domingo, 27 de diciembre de 2015

RENGLONES TORCIDOS en Revista Cantárida




            Raquel siempre le había estado agradecida a su marido por el buen trato que le daba, por el cariño que desplegaba en todo momento hacia sus hijas y por la ternura con la que había sabido empapar su vida en común. No era su matrimonio, sin embargo, una relación apasionada, muy al contrario. Se habían casado para mitigar un futuro lleno de presagios de soledad después de sendas rupturas amorosas en las que ambos habían sido rechazados por sus respectivas parejas. De natural pusilánimes, se les había despreciado por su falta de iniciativa y empuje ante la vida. Los dos eran la parte sumisa de su pareja, y los cuatro se conocían desde niños. El novio de ella y la novia de él habían ligado sus orgullos dejándolos a ellos de lado y embarcándose en una relación tempestuosa que en breve tiempo terminaría en un divorcio con muy malas palabras de por medio. Ellos, forzados por la costumbre de ir los cuatro juntos a todas partes, como siempre habían hecho las dos parejas, se encontraron un día solos, al siguiente abrazados, al otro comprometidos, casados, encamados, y en el plazo previsto criando una descendencia. Habían tenidos dos niñas de cuerpo y mente suaves como el terciopelo. Cuando iban de la mano por la calle parecían el troquel de la Familia feliz.
Sin embargo, ninguno de los dos había superado el hecho de ser para la otra persona un sustituto del amor perdido. Cuando ocurrió lo del divorcio, cada uno por su lado, sin que el otro lo supiera, hizo de paño de lágrimas de los recién separados. Raquel, por piedad, se acostó con su ex novio, que en esta ocasión era la parte rechazada, pero siempre se arrepintió de hacerlo porque aquel sujeto era un infame, un mezquino que se merecía todo lo que le ocurriese. Ni tan siquiera tuvo la decencia, aunque sólo fuera por cumplir, de pedirle que dejara a su marido y regresara con él. Por supuesto, no hubiera aceptado, pero le habría gustado decir que no. Jacinto, por el contrario, no había querido acostarse con la pécora libidinosa de su ex novia, que ahora, después de haberse comportado siempre como una estrecha que capitalizaba cada polvo, le encontraba el atractivo morboso del hombre casado y feliz cuyo matrimonio le encantaría echar a pique. Le llamó zorra a la cara y después se fue a apagar el calentón con su mujer.
            Cinco años más tarde, Raquel se enamoró perdidamente de un compañero de trabajo de Jacinto. Era un hombre guapo, esbelto, enigmático y muy culto. Estaba dotado de una facilidad de palabra que subyugaba, y tenía tal magia a la hora de escoger calificativos para los objetos y sentimientos que su discurso envolvía y a la vez provocaba una suerte de alucinación. Una noche lo invitaron a cenar a su casa: los entretuvo, les hizo reír a carcajadas, les contó un cuento precioso a las niñas y, cuando éstas se durmieron, con la intimidad propiciada por un licor de cerezas, les manifestó que tenía envidia de su familia y del evidente amor que ambos se profesaban. Ellos se sintieron bastante avergonzados, porque no creían amarse, y les pesaba que su mentira hubiera alcanzado tal grado de perfección que a los ojos de los demás pareciera una verdad incuestionable. Aquella noche, a oscuras en la cama, Raquel lloró en el hombro de su marido. Jacinto también lloró, pero después de que ella se durmiera.
Durante casi seis meses, Raquel no pudo apartar de su pensamiento al compañero de su marido. Vivía con un apasionamiento que la delataba por completo, aunque no podía evitarlo. Veía a aquel hombre cada vez que acostaba a las niñas, cada vez que bebía una copa de licor de cerezas; llegó a verlo incluso en la espuma del lavavajillas, que le recordaba sus rubios y ensortijados cabellos. Pero donde más lo veía era en el cuerpo de su marido, cuando por iniciativa propia hacían el amor, con una frecuencia inusitada, alarmante. Su marido aceptaba la influencia de ese hombre, y amaba a Raquel imaginando que era él, dejándose invadir por la presencia de ánimo que tendría su compañero de trabajo en una situación similar. Practicaban así una suerte de adulterio consentido que hubiera vuelto loco hasta al más avispado de los abogados matrimonialistas. Amor en cuerpo ajeno.
Sin embargo, en contra de lo que pensaba Raquel, Jacinto adjudicó este apasionamiento de ella a que su compañero la había convencido hasta tal punto de que ellos se querían que había acabado creyéndolo. Fuera cierto o no, Jacinto, por vez primera, se enamoró de ella. Por su parte, Raquel, que nunca había considerado que su marido pudiera resultar un vehículo tan eficaz a la hora de amar en él, y a través de él, a otras personas, terminó olvidando al otro hombre. De este modo, su amor floreció como por ensalmo, y si bien a la hora de practicar el sexo terminaron por no poder precisar con quien lo estaban haciendo, infundieron a su matrimonio el toque justo de fantasía y enigma que precisaba para dar un empuje a sus apocados caracteres, convirtiéndose en una pareja sólida, de hombre y mujer maduros encaminados hacia una digna vejez.
Fue el caso más peculiar que he llevado ante los tribunales. Los implicados me contaron por separado lo que acabo de relatar y luego solicitaron el divorcio. Sus hijas ya estaban casadas, tenían nietos, rondaban los setenta años. Estaban de acuerdo en todo, los trámites fueron sencillos, salvo por el tema del domicilio. Seguirían viviendo juntos, no pensaban separarse ni locos: se amaban hasta la raíz. Lo hacían por romanticismo, porque tenían ganas de conquistarse.

publicado en Revista Cantárida




sábado, 19 de diciembre de 2015

TANGOMÁN de Kepa Murua en DLibros, Torrelavega


Esta tarde, en DLibros, Torrelavega, con Adolfo, Kepa, Javier, y los amigos que quieran acercarse a la librería.

martes, 8 de diciembre de 2015

SALIR DE LA CUEVA en El Mundo-Cantabria

Salir de la cueva


Con frecuencia subestimamos la lengua que nos sirve para comunicarnos porque la consideramos como propia, sin tener en cuenta que ya existía mucho antes de nacer nosotros y  por lo tanto contiene en su interior el esquema moral de nuestros antepasados. Por eso seguimos llamando maricón al débil de carácter, nenaza al pacifista, o puta a la mujer que se resiste al acoso machista. Si además tenemos un arrebato emocional, echamos mano de  las frases hechas y de los refranes, con fama de contener una sabiduría popular que no suele ser más que el acatamiento servil de las injusticias de la vida. De hecho, el refranero de un pueblo es el compendio de sus miserias.
Pero la lengua pertenece a la comunidad y la bondad o maldad de las cosas la determina el tiempo presente.  Un caballero de antaño puede ser un baboso de ahora, una madraza sería una controladora o castradora, y un hombre culto: un pedante. Nada bueno permanece, la maldad es más longeva, y los jueces se aburren intentando armonizar lo ancestral con lo nuevo a base de condenas ejemplarizantes. Dentro de poco habrá más gente en la cárcel por maltrato a sus semejantes que por tráfico de drogas. Y en muchos casos será maltrato verbal. Recordemos al actor de la popular serie Anatomía de Grey que perdió los papeles frente a un compañero de reparto, le llamó maricón por ser homosexual, le denunciaron y, a pesar de su indudable atractivo, sus dotes dramáticas y su rentabilidad, fue despedido por la productora y su brillante carrera terminó en el acto. Lo mismo que podría sucederle al alcalde de Carboneras (Almería), que mandó callar a una concejala con la afirmación arcaica de que Las mujeres deben cerrar la boca cuando habla un hombre.  Ahora piden su dimisión y, como la ley española persigue a los cargos públicos con discurso incendiario, podría costarle algo más que su poltrona.
Las palabras pueden traicionarnos, lo hacen a menudo, sobre todo si eliminamos la barrera de la buena educación. Pensamos con palabras, nos forjamos con ellas, y cuando las pronunciamos nuestro pensamiento queda al descubierto. La lengua puede ser torpe, inexacta, incompleta, pero es un espejo que nos refleja, y la fidelidad de la imagen proyectada depende del dominio que tiene cada individuo sobre su discurso.  Una mala expresión suele coincidir con un mal pensamiento, aunque luego la persona se deshaga en disculpas para encubrirlo. Se lo permitimos a los niños, a los analfabetos o poco cultivados, pero jamás debemos consentirlo a representantes públicos porque un micrófono mal utilizado es el arma ideal para la apología de la barbarie. La palabra amplificada conlleva una enorme responsabilidad, y dejar que ciertas personas hablen en público es como darle el mando de la tele al perro.
No por ello debemos tener miedo a la lengua, si nos desnuda es porque nos ama, y del mismo modo que nos pone en evidencia también habla en nuestro favor. Si nos encontramos en apuros, la búsqueda de la palabra exacta será determinante en nuestra salvación. Nadie grita mandarina cuando se está ahogando o será eso lo que le lancen en vez de un flotador. Y tampoco llamas casa a un piso escuálido cuyo alquiler ya no puedes pagar después de que te hayan cortado la luz y el agua. En rigor, porque intentas definirlo con exactitud, lo llamas cueva. La cueva. Asumes tu situación vital al decirlo. Y si al atardecer sales a tomar el aire, porque no tienes dinero para otra cosa, dices: salgo de la cueva; y cuando regresas taciturno: regreso a la cueva. El vocabulario te pone en tu lugar. Y le das las gracias porque cueva es una palabra dura pero mucho peor es intemperie.
Cada vez se emplean más palabras rupestres como signo de la involución humana actual. Tenemos jefes trogloditas, políticos cuaternarios, empresarios velociraptores, tribus urbanas… dicen que se han visto lobos en Chernobil. Antes de lograr civilizarnos del todo, ya regresamos a la caverna de los ancestros. La diferencia con la vez anterior, es que ahora los animales del exterior serán de nuestra propia especie. La lengua nos avisa, nos alerta, intenta despertar nuestra conciencia porque estamos desmadrados, como borrachos de soberbia. Con lo que cuesta una bala de fusil se hace un guiso de lentejas, y no es por citar la Biblia. Somos dioses tecnológicos pero demonios morales, como nos llamaba Lewis Mumford. Adoramos al Becerro de Oro en el glorioso Black Friday y así le reducimos el sueldo de un euro al día al esclavo de turno. ¿No vendrá después Moisés con las tablas de la ley y las cámaras de vigilancia? ¿Nadie te ha llamado primitivo por no tener una pegatina tapando la cámara del ordenador? ¿Qué te preocupa más, que te vigilen o no ser vigilado?
En los años setenta, que fueron para la sociología como la ciencia ficción para la literatura, hubo una película visionaria que convendría revisar. Se titulaba Themroc, dirigida por Claude Faraldo, con Michel Piccoli como protagonista. En ella, un ciudadano normal se encierra en su piso, tapia con ladrillos la entrada, tira la pared exterior y se convierte a grito pelado en un cavernícola urbano. Fue calificada como subversiva, irreverente, inmoral y pasada de rosca. Había incesto, pecado, revolución interior. En la escena culminante, Piccoli sale de noche a buscar alimento, caza un policía y se lo come asado en su cueva. Estaba cargada de simbolismo, en un desolador blanco y negro, pero ayudaba a pensar, condición necesaria entonces para rodar una película.
Es normal ser cenizo en las primeras décadas de un siglo. La gente alberga esperanzas de cambio y baja las defensas. Los poderosos aprovechan para reducirnos la cuota de plátanos, para enfrentarnos en guerras simiescas entre adoradores del sol o de la luna. El aire huele a caos cuando todo el mundo tiene la razón. La gente no sabe hacia dónde correr, salvo hacia sí misma.  Entonces la cueva se convierte en un espacio físico y emocional necesario. Porque te sientes animal, animal acorralado. Ya lo canta Vetusta Morla: No hay timón en la deriva, tendremos que inventar una guarida.
Si los fanáticos no logran de nuevo retorcer el curso de la historia, encontraremos una solución, una vía de escape hacia la mejora humana. No hay por qué hacer que todo salte en pedazos, como en 1914, 1936, 1939… La sociedad terminará implosionando, espachurrando sus defectos, tratándolos como virus y exterminándolos. En nosotros está la enfermedad y la cura. Cualquier iniciativa que intente flexibilizar la vida, que permita una mayor inclinación de las ideas nobles antes de que se vengan abajo, que aumente el margen de posibilidades de la realidad, nos ayudará a salir de la cueva. O al menos a no dirigirnos a zancadas hacia ella.


Publicado en El Mundo-Cantabria 7-12-15

miércoles, 25 de noviembre de 2015

NIEBLA ELECTORAL en El Mundo-Cantabria

Niebla electoral


La niebla es un fenómeno natural inocente que por su aspecto algodonoso suele aparecer en los cuentos infantiles asociada a la magia y el misterio, pero a 120 por hora, de improviso, en una vaguada de la autovía, representa un peligro incuestionable: o reduces la velocidad o te la pegas.
Los depredadores utilizan la confusión que proporciona la niebla para cazar, aunque sólo un león de dibujos animados tendría un cañón de teatro para fabricar niebla artificial; un león de melena lo consideraría indigno, pensando con razón que si lo hace las gacelas pondrán en su lugar muñecos de trapo. Resumiendo, si basas tu campaña electoral en fabricar niebla para los críos, no te extrañe acabar en la cuneta con los neumáticos girando hacia el cielo. La gente está de fantasmadas hasta el gorro. Lo expresaba con elocuencia un joven agarrado a una cerveza el otro día en el bar: ¡Que se dejen de tonterías, queremos programas electorales detallados, con presupuestos reales y plazos de realización, en archivo PDF, en la red, ya!
 Son muchos siglos arrastrándonos por los suelos para no ser expertos en creadores de niebla. Sabemos que nos mienten por sistema, que si no nos roban más es porque no saben cómo hacerlo, que el árbitro está comprado aunque no le paguen. Si lo que pretenden los políticos actuales es que votemos al tacto, de acuerdo, pero entonces tendrán que acercarse más, con la yugular a la distancia de un mordisco. Son tiempos feroces, nuestra vida no es un juego retórico.
Por desgracia, este siglo ha caído sobre nosotros como una losa y lo primero que ha sepultado ha sido la confianza en nuestros dirigentes. Pasan por la cárcel tantos testaferros y por los consejos de administración tantos políticos, que cada vez que uno de ellos abre la boca el instinto de conservación nos cierra los oídos. Digan lo que digan no les vamos a escuchar, lo saben, por eso gritan vacuidades y en los mítines se rodean de globos de colores como en el cumpleaños de un niño. Nos regalan promesas como piruletas. La culpa es nuestra, por votarles, que esto es una democracia y no vale mirar hacia otro lado.
Llevamos demasiado tiempo permitiendo que lo más turbio de nuestra naturaleza nos gobierne, que otros hagan lo que nosotros no nos atrevemos a hacer, pero somos tan cínicos de echarles la culpa de nuestras desgracias, como el que entrega un fusil a alguien para que mate por él y luego le llama asesino. Hay que asumir responsabilidades, salvo el que tenga una bula católica de exculpación perpetua o el carnet marxista sin espejo, porque la parte sumergida del iceberg de la corrupción somos nosotros. Ellos solos no pueden hacerlo, necesitan cómplices, una legión ya que los delitos son tantos. Los implicados llegan hasta el horizonte. Nos hacemos un flaco favor si no tiramos de la manta, aunque acabemos desnudos y al descubierto.
El día siguiente a las elecciones generales comienza oficialmente el invierno. Muchos van a pasar frío. Supongo que la fecha de los comicios la escogió aquella diputada popular, cuyo nombre no merece ser recordado,  al grito de: ¡Ahora se van a enterar esos muertos de hambre!
Cuatro millones de parados que siguen siendo cuatro millones de parados, una deuda que pasa en una legislatura del 70 al 97% del PIB, más del 25% de la población en riesgo de pobreza y exclusión social… Eso es levantar el país, sabemos a costa de quién; nos hemos enterado, gracias. No hacía falta que nos lo explicaran con un vídeo en el que unos tipos disfrazados de médicos secuestran a una mujer, la torturan con descargas y le pintan una bandera de España en la cara. Pobre chavala, sus ojos de castaña asada recuerdan al hambre de los cómicos; seguro que sabe bordar a Shakespeare y ahora acepta cualquier papel si le adelantan un bocadillo. Ser actriz y tener que trabajar para el partido que cierra los teatros requiere coraje, lágrimas amargas en el camerino, espero que no la obliguen a aceptar la cruz de hierro, que van pasados de rosca.
El PP merece perder el Gobierno por su zafiedad y su mala gestión, pero sobre todo por reírse de nosotros a la cara. En particular Rajoy, el Ausente, que ni los suyos saben dónde se ha metido durante toda la legislatura. En los mandos del país no estaba, desde luego, ni en las colas generosas de los bancos de alimentos, para más inri desvalijadas por alguno de su cuadrilla. Son insaciables, como corleones. Y no sigo, que hay una ley Mordaza y la puerta de mi casa vale un sueldo.
Lástima que la sociedad española se encuentre tan deteriorada y deba enfrentarse al hecho triste de haber generado un panorama político tan chusco. Cuando la ciudadanía tiene que agruparse para tomar las riendas de la nación, está gritando bien alto que el sistema no funciona. No nos representan, sentenciaban los Indignados, y su clamor llegó hasta las universidades y hace un año se materializó en Podemos. A falta de soluciones prácticas, mejor fundamentar teóricamente la revolución inmediata. Fue la bomba, el asalto a la Moncloa, la cosa pintaba tan bien que no se notaban los brochazos. Hasta los bancos europeos temblaban imaginando a un presidente con coleta. Les entró un miedo filibustero a que unos descontrolados metieran sus uñas sucias en el cofre del tesoro. Entonces, como son unos clásicos, aplicaron a este proceso la paradoja hispana, de manera que el impulso irrefrenable hacia la izquierda potenciara a la derecha. A día de hoy, Ciudadanos ha capitalizado los esfuerzos de Podemos, añadiendo más confusión y logrando que las esperanzas de muchos regresen al punto anterior, donde todo importaba un pimiento. Eso sí, el PSOE va a liderar a la izquierda, siempre que sea capaz de definirla a tiempo.
  Esto no es un país, es un disgusto. Hay que abandonar la introspección del móvil, en la realidad llueve, no caen rayitas, debemos guarecernos. Es un mal momento para que nuestras carencias nos dejen indefensos ante los expertos en manipulación. Hay personas que se sientan delante de una pizarra que contiene nuestra vida, deciden a primera hora inclinar hacia un lado el voto de los ancianos y antes del almuerzo lo tienen hecho. Se equivocan, claro, pero en un porcentaje no significativo. Si fuera por ellos, se eliminaban las elecciones y gobernaba directamente el Ibex-35. Para qué perder el tiempo, la democracia es un estorbo, a fin de cuentas evolucionamos hacia un homo economicus que avergonzaría al mismo Adam Smith.
Nunca hemos sido tan vulnerables. Igual que los fines de semana se advierte a los automovilistas de los riesgos de la carretera, sería de utilidad pública informar a la gente de los peligros de unas elecciones generales. Al menos decirles que consigan un Diccionario de Falacias, el que sea, hay versiones desde Aristóteles, para así detectar el engaño, saber Cómo lo hacen y el 20-D actuar en consecuencia.


Publicado en  EL MUNDO-Cantabria 24 noviembre 2015

viernes, 20 de noviembre de 2015

EL POZO SÉPTICO en El Diario Montañés



Gracias a ELENA SIERRA por su acertada reseña en
.
EL DIARIO MONTAÑÉS 20 de noviembre 2015

UN ÁNGEL DE BEICON en Revista Cantárida



Un ángel de beicon se posa sobre mis zapatillas azul celeste. Sus alas de lonchas veteadas salpican gotas de grasa minúsculas que brillan un instante y desaparecen. Me da la espalda, con los brazos en jarras. Tiene el cabello de fino cuero blanco y los pies con cascos de potrillo. No me muevo. Ni pestañeo. Miro de reojo a la cámara que me está grabando e imagino la cara de capullo que tendrá el médico que toma notas detrás del monitor. Otra vez se han pasado con la medicación. Miserables.  
—Hay que tener cuidado con las alucinaciones, abundan por estos lares…
El enfermero Marcos es tan ocurrente que dan ganas de crucificarlo en una torre de alta tensión. Sin preguntarme si deseo compañía, aparca a mi lado a una señora. No la conozco. Sus ojos y su boca me sonríen. Lleva el pelo blanco cortado a lo Joan Báez. Me recuerda a mi profesora de griego, una feminista declarada que comenzaba sus clases escribiendo en la pizarra un poema de Safo, uno nuevo cada día.  
—Parecemos geranios al sol… —su voz es firme, pero acogedora—. También pasajeros que esperan su vuelo… definitivo.
            —O nobles patricios que se dedican a no hacer nada —añado, con sequedad. Luego le sonrío a medio labio y observo que su silla de ruedas es una Splendor 12, con almohadillas antiescaras incorporadas en asiento y respaldo. Se rumorea que la residencia va a pasar de pública a privada por el método guarro de extender los privilegios. Son como alimañas, recortan de todos lados para llenarse los bolsillos, pero nunca es suficiente. Si además vives mucho tiempo, como yo, te odian. Y te investigan para fijar patrones que eviten que otros duren tanto… Miro a la mujer con recelo. Ella lo nota y entorna los ojos.
            —Tranquilo. No soy una infiltrada, soy del Trasvase.
            Cierro los puños. Vigilo por encima de su hombro y ella por encima del mío. Cualquier gesto o contraseña nos delataría. Nos miramos con los ojos muy abiertos.  Dejamos que la transparencia fluya entre nosotros hasta que las miradas adquieran confianza. Pasado un minuto, le alargo mi mano.
—Rubén.
—Estela.
            —Bienvenida. Os estábamos esperando, eres la primera. Al final, cómo acabó aquello…
            —Mal. Muy mal. Dos años sin el pantano y no ganaban para antidepresivos. Las familias que pudieron se llevaron a los suyos, a casa o a la privada. Los demás nos quedamos allí, mirando a una barranca donde antes había un lago. El primer mes, perdimos a cinco mujeres de más de noventa años. Pura tristeza… Y así mes tras mes, cada vez más jóvenes, hasta que reaccionamos. Hubo una petición unánime de traslado. Se negaron. Entonces organizamos la Resistencia, nos hicimos fuertes en la cocina, nos redujeron a jeringuillazos. A mí me han tenido dormida casi una semana, no sé dónde. Luego me trajeron aquí.
—La cárcel de viejos. Felicidades. Esto es tan ultramoderno que da grima. Es abrumador, sobre todo al principio. Aquí no hay nada que tenga más de dos años. El centro cuenta con un beneficiario, potentado de la construcción, y renuevan hasta los pomos de las puertas de un día para otro.  Lo que no se vende por extravagante y pasado de rosca, termina en nuestros salones. ¿Has visto las lámparas del pasillo de entrada?
 —He gritado al verlas. Sobrecogedoras.
 —Así se vengan de nosotros. De nuestra rebeldía. No hay nada a que afianzarse…
—Y además muchas pastillas.
—Ejercen sobre nosotros un control químico absoluto…—me aproximo a ella y le hablo entre paréntesis: (—… pero tenemos antídotos. Apoyo químico del exterior.)
—Los nietos.
—Los nietos… Sólo ellos impiden que acabemos siendo unos zombis.
Estela y yo cerramos los ojos. Cada uno piensa en su legado. Hijos y nietos que no se han arrodillado jamás. Resistentes de raza.
—Si tenéis alguna acción inmediata, contad conmigo.
—Te veo rígida. No tienes mucha movilidad…
—Todavía puedo sujetar una espumadera con los dientes. Pero lo mío es la intendencia. Les puedo robar cualquier cosa delante de sus narices.
—Perfecto. Andamos escasos de algunos suministros y solma… red… mesta…
La cara de Estela se divide en dos pedazos, luego en cuatro y se pliega sobre sí misma. Me sube un colocón tremendo de la última pastilla. ¡Miserables!
—Me fas a disculpar, Eftela. El enemigo ataca… desde el interior. Hasta el cambio de turno… no llega el antídoto…
La cara de Estela se materializa de nuevo. Asiente con la cabeza, comprende. Hace calor. Y frío. Escucho un suave aletear cerca de mi hombro derecho. El ángel de beicon extiende sus alas entre nosotros. Algo me dice, pero no le entiendo.


Publicado en Revista Cantárida

Foto Paula Arranz

viernes, 30 de octubre de 2015

CAMBIO en Photowriting de Paula Arbide



—Hola, soy Maite, la supervisora. ¿Seguís detenidos? Cambio.
     —Afirmativo. Pero ahora hay más gente rodeando la ambulancia. He tenido que apagar la sirena y quitar el contacto del motor. Cambio.
     —¿Ha llegado la policía? Cambio.
     —Sí, pero la organización no les deja entrar en el recinto. Dicen que no hay motivo. Lo que hay en un silencio que acojona. Cambio.
     —Pues en esas condiciones no se puede enviar el helicóptero, sería una locura. ¿A qué distancia estáis de la policía? Cambio.
     —Cincuenta metros, y miles de personas mirándonos. Cambio.
     —Tranquilo, son heavies, buena gente. Todos los días no se muere una leyenda de la guitarra en mitad de un punteo. Ha tenido que ser muy fuerte para ellos. ¿Qué hacen? Cambio.
     —Están tristes… tocan la ambulancia… Cambio.
     —Bien, escucha. Dile a tu compañero que pase a la trasera, que gire el cadáver, con la cabeza hacia afuera; y que abra la puerta y le descubra la cara. Luego enciendes el motor y avanzas lentamente. Cambio.
     —Tocarán el cuerpo, va contra las normas. Cambio.
     —No lo harán, ahora estás en un velatorio. Cambio.
     —Vale, jefa. Lo que tú digas. Cambio.
—Y pon las luces y la sirena, a todo volumen. Como muestra de respeto. Cambio.          


Publicado en Photowriting
Foto Paula Arbide



lunes, 12 de octubre de 2015

MATAR AL PERRO en El Mundo-Cantabria


Matar al perro


            En un país donde algunos todavía celebran el final de la temporada de caza colgando galgos de los árboles, a muchos les habrá sorprendido que se convoquen en una veintena de ciudades españolas concentraciones en memoria del perro Excalibur, sacrificado hace un año por el caso del ébola. Fue portada en bastantes periódicos del planeta, tope en la red, hubo varias manifestaciones con heridos que llamaban asesinos a los consejeros de Sanidad. Se cuestionó seriamente la necesidad de matarlo y, como existía un precedente en EEUU con un perro que no fue ejecutado en circunstancias semejantes, proyectamos al exterior una vez más esa imagen de país salvaje y de tocino rancio que tanto abarata nuestra economía. Quizá por ello, coincidiendo con el aniversario, la vicepresidenta del gobierno apareció en un programa televisivo de máxima audiencia para acercarse al pueblo llano bailando como la oposición y, de paso, abrazar cariñosamente a un perrito muy majo incomprensiblemente arrojado por la ventana por su dueña, ya multada y con el animal bajo custodia de la ley. Ignoro si fue una coña de los guionistas o un acierto de quien le lleva la agenda a la vicepresidenta, pero hubo un momento en que la cara de ella y el hocico de él parecían los dos extremos de la ranura de una urna: para adoptarlos juntos. Es evidente que con el voto tan disperso y mosqueado hay que atender a todas las sensibilidades, a los que van de cuadrilla enrollada dando pataditas country y a esos cuatro millones de españoles que declaran sentirse más solos que la soledad, y no tienen ni una mascota que les quiera. El Gobierno sí, hasta el 20 de diciembre.
Antes los políticos en campaña electoral abrazaban bebes, pero en estos tiempos de crisis los niños son vistos como unos tragapanes, además llevan décadas chiflados y a su libre albedrío y lo mismo te arrean un guantazo o te muerden sin avisar, cosa que no hacen los perros. Los presidentes mundiales solían aparecer con sus hijos, ahora lo evitan porque si son formales es que son unos zombis y de lo contrario pueden presentarse disfrazados de Sid Vicious en mitad de un discurso contra los punkis. Mejor sales con tus perros, que son fiables y civilizados. La desconfianza en lo humano y sus mezquindades ha terminado por socavar el principio elemental de amarás a tu especie sobre todas las otras y muchas personas han dirigido hacia los animales el cariño desdeñado por sus congéneres. Si nadie te quiere siempre te queda el perro, que ni se lo cuestiona. Eso es amor y lo demás novela rosa. Buena prueba de ello es una estadística especulativa reciente, que recuerda a un relato de Arreola, que vaticina que dentro de 25 años la gente practicará más el sexo con robots que con personas. No como un apaño, por sistema. O sea, lo haces, luego te tomas una cerveza, le cuentas los detalles al perro y, como es tan discreto, quedas como un caballero, o como una señora.
El cine comercial norteamericano, tan atento como los políticos a los vaivenes emocionales de la población, no solo ha recogido esta tendencia sino que le da alas. No tanto por motivos digamos humanistas, sino por los miles de millones que mueve el sector de alimentación, vestuario y complementos para perros. No hay que olvidar que Hollywood es un negocio en un mundo capitalista donde razón y economía están fundidas, de modo que una verdad pasa a ser falsa si no es rentable y cualquier falsedad se sostiene mientras haga taquilla. Convirtieron en los malos de la película a los indios, a los alemanes, a los rusos, a los palestinos, a los suramericanos, y ahora les toca a los chinos, como si los guiones los dictara el ministerio de asuntos exteriores o el Pentágono.  Su tendenciosidad, sin embargo, funciona como eficaz cronista y espejo de los tiempos. Sabemos por ejemplo que estamos en los años 90 si matan al compañero del policía protagonista y éste se venga liquidando a todo el que salga en pantalla, algo que entonces lo convertía en un vengador y hoy en un psicópata que abusa de su autoridad. No se puede abrir la boca si cada diente tiene un abogado, hay que echarle más imaginación, por eso en la década actual el móvil para encharcar de sangre las butacas es que alguien le mate el perro al protagonista. Pueden matar también a su familia, pero la familia ya no mola y se cambia en cada divorcio, lo que realmente le desquicia es el asesinato de ese ángel con patas, y en el momento crucial en que toda película americana justifica la violencia y por su propia inercia pide a gritos ser sádica e implacable, véase volarle los sesos al malo de turno, lo que aprieta el gatillo es la muerte del perro. Lo decía Mark Wahlberg en Shooter, El Tirador, donde el gobierno al que juró proteger le miente, le engaña, le dispara y le arruina la vida. Podía haberlo soportado, pero al final se los carga a todos, uno a uno, y al último le dice: No debisteis matar a mi perro. En un mundo sin principios, ésa es la delgada línea roja que ya no se debe cruzar.
Nuestra historia comenzó cuando un lobo se asoció con un primate y como resultado aparecieron el humano y el perro. La falta de reconocimiento de los derechos de nuestros compañeros demuestra ingratitud, ignorancia y ceguera moral. Llevamos miles de años tirándoles la pelota, y nos la traen, y lo seguirán haciendo hasta que aprendamos algo.   Fueron conscientes de nuestra torpeza desde el principio. Sabían que una inteligencia como la nuestra representaba un peligro y renunciaron a ser libres para evitar que lo destrozáramos todo en cuatro días. Son el garante natural que evita que nos volvamos locos. En España hay cinco millones y medio de perros, y aumentando. La gente pide control, se impone una negociación donde responsabilidad y derechos deben ir a la par. Pero hay motivos para el optimismo, porque lo que fue una moda o capricho al final está enraizando en la sociedad. Hace años que se dictan sentencias de cárcel por maltrato animal, y según la ley cada galgo que nace en este país debe llevar un chip identificativo. La picaresca los sigue matando, pero no con impunidad. Por aportar algo, yo creo que sería buena idea que el Estado financiara la entrega de un perro adoptado a cada persona solitaria que lo solicite. Sólo con pensar en el ahorro en antidepresivos ya saldría rentable. Actuemos con sabiduría, en vista de la disminución alarmante de humanidad en los humanos, qué mejor guía para recuperar el norte que un buen perro.

Publicado en EL MUNDO-Cantabria (11 octubre 2015)   

miércoles, 30 de septiembre de 2015

FRÁGIL REALIDAD en El Mundo-Cantabria



     Últimamente la imagen de la realidad tiene más presencia en nosotros que la realidad misma. Todo lo fotografiamos o lo grabamos y al momento lo compartimos, de modo que llegamos a las cosas con una sobredosis de superficie que invalida cualquier intento de penetración, de relación. Ya no tratamos con los objetos salvo para sacarles una instantánea que confirme su existencia, lo que nos transforma en meros registradores de la vida más que en seres vivientes. Es normal, estamos pasando por una fase infantil de deslumbramiento tecnológico, agigantada por internet y, por ejemplo, volvemos de las vacaciones con doscientas fotos de conchas marinas y ninguna en la maleta. Con el tiempo se nos pasará, igual que mi abuela dejó de saludar al hombre del telediario, pero en este periodo de tránsito estamos sufriendo algunas alteraciones graves de conducta. La más significativa es un progresivo alejamiento de la realidad física, un extrañamiento, porque la imagen grabada nos resulta más accesible, más fácil, no nos obliga a implicarnos, de manera que cuando nos vemos obligados a tratar con la realidad en directo, nos resulta ajena, agresiva y, lo que es peor, decepcionante. O sea, llegamos a creer que un objeto real es la versión pobre del que aparece en pantalla.
 Renegamos cada vez más de la realidad física, y así permitimos que el espejismo virtual domine nuestro paisaje y nos imponga sus normas. Ya no nos movemos sin el móvil, que nos dice dónde estamos, cómo llegar al lugar al que nos dirigimos y, si alguien mira en su interior, también le dice quiénes somos. Si por desgracia perdemos nuestros archivos sufrimos amnesia, y miedo. Pero no nos importa. Hemos aceptado que parte de nuestro cerebro resida fuera del cuerpo con la misma resignación que aceptamos la imprenta, la máquina de vapor, la radio, la tele, o la bomba atómica. Es demasiado grande para nosotros, está cambiando el mundo, adoptemos pues el papel sumiso que nos corresponde. Entreguemos nuestra biografía, nuestra intimidad, antes sagrada, a un dispositivo electrónico sin tener garantías de que no lo utilizará en contra nuestra. Para controlarnos. Para que otros nos controlen. Para vendernos algo. Acaso nuestros propios recuerdos, si los perdemos, o si nos los roba un ladrón de memoria, que todo llegará. Sabemos que detrás de todo esto hay seres humanos y precisamente por eso conviene desconfiar. La experiencia es un escudo.
Al igual que en otras épocas, estamos desvalidos ante el nuevo fenómeno que todo lo transforma, una zancada del progreso que nos obliga a dejar atrás una parte substancial de lo que somos y a cambio sólo nos ofrece promesas, aire. Como entonces, hay conflictos y guerras, causadas o asociadas a un descubrimiento de esta relevancia, porque lo antiguo fricciona con lo nuevo como las placas tectónicas: lenta e irremediablemente. Que nada volverá a ser lo mismo es el indicativo de su poder. Sin ir más lejos, gracias a la tecnología y a la difusión instantánea de internet, la zona oscura de la realidad se ha desvelado y hemos podido comprobar que muchos de nuestros dirigentes políticos y religiosos eran más miserables de lo que sospechábamos, pero, como contrapartida,  la proliferación de tanta basura humana nos ha manchado a todos y nos ha vuelto sospechosos. Con la disculpa de vigilarse a sí mismos van a vigilar a la especie entera, estrategia tosca pero eficaz que te enseñan en cualquier universidad exclusiva con el lema en latín: No es nada personal, sólo son negocios. En un mundo semejante, las posibilidades de que nuestros datos nos salgan por la culata son todas. Se habla demasiado de la web profunda para que sea solo un rumor o leyenda. No iban a dejar algo tan importante en nuestras manos… El caso es que no disponemos de mecanismos de defensa que nos protejan  para lograr que el cambio sea gradual, asumible, humanamente aceptable. Tenemos la sensación de que la realidad nos va a pasar por encima, hagamos lo que hagamos.
Pero hay que ser cautos, desde que el Progreso es nuestro dios y señor, y discutir sus avances un anatema, ninguna mente democrática practicante debe proponer sistemas de alejamiento de la creencia. Y mucho menos organizarse en torno a la deserción. Eso sería involucionar, ser un retrógrado. Nada de desconexiones terapéuticas y paraísos sin cobertura,  aunque no esté en juego correr como una locomotora o volar como un pájaro sino nuestra propia inteligencia. Y hablarle de inteligencia a un ser humano es pinchar en hueso. O debería. Ya hemos abaratado la vida para hacerla más asequible, todo es de plástico y se desmenuza entre las manos justo después de pasada la garantía, pero ahora nosotros somos el objetivo. Si por dejadez o tontería despreciamos la realidad física en favor de una imagen grabada, la existencia misma será un decorado de cartón piedra y cualquiera podrá cambiarla sin que podamos evitarlo, porque no la veremos, entretenidos en el limbo virtual. Es un precio demasiado elevado. Quizá por ello está surgiendo una necesaria añoranza de lo real, nostalgia del verdadero tacto de las cosas, para no perder el anclaje antes del cambio inminente.
Hay que decir en favor de la realidad, aunque nos resulte escasa y decepcionante, que sigue siendo el origen de las cosas. Que esa luna tan enorme, de ciencia ficción, que aparece en nuestras pantallas, está sacada con objetivo. Que perdernos tanta belleza es una infamia. Que en el otro lado sólo hay datos, nada más que datos. Y a día de hoy el ser humano no se puede reducir a simple información codificada. No hay más que ver el ridículo que hacen cada vez que nos presentan un robot y se rompe la crisma al tropezar con un bordillo. Es una máquina, le falta alma, pensamos, o que su madre lo vista de domingo y le echen la bronca por no mirar dónde pone los pies. Los programadores olvidan la esencia y pierden perspectiva: nosotros somos sensoriales y estamos juntos. Tenemos sentido porque sentimos. Además de una estadística, como pretenden nuestros gobernantes, somos manos y brazos y corazón, incluso amamos, aunque no nos llegue el presupuesto para hacerlo. Vamos ciegos, pero cogidos de la mano. Hemos sobrevivido a cambios peores porque sabemos adaptarnos. Hasta nos permitimos la injusticia de ser optimistas en estos tiempos. Cuánta ingenuidad.

                                                                                              
Publicado en El Mundo-Cantabria 27-9-2015

Foto Jesús Ortiz

lunes, 28 de septiembre de 2015

EL MAESTRO en ACCESO LIBRE


A partir de ahora, por acuerdo con la Editorial Anagnórisis, EL MAESTRO pasa a

LIBRE ACCESO y DESCARGA GRATUITA en el enlace:

http://www.anagnorisis.es/wp-content/themes/journalized/images/libros/El_maestro.pdf

Espero que os guste y lo disfrutéis.


lunes, 7 de septiembre de 2015

LA SILLA DE GLENN GOULD en El Mundo-Cantabria

La silla de Glenn Gould


Durante los descansos del concurso de piano de Santander el pensamiento se me iba, alternativamente, hacia el fracaso y los taburetes de los pianistas. El fracaso porque es un tema recurrente en cualquier competición, ya que gana uno y los demás pierden, y la empatía hacia los perdedores arrastra las ideas con facilidad. Los taburetes porque un empleado los cambiaba entre actuación y actuación, sin que yo acertara a saber si era por capricho del intérprete o de la organización, dando preferencia a dos modelos, uno clásico con el asiento acolchado en capitoné y otro más moderno, liso y funcional. El dilema consistía en determinar si la elección del taburete influía en el fracaso como pianista.
No cabe duda que ser pianista profesional es muy difícil, además de esforzado. Hay que estudiar desde niño, ensayar cuando tus amigos juegan, torturar a los vecinos con tus progresos, superar unas pruebas cada vez más duras y, una vez obtenido el nivel suficiente y el título que lo acredita, se puede ejercer. Hablo de trabajar como pianista de orquesta, profesor de piano,  afinador con tienda de instrumentos musicales, incluso el pianista ése que ameniza las veladas turísticas y por un billete te toca lo que le pidas. No lo digo con demérito, al contrario, vivir pegado al instrumento que amas ya es un éxito, sino para contrastar lo más humilde de la profesión con lo más elevado: ser concertista de piano. Sólo los mejores de entre los mejores son concertistas, cien veces menos en proporción que las demás actividades artísticas. El motivo radica en que su arte, salvo excepciones, es reproductor, recreador, interpretan obras ajenas, la mayoría conocidas por los oyentes y con cientos de años de antigüedad. Pensemos por un momento en una librería con mil versiones de El Quijote, escritas por otros tantos autores actuales, todas con idénticas palabras y sólo diferentes en el formato, el tipo de letra o las notas a pie de página. Una locura de Borges, claro, una ficción, pero a eso precisamente se enfrenta un concertista de piano cada vez que se sienta frente al teclado. 
No es infrecuente que los pianistas de élite pierdan la cabeza por culpa de la presión de su entorno y un desmedido nivel de auto exigencia. Recordemos la película Shine (1996) con Geoffrey Rush paralizado por el Concierto para piano Nº 3 de Rajmáninov; o La pianista (2001), del perturbador Haneke, donde Isabelle Huppert se deja llevar por sus perversiones sexuales para compensar la excesiva rigidez de su temprana educación musical; o la más reciente Cuatro minutos (2006) con Hannah Herzsprung interpretando a una joven encarcelada que sorprende a todos por su modo a la vez virtuoso y violento de interpretar  a Schumann. En las tres películas el desencadenante de la locura es el maltrato paterno vinculado a una enseñanza musical con exceso de expectativas. El día que sus padres descubrieron sus dotes para el piano comenzaron a destruirlos. Por cierto, en Cuatro minutos la protagonista toca siempre de pie, no quiere hacerlo sentada para rebelarse contra lo establecido y dar rienda suelta a su pasión. 
Se puede decir que tocar el piano y fracasar van íntimamente unidos. De hecho todo el que toca el piano fracasa desde la primera nota, y pobre de él si no intenta fracasar porque entonces no llegará a ninguna parte. Hay que tener ambición, cada vez que interprete una pieza musical debe aniquilarla, demolerla, hacerla añicos, pero no puede cambiar el orden ni olvidar una sola nota. Eso está prohibido, es inmoral, una falta de respeto al autor. La obra debe ser la misma, pero trascendida. No basta con reproducir la partitura como lo haría un robot, además hay que trasmitir el alma de su creador utilizando el alma del intérprete. Establecer esa conexión. Para ello el pianista se tiene que dejar algo más que el pellejo cuando toca. La entrega ha de ser absoluta, el conocimiento de la obra, impresionante, la ejecución: carne humana hasta el delirio. Como las Variaciones Goldberg de Bach tocadas por Glenn Gould. Nadie las ha tocado tan artísticamente como él, en directo, y sus grabaciones son  las mejores, son únicas, y además son dos, lo que desafía el plural. Pero en eso consiste la genialidad: las dos son la mejor a la vez.
Glenn Gould sorprendió al mundo musical en 1955 con una versión acelerada de la Variaciones Goldberg, y en 1981, un año antes de su muerte, hizo otra más sosegada. Por ejemplo, la Variación 15 del 55 dura dos minutos y la del 81, cinco. Una interpretación diferente en cada punto de su biografía. Sólo tocó en público tres años, 34 conciertos, y luego se retiró al lago Simcoe, en Ontario, Canadá, donde había pasado su niñez, para dedicarse sólo a las grabaciones. Sin la presión del público obtenía mejores resultados. Ahora dicen que padecía el síndrome de Asperger, lo que explicaría su deseo de aislamiento y sus excentricidades. No comprendía por ejemplo cómo un pianista tenía la frialdad de dar un concierto sentado en un taburete que no le pertenecía.  Él necesitaba un objeto familiar en el escenario y no podía cargar con un piano. Iba a todas partes con una sillita que le había hecho su padre cuando tenía ocho años y siempre tocó desde una altura 35 centímetros más baja que un pianista normal. Tocaba de abajo arriba, era como una araña vibrante encaramada a un piano. Lo vivía con tanta intensidad que sus tarareos mientras tocaba están incluidos en las grabaciones, lo mismo que algunos crujidos de su silla desvencijada, como un instrumento más. Ahora se conserva en una vitrina de la Biblioteca Nacional de Canadá.
Supongo que Glenn Gould respondería afirmativamente a la pregunta de si una mala elección de taburete influye en el fracaso del pianista. A él le influyó, pero era un genio, un fuera de serie, nacen pocos cada siglo, y sus manías formaban parte de su excepcionalidad. En el concurso de piano de Santander no he visto que nadie le pusiera mala cara a la banqueta, que sólo es una banqueta pretenciosa, lo que importa es la música. Al final ganó el primer premio el español Juan Pérez Floristán, también premio del público, así todos contentos. A mí me gustó el surcoreano David Jae-Weon Huh, segundo puesto y medalla de plata, porque arriesgó mucho con una pieza de Prokofiev escogida también por otro concursante. Lo vi serio, centrado, quizá más dispuesto a fracasar que los demás, tiene futuro. Encima es alto, delgado, nada más sentarse hizo descender el asiento, con una ruedecita que tiene en un costado el taburete, porque rozaba con las piernas la parte baja del piano y, en un momento de su actuación, replegó hacia un lado y hacia atrás su pierna izquierda, para estar más desahogado, imagen sugerente que ha dado pie a este artículo. Gracias David, suerte.
publicado en EL MUNDO-Cantabria (25-8-15)


domingo, 6 de septiembre de 2015

DELFINES DE SOMO en El Mundo-Cantabria

Delfines de Somo


Dice una teoría animista que conforme vamos exterminando a los animales sus características pasan directamente a nosotros. Es una idea peregrina, una recriminación poética que amenaza con hacer real lo que ahora es solo lenguaje, pero acierta al pronosticar que si permitimos que mueran las abejas tendremos que encargarnos los humanos de la polinización. El hombre es un lobo para el hombre y una catástrofe para la naturaleza. Dentro de poco no quedarán ejemplares de muchas especies, y de otras sólo sabremos por las fotografías, los documentales o lo que salga en la pantallita del móvil. Acabaremos diciendo: eres más alto que un semáforo, porque ya nadie se acordará de las jirafas.
Hay en estos momentos una campaña muy mediática, con actores de Hollywood sinceramente preocupados, en defensa de los delfines. Quedan atrapados en las redes de pesca sin que nadie lo remedie, la gente se los come camuflados en latas de atún y son objeto de experimentos crueles, sin duda clasificados. Da pánico pensar que vamos a ser capaces de aniquilar a unos animales tan fantásticos. Hay que reconocer que sentimos debilidad por su aspecto simpático, su actitud infantil y juguetona, su capacidad para comunicarse y esa sonrisa perenne que en nuestro código significa inteligencia. Queremos a los delfines y ellos nos corresponden. Están en nuestros cuentos, en nuestras leyendas, ayudan a los náufragos, guían a los barcos, son un símbolo de bondad natural que nos vincula con el mar. Somos lo que somos por las alianzas que establecemos, y sería prudente empezar a considerar a los delfines como nuestros compañeros marinos, igual que en la tierra lo son los perros, pero sin tratarlos como a ellos.
Desde hace varias décadas, hay un colectivo humano que se ha aproximado al mar con una actitud diferente: los surfistas. Son gente valiente que busca diversión y conocimiento en algo tan elemental como es una ola. Suelen ser jóvenes, están en forma, pasan mucho tiempo oteando el horizonte, leyendo las aguas, esperando sentados en sus tablas a que el mar se mueva y agite sus músculos y sus conciencias. Se comunican entre ellos en código binario: hay olas o no hay olas. Son expertos meteorólogos, entienden de nubes y de vientos. Muchos comenzaron a practicar el surf como deporte, para darle una tregua al stress, y han terminado enganchados a la tabla de mareas, a un estilo de vida muy diferente que forma parte de esa revolución cultural ralentizada que no se basa en la confrontación sino en el deslizamiento. Taoísmo rastafari, zen para el mundo líquido, cambiar la mirada en vez de quedarse ciego, como propone la sociedad. El surf es una actitud.
En occidente lo conocemos desde 1767, cuando la tripulación del Capitán Cook observó desde el Beagle cómo los nativos hawaianos se desplazaban sobre las olas con tablas de madera tallada, pero sus orígenes son anteriores. Se tienen evidencias de que en el siglo IV los Mochicas de Perú ya construían embarcaciones para subirse a las olas, los Caballitos de Totora, elaborados con este material, un tipo de junco, o con madera de balsa, y su finalidad era exclusivamente recreativa, para disfrutar y competir. Así lo dejó escrito en 1590 el jesuita José Acosta en su Historia Natural y moral de las Indias. Y sería precisamente por inmoral que en 1821 los misioneros escoceses y alemanes lograron prohibirlo en Hawái, condenando a esa costumbre pagana al ostracismo durante casi dos siglos. Pero a principios del siglo XX los nativos hawaianos lo recuperaron en la playa de Waikiki, y de allí se extendió a Australia y California, donde en 1960 se puso de moda gracias a la película Gidget y a la música playera de grupos como los Beach Boys.
En España se surfearon las primeras olas el 10 de marzo de 1963, en el Sardinero, y lo hizo Jesús Fiochi. También en Cantabria, en Somo, se abrió hace ahora 25 años la Escuela Cántabra de Surf, pionera en el país. Repasando ambas historias encontramos un hecho curioso. Inicialmente el surf  era un deporte de temporada y en invierno los aficionados se iban a Canarias o Marruecos, los más privilegiados a Perú o Hawái. Algunos practicantes de pesca submarina se sintieron atraídos por el nuevo deporte y para aguantar el frío del agua se dejaron puestos los trajes de goma. Eran calientes pero un tanto incómodos, y con el tiempo evolucionaron hasta el actual traje de neopreno, que fue decisivo para popularizar el surf en esta zona. Lo mismo ocurrió en todo el mundo, y si bien aquí no importaba, en el Pacífico sí, porque allí hay tiburones. Para ellos, un grupo muy numeroso de color negro brillante que se mueve muy rápido, está cerca de la orilla y juega con las olas, sólo pueden ser delfines. Fue por tanto un tiburón, al confundirlos, el que creó la metáfora, y desde entonces decimos con razón que un surfista ES un delfín.
A mi entender, merece mucho la pena profundizar en esta relación amistosa con el mar y seguir el ejemplo de Somo, que en el 2010 invirtió el dinero europeo destinado a potenciar el turismo en nuevas instalaciones y en adoptar el surf como principal seña de identidad. Muchos nos acercamos por allí con frecuencia para contemplar la puesta de sol y cada día nos encontramos con más surfistas. En realidad, una multitud. Da gusto verlos, van descalzos, dando saltos, con la tabla bajo el brazo, tiritando neopreno, y si en el agua son delfines en tierra parecen pingüinos resfriados. Los hay de todas las edades, tipo y condición, como si fuera una actividad que encandila y hermana a las personas, es evidente que son el motor de Somo. A pesar del desastre ocasionado por los temporales del año pasado, nos dicen que los fondos marinos ya se han recuperado y se puede surfear con normalidad. La gente de la bahía se mueve, quizá regresen los buenos tiempos. De momento, hoy ha sido un día glorioso, el sol radiante, los vientos amables, la mar ordenada, las olas perfectas.


publicado en EL MUNDO-Cantabria (6-8-15)

  

jueves, 3 de septiembre de 2015

FUEGOS NATURALES en El Mundo-Cantabria

Fuegos naturales


            Muchos ojos y bocas se han abierto asombrados desde que en el siglo IX un monje taoísta que buscaba un elixir para alcanzar la inmortalidad inventó por casualidad la pólvora. Hay que imaginar su sorpresa ante algo tan prodigioso y la cara  que pusieron los demás monjes cuando les hizo la primera demostración. Sin duda la explosión los dejó a todos sordos, sintieron en sus cuerpos la onda expansiva, la necesidad de correr, lo inútil de cualquier refugio, pero a la vez la alegría de seguir vivos, de haber salido indemnes de la experiencia. Hasta entonces sólo el cielo había tenido un poder semejante: el trueno, el rayo, la tormenta; y controlar esa potencia destructora tuvo que infundirles miedo, perplejidad y una profunda satisfacción. Una foto del grupo mostraría idénticas expresiones a las que tenemos hoy en día nosotros cuando asistimos a unos fuegos artificiales.
            La pirotecnia nos ha fascinado desde su creación, casi inmediata al descubrimiento de la pólvora, que antes de convertirse en arma mortal fue sobre todo un juego, un entretenimiento, una máquina del tiempo que nos devuelve al territorio de la infancia con inusitada rapidez. Hay algo mágico y sobrenatural en los Fuegos, nos encantan, acudimos siempre a su llamada, hasta los niños se extrañan cuando tiramos de ellos y gesticulamos como payasos intentando explicarles la maravilla que van a ver a continuación.  Es el alarde humano por excelencia, la chulería llevada al extremo, la máxima demostración de lo que somos capaces de hacer cuando no nos ponemos beligerantes: la belleza por la belleza, y a lo bestia. Un dispendio económico del que antaño sólo disfrutaban los emperadores y ahora es el espectáculo que reúne mayor número de personas en cualquier fiesta, sea de pueblo pequeño o de la ciudad de New York. Es un acto ceremonial, la liturgia de la luz, un regalo.
            Pero también hay voces críticas contra los fuegos artificiales. Son peligrosos, es evidente, siempre hay algún herido, contienen substancias contaminantes que se esparcen a los cuatro vientos y últimamente nos quejamos de que molestan de un modo cruel a nuestras mascotas, en particular a los perros. El récord lo tienen los portugueses, que lanzaron en la Isla de Madeira más de 70.000 artefactos durante una hora en la Nochevieja del 2006, y quién sabe cuántas dentelladas aguantaron los sillones y las cortinas. Quizá llegue un día en que exista una normativa para controlar los decibelios de esta costumbre tan arraigada que ya forma parte de la naturaleza humana, pero entonces habremos perdido la necesidad de vanagloriarnos por el mero hecho de existir, algo improbable. De momento, todos los años por estas fechas estivales esperamos la llegada de los Fuegos como un espectáculo singular. Nos gusta su maravilla y también sentir que el cielo se viene abajo, algo que resulta iniciático para los pequeños y renovador para los adultos, todos dispuestos a premiar cada explosión de luz con un Ohh, con muchas haches.

publicado en EL MUNDO-Cantabria (28-7-15)


miércoles, 15 de julio de 2015

PRESENTACIÓN Torrelavega DLIBROS 3 julio 2015


Presentación de El pozo séptico (la primera), junto con Frontera de carne. Ojalá todas las presentaciones se parezcan a ésta. Muy a gusto en DLibros.

miércoles, 1 de julio de 2015

CASA DEL LIBRO-Bilbao 2015-Presentación Frontera de carne




       Hablando de poesía, parapente y las patas fabulosas de mi perro el Bosco.

    CASA del LIBRO-Bilbao. Presentación de Frontera de carne. 30 de junio 2015


domingo, 28 de junio de 2015

EL VÉRTIGO-Frontera de carne, CASA DEL LIBRO-BILBAO




                         El vértigo
                         es mi brújula.


de Frontera de carne, pag. 7
Arte Activo Ediciones 2015


Presentación 30  de Junio, 19 h. en CASA DEL LIBRO, Alameda de Urquijo, 9 BILBAO

jueves, 25 de junio de 2015

MEDIOCABALLO.COM en Photowriting de Paula Arbide


mediocaballo.com

    CINCO son los motivos que nos han llevado a escoger la fotografía de Paula Arbide titulada Viejo caballo blanco sobre fondo negro como imagen de cabecera de mediocaballo.com:
     —La evidente espiritualidad del caballo retratado, lleno de dignidad y presencia, con la brida firme y la mirada escondida, como un vínculo certero entre los dos mundos.
     —La elección del blanco y negro, con predominio del negro, sugiriendo así que la luz de lo real retrocede ante la oscuridad del sueño.
     —La perfección del encuadre, al ocultar en la sombra medio caballo, coincidiendo con el nombre de esta página,  nacida para la recuperación urgente de los símbolos.
     —La capacidad de sugerencia del conjunto, ya que basta una simple mirada a la foto para hacerse cargo de la situación crítica en la que nos encontramos actualmente, donde sólo uno de cada cien individuos es capaz de soñar y, cuando lo hace, sueña con medios perros, medios dragones, medios caballos y el resto de los símbolos en trance de desaparición.
     —Y las orejas. Las orejas atentas del caballo. Esas orejas que combaten por nosotros entre la luz y la sombra. Ese gesto de alerta. La llamada quieta a la acción inmediata, antes de que perdamos un referente humano fundamental. Porque si nada es símbolo de nada, la Nada lo será todo.

                                                                                                                         


martes, 23 de junio de 2015

TODAS LAS LÁGRIMAS QUE NO LLORÉ-Frontera de carne


Todas las lágrimas que no lloré
de niño las estoy llorando ahora,
y son, como entonces, lágrimas secas,
de furia y de pavor, porque era cierto
y no tenía ni cura ni remedio.

Esto es lo real
la vida es el cuento.
Vacío la casa de gente
la lleno de pensamiento.


de Frontera de carne, pag. 45.
Arte Activo Ediciones 2015


PRÓXIMO MARTES día 30, a las 19 horas en
BILBAO. CASA del LIBRO, Alameda de Urquijo, 9

lunes, 22 de junio de 2015

LA RAZÓN HA PERDIDO-Presentaciones Frontera de carne



                                        La razón ha perdido
                                        el asidero. Caen
                                        migajas infantiles
                                        reclamando la pérdida
                                        prometida.


de Frontera de carne, pag. 15
Foto Paula Arranz


PRÓXIMAS PRESENTACIONES:

BILBAO: 30 de junio, martes, 19 horas. CASA del LIBRO-Alameda de Urquijo, 9

TORRELAVEGA: 3 de julio, viernes, 20 horas-DLIBROS-Lasaga Larreta, 11

domingo, 21 de junio de 2015

VAGAMENTE SE AGRIETA LA TERNURA-Frontera de carne


Vagamente se agrieta la ternura
en el túnel de carne prieta,
el ímpetu ejercita una malversación
entre lamentos. El lugar de la
esperanza lo ocupa ahora la
máquina irrefrenable, desbocada,
demostrativa. ¿Pediremos perdón
una vez más por ser tiempo?
La sombra del árbol es testigo de
lo fugaz.
Mueren las lágrimas al instante
y al instante se reanuda la
alegría del llanto.


de Frontera de carne, pag. 39
Arte Activo Ediciones 2015

lunes, 15 de junio de 2015

AMANECE, LA LUZ-Frontera de carne

Amanece, la luz
lo oculta todo,
los pájaros asordan
el aire con sus cantos,
enmudece el pensamiento
a la vida diaria,
el ajetreo de buscar
un hueco para picotear
el pienso. Rugen
los estómagos, se agotan
las voces, y, con la oscuridad
renace mi vida.


de Frontera de carne, pag. 89
Arte Activo Ediciones, 2015

jueves, 11 de junio de 2015

SE VA A DORMIR EL MURCIÉLAGO-Frontera de carne

     
                 
                        Se va a dormir el murciélago
                        saciado de mosquitos, pasó
                        ya la lechuza sin ratón
                        y dejó el halcón media
                        gallina rota contra
                        el alto muro
                        el alba
                        es todavía una promesa que mantiene
                        dormidos a los gorriones
                        quietos a los topos, la escarcha
                        no tiene nombre, es frío aún,
                        la noche sigue rendida
                        a la luz evidente que
                        se anuncia con este
                        silencio. Yo, espero.
                        En este hueco vive
                        mi alimento. Aquí
                        soy la presa. Una palabra
                        retrasada caerá en mis garras
                        y retorcerá sus trazos
                        abrazando mi cuerpo,
                        justo, en ese momento,
                        amanecido.


de Frontera de carne, pag. 37
Foto Paula Arranz