Santiago
Fuimos a ver el campo reglamentario y las porterías nos parecieron enormes. La cuota de inscripción del campeonato era demasiado alta para jugar limpio, de modo que hablamos con Santiago, el portero de nuestros hermanos mayores, que no tenía barba ni cara de estar perdiendo el tiempo con las chicas, y logramos colarlo en la categoría infantil.
El mejor disfraz de Santiago era su actitud de payaso. Dejaba sola la portería, se escondía detrás de los postes, se tumbaba en el suelo cuando avanzaba hacia él un delantero en solitario... y luego lo paraba casi todo, y celebraba cada lucimiento con poses fotográficas, autoabrazos y autochoques de mano. Los árbitros le llamaban la atención por ser tan crío.
En un partido de las semifinales, los cabrones del otro equipo obligaron a tirar un penalti a un chaval que jugaba bien pero tenía poca fuerza. Por algún motivo querían humillarlo. Santiago se dejó meter gol, ni se movió; el árbitro se acercó a él, le miró a los ojos y nos echaron de la competición.
de Silencios que me conciernen
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