CUANDO éramos rapaces,
chiquillos depredadores
que gastaban las uñas
arañando la calle
hasta la caída del sol,
no podíamos sospechar o entonces…
que la vida serían los días,
las tardes, tarde,
el tiempo metiéndose
por todas partes, y nosotros,
al vernos en las celebraciones,
teñida de purito miedo
la ceniza de las canas,
encarcelados por el transcurso,
esposados y con penas pendientes,
simples gritos de auxilio,
chillidos de halcón sin fuerza
que se vuelve carroñero
de nostalgia soez.
Palabras dactilares, pag. 77
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