Ojos quietos
La bola de plomo ocupó su lugar en la ley de la gravedad y la muñeca abrió los ojos. Miré de nuevo en el interior de su cabeza. Me avergonzaba haber tenido que abrirla para encontrar un mecanismo tan simple: los ojos ensartados en un eje y unidos con alambre a un contrapeso. Nada más, ni cerebro, igual que yo. Me enfadé tanto que retorcí los alambres, de modo que cuando la muñeca estaba acostada abría los ojos y sentada los cerraba. Coloqué otra vez la tapa de la cabeza y la dejé así para sorprender a mi familia.
La muñeca les había tocado a mis padres en la tómbola de las barracas, con un solo boleto, y había sustituido sobre la cama de matrimonio a un muñeco bebé que tenía los ojos quietos.
Esa noche, antes de meterse en la cama, mi madre sentó a la muñeca en el sillón y, al verla con los ojos cerrados, mi padre la sacó al pasillo. Al día siguiente, mi madre me hizo arreglarla, pero mi padre ya no la quiso nunca más en su habitación, y el muñeco bebé recuperó su lugar.
de Silencios que me conciernen
Me encanta leerte!
ResponderEliminarGracias, Tamara. A mí también me gusta leerte en Lo cuento como lo siento. Te pongo un enlace en el blogroll para así estar más cerca.
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