lunes, 12 de junio de 2023

COMENTARIO de Miguel Ángel Moreta-Lara sobre ENTRE LA MULTITUD Y EL AGUA

 

"Entre la multitud y el agua".

Francisco Taboada ha vuelto a hacerlo. Hace tres años nos entregó diez relatos soberbios en "Gerónimo de los paracaidistas" (El Desvelo, 2019) y ahora, sin desmejorar esas piezas, pero con idénticas finura y calidad, presenta "Entre la multitud y el agua" (El Desvelo, 2022), cinco muestras singulares de su pericia narrativa.

La escritura de Taboada ilumina, como fogonazos sobre la oscuridad, parcelas de la realidad difícilmente alcanzables a la mirada diurna, anulada por la pegajosa cotidianeidad. El autor consigue darle, como a un calcetín, la vuelta a lo real para mostrar la abrumadora pesadilla que oculta nuestro entorno. No se trata de suscitar -o crear- lo maravilloso en lo real (ese arte de birlibirloque tan usado en las literaturas hispánicas) sino de hacer ver que lo raro, lo increíble es la realidad misma (algo así vino a afirmar en un memorable ensayo el gran Alejo Carpentier o, al menos, así lo recuerda uno).

Taboada entra a saco con unos personajes que tratan de sobrevivir al agobio de una soledad aplastante, de la que no pueden huir. Personajes tiernos como el trío formado por dos adolescentes y su perro, misteriosos como la mujer que regresa a su vida anterior, crueles como la joven pareja que habita en la telerrealidad de un escaparate, duros como la horda de unos cachorros de internado o hilarantes como el matrimonio de filólogo y bióloga. Los espacios cerrados en que se desenvuelven muchas de estas historias son metáforas de la cárcel existencial. El mundo, sin embargo, es ancho y ajeno, “un páramo enorme y deshabitado”, o está “en medio de la vasta inmensidad”. En una andanada contra el mundo virtual, una mujer constata que “la intimidad había muerto, que la imagen había sustituido a la presencia, que cada cual era policía de sí mismo […], como si fuera ilegal ocultarse”. Otro odioso personaje esgrime un casuismo típicamente jesuítico: “Sabiendo que hago el mal, controlo el mal […] Un acto malo no convierte a una persona en mala, solo en imperfecta”. Son algunas voces que utiliza el autor para ajustar cuentas con la intransitable realidad.

El escalpelo del narrador se afila con la retranca y la ironía, a veces el humor, que dosifica sabiamente Taboada. Un ejemplo es el del profesor universitario del último relato que se recluye en un remedo de celda (igual a la de San Juan, donde escribió el "Cántico espiritual") en el jardín de su chalet durante dos meses para dar a luz -cual Pierre Menard- el mero poemario. Incluso ha apalabrado la edición del libro, que se titulará "San Juan de la Cruz en una caseta de Leroy Merlin".

“Cada uno de nosotros somos el cuento que nos contamos”, dice un personaje de Taboada en este pequeño gran libro.

 

 

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