miércoles, 15 de marzo de 2017

EL ALGORITMO EXPIATORIO en ELDIARIO.ES Cantabria


El algoritmo expiatorio


Ahora nos parece una tontería, pero cuando se extendió por el planeta el reloj de pulsera muchos pensaron que era la personificación del mal, lo peor que le podía suceder a un ser humano, el control llevado al extremo del autocontrol. Algunos presumían de ser libres porque no llevaban reloj, no estaban esposados al tiempo, pero los demás se sometieron a sus dictados y ya nadie volvió a tener justificación para llegar tarde a ninguna parte. Desde entonces se pudo despedir al trabajador por irresponsable, al novio por capullo o  a cualquiera por no respetar lo suficiente a los demás. Así la puntualidad se convirtió en un signo de distinción, un rasgo de nobleza, aunque en principio surgió de una esclavitud impuesta e indeseada.

Lo mismo está sucediendo hoy en día con los algoritmos. En teoría son tan mecánicos como un reloj, solo siguen una secuencia de órdenes prefijadas para obtener el resultado previsto, sin embargo aumenta el número de personas que se resisten a su implantación generalizada argumentando que son ellos los que controlan nuestras vidas en vez de servirnos para llevar nosotros el control. Sin ir más lejos, este año son populares los teléfonos arcaicos que solo sirven para llamar y recibir mensajes de voz, sin injerencias personales ni intentos de venderte una lavadora cada vez que conectas con tus amigos. Yo mismo compré en una librería virtual un libro de metafísica hace dos años y desde entonces su algoritmo intenta encasquetarme las reflexiones del Papa Francisco y los desvelos de Santa Teresa.

Pero un algoritmo no es un reloj, es algo más complejo. Nadie duda de que este mundo informatizado dejaría de funcionar si se suprimieran los algoritmos, lo cual no significa que sean inteligentes ni mucho menos inocentes.  Detrás de su diseño hay ideología, pensamiento tendencioso y en muchos casos simple conservadurismo. Aunque Facebook afirme que el suyo no influye en nuestras opiniones, es un hecho que sigue la tendencia infantiloide de ‘ni teta ni pito ni culo’, y suprime tanto estatuas griegas desnudas como la prevención del cáncer de mama, donde una mujer debe dar instrucciones empleando el cuerpo de un hombre porque el suyo está prohibido. Quizá por eso es más que sospechosa la asociación entre el algoritmo y el chivo expiatorio. Se usa en expresiones como ‘no convirtamos el algoritmo en un chivo expiatorio’, que es como decir: ‘no nos toques los algoritmos’.

En ‘Homo deus (Breve historia del mañana)’, Y.N. Harari nos previene contra la tendencia de proporcionarle demasiados datos personales al ordenador porque acabará sabiendo sobre nosotros más que nosotros mismos y llegará un día en que el microondas se niegue a calentarte el café porque eres hipertenso y tendrás que conformarte con la tila con azahar que te prepara tan diligentemente. De este modo tendremos individuos solo informados de lo que quieren saber dentro de su burbuja de opinión, cómodos en su cámara de eco y subyugados por el sesgo de confirmación que los convierte en consumidores pasivos de publicidad descarada. Idiotas, en suma, cuya única capacidad será mover la cabeza como perritos de salpicadero mientras fluyen los anuncios.

Ha llovido mucho desde que Ada Lovelace ideó el primer algoritmo en 1841, y era fácil prever lo que sucedería al pasarlo por el filtro implacable del capitalismo, que todo lo pervierte hasta pudrirlo. Lo que iba a ser una solución para alejar a las masas del trabajo duro en condiciones insoportables ha generado una sociedad en la que las máquinas nos han robado el futuro porque ya no somos necesarios como mano de obra.  Sobran mujeres-coneja que llenen el mundo de niños y sobran hombres soberbios que exijan alimentos: hay que proporcionarles armas para que se maten entre ellos y de paso liquiden a las mujeres. La culpa antigua la tuvo Eva por enrollarse con la serpiente y la moderna la tiene Ada por soñar un futuro más humano.      

Esta mañana me he despertado paranoico perdido porque soñé que a Donald Trump lo había puesto ahí el listo de Mark Zuckerberg como preludio de su próxima campaña electoral a presidente de los USA. Soñé que ricitos de azabache se miraba en el espejo y se decía ‘me gusto’ y ‘me encanto’ y su algoritmo le decía a través del azogue que debía regir el destino de la humanidad por mandato de dios. Estaba tan guapo como un césar romano al trasluz de la historia y nosotros (yo estaba en segunda fila con una toga del Athletic de Bilbao), le vitoreábamos con un sonido electrónico que no logré identificar pero tenía algo de hormiga o de abeja o de carcoma comiéndose las vigas de la casa, no sé, algo chungo.

La pregunta es siempre la misma: ¿Qué podemos hacer?, y la respuesta es evidente: exigir más transparencia. Que se sepa al menos cómo nos joden la vida, aunque sea un consuelo vano. Poder llevarlos ante los tribunales para que ellos y los jueces se nos rían a la cara y de este modo verle el careto al enemigo. Si la policía nos va a moler a palos, tener una consigna rabiosa que gritar, algo un poco más sustancioso que los resultados del fútbol del fin de semana. Y poder quitarle la pegatina a la cámara del ordenador, que necesitamos que Elon Musk nos reconozca y nos seleccione para el próximo viaje a Marte, el único futuro que nos queda.

lunes, 6 de marzo de 2017

¿PODEMOS AMARNOS BAJO ESTAS CONDICIONES LABORALES? en ELDIARIO.ES Cantabria



¿Podemos amarnos bajo estas condiciones laborales?


El amor es un sentimiento necesario y el modo que tenemos de ganarnos la vida es determinante para su existencia. Cuantos más impedimentos le pongamos mayor será la posibilidad de que no surja, se desarrolle mal o se convierta en lo contrario. Detrás del fracaso amoroso de muchas personas están unas malas condiciones laborales, que en los casos leves provocan inestabilidad emocional o separaciones traumáticas y en los graves malos tratos e incluso la muerte. No es por tanto un tema que se deba eludir escudándonos en que no hay un método para objetivarlo y en que es imposible presentar una estadística veraz que confirme que nos amamos poco y mal en correspondencia con el empleo escaso y de mala calidad. 

Para no ponernos muy elevados, digamos que el amor requiere presencia y la ausencia del ser amado ocasiona dolor. Bien sea tu pareja, tus parientes, tus amistades, tu mascota o el mar Cantábrico, si amas a alguien quieres estar a su lado: todo el rato si amas mucho, a ratos si amas regular y pocas veces si tu amor es intermitente y fugaz. Lo que no harás nunca es estar lejos, no de un modo permanente, porque el amor a distancia desaparece ya que se alimenta del contacto, del tiempo compartido. Por eso el amor es tan implacable, es lo más real que tenemos: o amas o no amas, lo demás son argumentos consoladores.

Pensemos por ejemplo en el medio millón de jóvenes que han abandonado a la fuerza el país en los últimos años en busca de trabajo. Están preparados, tienen futuro, pero el amor es un lujo que no se pueden permitir. Han dejado atrás a sus seres queridos, el paisaje donde se han criado, viven en el extranjero, siete en un piso, ahorran lo que pueden, el tiempo pasa. Si entonces surge el amor lo hará en un lugar equivocado, en un momento de tránsito, y muchos lo recibirán como un golpe de mala suerte. Han tenido la desgracia de enamorarse lejos de casa, piensan volver, y las probabilidades de que la otra persona sea compatible con el regreso son escasas. Muy pocos lo tirarán todo por la borda, la mayoría creará una coraza y no superará la fase del enamoramiento pasional: sexo sin promesas ni demasiadas explicaciones. No van a llegar a amarse, se quedarán a mitad de camino, la unión sentimental con su país es demasiado poderosa. Y el amor no se puede dejar para más tarde.

Tampoco los que se quedan lo tienen mejor. Aquí el mercado de trabajo ha empeorado tanto que bordea la esclavitud, se le roba a la gente su vida con horarios infames bajo amenaza de despido procedente y el único valor apreciado en un currículum es la obediencia ciega. Salvo cuatro privilegiados, a la mayoría les llega justo para sobrevivir, alimentarse mal y pagar el alquiler de un chamizo miserable. Eso por no mencionar a la cuarta parte de trabajadores en paro indefinido que no tienen otro futuro que esperar una renta social básica que les impida comer de la basura. ¿Qué amor pueden darles a sus hijos, si no los ven casi nunca, o están tan agotados y deprimidos que no tienen ni para levantarse ellos mismos el ánimo? ¿Y sus hijos, qué amor pueden desplegar en la escuela o con sus amigos que no sea la bronca continuada, si ni tan siquiera sus profesores pueden demostrarles que lo que se hace allí sirva para algo, porque ellos ven a diario que nada sirve para nada, solo ser un gánster famoso, solo gobernar corrompiendo y luego ir de vacaciones a la cárcel? El amor no sobrevive en la desesperanza. Los parias no se aman, es publicidad engañosa, en la realidad todo son reproches, gritos, mala hostia y te voy a partir la cara. 

Habría que plantearse por tanto si se le puede llamar amor al ejercido por seres condenados al egoísmo por pura supervivencia. Cuando hay poco le acabas robando al otro hasta el amor, y lo destruyes, lo conviertes en odio. Entonces surgen las malas interpretaciones y se mezcla amar con ser amado, algo muy peligroso. La gente no mata por amor, sino por error, porque confunde ambas cosas y su incapacidad para amar la proyecta en la otra persona, consiguiendo un cadáver que ya no le va a corresponder. Nadie que ame haría eso, es absurdo, salvo que haya sido educado tendenciosamente para alimentar esa confusión y no sea capaz de distinguir el amor del odio. Amar es dar, desprenderte de ti mismo en favor de lo amado, luego no buscas su destrucción sino que velas por su bienestar. Lo importante es amar, que te amen será en todo caso la consecuencia. El amor no es una propiedad privada y menos pública.

Todo el que ha gobernado el mundo ha tenido el amor bajo control, por medio de la religión o de las leyes, y el amor, con el tiempo, se ha deteriorado. No es que antes hubiera más amor o de mejor calidad, sino que han disminuido las posibilidades de que exista. No podemos amarnos bajo estas condiciones laborales porque han sido diseñadas para lograr el efecto contrario: un mundo inestable, cargado de miedo, con el futuro incierto, donde los individuos solo aspiran a beneficiarse y no a beneficiar, lo cual nos degrada no ya como humanos sino como seres vivientes.