sábado, 25 de mayo de 2013

DERECHOS ADQUIRIDOS


            Cuando hacía sol, mi abuela sacaba su silla de mimbre y se sentaba a calcetar fuera de casa, en la esquina, justo donde empezaba la curva de la carretera. Los vecinos la saludaban al pasar, los extraños, sin embargo, pitaban, maldecían, frenaban, y si iban demasiado rápido tenían que derrapar para no atropellarla.
            Junto a la silla de mimbre mi abuela puso una banqueta para la cesta de calcetar. Luego un tiesto. Se jugó de esta forma la vida durante años. Entonces llegó el topógrafo que diseñaba la carretera local y alejó la curva cinco metros de nuestra casa. Ahora mismo, mis hijos juegan al balón en ese terreno.
 
                                                                     publicado en Revista Cantárida
 

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