domingo, 16 de septiembre de 2012

SALUDOS A RAQUEL Y A LAS NIÑAS


Saludos a Raquel y a las niñas

            La mosca atravesó limpiamente el cristal de la ventana y se alejó volando. El Patillas se quedó con el manotazo en el aire, desconcertado. Luego formó una paloma enganchando los pulgares y aleteó tras el insecto. Pero se detuvo al llegar al vidrio. Al ver su reflejo. Su rostro afilado encima del pájaro de dedos. Se tocó la cara:
            —­ Tú a mí me suenas de algo.          
            La puerta de la consulta se abrió y salió con cara lánguida el Orejas. Le interrogó adelantando las patillas. El Orejas negó con la cabeza, desconsolado; cruzó sin hablar la sala de espera y salió al pasillo. Durante unos instantes pareció indeciso, sin saber qué dirección tomar. Ése es uno de los síntomas del fracaso. Le dio pena verlo, pero no demasiada ya que probablemente él se encontraría en idéntica situación unos minutos más tarde y necesitaba reservar su compasión para sí mismo. Entró en la consulta.
            —Buenos días, DON Esteban —le dijo el médico con los ojos muy abiertos, atento a todas sus reacciones.
            El Patillas asintió con desidia. Tomó asiento e hizo un gesto malhumorado. Todavía recordaba que la semana anterior el médico se había dirigido a él empleando el tuteo y una serie de expresiones relacionadas con la fontanería.
            —Verá, don Esteban, hemos recibido una carta de su esposa, doña Raquel Segura y en ella nos dice que a usted se le dio por desaparecido hace nueve meses. Las fechas coinciden. Hemos enviado una fotografía suya y le ha reconocido.
            El Patillas calculó mentalmente sesenta segundos, el tiempo que adjudicaba al descanso con ambos pies en el suelo, y luego cruzó las piernas. A él le daba la impresión de que se sentía más a gusto con la pierna izquierda sobre la derecha, lo que podía significar que era zurdo o que tenía rasgos de zurdo, algo a tener en cuenta.
             —También le manda recuerdos de sus hijas, Cristina y Sonia.
             —¿Se encuentran bien?
            —¿Por qué lo pregunta?
            —Por educación, supongo.
            —¿Se acuerda usted de sus hijas?
       El médico sonrió entusiasmado. El Patillas se puso en pie.
            —Lo siento, doctor. Ya intentó encajarme a esa familia el mes pasado, antes de enviar la maldita foto. La verdad, yo creo que esa tal Raquel la abandonaron, se siente muy sola y aceptaría cualquier sustituto. Insisto, no la conozco de nada.
            El médico se quedó con la boca abierta, como perdido. Luego revisó la ficha, hizo unas marcas y se enfrentó a su propia desmemoria. Sin despedirse, el Patillas salió del despacho con toda la dignidad del mundo, arrastrando su anonimato. Se sentía algo así como... indefinido, tal vez.
            —¿Qué tal, Patillas —le preguntó el hombre que esperaba en la antesala.
            —Nada, Ojazos. No hubo suerte. Además, acaba de meter la pata conmigo.
            —Pues buena me espera. Tú tienes suerte, por la edad. Como yo soy joven me tiene estereotipado: drogas, violencia callejera, sexo contra las paredes, ya sabes. Y siempre hay un completo desconocido que te echa de menos.
            —Así está el mundo. No somos nadie.
             —Algo que tenemos.
            —Cierto. Te veo sólido. No te dejes asimilar.
            El Ojazos entró en la consulta empujando con energía la puerta. El Patillas cruzó la sala de espera y salió al pasillo. Durante unos instantes pareció indeciso, sin saber qué dirección tomar.


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