lunes, 27 de febrero de 2012

LA CONFIRMACIÓN


La confirmación

    Mi madre estaba cocinando en la chapa de carbón. Yo estudiaba Historia Sagrada y de repente pregunté: Mamá, ¿le crece la ropa al Niño Jesús? Ella removió las brasas con el gancho, su rostro se iluminó de rojo vivo y dijo: sí, sí. Dos veces.

                                                                                          Publicado en El Pais (2002)

lunes, 20 de febrero de 2012

PALABRAS en LUKE

Los amigos de Espacio Luke han sido tan amables de incluir cuatro poemas de Palabras dactilares en su número de febrero. También una foto, la portada, mi perfil y una poética, cómo no, disparatada. Se puede visitar en:

www.espacioluke.com/2012/Febrero2012/taboada.html

Gracias desde aquí a su equipo infatigable: Pedro Tellería, Kepa Murua y Ángel López de Luzuriaga. Un honor figurar en sus páginas.

viernes, 17 de febrero de 2012

LA SOPA

 

 

LA SOPA


           Mi padre sumerge la cuchara en el plato de sopa, la posa con delicadeza en el fondo,  apoya el mango entre dos filigranas del borde y se produce un tintineo insignificante que nos avisa del comienzo de la ceremonia. Entonces mi madre coge aire, en realidad lo aspira, y el comedor se queda en completo silencio. Mi padre ordena a su cerebro prodigioso que mueva el brazo, el brazo obedece y eleva la cuchara a la altura de la boca, la sitúa a un milímetro del borde de los labios, y vierte el contenido en la cavidad que hay entre los dientes y la lengua, que debe permanecer ligeramente contraída. En este punto es fundamental, nos lo ha repetido mil veces, expulsar todo el aire por la nariz para evitar la tendencia natural del cuerpo a sorber el líquido. A continuación, sin prisa, la lengua  ocupa la mencionada cavidad y desplaza la sopa hacia la entrada de la garganta, donde se deslizará en cascada, nunca a borbotones, para descender sin violencia hacia el estómago. Serpenteando. Después la cuchara baja de nuevo al plato, hace una pasada de pelícano sobre la sopa... y el proceso se repite veinticuatro veces, hasta terminar con el último fideo. El conjunto de la operación debe generar cero decibelios. Mi abuelo, al parecer, nunca logró la destreza de mi padre comiendo sopa porque tenía demasiados hijos y el ruido ambiental restaba mérito a su proeza. Por eso fue vital para mi padre encontrar a mi madre, alguien capaz de respirar, sin que se note, entre cucharada y cucharada. Y por eso también yo soy hijo único: necesitaban un testigo que estuviese en minoría.  La sopa debe continuar.

                                      Publicado en ELPAIS.es (2005) 

miércoles, 15 de febrero de 2012

CONTRA LA ESPERA ME DEBATO


CONTRA la espera me debato
haciendo formulaciones,
regateos,                   
dando vueltas alrededor de mí mismo
buscándome un rabo de lagartija.
                       
No hay nada detrás,
nunca hay nada,
y delante la sospecha
de estar dándole la espalda
a algo, pero a qué.
                       
La luz que engaña y es cierta,
los pájaros que cruzan indiferentes,
los gusanos, la tierra
indiferente, todo
sucediendo en la mirada.
                       
Las certezas atragantan
pero hay hambre,
algo hay que darle de comer
a este pensamiento desnutrido y terco.

                                                             Palabras dactilares, pag. 41

sábado, 11 de febrero de 2012

OTRO DÍA MÁS


OTRO día más
en la abrupta terquedad de estos ojos
enrojecidos,
ante un paisaje que cambia
para idéntico, reconocible,
siempre reconocible. Agónico.
La mirada busca con desesperación
una brizna de hierba nueva,
algo que haya crecido
al amparo de la noche
mientras mi cuerpo descansaba
noqueado.
La falta completa de importancia,
lo irrelevante de las transformaciones,
la persistencia que tienen las cosas
para no transgredirse
y conservar su ofensiva materialidad…
Sólo el dolor, la herida abierta,
la enfermedad y el desgarro de la cura,
mantienen la esperanza
de regresar
a la normalidad del grito.


                                        Palabras dactilares pag.75

jueves, 9 de febrero de 2012

CLARICE LISPECTOR


LA DIFÍCIL ALEGRÍA DE CLARICE LISPECTOR

       A las cinco menos cinco, en el Gran Hotel Continental de Río de Janeiro no cabía ni un alma. Había escritores fanáticos intentando entrar y un portero fornido intentando evitarlo. Cuando logré llegar hasta él, me miró como preguntando si era estrictamente necesario que yo agravara aquella situación con mi presencia, de modo que le enseñé mis credenciales y le dije que tenía una cita con Clarice Lispector. El portero era uno de esos expertos en miraditas, primero me lanzó una de admiración, caramba, usted debe de ser alguien importante para que la Dama le reciba, y luego la mirada opuesta, la que te pone en tu lugar y comprendes la poquita cosa que eres, y menos aún sudando de esa manera y con el tiempo pisándote los talones.
       —Si quiere adecentarse, nada más entrar, péguese a la derecha. El Refresco está junto a las escaleras.
       Seguí las indicaciones del portero, procurando caminar sobre las rejillas del aire acondicionado, y encontré al fondo la cabina de refresco. El refrescador me entregó una toalla perfumada y, mientras me quitaba el sudor de la cara, me dio un repaso corporal con un secador gigante que lanzaba aire congelado. Allí mismo me ofreció, y bebí, una limonada ucraniana que, para ser estrictos, yo diría que dejaba un retrogusto especiado con puñaladas de vodka. Ya le iba a pedir al refrescador un masaje de cervicales cuando llegó un catedrático, sofocado, exhausto, y casi me echa de la cabina. Me abrí paso a codazos hasta recepción y, como llegaba tarde, fui escueto:
       —¿Clarice Lispector?
       —Salón verde. Lo siento.
       El recepcionista lo sentía porque en el salón verde había una Exhibición Catedrática. Un remolino humano denso como la brea que giraba alrededor de un punto. Ella. Sentada en un sillón, en el centro, la Dama escuchaba. Los catedráticos de literatura pronunciaban sentencias que sonaban brillantes, muy elaboradas, la frase de su vida, y se las ofrecían como presente. Clarice Lispector asentía o negaba durante la formulación. Parecía que su sola presencia orientaba los pensamientos y esclarecía las ideas. Jesucristo entre los doctores, pensé. Y también pensé que la entrevista se había ido al garete. Desanimado, dejé caer los hombros y, a punto de ponerme lírico, ella pestañeó. Pestañeó hacia mí. Me pestañeó.
       Todas las cabezas se giraron y todos los ojos me miraron. Los catedráticos me abrieron un pasillo. Caminé ligero, nervioso, y recogí el sobre que me entregó con una sonrisa Clarice Lispector:
       —No se vaya, por favor. Estaré con usted en unos minutos.

       Busqué un rincón tranquilo y abrí el sobre. Había tres folios con once respuestas. La primera decía: Sí. La segunda: Espero que sí. Las demás eran largas, profundas, certeras. Me empezaron a temblar las manos. Saqué mi cuestionario, lo emparejé, y la entrevista quedaba perfecta. O casi: debía subir el nivel de alguna pregunta para estar a la altura de la respuesta. Regresé a la cabina de refresco y rogué a dios que en esta ronda al encargado del vodka se le fuera la mano. Media hora más tarde, los catedráticos comenzaron a despejar el salón verde. Entre ellos, ahora semejante a un paje saltarín, venía Clarice Lispector. El carisma se había esfumado, se había despojado de él, lo había dejado atrás.
       Clarice me buscó. Me abrazó. Se comportó como mi hermana pequeña cuando de niña me camelaba para que la llevara al cine, me cogió de ganchete, y subimos a su habitación. Nos sentamos frente a un ventanal, mirando en silencio cómo se evaporaba la ciudad mientras llegaba el camarero con la supuesta limonada ucraniana. Era idea de Clarice, me dijo que le encantaba inventar disculpas para emborrachar a los hombres elegantes. Verles perder la compostura le parecía una modesta venganza. Había veinte litros de vodka circulando de jarra en jarra y en distintos grados delictivos. A nosotros nos trajeron directamente una botella, y dos vasos pequeños, sin hielo. Bebimos el primero de un trago, resoplamos, y luego nos servimos otro, que se quedó sobre la mesita, para no ser tocado. Entonces Clarice me habló, con voz grave y respetuosa. No me habló de ella, me habló de mí. Me habló de los tres años que llevaba yo intentando entrevistarla. De las veces que quedamos y ella no pudo, recordaba las fechas. Y de aquella vez que fui yo, increíble pero lo sabía, quién se puso enfermo la noche anterior a la entrevista... Sabía también que mi perseverancia tenía forma de libro, un ensayo sobre la que es para mí su obra más importante: La pasión según G.H.
       —Usted siempre quiso hacerme una entrevista en profundidad sobre La pasión… He leído su libro, Clarice G.H., y, pensando en las preguntas que podría hacerme, escribí las respuestas. ¿Acerté?
       Asentí, con una leve sonrisa. A Clarice Lispector le gustaban las ciencias ocultas, la adivinación, todo lo referente a los presentimientos. Creo que los humanos no teníamos mucho que ocultarle. Aunque estuvieras callado, ella te escuchaba. Me preguntó por mi familia, por mi periódico, y pasados unos minutos no quise molestarla más. La entrevista ya estaba impecablemente redactada y ella necesitaba un poco de relax antes de enfrentarse a sus interrogadores, como acertó a definirnos. Cuando me estrechó la mano antes de despedirnos, tuve la sensación de que podía rompérmela sin dificultad. Una rusa tan frágil como el acero. Una caribeña tan caliente como el sol. Mi maestra de la luz…

            Algún día les contaré a mis nietos que aquella tarde bebí el vodka puro en los aposentos de Clarice Lispector, y ellos me creerán porque ella misma lo cuenta en el prólogo de mi segundo libro: Mi pasión por la Pasión según G.H. Por cierto, para terminar, las preguntas iniciales. A la primera pregunta no formulada: ¿Ha encontrado usted un vehículo intelectual que le permite viajar a la génesis del pensamiento, al óvulo mismo de la idea cuando es fertilizado?, ella respondió de antemano: Sí. Y a la segunda pregunta: ¿Dejaremos de sangrar?, Clarice Lispector dijo: Espero que sí.

martes, 7 de febrero de 2012

CUANDO ÉRAMOS RAPACES



CUANDO éramos rapaces,
chiquillos depredadores
que gastaban las uñas
arañando la calle
hasta la caída del sol,
no podíamos sospechar o entonces…
que la vida serían los días,
las tardes, tarde,
el tiempo metiéndose
por todas partes, y nosotros,
al vernos en las celebraciones,
teñida de purito miedo
la ceniza de las canas,
encarcelados por el transcurso,
esposados y con penas pendientes,
simples gritos de auxilio,
chillidos de halcón sin fuerza
que se vuelve carroñero
de nostalgia soez.

                                               Palabras dactilares, pag. 77

lunes, 6 de febrero de 2012

MARTA SOBRE LA RODILLA IZQUIERDA

MARTA SOBRE LA RODILLA IZQUIERDA

       Marta intenta pedirme que le regale una cosa pero no acierta con la palabra justa. Boquea como un pez en el espacio reducido de su vocabulario y, como no encuentra nada que tenga todas las características que debe tener eso que ella quiere, poco a poco sus labios se van abriendo, dilatando, tensando hasta formar un círculo perfecto.  Yo la miro con ironía, y entonces ella se esconde en mi chaqueta. En realidad, Marta sabe lo que quiere, y su titubeo es sólo un modo de abrirle posibilidades al regalo, de no delimitar el deseo y sufrir una decepción antes de haber concretado la esperanza. Le pido que siga buscando. Ella se afianza sobre mi rodilla con sus piernas de juguete y mira al cielo. Durante un breve momento, largo en su tiempo y en la realidad un pestañeo, Marta sueña. Luego sonríe, y con una sabiduría primordial renuncia a sus deseos inconcretos y alarga sus manos juntas hacia mí. Y las abre, lentamente. Para rellenar ese enorme vacío, pongo entre sus manos mi dedo índice de adulto, y ella se coge a él y lo aprieta y me mira y pregunta: ¿cuándo? El regalo ya tiene imagen en su cabeza, ella sólo quiere saber si la espera será larga. El regalo se agiganta en sus ojos. Entonces prometo. Yo prometo. Y al instante me arrepiento, Nunca se debe prometer Nada, y mi mente se acelera por haberle prometido otra cosa que no sea cubrirla de besos porque estoy convencido de que yo no tengo nada mientras que ella tiene el mundo entero en sus manos.
       Las últimas palabras de esta frase pensada, pero no dicha, perturban de repente mi relación con Marta. Ella tiene el mundo entero en sus manos es la canción que cantan juntos Garland Green y la pequeña Susan en esa escena tan perversa de Con Air. La cara de Garland es la de Steve Buscemi, con sus ojos saltones, la camisa de un blanco quirúrgico, y los espantosos precedentes de ser un descuartizador encerrado desde los quince años en una celda de aislamiento de un psiquiátrico, y ahora liberado por el azar. Matará a la niña, seguro, sólo te preguntas cómo. Mientras lo haces, y trabajas tu propia sicopatía, Susan invita a Garland a tomar un té imaginario y le pregunta si está enfermo y él le dice que ES un enfermo, y qué pastillas tomas, pregunta la niña, y Garland responde que no hay medicinas para lo Suyo. Luego cantan la canción, que suena a popular. Hay foros en internet dedicados sólo a esta escena, la mayoría tienen como fondo musical Ella tiene el mundo entero en sus manos, y debaten sobre los motivos que impulsan a Garland a dejar con vida a la niña. Quizá ve en Susan la belleza, la pureza, o quizás a una heredera, una futura psicópata con un futuro demencial por delante. Quizá Susan sea yo, te preguntas como espectador. O quizá yo sea mucho peor que Garland Green, ya que la hubiera matado sólo por banalizar el argumento. El caso es que Garland Green es el único sicópata cinematográfico que logró los laureles con una única escena. Es preocupante…
       Marta me tira de la chaqueta. No le gusta cuando me ausento. Cuando teorizo y me pongo a trabajar y la dejo sola encima de mi rodilla izquierda. Por eso comienza un tenaz interrogatorio para averiguar qué le voy a regalar. Le digo que el regalo lo decide ella. Y que todos los regalos son posibles si lo desea con intensidad. Pero Marta ya no me cree. No me cree porque tengo la mirada turbia. Marta se abraza a mí, y conmigo a lo inmediato. Sé que ahora está fingiendo cuando dice que ya sabe lo que quiere. Le pregunto el qué, y ella lo coge con sus dedos mínimos: quiere un botón de mi camisa. El botón que siempre llevo suelto y deja al descubierto mi pecho. Marta pone allí su mano, la deja quieta sobre mi piel, me llega su calor, y le prometo que ese botón y todos los que como él ocupen ese lugar en mis camisas serán suyos para siempre.

sábado, 4 de febrero de 2012

LA MAR SALADA

Fue el primer lugar que visité después de la presentación del libro. Puse un ejemplar de Palabras dactilares en cada una de las cuatro cestas de Navidad. Un regalo que marcó la dinámica de una campaña de presentación del libro basada en dos aforismos de Augusto Monterroso:

Poeta, no regales tu libro: destrúyelo tú mismo
y
Los enanos tienen una especie de sexto sentido que les permite reconocerse a simple vista.

O sea, los amigos tienen el libro, los críticos han sido benévolos, los poetas se han comportado como caballeros y las chicas han besado los rizos de mi cabello. Ha sido bonito. Y es justo concluir cerca del mar. En el bar donde suelo dejarme caer al atardecer. Donde paran los surfistas equilibrados, yo que tengo tan poco equilibrio...





jueves, 2 de febrero de 2012

PLEGARIA



SORTILEGIO 125
Corazón mío, que procedes de mi madre,
lo más íntimo de mi ser,
no te yergas sobre mí como testigo,
que tu testimonio no me sea adverso
y no te enfrentes conmigo en el tribunal divino,
que nuestro nombre sea bello,
suene bien a quien lo oiga
y que agrade al juez,
no profieras mentira alguna
contra mí, en presencia de los dioses.

Inscripción en un escarabeo
Libro de los muertos. 1500 a.C.

miércoles, 1 de febrero de 2012

PRESENTACIÓN TORRELAVEGA

El mes de febrero empieza animado. Mañana, jueves, a las 8 de la tarde, en la Librería Dlibros, calle Lasaga Larreta, 11 TORRELAVEGA:

                                            PRESENTACIÓN Y LECTURA POÉTICA
                                                   DE PALABRAS DACTILARES




La librería Dlibros es un lugar amplio y agradable, como la disposición hacia la cultura de Adolfo, que ha sido tan amable de invitarnos a presentar allí el libro. Estaremos los de Cantárida Poesía, intentando como en todas las presentaciones aportar una sonrisa cálida a ese mundo tan serio que es la poesía.

De visita en Dlibros, me hice con el último trabajo de Javier Sáinz, que recomiendo a los amantes de ese instrumento tan onírico que es el arpa. La presentación del CD es exquisita, un ejemplo de sensibilidad, y el repertorio de harpa renacentista... hay que escucharlo.