Detrás de los semáforos
Llegué a la cita con media hora de antelación para que se enfriara el motor del coche. Después lo empujé unos metros, aparqué y limpié los bajos. A medio cigarrillo apareció el comprador, venía con un amigo de uñas sucias que antes de nada abrió el capó y me pidió que lo pusiera en marcha.
Al comprador le hablé del coche como si fuera un colega entrañable que nunca te deja tirado. Al mecánico le dije que no entendía de mecánica porque jamás había tenido una avería. Por prudencia, los había citado en una zona de gestorías, y en una de ellas, a su elección, cerramos el trato. Se ofrecieron a llevarme pero inventé una disculpa, y cobré el talón en la central del banco, dos calles más abajo. Pedí billetes pequeños, usados y no consecutivos. La cajera se extrañó y le dije que era una broma.
de Silencios que me conciernen
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