domingo, 11 de agosto de 2013

A VOCES


No se veían desde Hijos de un dios menor, su último trabajo juntas para la Asociación de Sordos, y de eso hacía casi tres años. Ambas trabajaban ahora en sendos periódicos como críticas de cine. Sus maridos se saludaron con grandes aspavientos, exagerando los signos y meneando los brazos como viejos molinos. Ellas dos se quedaron mirándose, un poco derrotadas. Los labios de Raquel dibujaron:
            ...Hola, mi amor.
            Los ojos de Sonia estaban asustados, sin embargo la mano en el bolsillo de su abrigo  deletreó con firmeza:
            ...Cariño.
            Faltaban diez minutos para que comenzara la película y los hombres se despidieron. Ellas entraron en el cine. Fueron a la sala asignada por la Filmoteca. Se sentaron en la fila cinco, y no dijeron nada hasta que se apagaron las luces. Era un pase privado para seleccionar películas afines a su mundo, con un Festival de Cine Sordo como meta. El técnico puso en marcha el proyector y las dejó solas. Comenzó BABEL, de González Iñarritu, con Cate Blanchett y Rinko Kikuchi, el motivo de su presencia allí: una chica sorda con muchos matices. Tenían que decidir si su peso en la película justificaba su inclusión en el festival.
            Cuando apareció en pantalla Cate Blanchett, con su lividez afilada, Raquel alargó la mano y la posó en la tripa de Sonia. Sus dedos hablaron muy suave, cantando:
...No Hago Otra Cosa Que Pensar En Ti...
La mano de Sonia respondió, buscó camino entre los asientos, llegó hasta la cintura de la falda de Raquel, la encontró abierta, y deletreó con dedos rabiosos sobre el elástico de las bragas:
...Más de mil días ¡Mil días! Eso no es normal. Es horrible, parece que me odias. Prefiero pasarlo mal antes que no verte.
...Disimulo mal, cariño. Me echaría a llorar, montaría un escándalo.
...Pues lo montas y acabamos.
...Las cosas no son así.
...Yo quiero que estés conmigo, a mi lado, y poder olerte, sentirte, y abrazarte, Todos los olores me parecen aire al lado del tuyo, No tengo miedo, No tanto como entonces, Te quiero...
Rinko Kikuchi apareció en escena, parecía una anoréxica oriental perdida en una soledad irredenta. No les gustó la sensación, desde el primer momento, y pasaron de ella. Raquel acarició la tripa de Sonia, bajó la mano y la deslizó dentro de los vaqueros. Sus dedos hablaron sobre el sexo de Sonia:
...¿Sabes qué...  un día...  te vi paseando cerca de Preciados? Me pareciste la persona más guapa del mundo...
...Yo también te vi. Sí que te vi. Y esa noche tuve una pelotera con Mario...
Al oír su nombre, Raquel extendió la mano, crispó los dedos, y dejó el dedo corazón sobre el clítoris de Sonia:
...Tampoco tenemos tanto tiempo, guapa. Lo tomas o lo dejas. Esto es lo que hay.
Raquel hizo un intento de retirar la mano pero Sonia se lo impidió tirándole del pelo del pubis:
...Te odio, hija de puta.
...Ni la mitad que yo a ti. Pero yo hablo en serio.
Cate Blanchett estaba en esos momentos meándose encima, y Brad Pitt la ayudaba a sentarse en una palangana. La música de la película destacaba con dramatismo ese momento de intimidad matrimonial exasperada. Al terminar la escena, Sonia gritó sin cortarse un pelo, y luego dijo:
...No me dejes, por dios, tenemos que hacer algo...
Raquel se corrió, con reticencias, casi en silencio, un poco después:
...Idiota, estúpida, dónde vamos tú y yo, de este modo...
Sus manos, cogidas, callaron durante el resto de la película. No la iban a seleccionar, pero se quedaron hasta el final.
Era casi medianoche cuando salieron del cine. Sus maridos estaban esperándolas, un poco borrachos, y su código morse hacía interferencias. Decidieron buscar un par de taxis, para tomar direcciones opuestas.  Raquel y Sonia se despidieron. Una mejilla, otra mejilla.
 
                                                                        publicado en Revista Cantárida

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