martes, 29 de mayo de 2012

MATERIA RESERVADA


Materia reservada


            Casi todo el amor primero lo hice con Julián. Nos gustaba desnudarnos cuando hacía frío y enredarnos en un abrazo complicado para evitar que el otro se congelara. También sosteníamos charlas en las que estaba permitido preguntarlo todo, pero más adentro, donde sólo se llega cuando los cuerpos están mezclados y acercan los pensamientos como nada puede hacerlo. Él y yo dijimos cosas entonces que sólo se dijeron una vez y no se volverán a repetir. Cosas serias, cosas de adultos.
            La última vez que vi a Julián estaba con su hija. Ella había crecido, ya no miraba como una niña, y cuando él intentó con torpeza recordarle mi nombre, ella lo dijo rápido, con una vaga ternura. Miré a los ojos de Julián para saber qué pasaba. `Acaba de dejar a su primer novio´, me informó. `Haces bien´, le dije, `sabía demasiado´. Ella se echó a reír, y al alejarse Julián le pegó un codazo de curiosidad que, por un momento, sentí en mi propio costado.

                                                                                      de Mercedes Cancelo

miércoles, 23 de mayo de 2012

ABRAXAS


            Estaba yo pensando que le vendría bien una mano de pintura a la pasarela, desconchada por el salitre, cuando se forma un barullo de gente al fondo de la cala. La señora Maldonado, que veranea como quien dice a mi vera, y me atraviesa con la mirada cada vez que pierdo de vista a sus hijos, criaturas irremediables, se quita las gafas de leer y gira su escote hacia mí. No necesita ni decir mi nombre, su orden llega a mi pecho como una lanza. Salto al instante de la silla de vigilancia, cojo el flotador californiano y corro entre las tumbonas procurando no levantar demasiada arena. Con estilo, pero sin forzar la cámara lenta. Tampoco es cosa de ponerse a sudar como un ordinario. Sin embargo, cuando llego al lugar de los hechos se me quita la tontería de cuajo. Sigo la dirección que indican las manos enjoyadas. Sobre la pasarela hay un hombre, grande y flaco, completamente vestido, mirando al mar con aparente despreocupación. Lleva en la cintura un hacha pequeña. La gente empieza a retroceder, de modo que yo tengo que avanzar. Camino hacia él hombre procurando que no se me arrugue el pecho depilado. A mí me contrataron porque estoy bueno y sé nadar, yo no tengo la culpa de que un analfabeto no sepa leer el cartel que dice Prohibido el paso, o que se lo acabe de pasar por el forro. No me gustan las peleas. Mientras me acerco, no dejo de mirar sus manos y el hacha. Podría lanzarla de pronto hacia la playa. Me fijo bien y creo reconocer el modelo: Arregui de 300 gramos, como el hacha de la leña que usaba mi abuelo. Mi abuelo, que era un pedagogo, me explicaba con frecuencia las ventajas de un hacha pequeña y afilada a la hora de cargarte a alguien. Subo a la pasarela y de reojo miro con nostalgia mi silla de socorrista, con su teléfono móvil y la posibilidad de llamar a la policía. No es la primera vez que me enfrento a un resentido estival. Normalmente son tipos de ciudad obligados a trabajar en verano, albañiles y gente por el estilo que se acercan a la playa a la hora del almuerzo para faltarles al respeto a mis clientes. Suelen llamarles ricos de mierda, parásitos, o se agarran el paquete y hacen gestos obscenos. Pero nunca van armados. Procuro apretar el paso, hago ruido al caminar sobre la pasarela y cuando me estoy acercando al hombre por la espalda, se gira bruscamente. Le pregunto qué pasa alzando la cabeza. Él me pregunta qué dices adelantando la cara. Entonces me fijo en su cintura, y no hay nada. Quiero decir que el hacha está dibujada, trazada, pero no existe. El efecto óptico lo produce un pañuelo color madera, enroscado con arte, y un adorno singular en una camisa minuciosamente escogida. Esta cala es privada, le digo. Ya, responde él. El hombre me mira de un modo brutal y a la vez contenido. Señalo con dedo firme a su cintura. Es un hacha Arregui de trescientos gramos, le digo, para que vea que tengo conocimientos ferreteros. El hombre hace una mueca parecida a una sonrisa. Luego se ajusta con brusquedad la camisa, golpea con un dedo el pañuelo, y el hacha desaparece por completo.    

                                                                               publicado en Revista Cantárida
   


lunes, 21 de mayo de 2012

LUKE: Puertas y armarios


       Los amigos de la revista Luke me publican este mes el relato Puertas y armarios, con una foto de Paula Arranz.
     Siempre le he tenido cariño a esta historia de desamor loco y constructivo. Me ocasionó muchos problemas durante años. Desde el primer momento me gustaba el tono pero no la resolución, y era un  relato que sin una salida perdía el sentido. Creo que necesitaba adentrarme en su vertiente poética para atreverme a jugar con el tiempo de un modo más decidido. Estoy contento del resultado. Lo logrado, aun siendo poco, para mí resulta muy valioso. En literatura se cruzan fronteras y una de las mías la crucé con este relato. Se puede leer aquí:

viernes, 18 de mayo de 2012

LOS AMIGOS DE NICO


Los amigos de Nico


          Debajo de los buzones están sentados una decena larga de niños. Escucho su alboroto de cine semanal y oigo la voz de Nico pidiendo silencio. Estoy en el rellano del primer piso. Me doy impulso contra la pared, corro sobre el filo de las escaleras, inclino el cuerpo hacia delante para coger más velocidad y, cuando veo la luz del portal, salto. Es un salto prodigioso, por supuesto a cámara lenta.
          La tira de once escalones pasa rápido bajo mis pies. Me elevo con fuerza y pedaleo un buen trecho para consumir el exceso de energía que me impide controlar el ascenso. Me estiro, pego los brazos al cuerpo y adelanto la cara como un esquiador volante de Año Nuevo. Llego a un palmo exacto de la lámpara y, en ese punto, saco pecho y me arqueo hasta lograr una belleza tensa, casi crujiente, lo que Nico llama la patata frita de bolsa lanzada al espacio infinito, y entonces lo consigo.
           Consigo peinar la lámpara con mi melena de rizos y comienza el descenso, de medio lado, al principio casi inmóvil, como un buda echando la siesta, postura que aprovecho para saludar a los chicos, que dan vítores desde allá abajo. Después caigo, en picado, pero controlando. Compongo con gracia natural un doble tirabuzón carpado adelante, dos atrás, el salto del ángel, y me poso sobre la alfombra del portal con la suavidad de un pañuelo de seda. Es impresionante, esto lo haces sin testigos y no te cree nadie.

                                                                                de Silencios que me conciernen



jueves, 17 de mayo de 2012

MAMÁ


Mamá


            Yo era demasiado joven cuando aquella señora se sacó la teta y se empeñó en metérmela en la boca y llamarme hijo.

                                                                     de Silencios que me conciernen



martes, 15 de mayo de 2012

MURALLAS


Murallas

            En las horas tranquilas disfrutaba observando a la gente que pasaba por la calle, sobre todo los días de lluvia y frío, cuando todavía me maravillaba el privilegio de tener una librería que me alejaba de la intemperie. No sospechaba que acabaría leyendo buena parte de aquellos libros, que convertiría el escaparate en una cinta sin fin que avanzaba a mi ritmo de lectura y me delataba. Hice amigos entonces, era fácil saber de mí fijándose en el escaparate, pero leía sin tregua y pronto una fila de libros fue insuficiente para reflejarme y llegó la segunda. Hace ya varios años que los libros ocultan casi por completo la calle, como una persiana de palabras, una muralla de conocimiento, una soledad ilustrada.

                                                                                         de Mercedes Cancelo

sábado, 12 de mayo de 2012

LA ÚLTIMA IDEA


La última idea

He pasado la noche en vela, llorando.
Antes de acostarme el Servidor me ha informado de que la última idea que consideraba propia, original, mía, ya está registrada. Además no ha querido proporcionarme el nombre del propietario para evitar que negocie un intercambio y me libre así de cumplir con mi contrato. A las doce en punto del mediodía de hoy, seré un creador anónimo.
Me duelen mucho los ojos. No sé cómo debo mirar este amanecer si ya tengo la confirmación oficial de que mi mirada no contiene posibilidades. Todo lo que veo, y lo que interpreto de lo que veo, y los sentimientos que genera en mí, son una mera repetición. No soy un creador singular. Y lo peor es que nunca lo he sido. O lo fui, de un modo provisional, mientras me mantenía en la ignorancia. Querer saber, para ser, ha resultado un suicidio.
Me levanto de la cama, más bien le digo a mi cuerpo que me levante de la cama, que tenga la voluntad que a mí me falta. Camino y me arrastro por el pasillo hacia el cuarto de baño, meo, cago y entro en la ducha: ¡Dios, por qué no se regenera mi pensamiento! Mi piel se cae y no se renueva y se va por el desagüe junto con mis pobres y viciadas ideas. Me demoro bajo el agua de la ducha, como esperando algo, pero no sucede nada. Tengo que cambiar de champú, huele a flores imposibles. Salgo de la bañera y me quedo de pie en mitad del cuarto de baño, chorreando. El vapor desciende en el espejo y me veo surgir de entre la niebla, como niño, como viejo, como espectro…
La cocina está helada. En la pantalla de la nevera, mi avatar me hace gestos, me interroga, y se encoge de hombros. Activo la voz, y Cormac me grita:
—¡Son la once, tío, qué coño estás haciendo!
—Que te jodan.
Abro de golpe la puerta de la nevera y le dejo con la palabra en la boca. Cojo de un manotazo la barra de mantequilla, le doy un mordisco decidido, ojalá me destroce las arterias. Desayuno de pie, sin prisa, con la puerta de la nevera abierta, para evitarle. Antes de abandonar la cocina, cierro de un portazo y, al sentarme delante del ordenador del salón, ya está allí Melquíades, mi agente:
—Son las once y diez, Paco. Queda menos de una hora, por favor, haz algo... He perdido nueve clientes en un mes, no me dejes tirado, colega, que tengo dos críos pequeños...
—¿Te dije yo que los tuvieras?
—No seas así, hombre. Te lo ruego, al menos haz caso a tu avatar. Sé más humilde y escucha a Cormac.
—Paso de Cormac. Cuando lo diseñé hace cuatro años, yo era mucho más gilipollas que ahora. No le soporto. Es más pesado que mi conciencia, que ya es decir.
La pantalla se divide en dos y aparece Cormac, con cara de mala hostia.
            —Tienes dos opciones, idiota —y me apunta con el dedo—, busca en tu pasado algo que nadie haya podido vivir de una manera tan estúpida como la tuya, o rómpete ahora mismo una pierna, un brazo, y luego cuenta con detalle cómo lo has hecho...
—No hay tiempo. Paso, renuncio. Además, eso ya está muy trillado.
Cormac me da la espalda y pasea por su habitación virtual. Se lleva las manos a la cabeza pero, como está calvo, le crece al instante una melena para así poder arrancarse un par de puñados de pelo antes de empezar a gritar y dar patadas contra la estantería de su biblioteca.
 —¡Palurdo, deficiente...
Quito el volumen porque ya le conozco, ahora comenzará con sus amenazas de muerte, descuartizamiento, violación con porra eléctrica... Hice a Cormac violento porque yo no podía serlo, y su descerebrada selección de contenidos me ha arrastrado al desastre. No lo puedo desactivar, ni educarlo, controla todos mis archivos de memoria, y sin su ayuda no tengo recursos para crear. Aunque supongo que eso ya no importa, está claro que no me van a renovar el carnet.
Melquíades aparece en pantalla con la foto de sus críos delante, como un escudo. Abro el micrófono:
—Media hora, Paco. Busca una idea, por dios... ¿Recuerdas, cuando estuviste comiendo pastelitos en mi casa, hace un mes, aquel pensamiento, cómo era? Tener identidad...
—...es tener la ilusión de un destino. Pero no es mío, es de Amartya Sen. Casi todo lo que digo son citas, joder.
—¡Como todo el mundo! –grita Cormac, aprovechando que está abierto el micrófono.
De pronto aparece el logotipo del Servidor, se abre una ventana en la pantalla y comienza la cuenta atrás.
—Su identidad creadora va a ser retirada. ¿Desea alguna música en particular? —pregunta una voz, modulada para calmarme.
Yo quiero calmarme, y obedezco:
—Las variaciones Gould, aceleradas dos puntos.
—Muy bien —se oye un clic, y comienzan a sonar, frenéticamente—. ¿Prefiere un nombre o un número?
—Nombre.
—¿Alguno en particular? Si le tiene apego al suyo, puede seguir utilizándolo...
—¿Puedo ser anónimo, y seguir utilizando mi propio nombre?
—Por supuesto. Es usted quien admite su incapacidad creativa, y al hacerlo su nombre propio pasa a ser tan irrelevante como un número al azar.
—Entonces, prefiero un número...
Cormac grita, y arroja todo tipo de cosas contra la cámara virtual, que ni se inmuta. Melquíades ha puesto un video, jugando en verano con su mujer y sus hijos en un jardín de los suburbios. Cormac se corta las venas con un folio pero no le sale sangre de la herida, y se queda mirándola, desconcertado. Melquíades comienza a desnudarse en pantalla, mientras llora. Su imagen se diluye cuando el cronómetro llega a cero.
—Debe usted facilitarnos el código de su avatar, para su desactivación. A partir de ahora, su memoria es común, y nos pertenece. Su agente ha sido despedido. Primer trabajo de Rutina: 40 horas de plazo, 4.000 palabras: Motivos del estornudo vírico en la rata almizclera. Tono didáctico, segundo grado de iniciación a la veterinaria. ¿Preparado? Usted comienza en cuatro, tres, dos, uno: ¡Ahora!

jueves, 10 de mayo de 2012

SUCUMBE EL AIRE




                                   SUCUMBE el aire,
se queda al borde de mis dientes
oteando la cueva.

Mi boca se abre,
pide, exige,
chupa
ese aire indeciso
con sabor a polvo
eterno.

                                 de Palabras dactilares pag. 103

JUNTO A MI CADÁVER IRÁN MIS AMIGOS




                        JUNTO a mi cadáver irán mis amigos,
tambaleando,
delgados ellos, gordo yo en la caja,
la tripa llena,
la cena eterna,
el corazón detenido en grasa,
el partagás a medio fumar:
¡que me entierren con el puro!
dirán que dije,
y vaciarán sus petacas sobre mí.
                       
De regreso el sol
lo habrá quemado todo,
el instante quieto,
las piedras sofocadas,
los árboles esperando viento,
ningún testigo a quien preguntar nada,
el pensamiento,
al fin,
descansa.
           
Estoy muerto, vaso vacío,
todos los bares están chapados,
me rindo contra la pared, vomito estrellas,
intento completar una definición,
identificarme:
Yo soy.
Pero ya no hay eco.

                                   de Palabras dactilares pag. 81

martes, 8 de mayo de 2012

LUNA DE LOS PIES DESCALZOS

Luna de los pies descalzos

             Se llama Luna, es una perrita mil razas con la cabeza enorme, vive en el ático de enfrente y a sus dueños sólo los conozco de rodillas para abajo. No vivimos en el mismo edificio, nuestras calles tampoco se comunican, y como el patio es grande y de aromas suculentos, hay un obrador en el bajo, Luna no podría reconocerme lejos de aquí, sin esta máscara de olor a pan con ciruelas o pan con sésamo y finas hierbas.
            En la ventana de Luna sólo caben Luna y su pelota. Cuando Luna no está, a veces, vienen sus dueños y se quitan los calcetines a empujones, como dando pedaladas, y se suben el uno encima del otro. Allí empiezan sus juegos amorosos, y luego se retiran, o tengo que retirarme yo, pero al regresar encuentro a Luna con su pelota.
            Cuando Luna me mira siento que no entiendo a los perros, y me da la impresión de que para ella soy apenas una sombra, un borrón cuya mirada se pierde fuera de su alcance. Luna prefiere mirar al cielo y en los días claros puedo ver en sus ojos el reflejo de lo que ella ve por encima de mi tejado. No es nada concreto, sólo un toque de rojo, una pincelada de azul, o la estela de una nube que un momento después cruza por la ventana celeste del patio.

                                                                       de Mercedes Cancelo

sábado, 5 de mayo de 2012

ARCO IRIS

Arco iris


            Voy a tender la ropa y al abrir la ventana me encuentro un arco iris en el patio. Se me abre la boca, no es para menos, y una vez superado el impacto inicial distingo al otro lado de la franja de colores a mi vecina con su hija pequeña en los brazos. La niña da saltitos y señala con el dedo un punto en lo alto. La llave de paso del sexto piso tiene un escape, es algo insignificante, apenas un poro abierto que difunde en el aire una lámina de gotitas de agua que los rayos del sol evaporan y dan color. Es algo prodigioso, y mientras pienso que resulta esperanzador que existan arco iris tan accesibles, tan cotidianos, el vecino del sexto abre la ventana para averiguar qué sucede. La vibración del marco hace que algo en el interior de la llave encuentre de nuevo acomodo, se cierra el paso del agua y el arco iris desaparece. Bruto, dice la niña. Su madre la baja al suelo, la pone a correr por el pasillo y cierra la ventana. Yo empiezo a tender la ropa y cuelgo con cada prenda una sonrisa.

                                                                                      de Mercedes Cancelo


viernes, 4 de mayo de 2012

OJOS COLOR MANDARINA

Ojos color mandarina


            Llovía a mares. Desde el salón se escuchó la bocina del coche de mis padres. La chica saludó a la ventana y de inmediato empezó a desnudarse. Sacó de su bolso el estuche de las lentillas, se las quitó, me observó con sus ojos color mandarina, y se pinchó en el brazo con un alfiler dorado que apareció debajo de su pelo y allí también desapareció. Por el orificio de su piel salía un aire perfumado y bisbiseante que subía de tono al retroceder las edades en su cuerpo. Se detuvo cuando alcanzó la talla y el aspecto de un bebé como yo.
            Fue muy amable. Antes de nada quiso que le presentara a mi cocodrilo Patata, a mi serpiente Patata y a mi sonajero Zas. Tuvo palabras elogiosas hacia mi manta de juegos: se la veía desgastada, lo cual demostraba mi sensibilidad artística. Para confirmar lo acertado de su apreciación, le hice unas variaciones sobre la escala con el piano de patadas, y una cosa llevó a la otra.
            Debo reconocer que mi primera experiencia sexual estuvo floja en la concentración. Ella terminó un poco enfadada y arrojó el sonajero contra el televisor, pero el despliegue de ternura recibió una valoración positiva; las lengüetadas insuperables.
            Como ella sabía más, me aconsejó que comenzara a trabajar el juego de cintura, cuando la tuviera, y me aseguró que la solidez de mis piernas era la adecuada para intentar posturas extravagantes. Antes de inflarse para darme la papilla, me pidió que lo olvidara todo. Pero esas cosas no se olvidan.

                                                                                de Silencios que me conciernen

miércoles, 2 de mayo de 2012

HABLANDO DE POESÍA



Hace unos días fui invitado a participar en la Semana del Libro organizada por la Biblioteca del Ceip Gerardo Diego de Los Corrales de Buelna, cuya página recomiendo a cualquiera que se dedique a la educación: http://bibliotecagerardodiegocorrales.blogspot.com/ . Les hablé de poesía a los chavales de diez a doce años. Estaba más nervioso de lo habitual y me comí el cuarto de hora que llevaba preparado en diez minutos. Es el mejor público del mundo, el más agradecido, pero impone. Creo que se lo pasaron bien, y eso es lo que importa, acercarles la poesía en caliente. Para despedirme les leí un poema escrito días antes, que en el blog he titulado Manzanas. Agradezco a Julio Payno, a Tere y a toda esa buena gente el trato amable recibido. Pueden contar conmigo siempre. Espero que me inviten el año que viene.