La opaca transparencia
Dominas como nadie los videojuegos, navegas
por internet, conoces a la perfección el menú de tu móvil, incluso, te vistes
tú solito… ¿Y no sabes para qué sirve ese palo con pelos en una punta? Ese palo
es una escobilla para limpiar el WC, cuando una parte de ti se engancha. Y es
por eso, que es parte de ti, que te corresponde solo a ti limpiarlo.
En caso de chapapote, agarra la escobilla
por el mango (la parte delgada que sobresale hacia arriba) y frota el otro
extremo (el de los pelos) contra la pared manchada, sin dejar de tirar del agua
al mismo tiempo.
Por favor no seas marrano, los demás no
tenemos la culpa.
Gracias.
PD: Si no sabes, o no quieres saber cómo se
utiliza ese palo, caga en casa antes de salir.
El simpático
cartel está en el Chiringuito del Puntal. Me avisó mi compañera Paula Arranz,
encargada de la fotografía y las correcciones de esta columna, después de
volver del váter con una media sonrisa. Pero estábamos en traje de baño,
habíamos dejado los móviles y las carteras en el aparcamiento de Somo, apenas
llevábamos las llaves del coche y un billete pequeño para la consumición, así
que tuve que pedirle al camarero un bolígrafo. Él lo llamó ‘máquina de
escribir’, y como puse cara de bobo me lo repitió, luego supuse que era el
autor del mensaje pedagógico.
Tardé un buen
rato en copiarlo a mano, el camarero se ofreció a sacarle una foto y enviármelo
por e-mail, pero le dije que el esfuerzo merecía la pena. En el váter de chicos
había cola, de modo que copiaba una frase, dejaba pasar a alguien y esperaba
para reanudar la tarea. Al final también entré en el de chicas y comprobé que
el mensaje era el mismo, no lo habían pasado a femenino. Estaba colocado encima
de la cisterna, Paula me hizo notar que las mujeres se sientan siempre en la
taza y los hombres orinan de pie, lo
cual significa que el original era sin duda para nosotros y luego se había
fotocopiado. Pretendía informar y a la vez entretener, una buena fórmula para
evitar que los tíos se reboten.
De regreso a
Somo, media hora de playa maravillosa, siempre nueva, siempre llena de
sugerencias y mundos por descubrir, comprobamos que ese día nos había tocado
invasión de minúsculos escarabajos, quién sabe qué hacían allí, igual que la
vez anterior hubo reunión de correlimos, esos pajarillos de patas mecánicas que
corren hacia el agua y retroceden como niños frioleros con miedo a mojarse.
Hablamos del mensaje del WC y de la proliferación de otros semejantes, aunque
con menos sentido del humor, en algunos lugares públicos, como si la sociedad
fuera consciente de que la falta de educación, decoro o pudor, empezara a
sentarnos mal a todos. Era indudable que aquél iba dirigido a la gente más
joven, así que abandonamos el tema para no sentirnos viejos y moralistas.
Una hora más
tarde, estábamos comprando en el híper, y una mujer fue a coger unas cervezas,
golpeó una lata y ésta se puso a tirar espuma. El líquido comenzó a escurrir
hacia las baldas inferiores. Como yo estaba cerca, dije que debería llamar al
encargado. Ella se hizo la sorda y se marchó sin más, con su hija, para darle
buen ejemplo. Ahora me tocaba avisar a mí. Pero tampoco lo hice. No era mi
responsabilidad. Me sentí como un espectador de ese doble atropello viral de
una mujer china, en el que todo el mundo pasa de ayudar y al final viene un
coche y la remata. La triste justificación fue que días antes a una buena
samaritana que socorrió a un herido la obligaron en el hospital a pagar las
costas como si ella fuera la causante de las heridas. Lógicamente se mosqueó,
lo subió a la red y generó una ola de insolidaridad desproporcionada.
Huir de todo,
como si cada cual fuera una isla, está afectando a nuestra manera de ser. En
‘La sociedad transparente’ sostiene Vattimo que el exceso de información y su
inmediatez puede ejercer un papel deshumanizante en la sociedad. Conocer tanto no esclarece sino que hace
opaco nuestro entendimiento. Es obvio que lo negativo nos impacta más que lo
positivo, condiciona nuestra conducta, nos retrae y pone a la defensiva. No
mejoramos porque al saber más desconfiamos más. Es como si esta sociedad
transparente primero nos atravesara la ropa, luego la piel y llegara hasta
nuestro oscuro interior. Y del oscuro interior humano es mejor no hablar. Hemos
evolucionado desde la crueldad y la violencia, en los escudos de nuestras
ciudades hay espadas y cañones, en nuestras playas una marea de cadáveres...
Quizá debamos
plantearnos una terapia general con mensajes simples, directos, cotidianos,
decálogos olvidados, instrucciones de uso de la vida, algo que nos haga
levantar la vista del móvil para recordar que si cada uno dejamos menos mierda
a nuestro paso tendremos algo provechoso que legar a las próximas generaciones.
Aunque solo sea para no desconcertar a las inteligencias artificiales que, cuando
nos imitan, nos asustan al vernos reflejados. Qué horror si los robots que
hereden la tierra se parecen a nosotros.
Para terminar en
positivo, y como agradecimiento a los buenos trabajadores que al amanecer
limpian la playa de Somo, diré que en dos kilómetros de orilla solo encontré
una bolsa de plástico que acababa de traer la marea. Eso no lo superan ni en
Malibú.
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