Niebla electoral
La niebla es un
fenómeno natural inocente que por su aspecto algodonoso suele aparecer en los
cuentos infantiles asociada a la magia y el misterio, pero a 120 por hora, de
improviso, en una vaguada de la autovía, representa un peligro incuestionable:
o reduces la velocidad o te la pegas.
Los depredadores
utilizan la confusión que proporciona la niebla para cazar, aunque sólo un león
de dibujos animados tendría un cañón de teatro para fabricar niebla artificial;
un león de melena lo consideraría indigno, pensando con razón que si lo hace
las gacelas pondrán en su lugar muñecos de trapo. Resumiendo, si basas tu
campaña electoral en fabricar niebla para los críos, no te extrañe acabar en la
cuneta con los neumáticos girando hacia el cielo. La gente está de fantasmadas
hasta el gorro. Lo expresaba con elocuencia un joven agarrado a una cerveza el
otro día en el bar: ¡Que se dejen de
tonterías, queremos programas electorales detallados, con presupuestos reales y
plazos de realización, en archivo PDF, en la red, ya!
Son muchos siglos arrastrándonos por los
suelos para no ser expertos en creadores de niebla. Sabemos que nos mienten por
sistema, que si no nos roban más es porque no saben cómo hacerlo, que el
árbitro está comprado aunque no le paguen. Si lo que pretenden los políticos
actuales es que votemos al tacto, de acuerdo, pero entonces tendrán que
acercarse más, con la yugular a la distancia de un mordisco. Son tiempos
feroces, nuestra vida no es un juego retórico.
Por desgracia, este
siglo ha caído sobre nosotros como una losa y lo primero que ha sepultado ha
sido la confianza en nuestros dirigentes. Pasan por la cárcel tantos
testaferros y por los consejos de administración tantos políticos, que cada vez
que uno de ellos abre la boca el instinto de conservación nos cierra los oídos.
Digan lo que digan no les vamos a escuchar, lo saben, por eso gritan vacuidades
y en los mítines se rodean de globos de colores como en el cumpleaños de un
niño. Nos regalan promesas como piruletas. La culpa es nuestra, por votarles,
que esto es una democracia y no vale mirar hacia otro lado.
Llevamos demasiado
tiempo permitiendo que lo más turbio de nuestra naturaleza nos gobierne, que
otros hagan lo que nosotros no nos atrevemos a hacer, pero somos tan cínicos de
echarles la culpa de nuestras desgracias, como el que entrega un fusil a
alguien para que mate por él y luego le llama asesino. Hay que asumir
responsabilidades, salvo el que tenga una bula católica de exculpación perpetua
o el carnet marxista sin espejo, porque la parte sumergida del iceberg de la
corrupción somos nosotros. Ellos solos no pueden hacerlo, necesitan cómplices,
una legión ya que los delitos son tantos. Los implicados llegan hasta el
horizonte. Nos hacemos un flaco favor si no tiramos de la manta, aunque
acabemos desnudos y al descubierto.
El día siguiente a
las elecciones generales comienza oficialmente el invierno. Muchos van a pasar
frío. Supongo que la fecha de los comicios la escogió aquella diputada popular,
cuyo nombre no merece ser recordado, al
grito de: ¡Ahora se van a enterar esos muertos de hambre!
Cuatro millones de
parados que siguen siendo cuatro millones de parados, una deuda que pasa en una
legislatura del 70 al 97% del PIB, más del 25% de la población en riesgo de
pobreza y exclusión social… Eso es levantar el país, sabemos a costa de quién;
nos hemos enterado, gracias. No hacía falta que nos lo explicaran con un vídeo
en el que unos tipos disfrazados de médicos secuestran a una mujer, la torturan
con descargas y le pintan una bandera de España en la cara. Pobre chavala, sus
ojos de castaña asada recuerdan al hambre de los cómicos; seguro que sabe
bordar a Shakespeare y ahora acepta cualquier papel si le adelantan un
bocadillo. Ser actriz y tener que trabajar para el partido que cierra los
teatros requiere coraje, lágrimas amargas en el camerino, espero que no la
obliguen a aceptar la cruz de hierro, que van pasados de rosca.
El PP merece perder
el Gobierno por su zafiedad y su mala gestión, pero sobre todo por reírse de
nosotros a la cara. En particular Rajoy, el Ausente, que ni los suyos saben
dónde se ha metido durante toda la legislatura. En los mandos del país no
estaba, desde luego, ni en las colas generosas de los bancos de alimentos, para
más inri desvalijadas por alguno de su cuadrilla. Son insaciables, como corleones. Y no sigo, que hay una ley
Mordaza y la puerta de mi casa vale un sueldo.
Lástima que la
sociedad española se encuentre tan deteriorada y deba enfrentarse al hecho
triste de haber generado un panorama político tan chusco. Cuando la ciudadanía
tiene que agruparse para tomar las riendas de la nación, está gritando bien
alto que el sistema no funciona. No nos
representan, sentenciaban los Indignados, y su clamor llegó hasta las
universidades y hace un año se materializó en Podemos. A falta de soluciones
prácticas, mejor fundamentar teóricamente la revolución inmediata. Fue la
bomba, el asalto a la Moncloa, la cosa pintaba tan bien que no se notaban los
brochazos. Hasta los bancos europeos temblaban imaginando a un presidente con
coleta. Les entró un miedo filibustero a que unos descontrolados metieran sus
uñas sucias en el cofre del tesoro. Entonces, como son unos clásicos, aplicaron
a este proceso la paradoja hispana, de manera que el impulso irrefrenable hacia
la izquierda potenciara a la derecha. A día de hoy, Ciudadanos ha capitalizado
los esfuerzos de Podemos, añadiendo más confusión y logrando que las esperanzas
de muchos regresen al punto anterior, donde todo importaba un pimiento. Eso sí,
el PSOE va a liderar a la izquierda, siempre que sea capaz de definirla a
tiempo.
Esto no es un país, es un disgusto. Hay que
abandonar la introspección del móvil, en la realidad llueve, no caen rayitas,
debemos guarecernos. Es un mal momento para que nuestras carencias nos dejen
indefensos ante los expertos en manipulación. Hay personas que se sientan
delante de una pizarra que contiene nuestra vida, deciden a primera hora
inclinar hacia un lado el voto de los ancianos y antes del almuerzo lo tienen
hecho. Se equivocan, claro, pero en un porcentaje no significativo. Si fuera
por ellos, se eliminaban las elecciones y gobernaba directamente el Ibex-35.
Para qué perder el tiempo, la democracia es un estorbo, a fin de cuentas
evolucionamos hacia un homo economicus
que avergonzaría al mismo Adam Smith.
Nunca hemos sido tan
vulnerables. Igual que los fines de semana se advierte a los automovilistas de
los riesgos de la carretera, sería de utilidad pública informar a la gente de
los peligros de unas elecciones generales. Al menos decirles que consigan un
Diccionario de Falacias, el que sea, hay versiones desde Aristóteles, para así
detectar el engaño, saber Cómo lo hacen
y el 20-D actuar en consecuencia.
Publicado en EL MUNDO-Cantabria 24 noviembre 2015