Pastor a
la intemperie es un poemario vitalista que nos lleva del fondo de una propuesta al trasfondo de una
incógnita. Un desafío arriesgado que Alberto Muñoz nos presenta en un
formato doble, collage y texto, para que veamos la fragua de la palabra, dos
instantes de un mismo poema. Cincuenta y dos piezas bien ordenadas que reflejan
con precisión la trayectoria de un pensamiento. Es necesario responder a una
pregunta esencial, todavía no formulada, y
el libro sigue los pasos de esta indagación en la que el autor pone en
tela de juicio su mente. Al principio, la palabra está disociada de la voz,
existe entre ambas un enfrentamiento elemental: la disputa por el territorio
del sentido, y cada poema se convierte así en un resorte que impulsa una idea,
con frecuencia desesperanzada pero inevitable. Los versos se tensan forzando
una apertura en su significado, son simples herramientas para acceder al
interior del poeta en busca de la verdad, una verdad acogedora e ilusoria que
sólo facilita el decir, que consuela gracias a la razón. Pero el interior es
siempre oscuro, necesita de otras iluminaciones; allí viven el dolor, el
ritual, la memoria, el miedo, el borde del vértigo… El poeta y la palabra han
llegado juntos hasta ese lugar, pletóricos de significados, y ahora están
desnudos y sin referencias en su propia ciénaga. La caída es inminente. Para
mitigar el golpe, la voz y la palabra se fusionan. Surge entonces el poema
depurado cuya única verdad es su propia existencia. El riesgo asumido al
principio ha dado sus frutos, se ha producido un cambio, una regeneración en la
mirada. Pero es un alimento temporal que ya empieza a pudrirse. Regresa
entonces la urgencia por decir, o callar, ahora indistinguibles, y el ciclo
vuelve a empezar, sin concesiones, sin tregua:
No te abraces al minuto
que
la boca del momento
te devora sin descanso.
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