lunes, 3 de julio de 2023
lunes, 12 de junio de 2023
COMENTARIO de Miguel Ángel Moreta-Lara sobre ENTRE LA MULTITUD Y EL AGUA
"Entre la
multitud y el agua".
Francisco Taboada ha
vuelto a hacerlo. Hace tres años nos entregó diez relatos soberbios en
"Gerónimo de los paracaidistas" (El Desvelo, 2019) y ahora, sin
desmejorar esas piezas, pero con idénticas finura y calidad, presenta
"Entre la multitud y el agua" (El Desvelo, 2022), cinco muestras
singulares de su pericia narrativa.
La escritura de
Taboada ilumina, como fogonazos sobre la oscuridad, parcelas de la realidad
difícilmente alcanzables a la mirada diurna, anulada por la pegajosa
cotidianeidad. El autor consigue darle, como a un calcetín, la vuelta a lo real
para mostrar la abrumadora pesadilla que oculta nuestro entorno. No se trata de
suscitar -o crear- lo maravilloso en lo real (ese arte de birlibirloque tan
usado en las literaturas hispánicas) sino de hacer ver que lo raro, lo
increíble es la realidad misma (algo así vino a afirmar en un memorable ensayo
el gran Alejo Carpentier o, al menos, así lo recuerda uno).
Taboada entra a saco
con unos personajes que tratan de sobrevivir al agobio de una soledad
aplastante, de la que no pueden huir. Personajes tiernos como el trío formado
por dos adolescentes y su perro, misteriosos como la mujer que regresa a su
vida anterior, crueles como la joven pareja que habita en la telerrealidad de
un escaparate, duros como la horda de unos cachorros de internado o hilarantes
como el matrimonio de filólogo y bióloga. Los espacios cerrados en que se
desenvuelven muchas de estas historias son metáforas de la cárcel existencial.
El mundo, sin embargo, es ancho y ajeno, “un páramo enorme y deshabitado”, o
está “en medio de la vasta inmensidad”. En una andanada contra el mundo virtual,
una mujer constata que “la intimidad había muerto, que la imagen había
sustituido a la presencia, que cada cual era policía de sí mismo […], como si
fuera ilegal ocultarse”. Otro odioso personaje esgrime un casuismo típicamente
jesuítico: “Sabiendo que hago el mal, controlo el mal […] Un acto malo no
convierte a una persona en mala, solo en imperfecta”. Son algunas voces que
utiliza el autor para ajustar cuentas con la intransitable realidad.
El escalpelo del
narrador se afila con la retranca y la ironía, a veces el humor, que dosifica
sabiamente Taboada. Un ejemplo es el del profesor universitario del último
relato que se recluye en un remedo de celda (igual a la de San Juan, donde
escribió el "Cántico espiritual") en el jardín de su chalet durante
dos meses para dar a luz -cual Pierre Menard- el mero poemario. Incluso ha
apalabrado la edición del libro, que se titulará "San Juan de la Cruz en
una caseta de Leroy Merlin".
“Cada uno de
nosotros somos el cuento que nos contamos”, dice un personaje de Taboada en
este pequeño gran libro.