lunes, 29 de mayo de 2017

TEMPORADA DE PATOS, TEMPORADA DE CONEJOS en ELDIARIO.ES Cantabria



Temporada de patos, temporada de conejos


Cuando yo era niño tuve un amigo socialdemócrata. Después de la escuela, nos arrojaban a los dos a la calle con un trozo de pan y una onza de chocolate, no daba para más. Él llevaba el pan en una mano y la onza en la otra, yo enterraba la onza en el pan. Él dosificaba el chocolate y le daba pequeños mordiscos, yo comía el pan en seco y esperaba con emoción la llegada del mordisco que incluía chocolate. La diferencia entre nuestras caras es que la suya era serena, equilibrada, mientras que la mía ostentaba unos ojos deslumbrados, ansiosos, ilusionados.

Esto sucedía a mediados del siglo pasado, en plena dictadura, y éramos tan pequeños que no teníamos ni pensamiento propio. Cuando íbamos a jugar, a mi amigo su madre siempre le decía “no te hagas mucho daño” mientras que a mí me decían “diviértete, pásalo bien”. Vivíamos en un barrio obrero, soñábamos con neveras llenas de comida y con el futuro, aunque no sabíamos lo que eso significaba. Todo era presente inmediato y había que sacarle rendimiento a la infancia. Regresar a casa ilesos era un deshonor, en la mía no te daban de cenar si no estabas herido; en la suya sí.

Recuerdo en particular una tarde en que fuimos a unas casas abandonadas. Para entrar había que encaramarse a un muro muy alto y desde éste saltar al borde de otro muro. La distancia era considerable, la hostia segura. Éramos nueve chavales. Mi amigo dijo que no iba a saltar, que no quería hacerse sangre, y le mandamos a la mierda porque la gracia estaba precisamente en sangrar. Uno a uno volamos por el aire, lo logramos, pero con el resultado de un labio partido, dos codos desgarrados y en general las rodillas hechas polvo, las mías por ejemplo, con regueros de sangre hasta los tobillos. Cuando regresamos al barrio, machacados como héroes milenarios, mi amigo nos estaba esperando, impoluto y bien peinado. Los otros le despreciaron, pero yo le acompañé hasta su portal y, para mi sorpresa, antes de entrar se despeinó y se tiró al suelo rodando como una croqueta hasta quedar presentable. Entonces supe que era socialdemócrata, aunque todavía no conocía esa palabra.

Años después dejamos de tener relación, la dictadura comenzó a venirse abajo y muchos del barrio nos metimos en la izquierda natural, por simple genética. Alfonso, sin embargo, se dejaba ver por ahí en alguna asamblea pero sin ganas de comprometerse en nada. Luego oímos decir que andaba con los socialistas, que entre nosotros tenían muy mala fama. Cuando Felipe González renunció al marxismo, me dijeron que Alfonso empezaba a destacar entre la militancia. Y le perdí la pista.

Nos encontramos por casualidad el sábado pasado en Aranda de Duero. Nosotros íbamos en un pequeño autobús alquilado a la concentración de la Puerta del Sol. Uno de la cuadrilla me lo señaló y fui a saludarle. Después del preceptivo ‘cómo te va la vida, la pareja, los hijos’, me comentó que era compromisario socialista y que iba a Madrid a la votación del Secretario General. Le felicité por el cargo, soy de buen talante, pero él me miró con el desdén y la soberbia característicos de los suyos y me espetó: “Ya te vale, con los podemitas, a tu edad…” No le dije nada, me quedé cortado. Lo peor es que añadió: “Nosotros, los de la izquierda, vamos a impedir que sigáis haciendo el payaso. Sois una vergüenza.”

No voy a describir la mirada que le eché, el equivalente a mandarle a la mierda cuando de niño no quiso saltar el muro. Su poca educación me recordó a la bancada del PP, gente sin capacidad alguna para el diálogo. Le deseé buena suerte en la votación y me fui con los míos. Mas tarde, en el autobús, comenté el encuentro con mi compañero de asiento, uno de la cuadrilla de siempre. Le escandalizó que Alfonso se considerara de izquierdas y dijo: “Para ser de izquierdas hay que aceptar riesgos y ése no se ha arriesgado en su puta vida”. Luego se burló de él: “¿Te lo imaginas detrás de un micrófono?: Compañeras, compañeros, mascotas y toros de la dehesa, he venido a pedir vuestro voto para hacer con él lo que le dé la gana al Ibex 35… Sociata de los huevos…”.

Le reí la gracia, pero se me quedó en la cara un gesto amargo. ‘Qué pena’, pensé. Y justo en ese momento, alguien del autobús propuso ponerles una de dibujos animados a los críos, que llevábamos media docena de chavalines bastante aburridos con el viaje. El conductor puso una vieja cinta de Merrie Melodies, ésa en la que Bugs Bunny y el Pato Lucas intentan engañar a Elmer, que hace de cazador, alternando carteles que ponen: ‘Temporada de patos, temporada de conejos’. Todos la recordábamos y aplaudimos al final cuando Elmer reconoce que a él le da igual patos o conejos, que solo caza para divertirse porque en realidad es vegetariano. Alguien dijo: “Elmer es del PP, así que temporada de Elmer”.

Luego los kilómetros fueron pasando por esa España vacía y ya cerca de Madrid repasamos nuestras aportaciones para la concentración de Sol. La más votada fue: ‘La calle es mi institución y el móvil es mi urna’. Nada más llegar compraríamos unos palos, un plástico grande y rotuladores. Nos rascamos el bolsillo y pusimos un escote.

viernes, 12 de mayo de 2017

EL HOMBRE QUE MATÓ A MARIANO RAJOY en ELDIARIO.ES Cantabria


El hombre que mató a Mariano Rajoy


Como en ‘El hombre que mató a Liberty Valance’, de John Ford, la política española se ha convertido en una disparatada película del oeste donde el latrocinio es el protagonista indiscutible y cada día nos sorprende con nuevos y más descarados chanchullos hasta el punto de plantearnos si gobernar es sinónimo de delinquir.  El PP lleva demasiado tiempo pasándose de la raya pero sigue gobernando con la ayuda de otros partidos cómplices y España se parece cada vez más al pueblo de la peli, Shinbone, que significa tibia, y dos tibias cruzadas son una bandera pirata. Veamos el reparto de papeles.

Mariano Rajoy es como Liberty Valance (Lee Marvin), ese forajido que va con sus ladrones malencarados robando a todo el mundo y aterrorizando al pueblo con el lema cutre: ‘La vida es así, no la he inventado yo’. Representa al mundo incivilizado, inmovilista, el de los ganaderos desaprensivos que quieren un territorio franco para hacer lo que les venga en gana, como siempre se ha hecho. Es el malo de la peli.

Pablo Iglesias es el abogado-friegaplatos Random Stoddard  (James Stewart), cuyo único objetivo es traer la civilización a una tierra salvaje donde rige la ley del más fuerte, la ley del revólver, y reina el miedo y el analfabetismo. Representa la cordura, la sensatez, la justicia, en fin, el idealismo. El bueno de la peli.

Pedro-Susana-Patxi, o triceversa, son el criador de caballos Tom Doniphon (John Wayne, al que nosotros de críos llamábamos Juan Vainas, y viene a cuento). Representa la valentía, el coraje, ya que es el único capaz de plantarle cara a Liberty, pero tiene el inconveniente de que acepta el statu quo como un mal menor: le gustaría que las cosas cambiaran pero ya se ha resignado a que no sea así. En la peli es el amigo del bueno y los dos se disputan a la chica.

La chica es la Señorita Hallie (Vera Miles), camarera guapa, amable, acogedora, como una madre para todo el mundo, pero ingenua y analfabeta. Representa a la democracia, al futuro, a la esperanza de la clase humilde que sueña con librarse de la injusticia ancestral. Comprende, como nosotros, que los ricos existen para que sepamos quién nos roba, pero cree que todo tiene un límite y sobrepasarlo merece una respuesta. No puede hacer nada porque el pueblo acata la sinrazón de tipos como Liberty Valance. Los numerosos votantes de Rajoy, para entendernos.

El quinto personaje es el periodista Dutton Peabody (Edmond O’Brian), borrachín pero honesto, convencido de la necesidad de informar al pueblo para no mantenerlo en la ignorancia. Representa la libertad de expresión. 

Todo esto lo sabemos en los primeros minutos de la película y digamos que la acción comienza con un reto a duelo entre el bueno y el malo (véase Moción de censura). El bueno acepta, es algo insensato, suicida, propio de un payaso que va a conseguir que lo maten. Así sucede en la peli y así está sucediendo con Pablo Iglesias. Por lo visto, en su cobardía, todos olvidan el carácter épico del héroe, cuál es su cometido, cuál el único sentido de su presencia. ¿Acaso no sería el Parlamento español una reunión de lacayos del poder si no estuviera allí Unidos Podemos? Sí, es evidente, por eso están, para intentar evitarlo, con el respaldo de cinco millones de votantes, personas tan acostumbradas a perder que les parece indecente que se diga que no es la forma ni  el momento, que mejor otro día,  que ahora toca repartirse el botín de los Presupuestos.

Una moción de censura no tiene por qué ser un acto inteligente sino visceral, algo impulsado por el asco y la rabia, como vomitar cuando te revuelven el estómago. ¿A qué hay que esperar, a que el PP salga a la calle navaja en mano y nos robe hasta la cartera vacía? ¿Cuántas conversaciones telefónicas pasándose el estado de derecho por el forro hacen falta para que alguien diga basta? Algunos merecen que los cuelguen con su propia corbata. La política española está cambiando, lo tienen delante de sus ojos y son incapaces de verlo. Nada va a ser igual a partir de ahora.

Vivimos un momento histórico, aquí y en todo el mundo, y la democracia se va a redefinir ineludiblemente. O eso o se suprime, que hay mucha gente interesada en ello. Ocurre como en la película de Ford, donde Liberty Valance se ríe del abogado, le humilla, igual que hace Juan Vainas, pero el duelo se lleva a cabo y Valance muere de un disparo. El detonante es la paliza que le pega Valance al periodista, a la libertad de expresión. Al final sabemos que el responsable ha sido Juan Vainas, escondido en un callejón, pero la gloria y la chica se las lleva James Stewart, como ocurrirá aquí si el PSOE no se une a la propuesta y deja pasar su última oportunidad de hacer algo digno por nuestra democracia. Si no lo hace, en las próximas elecciones, anticipadas, no sacará ni un escaño ni una banqueta.

‘El hombre que mató a Liberty Valance’ es un clásico porque contiene un modelo humano intemporal que aplicado a la realidad española se vuelve profético. Son demasiadas semejanzas: los abusos del PP en mayoría generaron el 15-M, éste dio a luz a Pablo Iglesias, a Podemos, a Unidos Podemos, y ahora se llevará por delante a Mariano Rajoy, el símbolo de la degradación institucional de este país, algo que ni los poderosos se pueden permitir. No es casualidad es el destino.  Porque a veces la realidad es tan plana que todo se reduce a buenos y malos.