miércoles, 12 de septiembre de 2012

1957


1957

            En el año del Sputnic ocurrió algo más que el lanzamiento del primer satélite artificial, nací yo, y conmigo un número indeterminado de esquizofrénicos a los que las comadronas del Régimen nos inyectaron la enfermedad en el paritorio que fue nuestra propia casa. 
            El producto en cuestión es una enzima que se instala entre los dos hemisferios cerebrales y atrae hacia sí las partículas de mercurio ingeridas durante la infancia. Con el paso de los años, se crea en esa frontera natural una delgada película de mercurio, como el azogue de un espejo, y sin que el individuo pueda evitarlo cada lado del cerebro hace una réplica del otro. Dos personas que hablan, dos directores del mecanismo de rascarse la nariz, dos que hacen el amor con un tercero, dos que pierden demasiado tiempo asombrados el uno del otro.
            Ignoro la finalidad de este experimento, sólo conozco sus consecuencias. Tampoco tengo pruebas, pero en mi cabeza hay otro que sospecha lo mismo que yo. No sabemos a quién acudir. No sabemos si ellos esperan que acudamos. No sabemos si los otros han acudido ya, y somos los últimos, los más remisos, los que quedan.

                                                                                de Silencios que me conciernen

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