La veo en la calle apenas un
instante. Se refleja en la luna de un escaparate, duplicada. Lleva un vestido
nuevo, amarillo y ocre con estampado de hojas secas. Se detiene a mirar. Ladea
la cabeza con curiosidad, y lo que ve le hace sonreír. Menea levemente la
cintura, donde una radio diminuta envía música a sus oídos. La persiana de la
tienda comienza a cerrarse, ella da un golpe de cadera, dos pasos largos y se
pierde entre los peatones.
Cruzo la calle y me dirijo al
lugar que ella ocupaba frente al escaparate. Voy recorriendo el dial de mi
radio en busca de la canción que estaba escuchando. Puede que haya dejado de
sonar... Escucho unos acordes suaves, y un final melancólico que pregunta: ¿quién
me puede querer? La tienda es una ortopedia en liquidación total. Sólo les
queda en el centro del escaparate una pierna de maniquí, a la venta por 15
euros. Sonrío, y procuro ajustar mis labios al tamaño de la sonrisa que ella
tenía hace un momento. Pero me sale una mueca falsa, desencajada.
Algún día podré decirle que
antes de conocerla tuve que seguirla. Que la cadena de casualidades que van a
desembocar en nuestra primera conversación ha sido calculada. Que mis gustos
eran otros, mis aficiones diferentes, y que gracias a ella he podido mejorar. Ahora
leo los libros que ella saca de la biblioteca apenas los devuelve, y voy al
cine al que ella va, a la siguiente sesión, y escucho su música preferida, o al
menos lo intento. Si algún día se entera, espero que se sienta halagada, que
comprenda que la he querido desde el primer momento y que en el fondo hago todo
esto por necesidad. Por inseguridad. Por timidez. Porque no sé hacerlo de otro
modo.
Llevo seis meses siguiéndola y
mi mayor preocupación es estar equivocándome. Haber cometido el error de
sobrevalorarme, de creer que la merezco, de haberme dejado arrastrar por mis
sentimientos e intentar imponerme como una opción. ¿Puede mi amor ser un falso
amor? Si de verdad la quiero, si deseo lo mejor para ella, ¿no debería
renunciar inmediatamente?, ¿o haber renunciado antes incluso de empezar? Parece una buena chica, es una buena chica, quizá
consiga por medio de trampas hacer que me quiera y entonces, cuando me mire en
el espejo y me pregunte Por qué Yo, cuando me sienta amado y deba corresponder
a ese amor: ¿no deberé desparecer, porque soy la persona que menos le conviene
en este mundo? ¿Seré tan cruel de obligarla a que cargue con alguien como yo?
Soy la parte endeble de esta
relación todavía por iniciar, pero tengo algunos puntos a mi favor. He
demostrado que puedo cambiar, que soy flexible. Antes de enamorarme era un
hortera y un inculto, pero me estoy ilustrando a marchas forzadas y pronto
podré sostener con ella una conversación interesante, enriquecedora, algo que
le haga comprender que no va a tener que vivir con un tipo escaso y repetitivo.
Tengo en mi contra, y me duele, el método. Soy frío, antinatural, milimétrico.
No concibo un presente que no haya sido previamente diseñado con escrupulosa
precisión. Lo que hago tiene que ajustarse a lo que sabía que iba a hacer. Odio
las sorpresas, las improvisaciones, no soy de los que van a tumba abierta. Me
hago totalmente responsable de mis actos. Me tomo la vida como algo personal.
A estas alturas, guardo
demasiada información sobre ella. Centenares de fotos, grabaciones de su voz, un
vídeo con sus amigas, varias prendas de vestir que dejó olvidadas en locales
públicos, es una despistada, pero yo no las robé… Me preocupa que alguien pueda
llegar a encontrar todo esto por casualidad y hacerse a una idea equivocada. Que
me tomen por un psicópata, cuando sólo soy un hombre enamorado. Se supone que
este tipo de material hay que guardarlo en la mente, o te lo tiene que entregar
por propia voluntad la persona interesada. Podría guardarlo y enseñárselo
cuando nos conozcamos más, pero no me puedo arriesgar a que me tome por un
obsesivo que no la dejaría marchar aunque fuéramos infelices juntos. Es complicado el amor.
Saco del bolsillo mi agenda y
le pongo fecha al día en que destruiré todos los documentos sobre ella. También
la agenda en la que escribo. Será la noche anterior a nuestro primer encuentro.
Dentro de catorce días. Tengo memorizado el diálogo, escogida la ropa. Espero
que me acepte. Ella traería a mi vida el azar, la alegría, el fin del control
absoluto de la situación. Por ella rompería los planos de mi vida. He repetido
vida, debería cambiarlo.
publicado en Revista Cantárida
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