Matar al perro
En
un país donde algunos todavía celebran el final de la temporada de caza
colgando galgos de los árboles, a muchos les habrá sorprendido que se convoquen
en una veintena de ciudades españolas concentraciones en memoria del perro Excalibur, sacrificado hace un año por
el caso del ébola. Fue portada en bastantes periódicos del planeta, tope en la
red, hubo varias manifestaciones con heridos que llamaban asesinos a los
consejeros de Sanidad. Se cuestionó seriamente la necesidad de matarlo y, como
existía un precedente en EEUU con un perro que no fue ejecutado en
circunstancias semejantes, proyectamos al exterior una vez más esa imagen de país
salvaje y de tocino rancio que tanto abarata nuestra economía. Quizá por ello,
coincidiendo con el aniversario, la vicepresidenta del gobierno apareció en un
programa televisivo de máxima audiencia para acercarse al pueblo llano bailando
como la oposición y, de paso, abrazar cariñosamente a un perrito muy majo
incomprensiblemente arrojado por la ventana por su dueña, ya multada y con el
animal bajo custodia de la ley. Ignoro si fue una coña de los guionistas o un
acierto de quien le lleva la agenda a la vicepresidenta, pero hubo un momento
en que la cara de ella y el hocico de él parecían los dos extremos de la ranura
de una urna: para adoptarlos juntos. Es evidente que con el voto tan disperso y
mosqueado hay que atender a todas las sensibilidades, a los que van de
cuadrilla enrollada dando pataditas country y a esos cuatro millones de
españoles que declaran sentirse más solos que la soledad, y no tienen ni una
mascota que les quiera. El Gobierno sí, hasta el 20 de diciembre.
Antes los políticos en
campaña electoral abrazaban bebes, pero en estos tiempos de crisis los niños
son vistos como unos tragapanes, además llevan décadas chiflados y a su libre
albedrío y lo mismo te arrean un guantazo o te muerden sin avisar, cosa que no
hacen los perros. Los presidentes mundiales solían aparecer con sus hijos,
ahora lo evitan porque si son formales es que son unos zombis y de lo contrario
pueden presentarse disfrazados de Sid Vicious en mitad de un discurso contra
los punkis. Mejor sales con tus perros, que son fiables y civilizados. La
desconfianza en lo humano y sus mezquindades ha terminado por socavar el
principio elemental de amarás a tu especie sobre todas las otras y muchas
personas han dirigido hacia los animales el cariño desdeñado por sus
congéneres. Si nadie te quiere siempre te queda el perro, que ni se lo
cuestiona. Eso es amor y lo demás novela rosa. Buena prueba de ello es una
estadística especulativa reciente, que recuerda a un relato de Arreola, que
vaticina que dentro de 25 años la gente practicará más el sexo con robots que
con personas. No como un apaño, por sistema. O sea, lo haces, luego te tomas una
cerveza, le cuentas los detalles al perro y, como es tan discreto, quedas como
un caballero, o como una señora.
El cine comercial norteamericano,
tan atento como los políticos a los vaivenes emocionales de la población, no
solo ha recogido esta tendencia sino que le da alas. No tanto por motivos
digamos humanistas, sino por los miles de millones que mueve el sector de
alimentación, vestuario y complementos para perros. No hay que olvidar que Hollywood
es un negocio en un mundo capitalista donde razón y economía están fundidas, de
modo que una verdad pasa a ser falsa si no es rentable y cualquier falsedad se
sostiene mientras haga taquilla. Convirtieron en los malos de la película a los
indios, a los alemanes, a los rusos, a los palestinos, a los suramericanos, y
ahora les toca a los chinos, como si los guiones los dictara el ministerio de
asuntos exteriores o el Pentágono. Su
tendenciosidad, sin embargo, funciona como eficaz cronista y espejo de los
tiempos. Sabemos por ejemplo que estamos en los años 90 si matan al compañero
del policía protagonista y éste se venga liquidando a todo el que salga en
pantalla, algo que entonces lo convertía en un vengador y hoy en un psicópata
que abusa de su autoridad. No se puede abrir la boca si cada diente tiene un abogado,
hay que echarle más imaginación, por eso en la década actual el móvil para encharcar
de sangre las butacas es que alguien le mate el perro al protagonista. Pueden
matar también a su familia, pero la familia ya no mola y se cambia en cada
divorcio, lo que realmente le desquicia es el asesinato de ese ángel con patas,
y en el momento crucial en que toda película americana justifica la violencia y
por su propia inercia pide a gritos ser sádica e implacable, véase volarle los
sesos al malo de turno, lo que aprieta el gatillo es la muerte del perro. Lo
decía Mark Wahlberg en Shooter, El Tirador, donde el gobierno al que juró
proteger le miente, le engaña, le dispara y le arruina la vida. Podía haberlo
soportado, pero al final se los carga a todos, uno a uno, y al último le dice:
No debisteis matar a mi perro. En un mundo sin principios, ésa es la delgada
línea roja que ya no se debe cruzar.
Nuestra historia
comenzó cuando un lobo se asoció con un primate y como resultado aparecieron el
humano y el perro. La falta de reconocimiento de los derechos de nuestros
compañeros demuestra ingratitud, ignorancia y ceguera moral. Llevamos miles de
años tirándoles la pelota, y nos la traen, y lo seguirán haciendo hasta que
aprendamos algo. Fueron conscientes de
nuestra torpeza desde el principio. Sabían que una inteligencia como la nuestra
representaba un peligro y renunciaron a ser libres para evitar que lo
destrozáramos todo en cuatro días. Son el garante natural que evita que nos
volvamos locos. En España hay cinco millones y medio de perros, y aumentando. La
gente pide control, se impone una negociación donde responsabilidad y derechos
deben ir a la par. Pero hay motivos para el optimismo, porque lo que fue una
moda o capricho al final está enraizando en la sociedad. Hace años que se
dictan sentencias de cárcel por maltrato animal, y según la ley cada galgo que
nace en este país debe llevar un chip identificativo. La picaresca los sigue
matando, pero no con impunidad. Por aportar algo, yo creo que sería buena idea
que el Estado financiara la entrega de un perro adoptado a cada persona
solitaria que lo solicite. Sólo con pensar en el ahorro en antidepresivos ya
saldría rentable. Actuemos con sabiduría, en vista de la disminución alarmante
de humanidad en los humanos, qué mejor guía para recuperar el norte que un buen
perro.
Publicado en EL MUNDO-Cantabria
(11 octubre 2015)