El billete de metro
Durante la cena Alberto se puso muy ocurrente estableciendo paralelismos entre el sexo y los medios de transporte. Le tuvimos que pedir que cambiara de tema porque Valerio se atragantó de la risa y expulsó por la nariz, qué daño, un pedazo de coliflor.
A las doce, la hora de la Cenicienta, Alberto se me subió encima como quien toma un autobús, con la firmeza que da el hábito y el modo gentil de un buen conocedor de las normas de urbanidad. Superadas las torpezas iniciales se comportó con alegría, en ningún momento puso cara de estar a punto de morirse o de ir a tener una revelación. Supo claudicar en el momento justo, sin parecer afectado, como si aparte de ese generoso paréntesis tuviera otras cosas en la cabeza. Hacía años que no practicaba el sexo con otra `persona´. Lo importante es que se lo pasó bien, y además conmigo.
Al despedirse, Alberto me regaló un billete de metro con una sola picada. Ha pasado una semana y la contabilidad de mis depresiones es deficitaria por primera vez en mucho tiempo. ¡Cómo no voy a estar contenta si me quedan nueve viajes!
de Mercedes Cancelo
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