media.

El sistema democrático en que vivimos está en la actualidad tan pervertido por el capitalismo que resulta irreconocible. No solo se ha perdido la esencia, sino que se atribuye al dinero la capacidad de igualador, equilibrador y juez supremo de la vida, cuando se suponía que era nuestra humanidad el factor determinante y decisorio. De este modo, cualquier proceso mental que incluya la solidaridad y la preocupación por los demás o por el planeta se envía directamente al archivo de causas perdidas y de ahí al olvido. Se trata de convencernos de que somos solo supervivientes y crear un mundo solo para supervivientes. Ese ‘precariado’ que dice Bauman, con personas tan angustiadas por el día a día que no se puedan permitir el lujo de pensar en el futuro. Y mucho menos en que se derrite el Polo.


Para bajar de la teoría al suelo, porque es un hecho que vamos todos en el mismo barco, es justo recordar que estamos en diciembre, hace frío, hará más, hay gente sin calefacción, sin comida, y sin embargo no hay un Plan de Emergencia Nacional antepuesto a todo, que tenga preferencia absoluta, que es para hoy. Al parecer la mayor urgencia de este país es delimitar el territorio ideológico que debe ocupar cada partido político, no sea que a la hora de repartir dividendos no se reconozcan entre los socios. Qué poca vergüenza. Cuatro años más de hundimiento programado. La escasa humanidad que nos queda tiene menos consistencia que la escarcha. Si este país fuera una placa de hielo el crujido no nos dejaría dormir. En plan optimista, digo.