martes, 23 de julio de 2013

NECESITAMOS ESPEJOS.Teatro Exprés


II Festival de Teatro Exprés de Santander. Segundo día. Parlamento de Cantabria. Viernes 19 de Julio, 2013.

 

            Si el primer día de Teatro Exprés hizo una tarde de perros, el segundo hace un bochorno asqueroso. Antes llovía a mares y ahora no llueve ni sacando a pasear al santo. Entro en un bar, pido una cerveza y por poco me quedo pegado a la barra. Tengo que salir a beber a la calle. No corre ni una brizna de aire. La realidad tiene como una baba extraterrestre. Los zapatos se agarran  al suelo, la gente no se da la mano para no quedarse soldada, me veo reflejado en un escaparate y camino boqueando como un pez. Un clima tan malo como el de este año no se le ocurre ni al gobierno. No voy a decir que tenga buena disposición a ir al Parlamento de Cantabria, a cualquier parlamento, algo huele a podrido en Dinamarca. La diosa Estadística dice que los habitantes del planeta desconfían en bloque de los políticos. Lo hacen tan mal que van a tener que gastarse parte del dinero que no figura en ninguna parte en lavar su imagen. Malos tiempos para la hípica. Y lo digo porque en la entrada me dan una tarjeta rosa, me incorporo al grupo rosa, y la primera obra que nos toca se representa en el Salón de Plenos, un hemiciclo pequeño que recuerda que siempre son cuatro los que cortan el bacalao. Tomo asiento en la segunda fila, con un micrófono y un telefonillo delante de mis piernas. No hay mucho espacio y varios espectadores tiran al suelo los telefonillos al acomodarse. Comienza la obra Pido un partido de Quasar Teatro, cuya autora es Angélica Liddell. La actriz Mónica González Megolla, vestida de mimo elegante con bombín, lee y a la vez interpreta un discurso demoledor, irónico, farsesco, insultante y certero. Lo que diría cualquier ciudadano si tuviera la oportunidad de hablar en un pleno y cantarles las cuarenta, siempre que se le garantice impunidad, lo que tiene el teatro. Necesitamos espejos, es urgente, y el cuerpo a cuerpo entre actor y espectador, en tiempo real, ofrece un reflejo nítido, una imagen sentida. Vamos al teatro por la proximidad de la carne: “Pobre gente trabajadora, calumniadora y fornicadora. Siempre preocupados por el precio de las cosas. Ya no creen en el bien y el mal. Sólo creen en la economía…” Ahora hay aplausos en el hemiciclo. La actriz saluda al respetable. Se apagan las notas de la Suite para chelo de Bach. Más aplausos. Nos echan del Salón de plenos, el escenario donde ese pedazo de actores que son los políticos representan a diario los intereses del Dinero, nuestro Dios y Señor. ¿Cómo han conseguido envilecer algo que nos costó tanto esfuerzo conseguir? Menos mal que al salir de allí me llevo una sorpresa agradable. Muy agradable. Miro el programa de mano que nos entrego la organización la primera jornada y la obra siguiente no me encaja. De haber mirado en internet sabría que el grupo programado no va a actuar y en su lugar lo hará Ruido interno. Me alegro mucho al reconocerlos. Son otro nivel, y no lo digo en detrimento de nadie sino como reconocimiento a su trabajo. Arriesgan más, van más lejos, apuestan por buenos textos y mejores escenografías.  Calan hondo, y no quiero pecar de entusiasta pero creo que Vanesa del Castillo es una gran actriz: aparece en escena, abre la boca y me lo creo todo. Tiene el don, el duende, la presencia. Ella es teatro. La obra se titula Nadie es nada, de Juan Carlos Fernández, sobre  un texto de Peio H. Riaño. El grupo lo resume así: “Inmersos en un momento en el que la renuncia parece la única salida para nuestras vidas, estamos obligados a pensar lo que somos en relación con nosotros mismos, con el otro y  con los demás.” El actor Carlos García le da la réplica con sobresaliente a la gran Vanesa, y juntos elaboran un discurso maduro que busca soluciones en el interior, en vez de agotarse echando las culpas de todo a los demás. Un espejo de mano en el que mirarnos la cara muy de cerca. Una obra medida, exacta, que controla el ritmo y la escena. Impecables. Los espectadores sentados en las escaleras del parlamento aplaudimos con ganas. De camino a la siguiente obra, un hombre de acento extranjero, tal vez inglés, le comenta a su acompañante que si Nadie es Nada entonces Todos somos Algo, aunque seamos poquita cosa. Suena a reivindicación generacional: la resistencia del cero a la izquierda. Pero no todo van a ser lágrimas y lamentos. Acto seguido, en un pequeño salón de ésos donde se reúnen las comisiones del parlamento, nos sentamos por todas partes, incluso en el suelo, como niños, para disfrutar de una comedia gestual: Cine mudo, de Arte en escena, con Marta López Mazorra sembrando alegría. Está genial. Rueda una película de cine mudo con algunos espectadores como actores improvisados, y nos demuestra que cuatro gestos bien hechos y una sencilla puerta falsa colocada en mitad de la nada son material más que suficiente para fabricar la Risa, esa materia prima tan necesaria. Merecidos aplausos. Y, como en esta obra me ha tocado sentarme en el suelo y estaba duro, en un arrebato mezquino me coloco en cabeza del grupo para coger asiento en la próxima obra. Entramos en un salón con una mesa larga colocada en T donde hay un terrorista y un secuestrado. El terrorista cocina para el secuestrado, parece su criado. Son Edy Asenjo en compañía, con la obra: P.E.R.R.O. de Sandra Bedia. El propio Edy Asenjo comparte escena con Fernando Rebanal.  Parece una obra simple, pero te la mete doblada porque juega con que crees que es una obra simple, y tus sentimientos saltan de terrorista a víctima hasta un final sorprendente, inesperado. La obra funciona como un juego de espejos bastante eficaz. Al terminar, los actores se ponen en la salida para que les aplaudamos. Y no se quitan. Para que les volvamos a aplaudir. Un aplauso forzado que, a mi entender, forma parte de la obra. Pero yo alucino demasiado, deformación profesional. El caso es que nos echan del parlamento a la calle, como quien dice a la realidad. El aire acondicionado que nos ha protegido durante hora y media contrasta con el aire pegajoso del exterior. Son las fiestas de Santander. Durante unos días, la normalidad queda suspendida. Cercana la medianoche, la calle está llena de niños, adolescentes, fanfarrias, casetas, perros paseando a sus dueños… En una ciudad tan clasista como ésta, se nota que han salido a tomar juntos el fresco los amos y los criados. Hay mucho latinoamericano y, por simple asociación de ideas, pienso en las dos excelentes actrices mexicanas que vi en el Matadero de Madrid hace una semana representando una versión de Las Criadas de Genet. Se titula: Lo único que necesita una gran actriz, es una gran obra y ganas de triunfar y la dirige Damián Cervantes. Diana Magallón y Mari Carmen Ruiz Benjumeda nos ofrecieron una lección de teatro. Están inmensas. Avanzan sobre la obra de Genet, la llevan más allá, la traen más acá, estremecen al espectador. Como una montaña rusa emocional. Yo he visto a Nuria Espert haciendo las Criadas, y también la había visto una señora que salía a mi lado, y ambos coincidimos en que Vaca35 Teatro en Grupo había estado a su altura, que no es decir poco.  El aforo era de veinte personas y no estaba lleno. Incomprensible, este mundo se está volviendo loco. Todavía están de gira por España (ver fechas en vaca35teatro.com). Si tienen oportunidad, vayan a verla, mis guates. Y recuerden que el 21 por ciento de IVA de la entrada es para el cloro de las piscinas de los que nos gobiernan. Y para la lejía que limpia el dinero negro. ¡Hatajo de chorizos! En fin, el teatro va mal, fatal, y aunque quejarse es de mediocres da gusto comprobar que, gracias a iniciativas como Teatro Exprés, estamos parados pero no quietos.

             


 

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