©Paula Arbide
…y no sabes cómo siento que mamá y tú os avergoncéis de mí, abuela, pero
debéis comprender que aquí las cosas son muy difíciles. Cuando tuve que
marcharme del colegio anterior, ya le dije a mamá que no iba a permitir que
nada me impidiera entrar en la universidad, y nada es nada. Yo no quiero ser
diferente ni soy la bandera de nadie. Lo que hago es igual a lo que hicimos al
venir del campo, de una casa antigua de cientos de metros y con toda la vista
por delante a este piso de cincuenta y dos metros cuadrados y con hormigón por
horizonte. Lo mismo. Nuestra vida no se
parece en nada a la de entonces y nosotros tampoco. Toda la familia ha
invertido sus ahorros para que yo alcance mi objetivo, tengo una
responsabilidad, y no voy a rendirme por no saber adaptarme al lugar en el que
vivo. Somos gente práctica, las cosas son así como el sol es en verano. Si un
grupo de miserables puede destrozar mi futuro con sus insultos, yo usaré contra
ellos la inteligencia. No soy tan oscura ni llevo la raza tan marcada. Me he
cortado la trenza y llevo una melena corta, de color tostado, neutro, parecido
al de mis compañeras. He aprendido a perfilarme los labios y los ojos hasta
redondearlos un poco, diría que bastante. Y sí, es verdad, llevo una base de
maquillaje aclarador que me quita cinco tonos. ¡Y una faja que me rebaja el
culo, abuela! Parezco normal, no llamo la atención. Si voy disfrazada nadie se
meterá conmigo y podré céntrame en los estudios. Será sólo un año, luego en la
universidad es distinto…