lunes, 24 de julio de 2017

MUJER CON PATATAS FRITAS en ELDIARIO.ES Cantabria


Mujer con patatas fritas



En su momento leí ‘El cuento de la criada’ de Margaret Atwood y no me impresionó tanto como lo está haciendo la serie de televisión, supervisada por la propia autora, lo cual es una garantía, quizá porque en 1985 me faltaba perspectiva para valorar las consecuencias catastróficas de una involución en materia de derechos de la mujer. Lo que entonces era una lucha solitaria, ‘la causa’ de una parte de la sociedad, en tres décadas se ha convertido en una reivindicación colectiva e irrenunciable, algo en lo que todos como grupo nos jugamos el futuro. Ahora ya sabemos que nada será posible, no habrá porvenir si las mujeres y los hombres no vamos a la par, juntos, como iguales. Y ojalá esto sea una obviedad.

En 1989 se hizo una versión cinematográfica de la misma novela, dirigida por Volker Schlöndorff, con Natasha Richardson, y vista ahora resulta incomprensiblemente machista. No solo por la elección de una protagonista tan atractiva que utilizaba sus encantos para dominar la situación desde el principio, sino por una secundaria tan poderosa como Faye Dunaway, que en modo alguno podía hacer de mujer sumisa y consentida. El gran acierto de la serie de televisión ha sido Elisabeth Moss, cuyo aspecto de mujer normal que destaca por su inteligencia permite una correcta identificación del espectador, sin despistes maniqueos. Juega en su favor la duración, casi diez horas solo la primera temporada, pero sobre todo el aire de perplejidad mezclado con horror que no conseguía tener la película.

Perplejidad y horror son precisamente los sentimientos que manifestamos hoy en día ante el machismo, el tipo de terrorismo más extendido en el planeta, reservando el primero para occidente y el segundo para el resto del mundo. Tanto el discurso de Emma Watson en la ONU en 2014, como las recientes declaraciones de Emilia Clarke a raíz de la discriminación sexista en Hollywood, ponen de manifiesto su profunda extrañeza ante un problema que ellas pensaban superado. Ninguna de las dos ‘se puede creer’ que la situación continúe en un estado tan lamentable, tan patético. El lugar de privilegio que ambas ocupan nubla su percepción de la realidad, que ha evolucionado mucho menos de lo deseable. El creciente obituario femenino por causa de los malos tratos en un claro exponente. Y eso que hablamos del occidente presuntamente civilizado.

En el lado del horror sobran ejemplos y basta con ver ‘La mujer del animal’ de Víctor Gaviria (2016) para estremecerse como en la más espantosa película de miedo. Aunque los hechos que recoge son de 1985 en un barrio de chabolas de Medellín, en buena parte del mundo ésa sigue siendo la realidad diaria de muchas mujeres, tratada como carne para los lobos. Las constantes violaciones en la India, los apedreamientos en países árabes, la ablación que se sigue practicando en África (y puede en que en la ciudad más próxima, Santander, Bilbao, unos inmigrantes se lo estén  haciendo a una niña en estos momentos, con el consentimiento y el amparo de su comunidad), son una muestra de que en ciertas cuestiones no andamos lejos de la Edad Media. La religión, todas las religiones, son responsables de ello. Y el poder rancio, que vive más tranquilo si la mitad de la población sigue enfrentada a la otra mitad.

En cualquier caso es una responsabilidad de los países más desarrollados instaurar las pautas que permitan solucionar el problema para aplicarlo a los demás, y estamos todavía muy lejos de tener encarrilado el tema. Basta fijarse en cómo se revuelven muchos hombrecitos cada vez que se cuestionan sus injustos privilegios, cómo ladran los articulistas cipotudos o las barbaridades que sigue diciendo Trump sin que nadie lo lleve a los tribunales. Además el ámbito público y privado no coinciden, hay demasiados hombres que aparentan ser civilizados cara a la galería pero en su casa son unas malas bestias, y mujeres que afirman que nunca se dejarían pisar hasta que se encuentran sangrando en un rincón de la cocina.  La teoría, como es habitual, va muy por delante de la práctica. Admitir que seguimos siendo una sociedad machista es más positivo que negarlo, con vistas a implementar soluciones reales, porque bajar la guardia es muy peligroso. Los tiempos del mono empalmado y violento deben pasar a la historia.

En este sentido conviene ver la película israelí ‘Bar Bahar’ de Maysaloun Hamoud, donde tres mujeres palestinas que viven juntas en un apartamento de Tel Aviv tienen que enfrentarse a las contradicciones entre la vida moderna y la tradición. Es una película sencilla, llena de sutilezas, que desenmascara con eficacia el cinismo de una sociedad incapaz de cambiar y evolucionar hacia un futuro más justo para todos. Porque de eso se trata, de comprender que nuestras tradiciones se asientan sobre la injusticia, la desigualdad y el inmovilismo, como ciénagas donde el agua se corrompe por falta de movimiento.

Un futuro que imita al presente no es futuro, no contiene esperanza. Aunque nos crispe los nervios, no podemos dejar pasar ni una, como han hecho en Pamplona durante los Sanfermines. La alerta debe ser permanente, nos jugamos demasiado. Hay que actuar con la contundencia de aquel intelectual que respondió indignado a la pregunta, cuando todavía se preguntaban esas majaderías: “¿Cómo le gustan a usted las mujeres?”, con una respuesta de ironía brutal: “Con patatas fritas, por supuesto”.


                                                                       

martes, 18 de julio de 2017

SEBASTIÃO Y LA SAL en ELDIARIO.ES Cantabria



Sebastião y la sal



Sebastião Salgado tuvo siete hijas y un hijo al que puso su nombre. Tenía una hacienda en Aimorés, Minas Gerais, Brasil. Para proporcionar una buena educación a su prole cortó los árboles de su propiedad y se centró en el ganado vacuno. A los 15 años el joven Sebastião se marchó a Vitória, capital provincial, a cursar el bachillerato. Por consejo paterno, comenzó a orientar sus estudios hacia la economía. El país vivía en una brutal dictadura, participó en las protestas estudiantiles y en 1969 se fue con su joven esposa Lélia Wanick a París.

Lélia estudiaba arquitectura y un día compró una cámara de fotos. Sebastião se apropió de ella, comenzó a registrarlo todo. Poco después se trasladaron a Londres, él trabajó para la Organización Internacional del Café y lo enviaron a África, donde sufrió un gran impacto humanitario. Sus primeras fotos proceden de Tahova, Níger, que estaba sufriendo la hambruna de la sequía de 1973. Al regresar, el matrimonio decidió que Sebastião se dedicaría por entero a la fotografía, despreciando una prometedora carrera como economista.  En 1974 nació su hijo Juliano.

El primer gran proyecto de Sebastião Salgado fue ‘Otras américas’ (1977-1984). Eran los tiempos de la Teología de la Liberación. Visitó Ecuador, Bolivia, México… y también Brasil, que había abandonado diez años antes y donde acababa de caer la dictadura. Conoció así el nordeste de su país, lugar paupérrimo donde la mortalidad infantil y el movimiento de los Campesinos sin Tierra le sensibilizaron para ofrecernos fotos tan impactantes como la ‘tienda de alquiler de ataúdes’. La tierra devastada y la pobreza comenzaron a ser su tema central. El reportaje de las minas de oro de Sierra Pelada, donde 50.000 hombres trabajan como hormigas, le hizo famoso como fotógrafo de la conciencia social.

Abandonó de nuevo Brasil y se trasladó al Sáhel, para llamar la atención del mundo sobre el reparto global de la riqueza. Etiopía estaba padeciendo una sequía feroz, pero había alimentos para solucionarlo y el gobierno, en vez de distribuirlos, ametrallaba desde los helicópteros a la población que huía hacia Sudán. Cólera, deshidratación, diarrea y muerte. Lo tituló ‘El final del camino’, 1984-86, y en Mali registró las espantosas fotos de ‘las personas con la piel de corteza de árbol’. Sebastião Salgado no era consciente de que todo ese dolor transmitido estaba afectándole.

Entre 1986 y 1991, quiso cambiar de registro y visitó treinta países para hacer un homenaje a los constructores del mundo, la arqueología de la era industrial. ‘Workers’ le llevó entre otros a la URSS, Bangladesh, Sicilia, y terminó en Kuwait, después de la primera guerra del Golfo, cuando Saddam Hussein incendió en su huida los pozos de petróleo. Allí se unió a bomberos de todo el planeta en una noche permanente, rodeado de fuego y explosiones que lo dejaron medio sordo. El Salgado economista y el artista se fusionaron para comprender que el oro negro era el germen del mal. Sus fotos de ‘caballos desnutridos en el paraíso’, encontrados en un vergel árabe cuando ya abandonaba la zona, le “partieron el corazón”.

Su agonía comenzó dos años más tarde y duraría hasta 1999. Fue ‘Exodus’, que registraba los desplazamientos masivos de poblaciones africanas. Europa ya estaba cerrando sus fronteras y en 1994 el avión del presidente de Ruanda fue abatido en Tanzania. Salgado fue uno de los primeros en llegar. La represión contra los tutsis era de un salvajismo nunca visto. Un genocidio atroz. Hizo el camino inverso al de la población que huía y durante 150 kilómetros solo encontró en las cunetas cadáveres destrozados, despedazados a machetazos. Regresó al campamento de refugiados: “El infierno se instaló en la sabana. En pocos días había allí  un millón de personas. El odio es contagioso. Somos un animal terrible, nosotros, los humanos.”

Sin embargo, el ejército asesino de los hutus fue derrotado y entonces fueron ellos los que tuvieron que huir de la venganza de los tutsis. Se retiraron a la región de Goma, en el Congo. Dos millones de personas se hacinaron en un campamento gigantesco y enfermizo. Cada día morían entre 12.000 y 15.000 personas víctimas del cólera. Se las enterraba de mala manera a golpe de excavadora. “Cuando salí de allí mi cuerpo estaba enfermo. Mi alma estaba enferma.” Pero lo peor aún estaba por llegar. Un año más tarde las Naciones Unidas obligaron a los hutus a regresar a Ruanda. Algunos se negaron y 250.000 desaparecieron en la selva. Cuando Salgado fue a fotografiarlos, ya solo quedaban 40.000, famélicos y completamente locos. La guerrilla congoleña se hizo cargo de ellos, los asesinó.

“Ya no creía en nada. No creía en la salvación de la especie humana. No podíamos sobrevivir a tal cosa. No merecíamos vivir más. Nadie merecía vivir.”

Sebastião Salgado estaba destrozado. Decidió no sacar ni una foto más y dejar de ser testigo de la horrible condición humana. Regresó a Brasil para hacerse cargo de la hacienda de su padre. Como si fuera el reflejo de su alma, tenía ante sus ojos 600 hectáreas de tierra yerma, esquilmada. No sabía qué hacer. No quería hacer nada. Tuvo que ser su mujer, Lélia Wanick, que siempre se encargó de sus exposiciones y de mantener unida a la familia, la que propuso una solución insólita, insensata, irrealizable. Regresarían a la infancia de Sebastião, cuando en aquel lugar había un paraíso de plantas y arroyos. Volverían a empezar para recuperar la esperanza.

Así nació el Instituto Terra, un proyecto revolucionario que apostaba por la recuperación de la naturaleza y de la Mata Atlántica. Plantaron 150 especies autóctonas. Al principio se perdía el 60%, luego el 40, hasta que se produjo el milagro. En diez años, ayudados por voluntarios, en ese lugar estéril aplastado por las pezuñas de las vacas trasplantaron 2,5 millones de árboles. Un prodigio. Hoy en día ese sitio tan hermoso ya no es propiedad de la familia Salgado, es un parque nacional que pertenece a todo el mundo. Un ejemplo a seguir.

De este modo, Sebastião Salgado recuperó la fe y volvió sacar fotos. Ya no quería denunciar la barbarie humana sino hacer un homenaje al planeta. El proyecto ‘Génesis’ (2004-2013) pretendía retratar paisajes, animales y gentes que vivían como al principio de los tiempos. Comenzó en las Galápagos, siguiendo los pasos de Darwin, luego se unió a los Nenets que viven con sus renos en Siberia, más tarde a la tribu Zo’e de la Amazonía. Durante buena parte de este viaje le acompañaban su hijo Juliano y el cineasta Wim Wenders, que juntos realizaron ‘La sal de la Tierra’ (2014), el documental sobre la vida y resurrección de Sebastião Salgado que he resumido en este artículo. 

“Si la sal de la tierra se desala, ¿quién la salará?” (Mateo 5:13) Salgado en castellano significa ‘salado’. ‘Génesis’ permanecerá en la Plaza Porticada de Santander hasta el 15 de julio.