Todos salimos del mar con la chorra
corta. Un modo flagrante de comenzar una reseña sobre Los pasos inciertos de
Kepa Murua. Pero un modo inevitable, pedido a gritos por el propio libro. ¿Un
libro de memorias? Nuestra vida, si la narramos, siempre será una falsa novela.
Y, si seguimos un diario, una mala novela. Si además nos desnudamos en ella,
podemos pasar de nudista boludo haciendo exhibiciones a emprender, a la fuerza,
el camino de la sabiduría. Lo increíble de Los pasos inciertos es que no haya
censura. Que alguien tenga a estas alturas de la película el impudor de
mostrarse a sí mismo. En pelota picada. Porque éstas son las memorias de un
hombre, en un mundo de hombres, todos pagados de sí mismos, y muchos al borde
de la dipsomanía o la simple tontería. Desde luego, si un autor novato lee este
libro quema sus manuscritos y se va a ver los 4 Fantásticos al cine del barrio.
El panorama editorial que aquí se refleja es desalentador. Pero, ¿y si no fuera
nada de esto? Kepa Murua es cualquier cosa menos un bruto. De eso hay pruebas:
una bibliografía intensa cargada de poesía. Kepa Murua sabe que Kepa Murua es
un personaje. Lo ha creado él. No sabíamos con exactitud cómo lo había hecho y
ahora nos ofrece una pista. Laberíntica, porque los hombres claros aman los
laberintos. En doscientas y pico páginas asistimos a la demolición de un mito
ancestral, el héroe, aquí llamado el Poeta metido a Editor, una paradoja que da
lugar a la acción. ¿Por qué un poeta se mete a editor? Para suicidarse, qué
duda cabe. Para enfangar su pureza en esa zona del retrete donde se arremolina
el dinero. Money, Money. Y querer vivir de la literatura es para nuestro héroe
como el Santo Grial: lo encuentre o no, le llevará toda la vida. En estas
memorias, el personaje es como un insecto que ha caído en una trampa de arena.
Se resiste a ser engullido, pero sólo por resistirse, hay muchas tentaciones, el
aire huele a dinero, a pasta, mafiosa, y a cloro de piscina. Es sabido que todo
escritor merece una piscina donde ahogarse. Duele, eso sí, saber que debajo hay
una vida verdadera. Un ser de carne y hueso que sufrió mucho más de lo que sus
palabras delatan. Que calla. No por los otros. Por prudencia hacia sí mismo. El
héroe, a fin de cuentas, debe sobrevivir a sus circunstancias, y más cuando se
nos han prometido otras cuatro entregas de esta saga de vampiros. Lo peor de
todo es que habla de aquellos a quienes consideramos los Elegidos. De editores
parecidos a proxenetas, de autores megalómanos y de vendedores que no saben ni
lo que venden. Un desastre que pide ángeles con espadas flamígeras churruscando
nuestras conciencias. Hay en el libro, sin embargo, algunas alegrías, como ese
secundario impagable, el asesor del banco, que informa puntualmente, cual
mensajero del Olimpo, de lo cerca que está
el héroe del abismo en todo momento. La ruina económica, la bancarrota, es un
trasunto del Infierno. Libro interesante, pues, de un vasco, pues, en la corte
de la vaga intelectualidad hispana. Un miembro de la inteligentzia, máximo
escalafón, que sale como el Buda a conocer el mundo de la carne mortal. En la
próxima entrega, el lector tiene derecho a especular cuando se trata de una
saga, el Poeta metido a Editor demolerá su entorno por completo hasta alcanzar
esa soledad mística que antecede a la gloria. O a la fama, depende de él. En
cualquier caso, lo vertiginoso de la caída promete montaña rusa para rato.
Valiente Kepa. Noble Kepa. Esclarecedor. “Pero no creo que los lectores lo
comprendan”, como diría, montado en
su caballo de razón, el personaje central.
publicado en Espacio Luke
0 comentarios:
Publicar un comentario