Si en Radiograma 31 (2007) Pedro Tellería nos ofrecía en prosa poética su radiografía personal, transmisible sin otro hilo que la identificación generacional inevitable, en Un asunto muerto (2011), que para ser novela debe abrirse frente al cierre que conlleva la poesía, pone en práctica un sociograma necesario. Para retratar el interior de nuestra sociedad, Tellería somete al lector a un breve pero intenso bombardeo de respuestas que desembocan en una única y lamentable pregunta: ¿cómo no me di cuenta antes? Una pregunta dirigida a cada persona, a cada lector, obligándole a tomar partido. Pero ésa es la novela no escrita. La subyacente. La que despierta los sentimientos. La que utiliza el método de penetración del más clásico espionaje y nos chantajea como lectores sabiendo que las trampas son tantas que acabaremos cayendo en alguna de ellas. Incluso en la trampa metaliteraria, buscando como lectores baratos un final que nunca se nos prometió, de hecho se nos advierte desde el principio de lo contrario. En la superficie, por supuesto, la novela tiene que ser una investigación, una indagación siempre desganada por parte de un protagonista que preferiría hacer otra cosa. A fin de cuentas, es un asunto muerto. También hay asesinatos, remordimientos, culpa, y una organización criminal que uno ya ni se molesta en identificar. Sin embargo, el latido que sostiene el libro somos nosotros: una sociedad que cayó en su propia trampa y que para salir de ella va a necesitar algo más que lamentos. La esperanza, al final, puede ser un modo sofisticado de castigo. Un ajuste de cuentas.
publicado en Luke (Abril Nº138)
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