El acusado cadáver
Me encuentro de
madrugada con J.F. en un bar de Santander y, quizá porque se le está yendo la
mano con los gintonics, me confiesa que últimamente se encarga de avejentar a
un empresario denunciado por corrupción. Tiene problemas con su cliente porque
se niega a caminar arrastrando los pies y a llevar una chaqueta de lana como un
líder sindicalista cualquiera al que han pillado con las manos en la caja. Teme
que se ponga chulo ante el tribunal, que confiese que el juego sucio es
condición sine qua non para ser
respetado en los negocios.
Me cuenta J.F.
que su cliente es un perfecto caballero, lo que le obliga a reconocer sus
errores, en particular no haber sido capaz de crear un equipo de encubridores
más competente. Siempre ha tenido dos testaferros, uno de su familia y otro de
la de su mujer, pero no comparte la nueva tendencia en el gremio de mentirle
hasta al polígrafo, lo que ha motivado un cambio de estrategia. Han
seleccionado a dieciocho posibles testigos y están manipulando sus
declaraciones para que nadie se aclare de lo que ha sucedido con la
contabilidad. Me dice, entre risas, que han preparado hasta balances contables
en braille y facturas en servilletas de papel.
No le veo muy
preocupado y le digo que si necesita inspiración revise la película ‘B
(Bárcenas)’ de David Ilundáin, con el espléndido Pedro Casablanc en el papel
protagonista. Es una comedia desternillante de 2015 basada en las declaraciones
del tesorero del PP ante el juez Ruz. “Te partes de risa”, le digo, “porque
acusa a Rajoy, a Cospedal y a la plana mayor del partido de haber aceptado más
sobres que un buzón de correos y resulta tan convincente que no le cree ni
dios”. Le comento que además la peli se financió en parte por el sistema crowdfunding,
con 597 mecenas cuyos nombres aparecen al final, y exclama: “¡Que insensatos, a
esos la declaración de la renta en vez de a devolver les sale a vomitar!”
Como se pone tan
graciosillo, le recuerdo que los jueces están hasta el gorro de abogados como él,
capaces de retorcer la verdad, ensalzar la mentira, tergiversar… Me detiene con
las dos manos abiertas, llama al camarero y le pide que me retire la cerveza.
Pide para mí una botella de Moët, nos vamos a una mesa apartada, me sonríe con
ojos de congelador y me exige que ponga el móvil apagado encima de la mesa.
Obedezco, tengo familia.
Debo decir por
si acaso que J.F. no se llama así, ni esas son sus iniciales, ni estamos en
Santander. Como bien explica mi interlocutor, hoy en día vivimos inmersos en una
niebla tan espesa que cualquier afirmación sobre la realidad es pura fantasía.
Luego me echa la broca por haberle llamado la atención, por ser tan arrogante,
por compartir alma mater en una
universidad privada en la que yo al parecer no aprendí nada. “Si te consuela
escribir una columna en un periódico zurdo a mí me parece bien”, me dice con
sarcasmo, “pero recuerda que esa columna solo sostiene la carpa del circo
enorme que a todos nos cobija: si haces de payaso no intentes domar leones”.
Debería replicar, pero me callo y bebo.
A continuación
J.F. se explaya sobre la actualidad inmediata: la Infanta lista y tonta a la
vez, Urdangarín en Suiza a costa del erario público, Rodrigo Rato que no verá
la cárcel ni en pintura, el impuesto al sol en el país más soleado de Europa,
los 60.000 millones que nos deben los bancos que aun así declaran beneficios,
el futuro de los españoles camareros y las españolas jineteras en las playas
que nos alimentan… Si no fuera por el estilismo, diría que estoy con Pablo
Iglesias contándome la Trama. No sé a dónde quiere ir a parar.
“Hay una sola
cosa cierta, lo que tanto le cuesta entender a mi cliente cuando se niega al
envejecimiento prematuro: el sistema es perfecto porque el círculo ya se ha
cerrado y nada puede salir de su interior. Ni una revolución ni una guerra
mundial podrían cambiar lo inexorable de nuestra naturaleza. Ahora la maldad
lleva las riendas sin molestarse en disimular, a la cara, ya era hora, joder.
¿Debemos avergonzarnos de ser como somos o es mejor asumirlo con entereza?”
Está muy
borracho y yo me he metido tres copas seguidas de Moët, no me lo vayan a
quitar. Me viene a la cabeza el ‘Breviario de podredumbre’ de Cioran, que casi
acaba conmigo cuando era joven y creía en algo. Mientras pienso qué decir, J.F.
le guiña un ojo al camarero, que se acerca y nos saca una foto con el móvil del
abogado. Si se me va la mano con esta historia, seguro que encuentra en el
código penal algún artículo con el que rebanarme el pescuezo. “¿Sabes?”, le
digo, “déjale claro a tu cliente que es mejor ser un testigo viejo que un
testigo cadáver”. Lo leí en un libro sobre la Mafia y a J.F. le encanta la
idea. Es adecuado a su código odontológico, como dice mostrando los dientes.
Más tarde, en
casa, le explico a mi perro que lo importante en la vida son los hechos, que yo
puedo pegarle pero lo que vale es que le acaricie. Aunque nunca le he pegado,
se aleja, porque no le gusta el olor del alcohol.
Enlace:http://www.eldiario.es/norte/cantabria/primerapagina/acusado-cadaver_6_625797432.html
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