Instrucciones para náufragos
Pocas
experiencias hay tan duras como un naufragio. El mar es enorme, inabarcable y
hostil para el ser humano, las posibilidades de sobrevivir son escasas, el
tiempo se dilata, se hace insufrible, es normal volverse loco y, aun siendo
rescatado, las secuelas durarán toda la vida. Los que lo han vivido lo comparan
con navegar hacia la muerte en tu propio ataúd.
Recuerdo que un
amigo tenía en su casa un cuadro pintado por un náufrago solitario. De lejos
era una mancha azul grisácea con multitud de rayitas que representaban las
olas, pero si te acercabas mucho veías en el centro un bote minúsculo con un
hombre tirado dentro. Era desolador, lo tituló “Insignificancia”. El autor
había pasado varios días a la deriva, no perdido, llevaba radiobaliza, pero fue
tiempo suficiente para que su fortaleza se rompiera en pedazos. Nunca volvió a
ser el mismo, era un hombre demolido.
Teniendo en
cuenta que navegamos desde el principio de los tiempos, sorprende saber que
nunca nos ocupamos de los náufragos, como dándolos de antemano por perdidos. Si
tu barco se iba a pique quedabas a merced de los elementos y en manos de Dios.
Tuvo que hundirse el Titanic en 1912 para que alguien se planteara la necesidad
de prevenir riesgos. Allí murieron 1317 personas porque no había suficientes
botes salvavidas ni una legislación que les impidiera salir de puerto en
aquellas condiciones. Hoy no podrían hacerlo porque existe SOLAS (Safety of
Life at Sea), el reglamento internacional de seguridad marítima que comenzó a
redactarse precisamente a raíz de aquella desgracia.
Desde entonces
se estipuló que cada barco o buque debe llevar botes o lanchas salvavidas
suficientes para acomodar a todas las personas que hay a bordo. Se reconoce así
que la vida es vida, no hay humanos sacrificables, de segunda clase como en el
Titanic. También se indica que cada bote estará equipado con víveres, agua
potable, bengalas, botiquín… y un folleto orientativo, impreso en papel
resistente y con tinta especial que impida el emborronamiento por la humedad.
El ejemplar que yo tengo es de 1944, se titula “Instrucciones para náufragos” y
corrió a cargo del Capitán de Fragata Juan Navarro Dagnino.
Aunque hoy en
día el equipamiento de los botes salvavidas se centra en la electrónica, tan
eficaz sin duda, en esa época incluía un elemento que siempre me ha intrigado:
un galón inglés (cuatro litros y medio) de aceite vegetal o animal. Como dice
Navarro Dagnino: “Todos los marinos conocen los beneficiosos efectos del aceite
para amortiguar las olas encrespadas, y, sin embargo, no es usado este método
con la frecuencia debida.” La explicación técnica es sencilla: el aceite es
menos denso que el agua, forma una capa fina sobre ella y mitiga la fuerza de
las olas. Un solo litro puede cubrir un espacio de 20 metros cuadrados durante
dos horas. En caso de fuerte temporal o justo antes de ser rescatado, un galón
de aceite puede salvarte la vida.
Compré
“Instrucciones para náufragos” en un rastrillo cuando era joven y desde que
recuerdo me ha servido de pisapapeles para que el viento no me lleve los
folios. Está hecho un desastre, con el lomo sujeto por varias capas de cinta,
los bordes que parecen de un incunable, un redondel de vino en la portada… Es
un objeto entrañable que he conservado porque me recuerda mi condición, me pone
en mi lugar. Siempre he pensado que como escritor soy un náufrago y que ese
galón de aceite es el sentido del humor. No sé otros colegas, pero yo sin humor
abandono a la primera, me rindo, dejo de remar y me hundo con mis textos. Mi
pensamiento no se desarrolla ni sobrevive sin sentido del humor.
¿Pero qué sucede
cuando la realidad no tiene ninguna gracia? Cuando sabes que en 2016 han muerto
o desaparecido en el Mediterráneo 5000 personas, casi cuatro veces las del
Titanic, pero sin su glamour ni su orquesta heroica ni James Cameron con
Hollywood a su espalda haciendo una película memorable. Cuando se han muerto
sin más, anónimamente, como bichos de una plaga, recordado a las hormigas de
“Cuando ruge la marabunta”, que sin saber nadar se subían a las hojas y
atravesaban los ríos. Charlton Heston no podía con ellas, como nosotros no
podremos con las consecuencias de esta crisis migratoria.
En Europa
estamos haciendo historia. Somos una comunidad económica que defiende el
paraíso de la invasión de las hordas hambrientas. Nuestros líderes de la
derecha más rancia han sido elegidos democráticamente para protegernos del
sentimentalismo. A toda esa gente hay que abandonarla a su suerte porque
quieren comerse nuestros víveres y corromper nuestras costumbres civilizadas,
como el derecho de asilo. Son terroristas porque su pobreza nos aterroriza. Si
un chiflado promete a sus electores enviar grupos de parados para que se coman
a los migrantes y luego fusilarlos a ellos por antropófagos y así matar dos
pájaros de un tiro, lo hacemos presidente europeo, por abrumadora mayoría. Ya
pedirán perdón nuestros descendientes. Qué irónico, qué amargo.
En el primer
capítulo de “Instrucciones para náufragos”, relativo a la conducta en los botes
salvavidas, se recomienda ante todo no perder la esperanza. Puede que como
sociedad estemos éticamente hundidos, pero somos más y mejores que nuestros
gobernantes, no tenemos porqué aceptar su reparto injusto de las provisiones.
Esto es una emergencia, una amenaza de motín, si dejamos de ser quienes somos
los arrojaremos por la borda.
Enlace:
http://www.eldiario.es/norte/cantabria/primerapagina/Instrucciones-naufragos_6_602349766.html
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