viernes, 30 de octubre de 2015

CAMBIO en Photowriting de Paula Arbide



—Hola, soy Maite, la supervisora. ¿Seguís detenidos? Cambio.
     —Afirmativo. Pero ahora hay más gente rodeando la ambulancia. He tenido que apagar la sirena y quitar el contacto del motor. Cambio.
     —¿Ha llegado la policía? Cambio.
     —Sí, pero la organización no les deja entrar en el recinto. Dicen que no hay motivo. Lo que hay en un silencio que acojona. Cambio.
     —Pues en esas condiciones no se puede enviar el helicóptero, sería una locura. ¿A qué distancia estáis de la policía? Cambio.
     —Cincuenta metros, y miles de personas mirándonos. Cambio.
     —Tranquilo, son heavies, buena gente. Todos los días no se muere una leyenda de la guitarra en mitad de un punteo. Ha tenido que ser muy fuerte para ellos. ¿Qué hacen? Cambio.
     —Están tristes… tocan la ambulancia… Cambio.
     —Bien, escucha. Dile a tu compañero que pase a la trasera, que gire el cadáver, con la cabeza hacia afuera; y que abra la puerta y le descubra la cara. Luego enciendes el motor y avanzas lentamente. Cambio.
     —Tocarán el cuerpo, va contra las normas. Cambio.
     —No lo harán, ahora estás en un velatorio. Cambio.
     —Vale, jefa. Lo que tú digas. Cambio.
—Y pon las luces y la sirena, a todo volumen. Como muestra de respeto. Cambio.          


Publicado en Photowriting
Foto Paula Arbide



lunes, 12 de octubre de 2015

MATAR AL PERRO en El Mundo-Cantabria


Matar al perro


            En un país donde algunos todavía celebran el final de la temporada de caza colgando galgos de los árboles, a muchos les habrá sorprendido que se convoquen en una veintena de ciudades españolas concentraciones en memoria del perro Excalibur, sacrificado hace un año por el caso del ébola. Fue portada en bastantes periódicos del planeta, tope en la red, hubo varias manifestaciones con heridos que llamaban asesinos a los consejeros de Sanidad. Se cuestionó seriamente la necesidad de matarlo y, como existía un precedente en EEUU con un perro que no fue ejecutado en circunstancias semejantes, proyectamos al exterior una vez más esa imagen de país salvaje y de tocino rancio que tanto abarata nuestra economía. Quizá por ello, coincidiendo con el aniversario, la vicepresidenta del gobierno apareció en un programa televisivo de máxima audiencia para acercarse al pueblo llano bailando como la oposición y, de paso, abrazar cariñosamente a un perrito muy majo incomprensiblemente arrojado por la ventana por su dueña, ya multada y con el animal bajo custodia de la ley. Ignoro si fue una coña de los guionistas o un acierto de quien le lleva la agenda a la vicepresidenta, pero hubo un momento en que la cara de ella y el hocico de él parecían los dos extremos de la ranura de una urna: para adoptarlos juntos. Es evidente que con el voto tan disperso y mosqueado hay que atender a todas las sensibilidades, a los que van de cuadrilla enrollada dando pataditas country y a esos cuatro millones de españoles que declaran sentirse más solos que la soledad, y no tienen ni una mascota que les quiera. El Gobierno sí, hasta el 20 de diciembre.
Antes los políticos en campaña electoral abrazaban bebes, pero en estos tiempos de crisis los niños son vistos como unos tragapanes, además llevan décadas chiflados y a su libre albedrío y lo mismo te arrean un guantazo o te muerden sin avisar, cosa que no hacen los perros. Los presidentes mundiales solían aparecer con sus hijos, ahora lo evitan porque si son formales es que son unos zombis y de lo contrario pueden presentarse disfrazados de Sid Vicious en mitad de un discurso contra los punkis. Mejor sales con tus perros, que son fiables y civilizados. La desconfianza en lo humano y sus mezquindades ha terminado por socavar el principio elemental de amarás a tu especie sobre todas las otras y muchas personas han dirigido hacia los animales el cariño desdeñado por sus congéneres. Si nadie te quiere siempre te queda el perro, que ni se lo cuestiona. Eso es amor y lo demás novela rosa. Buena prueba de ello es una estadística especulativa reciente, que recuerda a un relato de Arreola, que vaticina que dentro de 25 años la gente practicará más el sexo con robots que con personas. No como un apaño, por sistema. O sea, lo haces, luego te tomas una cerveza, le cuentas los detalles al perro y, como es tan discreto, quedas como un caballero, o como una señora.
El cine comercial norteamericano, tan atento como los políticos a los vaivenes emocionales de la población, no solo ha recogido esta tendencia sino que le da alas. No tanto por motivos digamos humanistas, sino por los miles de millones que mueve el sector de alimentación, vestuario y complementos para perros. No hay que olvidar que Hollywood es un negocio en un mundo capitalista donde razón y economía están fundidas, de modo que una verdad pasa a ser falsa si no es rentable y cualquier falsedad se sostiene mientras haga taquilla. Convirtieron en los malos de la película a los indios, a los alemanes, a los rusos, a los palestinos, a los suramericanos, y ahora les toca a los chinos, como si los guiones los dictara el ministerio de asuntos exteriores o el Pentágono.  Su tendenciosidad, sin embargo, funciona como eficaz cronista y espejo de los tiempos. Sabemos por ejemplo que estamos en los años 90 si matan al compañero del policía protagonista y éste se venga liquidando a todo el que salga en pantalla, algo que entonces lo convertía en un vengador y hoy en un psicópata que abusa de su autoridad. No se puede abrir la boca si cada diente tiene un abogado, hay que echarle más imaginación, por eso en la década actual el móvil para encharcar de sangre las butacas es que alguien le mate el perro al protagonista. Pueden matar también a su familia, pero la familia ya no mola y se cambia en cada divorcio, lo que realmente le desquicia es el asesinato de ese ángel con patas, y en el momento crucial en que toda película americana justifica la violencia y por su propia inercia pide a gritos ser sádica e implacable, véase volarle los sesos al malo de turno, lo que aprieta el gatillo es la muerte del perro. Lo decía Mark Wahlberg en Shooter, El Tirador, donde el gobierno al que juró proteger le miente, le engaña, le dispara y le arruina la vida. Podía haberlo soportado, pero al final se los carga a todos, uno a uno, y al último le dice: No debisteis matar a mi perro. En un mundo sin principios, ésa es la delgada línea roja que ya no se debe cruzar.
Nuestra historia comenzó cuando un lobo se asoció con un primate y como resultado aparecieron el humano y el perro. La falta de reconocimiento de los derechos de nuestros compañeros demuestra ingratitud, ignorancia y ceguera moral. Llevamos miles de años tirándoles la pelota, y nos la traen, y lo seguirán haciendo hasta que aprendamos algo.   Fueron conscientes de nuestra torpeza desde el principio. Sabían que una inteligencia como la nuestra representaba un peligro y renunciaron a ser libres para evitar que lo destrozáramos todo en cuatro días. Son el garante natural que evita que nos volvamos locos. En España hay cinco millones y medio de perros, y aumentando. La gente pide control, se impone una negociación donde responsabilidad y derechos deben ir a la par. Pero hay motivos para el optimismo, porque lo que fue una moda o capricho al final está enraizando en la sociedad. Hace años que se dictan sentencias de cárcel por maltrato animal, y según la ley cada galgo que nace en este país debe llevar un chip identificativo. La picaresca los sigue matando, pero no con impunidad. Por aportar algo, yo creo que sería buena idea que el Estado financiara la entrega de un perro adoptado a cada persona solitaria que lo solicite. Sólo con pensar en el ahorro en antidepresivos ya saldría rentable. Actuemos con sabiduría, en vista de la disminución alarmante de humanidad en los humanos, qué mejor guía para recuperar el norte que un buen perro.

Publicado en EL MUNDO-Cantabria (11 octubre 2015)