La realidad desacreditada
Al hilo de la
reciente Semana Santa, las banderas a media asta y la megabomba de Donald
Trump, viene bien recordar la cita bíblica de Mateo 6:3 donde dice “que la mano
izquierda no sepa lo que hace la mano derecha”, pero no aplicado a la limosna
sino al hecho de que mientras el gobierno está de vacaciones cantando saetas su
ejército de consejeros trabaja a jornada completa para implementar en nuestro
país el vergonzoso ‘diccionario universal de la infamia’ que hace poco nos castigó
con el término posverdad y ahora nos agrede con el ‘relato’.
Si bien la
posverdad es una máscara burda de la mentira, un sinónimo tosco fácil de
comprender, el ‘relato’ ha incorporado una nueva acepción muy sutil que lo
convierte en una herramienta peligrosa. Cuando antes significaba: Narración,
cuento; conocimiento que se da, generalmente detallado, de un hecho (RAE),
ahora también significa: constructo de la mente para dar sentido a una
experiencia. En teoría ‘cuento’, entendido como relato de ficción, ya recoge
esa posibilidad, pero en la práctica la nueva acepción le añade una duda
razonable y viene a decir que todo relato puede ser pura ficción, lo cual no es
cierto. Si por ejemplo a mí me atropella un coche, en el hospital puedo contar
varias versiones de ese hecho y más tarde escribir un relato donde un personaje
es atropellado, pero si me caigo por las escaleras y digo que he sido
atropellado ni los médicos ni el lector del relato tendrán un atropello como
origen o base de la narración. No me creerán o no les resultará convincente mi
relato porque estoy mintiendo, ya que no he sido atropellado: ni mis fracturas
ni mi memoria avalarán mis palabras. Un hecho no deja de serlo por una mala
narración, ni un buen relato fabrica hechos.
Sin embargo la
ciencia no está de acuerdo. Hasta finales del siglo pasado creíamos que un
in-dividuo no se podía dividir, de ahí su nombre, pero como nos explica Y. N.
Harari en ‘Homo deus’ diversos experimentos científicos nos han hecho dudar de
esa certeza. Pensábamos que nuestros dos hemisferios cerebrales, al estar
albergados en un mismo cerebro, trabajaban juntos para entender la realidad,
pero no siempre es así. El hemisferio derecho, no verbal, se encarga de recoger
la experiencia y el izquierdo, verbal, nos la cuenta. Hay un yo de la
experiencia y un yo narrativo. En algunos tipos de epilepsia o en personas que
han sufrido una apoplejía y se produce la
desconexión entre ambos hemisferios, el Nobel de Fisiología y Medicina
Roger Wolcott Sperry y su alumno Michael S. Gazzaniga comprobaron que los
relatos que cuentan estos pacientes son
con frecuencia fantasías sin relación alguna con la realidad. En casos extremos
todos lo hacemos, por ejemplo después de una agresión violenta, y la justicia
tiene problemas cuando una víctima reconoce a su agresor aun existiendo pruebas
irrefutables de que se encontraba a mil kilómetros del lugar de los hechos.
La ciencia nos
ha puesto en tela de juicio en los últimos tiempos y si ya era grave que
neurocientíficos como Martin Conway afirmaran que nos inventamos parte de
nuestros recuerdos o nos atribuimos experiencias ajenas, flaco favor nos hacen
ahora al decirnos que todo lo que contamos es dudable, un ficción conveniente,
una falacia que manejamos a nuestra conveniencia. De este modo la realidad
queda desacreditada y para invalidarla basta con esgrimir la palabra relato en
su nueva acepción, con el respaldo de la ciencia. Así Donald Trump puede
bombardear Siria sin necesidad de pruebas, ya que diga lo que diga al-Ásad será
su ‘relato’, o la Ministra Cospedal poner las banderas a media asta
identificando tradición con ley porque lo contrario es el ‘relato’ de la
izquierda atea, aunque tengamos, de hecho, una Constitución aconfesional. Aquello de ‘Me queda la palabra’ de Blas de
Otero ha pasado a la historia.
El origen del
problema habría que buscarlo en la irrupción de Internet y en el uso masivo de
las redes sociales. Tuvo que ser muy traumático para el Poder comprobar que el
control de la información se le iba de las manos y ante la imposibilidad de
recuperarlo su primera reacción fue negar la fiabilidad de la red. Recordemos
que al principio todo lo que aparecía en Internet se tachaba de acientífico,
fantasioso y sin base alguna. Sin embargo la red se consolidó, hubo una
incorporación masiva de diccionarios, textos científicos y filosóficos, y al
final los mismos periódicos se trasladaron a la realidad virtual, de modo que
al Poder no le quedó otro remedio que negar la realidad real. Una maniobra
genial, hay que reconocerlo. Ahora ya no distinguimos qué es verdadero y qué es
falso, qué ha sucedido y qué ha sido inventado, incluso si nos ponen delante
una imagen, que antes valía más que mil palabras, basta con que nos digan que
ha sido manipulada para que dudemos de ella. Hasta hay chiflados que creen que
vivimos en Matrix, que ya es decir.
Lo peor de todo,
es que la perversión de la palabra va a continuar adelante y después de la
posverdad y el relato le toca a la democracia y al libre albedrío, porque no
son nada convenientes ni rentables. ¿Acaso tienen libre albedrío los ignorantes
que han votado a Trump? Hay estudios sociológicos que lo niegan. ¿Acaso los
países que se llaman demócratas lo son de hecho? Mi banco opina que no.
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