EN EL MOMENTO más inoportuno de la noche
las caricias se retraen
y mis manos se comportan como rastrillos.
Tu piel se defiende, te asustas,
reculas hacia la cabecera de la cama
como un cangrejo colorado
y de puro miedo se te desmonta la excitación.
Mi ferocidad te impide decir algo.
No digas nada,
tengo un arrebato lírico,
hoy no habrá, entre tú y yo,
otro vínculo que la presencia.
Luego te duermes,
y tu inquietud me roba las sábanas
y te amortaja.
Apago la luz, mi respiración
da saltos buscando una lágrima seca.
¡Y pensar que un día creí que yo era indudable!
¿Cómo sostengo eso ahora,
si cada vez más a menudo no me reconozco,
si con un simple pestañeo paso de león herido
a gacela asustada?
Se hace tarde.
Me reconcilio con tu aroma,
busco consuelo en el calor de tu cuerpo, te despierto,
y cuando me preguntas adormilada si me encuentro mejor,
te pido perdón
por las noches de alambre que pasas a mi lado.
Palabras dactilares, pag. 99