Me levanto temprano de la cama porque ya no me contengo
en mí mismo y necesito urgentemente el exterior para confirmar mi existencia. No me lavo la cara, por respeto al sueño
y a sus regalos, y pienso un rato, reflexiono,
para centrarme, no vaya a ser que haya dejado de ser mientras dormía y no me
haya dado cuenta. Para verificarlo, enchufo el ordenador y escribo mi clave:
Hay alguien ahí... La máquina me responde, luego existo. Me conecto a Facebook
y lo primero que aparece es un poema de Claudia Capel, de su libro Trigramas:
Si no encuentras tu corazón
busca más adentro
más atrás
cuando además de soñar
creías en tus sueños
cuando se cortaba la
respiración
y en ese instante, había un
deseo.
Me sorprende, como en otros poemas de Claudia Capel, su
transparencia. Su limpidez. La certeza de que eso que ha dicho sólo se puede
decir así. Esa sensación de agua clara, de gota pura e incuestionable. A mí me
ha cortado la respiración y he podido escuchar con nitidez el latido. Es
sublime, como el pan. Imagino la cara que se le tuvo que quedar cuando lo vio
surgir de entre sus dedos, y su sonrisa posterior, ese orgullo humilde que
sientes cuando has pillado un poema redondo sólo porque estabas prestando
atención.
Como si ella estuviera a mi lado, le digo a Claudia:
¡Cómo añoro mi corazón!
Y ella me replica:
Más triste sería que no tuvieras añoranza.
Sin darme cuenta, amanece, mientras leo una y otra vez el
poema hasta convertirlo en un mantra. En un grano de trigo dorado que germina
ante mis ojos. Inevitablemente, comienzo a escribir en el blanco, en el espacio
que ha dejado Claudia para mí:
Si no encuentras
tu corazón (¡POBRE!)
busca más
adentro (INTERIOR OSCURO)
más atrás
(MEMORIA)
cuando además de
soñar (TIEMPO)
creías en tus
sueños (INFANCIA)
(VACÍO DE LATIDO)
cuando se cortaba la respiración (SÍSTOLE)
y en ese instante (CORAZÓN LLENO), había un
deseo (DIÁSTOLE).
Tal y como sospechaba, el poema es
tan certero que su impacto deja en el aire ecos de otras palabras que quisieron
estar ahí pero fue imposible. Los descartes que hizo la mente, los despojos del
festín de la perfección. Como todos los poetas somos el mismo poeta, pero con
diferentes cuerpos, imagino que Claudia Capel y yo estamos en una plaza enorme
y que ese poema pasa volando pero hay un golpe de aire y en vez de entrar en su
cabeza entra en la mía. Reviso las anotaciones entre paréntesis y tengo que
formular:
Pobre corazón ciego,
en añoranza,
no recuerdas
ni un latido.
No me disgusta. Es algo. Menos que
nada. Le pongo fecha y lo guardo en el cajón para que duerma el sueño de los
justos. Por supuesto, se lo dedico a Claudia Capel. Y agradezco al cielo que el
poema llegara primero a su cabeza.
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