viernes, 17 de febrero de 2012

LA SOPA

 

 

LA SOPA


           Mi padre sumerge la cuchara en el plato de sopa, la posa con delicadeza en el fondo,  apoya el mango entre dos filigranas del borde y se produce un tintineo insignificante que nos avisa del comienzo de la ceremonia. Entonces mi madre coge aire, en realidad lo aspira, y el comedor se queda en completo silencio. Mi padre ordena a su cerebro prodigioso que mueva el brazo, el brazo obedece y eleva la cuchara a la altura de la boca, la sitúa a un milímetro del borde de los labios, y vierte el contenido en la cavidad que hay entre los dientes y la lengua, que debe permanecer ligeramente contraída. En este punto es fundamental, nos lo ha repetido mil veces, expulsar todo el aire por la nariz para evitar la tendencia natural del cuerpo a sorber el líquido. A continuación, sin prisa, la lengua  ocupa la mencionada cavidad y desplaza la sopa hacia la entrada de la garganta, donde se deslizará en cascada, nunca a borbotones, para descender sin violencia hacia el estómago. Serpenteando. Después la cuchara baja de nuevo al plato, hace una pasada de pelícano sobre la sopa... y el proceso se repite veinticuatro veces, hasta terminar con el último fideo. El conjunto de la operación debe generar cero decibelios. Mi abuelo, al parecer, nunca logró la destreza de mi padre comiendo sopa porque tenía demasiados hijos y el ruido ambiental restaba mérito a su proeza. Por eso fue vital para mi padre encontrar a mi madre, alguien capaz de respirar, sin que se note, entre cucharada y cucharada. Y por eso también yo soy hijo único: necesitaban un testigo que estuviese en minoría.  La sopa debe continuar.

                                      Publicado en ELPAIS.es (2005) 

1 comentario: