Pensamiento petróleo
Ellos hablan de filosofía
mientras nosotros intentamos nombrar los tipos de lechuga que lleva la
ensalada. Ellos son diez, nosotros una pareja. Me temo que no esperaban tener
presencia ajena en un restaurante de carretera un miércoles lluvioso. Hemos
llegado al borde de las once de la noche, el dueño nos ha admitido a
regañadientes, ha señalado al grupo para que nos hagamos cargo de la situación.
El cocinero nos ha tomado nota, se ocupa de servirnos y luego desaparece en la
cocina. El dueño del local forma parte de la tertulia, y cuando yo identifico
la lechuga rizada de hoja de roble, dice: El
pensamiento es el nuevo petróleo. Suena muy meditado, pero no lo es. Mi
compañera sonríe y se ajusta las gafas. No hace ni dos días que hemos hablado
de eso mismo, era el titular de una noticia del periódico, aunque nosotros nos
lo tomamos con ironía y aquí se ha dicho con seriedad, incluso algo de empaque.
Tienes toda la razón, es verdad, es
cierto, le secundan al dueño dos
mujeres y un hombre.
No es una tertulia, se
trata más bien de una reunión. Una hora más tarde ataremos cabos hasta concluir
que son la junta directiva de un colegio y que están decidiendo cuál será su
postura sobre la asignatura de filosofía.
Es algo informal, lejos de las aulas, parece un simple intercambio de
opiniones, pero no saldrán de allí sin un consenso. Hay que tomar una decisión ya, las cosas van a empeorar, no van a
mejorar, dice un hombre. El volumen, el tono de voz, y cómo se dirigen unos
a otros con respeto, nos da a entender que son de algún centro privado y
exclusivo de la zona. De entrada, sólo sabemos que para ellos el pensamiento es
un tema importante: se les nota preocupados, los silencios son frecuentes y
espesos. Alguien menciona con timidez el ideario del colegio, aquello en lo que
creían, la esencia, lo que les impulsó a hipotecar su futuro para garantizar
una educación de calidad para sus hijos. Otro le rebate con la realidad, con el
cambio implacable de los tiempos, la involución de la sociedad, el aumento de
la idiotez, el peligro que conlleva para sus hijos ser tan humanistas en un
mundo tan deshumanizado. Están
desprotegidos ante la Horda, dice, aunque luego dice que no lo ha querido
decir.
La salida de tono
provoca una protesta generalizada en el grupo. Hay cuchicheos, negativas, pero
el cocinero aparece con el postre y sólo queda en el aire que el elitismo es
para los elitistas. Está claro que van a despedir a alguien. Yo me estoy
mosqueando mucho porque soy de Filosofía y Letras, rama Pedagogía, y los
compañeros de Filosofía Pura siempre me han merecido muchísimo respeto. Pensar
es duro, hacerlo con rigor científico más, pero intentar inculcarles esa
costumbre a unos chavales que no distinguen entre reflexionar y tener dolor de
cabeza es heroico. Por eso los filósofos están un poco pirados, por predicar en
el desierto, pero son los únicos en una especie pensante que parecen darle
importancia al pensamiento. Aunque solo sea por vergüenza, deberíamos
prestarles más atención. Reducir su presencia en la educación es
contradictorio, absurdo, además de peligroso. Sólo un fabricante de criados
obedientes promueve una idea tan necia. Cerrarle la puerta a la filosofía es
amordazar el pensamiento crítico. Con la
LOMCE hemos topado, dice mi compañera.
A continuación, distraídos
con el enorme postre de la casa, los miembros de la reunión cometen la torpeza
de crear dos bandos, impidiendo así un diálogo constructivo. Los que defienden para
sus hijos un escudo eficaz frente a la chusma, se ponen en contra de los filósofos,
para denigrarlos como se hacía con los negros y reforzar su negativa con claro desprecio.
Eso sí, desprecio ilustrado, con estereotipos presentados a modo de pruebas concluyentes
testadas en laboratorio. Algunos se muestran resentidos por haber apostado
antes por ellos. Relegamos la ciencia en
favor del pensamiento, dice una mujer,
y nueve años después de inaugurar el colegio no he oído decir una palabra
favorable sobre la filosofía. Solo hay quejas: los filósofos son herméticos,
oscuros, enrevesados, se lo tienen muy creído, y su complejidad deprime a los
estudiantes, no es un acicate para pensar, más bien lo contrario. Le falta decir que no se ocupan de los
problemas reales de la gente, o que son extraterrestres. Lo peor es su falta de pragmatismo, dice el dueño del restaurante,
pero de coña, él pertenece al otro bando. Y de paso les recuerda que la
decisión que tomen ahora no se pondría en práctica hasta el curso siguiente, aún
hay tiempo, las cosas pueden cambiar, en Cantabria no se aplica la ley con
tanta severidad como en otros territorios… Eso
no importa, Juan, le corta una señora que ha permanecido callada hasta el
momento. Tiene autoridad, nadie replica. Se crea de golpe un silencio agnóstico
muy prometedor.
Mi compañera y yo
llegamos al postre cuando algunos miembros del grupo no han terminado aún el
suyo. La señora tan callada los ha
dejado secos. Durante varios minutos sólo hablan de lo deliciosa que está la
comida. Quizá su libertad de acción no era tan amplia como pensaban. Puede que la
señora sea la máxima accionista del colegio, la que promovió su construcción, la
que inclina la balanza. Ahora mismo un hombre está diciendo, en tono
conciliador, que él no ve tanta distancia entre ética, religión y filosofía, de
hecho esta última fue en tiempos una rama de la teología. ¿Sería insensato pedirles a los tres filósofos del colegio que
contemplen su asignatura como una mezcla de todas esas materias, que no
desdeñen lo espiritual, y que no olviden que la Religión Comparada es una
materia imprescindible en estos tiempos? La señora es terminante: Nada de religión, hasta ahí podíamos llegar.
No se puede jugar a dos barajas, eso es mezquino. Si nosotros claudicamos otros
muchos colegios lo harán. Somos líderes en el sector, y provocaríamos que aquí
se aplique la LOMCE en vez de ser de los que evitan que se haga. Si las
universidades importantes de todo el mundo están regresando al pensamiento,
tenemos la obligación de resistir.
La autoridad de la
señora se mantiene lo que tardan en reconectar sus neuronas los opositores.
Huele a golpe de estado, golpe de timón, a bofetada sonora. Un hombre tiene la
desfachatez de mencionar a la primer ministro británica, Theresa May, que aboga
por recuperar las escuelas públicas de élite, esquilmando así los escasos
fondos en favor de los ya privilegiados por su inteligencia y dejando atrás a
los que realmente lo necesitan. ¿Desde
cuándo somos conservadores?, pregunta con perplejidad un hombre. Y sigue: Entonces,
¿nos declaramos colegio de élite, admitimos algunos chavales de la pública, los
números uno, y que nos pague el polideportivo la Administración? En el aire
suena un Ajá, como si a alguien le
pareciera una gran idea. Desde luego,
dice la señora, deberíamos eliminar por
completo la filosofía. Es lo que merecemos.
Justo en ese
momento, cometo el error de girar la cabeza y mirar al grupo. Busco los ojos de
la señora, sonrío, pero ella frunce el ceño. Todos nos miran, al unísono, con
malas caras. Mi compañera se pone colorada y pide la cuenta. Cinco minutos
después, estamos en el aparcamiento y comenzamos a discutir. Debo de ser un
poco tonto, porque le digo que es alentador saber que todavía quedan
progresistas irreductibles y ella me dice que no me entero de nada. Que entre
todos esos no hay ningún progresista. Que son los de siempre adaptándose como
cucarachas a una explosión nuclear. Que de la expresión: el pensamiento es el nuevo petróleo, lo único que les interesa es
el petróleo. Que no son de fiar, sus alumnos terminan siendo gente muy eficaz,
educadamente implacables, fascistillas despeinados y sin corbata. Ella sabe de
lo que habla, la adiestraron en uno de esos colegios tan exclusivos y
aparentes, donde los cimientos son la tradición más rancia y lo demás es
decoración, disimulo para capear el temporal. Lo único que perfeccionas en un lugar así es el cinismo, dice
cabreada, como esta gente miserable encuentre
petróleo en nuestras cabezas llevaremos torretas de sombrero…
Le pido disculpas. Siento no haber mirado
la realidad con los ojos adecuados. La señora me caía bien, pero supongo que se
adaptará al grupo, hará lo que diga la mayoría. Reconozco que últimamente, ante
el desastre en el que vivimos, tiendo al optimismo y confundo las cosas por mi
deseo de que todo mejore. Mi compañera acepta mis disculpas. Para
reconciliarnos, le digo que he comprado un hacha nueva esta mañana, que la
llevo en el maletero, como en Nadie
conoce a nadie, de Juan Bonilla. Le propongo terminar la velada cortando un
árbol de los alrededores, por hacer daño, nada más. Ella suelta una carcajada.
Afortunadamente, entiende mi sentido del humor. Mi filosofía.
Muy bueno el articulo de Valdecilla, querían matar a la gallina, pero el huevo es antes que la gallina( más si hablamos de divas)
ResponderEliminarEl hombre tatuado que limpia con tanto orgullo: puede que sea un ex convicto que se ha rehabilitado, un pájaro crepuscular,supongo .
volar y volar, volar y volar