domingo, 5 de mayo de 2013

PÁGINAS DEL LIBRO DE LA MELANCOLÍA-Reseña


Páginas del libro de la melancolía de Fidel de Mier, por Francisco Taboada


Texto leído en la presentación de CASYC Santander 12 de abril 2013

 

            Vivimos tiempos muy duros que afectan al Todo y que se ensañan en especial con la cultura. Tiempos baratos para gente de rebajas. Individuos que, como dice el filósofo Giorgio Agamben, somos tratados igual que ganado, en una vida alimenticia, donde nos sirven plástico para comer. No es extraño que cuando hablamos parezcamos escasos, perdidos, desorientados. Hemos cometido el error de dejarnos rodear por palabras cargadas de desafecto, empobrecidas, estandarizadas, sin posibilidad de desarrollar su verdadera naturaleza. Y no hablo de las palabras olvidadas, muertas y abandonadas por falta de uso, sino de las palabras normales, nuestras palabras naturales, despojadas ahora casi por completo de significado. Palabras que de pronto se ha vuelto imperiosas, que solo conservan su utilidad más mezquina, el filo cortante, su carácter expeditivo. Palabras como pedradas. Por eso es bueno pedir Tiempo Muerto. Detenerse. Pararlo todo. Que se escuche hasta el crujido de la máquina.

             La poesía de Fidel de Mier tiene esa facultad. La de suspenderlo todo para reorganizar lo que de verdad importa. La de devolver a las palabras sus posibilidades, hacerlas libres e infinitas: que no suenen igual en diferentes cabezas. Su último libro, Palabras del libro de la melancolía, consigue ese propósito, desde el título, que en mi cabeza suena así: Paginas-Hojas, del Libro-Árbol, de la Melancolía-Tristeza. Páginas que buenamente han podido caer del árbol y se juntan en este libro siguiendo el desorden de la melancolía. Páginas que son una parte de un libro demasiado enorme, de proporciones imposibles, porque la melancolía es la poesía toda. La melancolía es el territorio natural del poeta. La melancolía es una fuente de sabiduría que procede de la anticipación del vacío de la muerte. La melancolía es la antorcha oscura que ilumina nuestro pensamiento común. Nuestra humanidad compartida. Lo dice Fidel de Mier en el primer poema, titulado Pórtico, un modo de comenzar el libro muy del gusto modernista, un saludo al lector antes de entrar en materia:

                                   Hicieron un gesto que sería llamado escritura.

 

                                   Como sobre el olvido,

                                   dejaron su huella sobre la nada.

 

                                   Poblaron de nombres las soledades del mundo.

            Con este poema nos invita a entrar en el recinto más ancestral. El poeta confiesa que viene de una casta que viene de lejos, anterior al recuerdo, y cuya aspiración era, y es, tan humilde y elevada como dejar huella sobre la nada. Pero a este recinto se entra en soledad. Y también nos pide, porque el tiempo estará detenido durante la lectura del libro, que seamos lectores maduros. Lectores despiertos, capaces de desprendernos de las cadenas de lo concreto y dispuestos a caminar sin otra compañía ni otro horizonte que las palabras. Pocas. Justas. Exactas. Una menos y no llega, una más y se pasa. Como un balizador del desierto que debe orientarnos con apenas un fogonazo de luz, pero sin malgastar el valor de cada una de las balizas. Dice Fidel:

                                   Breves son –como sueño- las palabras

                                   que escribo.

                                   Bastantes para el silencio.

            Hay sin duda una vocación de recogimiento. Una delimitación del recinto de la melancolía. Y, dentro del recinto, el patio interior que ya comenzamos a visitar. Van llegando las primeras palabras significativas. Es Otoño. Cae la Tarde. Se proclama la Tristeza. Las Manos se levantan para recoger los últimos frutos de la luz. Entonces pensamos en la Tarde. La tarde es la primera melancolía, la primigenia, la que originó la duda eterna de si volverá a amanecer mañana. Esa es la primera muerte –el primer reloj- que conoce el humano desde el día mismo de su nacimiento. Por tanto: Otoño, Hoja, Árbol, Muerte, Tiempo, son aquí nuestras palabras naturales, pero también van más allá del significado inmediato. Hay que recordar que en este recinto las palabras son más libres que en nuestra boca, no basta con decirlas para comprender su dimensión. Hay que sentir cada palabra no como un simple elemento, algo gramático, sintáctico, sino como una puerta que, dependiendo de quién la abra, conduce a un paisaje diferente. Porque si algo tienen aquí las palabras es capacidad de esclarecimiento. Y la luz que han escogido estas palabras para expresarse, la luz escogida por Fidel, es la luz del crepúsculo. Y al crepúsculo, se llega por la tristeza. La tristeza fértil del pensamiento al ocaso. La tristeza esencial:

                                   Alcé la mano

                                   a los frutos del árbol de la tristeza.

                                   Del árbol único.

            Nos encontramos por tanto con una poesía que buscando el despojamiento, llena todo el espacio. Podemos coger el poema como a un pájaro en la mano, y late. Esa vibración, ese latido, hace que uno sienta una sensación próxima a lo místico. No olvidemos, como decía Novalis,  que la poesía es la religión originaria de la humanidad. Es normal que sintamos respeto por lo ascético, lo elevado. Y se nota en este libro una tensión de fondo para no alejarse de esa elevación. En Páginas del libro de la melancolía apenas hay gente, como diría Dersu Usala, el Hombre Natural de Akira Kurosawa. Aquí apenas hay un pájaro, apenas un ciervo que pasa. Todos son símbolos, resonancias poéticas heredadas para adentrarse en la espesura, como dice en el Cantico Espiritual San Juan de la Cruz. Para llegar más hondo. Más lejos. Los místicos tenían el aspecto negativo de la renuncia, el desapego de todo lo humano para fundirse en la luz, pero también tenían el aspecto positivo, la mística clara, que nos habla del amor y de la necesidad de la presencia del objeto amado. El objeto amado es la vida. Amor a la vida del que pide vida real, porque la vida no es nada sin la vida. Hay que elevarse, pero no tanto como Ícaro. Ha de ser una elevación humana, con vocación de ser trasmitida. De este modo, mientras el tiempo exterior se interrumpe, el tiempo del poema se pone en marcha. Este es un regalo que nos hace Fidel para facilitarnos el camino:

                                   Húndete en el tiempo,

                                   como hace la luna,

                                   sin tocarlo.

            Este poema es de una nobleza digna de mención. Todo lo abre y todo lo cierra. Es como una ostra Gritando a Gritos que tiene una perla dentro. Después de leerlo hay que cerrar el libro, reflexionar, ir a tomar un poco el aire y continuar al día siguiente. O mejor, la noche siguiente.

            Este es un libro duro, y hermoso. Contiene muchos atardeceres, muchos otoños, y capas y capas de hojas acumuladas por los años. Sorprende comprobar cómo el poeta no se despista en ningún momento, incluso cuando se pone prosaico no se desvía del camino. El contraste de algunos poemas largos, con formato de prosa, sirve para acentuar aún más la claridad del propósito. Fidel es generoso, aquí lo da todo, hay una permanente sensación de acabamiento. Como si dijera: después de estos poemas ya no me queda nada más que decir. Se acabó. Todo está dicho. Si un libro de poemas no te deja esa sensación es que está incompleto, o el poeta se reserva, algo que destroza el tono cuando hablamos de melancolía.  Y digo el tono por no decir el alma. Porque la poesía es un estado. No es algo que haces sino un lugar al que llegas. Un lugar emocional, un sentir desbordante que se manifiesta en palabras, palabras imperfectas y limitadas como sus creadores, nosotros, los humanos. Un poeta vive la experiencia de las palabras, mete las manos en ellas, hace un cuenco de versos y nos da de beber. Lo humano es el objeto del amor del poeta. Aquí lo vemos, purificado al límite:

                                   Sé tú mi tiempo,

                                   mientras seas.

                                   Amor.

                                   Cuando no seas,

                                   sé tú mi nada.

            El amor lo contiene todo. El amor es sinónimo de vida. Y es el amor el que traza los círculos de nuestra existencia. Y en Páginas del libro de la melancolía, Fidel de Mier demuestra, si se puede utilizar en poesía este verbo, que no es necesario el amor de tempestades, que el amor se siente debajo de todo, sin necesidad de hacerle tantos aspavientos. Por eso en este libro Fidel de Mier no elude las palabras. No las tergiversa, ni las retuerce, ni hace exhibiciones. No se detiene en retóricas vanas, y logra la resonancia justa para crear múltiples significados. La polisemia dorada. Ya dijo Paul Klee que “lo visible es sólo un ejemplo de lo real”.

            En este libro un poeta confronta su vacío con nuestro vacío. Elabora verso a verso otra realidad, y de este modo  le añade a nuestra realidad una mejora. Eso es lo que tenemos que agradecerle. Si en su poemario titulado VERSO, Fidel de Mier, por medio de anáforas, repeticiones con vocación de canto, nos mostraba su voz personal, lanzada al viento, en Páginas del libro de la melancolía nos ofrece su interior que, al ser tan humano, pensamos con razón que nos pertenece. Esta poesía ya es nuestra. Y aquí está la firma de su autor:

                                   Pájaro

                                   en el árbol ya casi desnudo del otoño.

                                   Pronuncio

                                   una hoja que cae.

No se puede decir más. Gracias Fidel por este gran libro.
 
                                                                              publicado en la Revista Cantárida
 
 

 

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