lunes, 30 de julio de 2012

POR ESO VAN PASANDO PASO A PASO


POR ESO van pasando paso a paso
los segundos, uno a uno,
para repetirse y repetirme
su certeza,
y sin embargo…

No me río ya, mis ojos
se han caído hacia los bordes,
no me consuela ni la tristeza,
vivo anegado,
y sin embargo…

Todo se pierde así, así se pierde todo,
ante el espejo inquietante.
Saber qué y saber cuánto
y para qué,
contra el reloj contra,
y sin embargo…
                       
Y sin embargo
quiero,
no me extraña querer,
yo me soy conmigo amando,
sólo ese verbo importa.

                                         de Palabras dactilares, pag. 57

miércoles, 25 de julio de 2012

EL ATAJO


El atajo

            En el atajo sólo había cinco farolas. La del centro funcionaba cuando le daba la gana y si estaba apagada dejaba una zona oscura del tamaño de un campo de fútbol. Cruzar por el atajo se consideraba peligroso, los robos a punta de navaja eran frecuentes; las mujeres se esperaban unas a otras hasta formar un grupo numeroso y los hombres no se aventuraban a ir solos si podían evitarlo.
            Yo me acostumbré a pegarme desde la salida de la estación a un hombre fuerte con aspecto de no tenerle miedo a nadie. Me sentía seguro cerca de él, él lo sabía, y al entrar en el atajo aminoraba el paso sin perderme de vista por el rabillo del ojo. Parecía que íbamos juntos pero enfadados, como un padre que lleva a su hijo a casa después de una travesura: gritando sin decir palabra.
            Actuamos así durante meses, hasta que una noche encontramos apagada la farola del centro. Al fondo, venía en la dirección contraria un hombre, pero sólo se distinguía el bulto. Nos cruzamos con él en plena oscuridad, era un anciano sin envergadura, mi acompañante sacó una navaja y le obligó a darle todo el dinero. Yo me quedé inmóvil, como detenido por un trámite. El viejo no se atrevía a mirarme a la cara. Cuando acabó de atracarle, mi protector siguió camino adelante, y yo fui detrás dispuesto a colaborar. Saqué mi cartera del bolsillo mientras llegábamos a la luz de la siguiente farola. Entonces el hombre se acercó a mí, me entregó la mitad de los billetes robados y me dijo, muy en serio, que el siguiente apagón me tocaba a mí.

                                                                         de Silencios que me conciernen

domingo, 22 de julio de 2012

EXPECTATIVAS


     Lo real supera con creces toda expectativa. Una casa, un tejado, un trozo de cielo, un jardín pequeño son inasequibles. Una brizna de hierba es algo impracticable: ilimitado, una desmesura. Las palabras no son nada sin esa referencia incuestionable. Pero no hay esperanza alguna en las palabras si no son capaces de trazar nuevas miradas, de remodelar ojos, de ampliar la visión hasta la antesala de lo obscuro.


sábado, 21 de julio de 2012

PONGO LA MIRADA TURBIA


PONGO la mirada turbia
en el eje de las manecillas,
busco el momento, si existe,
concreto, en que cesó el aplazamiento
y comenzó el retraso,
el futuro una resta,
lo que haré algún día
contra lo que ya no
tendré tiempo de hacer.
           
Tuvo que haber una renuncia,
la única, ¿hay otra?
a la vida en su transcurso,
al hecho mismo, lo real,
el antes y el después,
para ser sentido
y sólo sentir.
           
Por eso vivo ahora mendigando
una verdad indigente
que se albergue en mí
al menos lo que dura este instante,
lo justo para creer
que había una vez
una certeza.

                      de Palabras dactilares, pag. 11

miércoles, 18 de julio de 2012

LA TRAVIESA BÁRBARA MAY


La traviesa Bárbara May


            La madrugada del viernes la revista se me escapó de las manos, saltó por la ventana y se clavó en la reja que divide el patio. Bárbara May, la chica del mes de mi cumpleaños, ha estado expuesta a la vista de todos durante el fin de semana. El sábado, la anciana del primero intentó descolgarla con el palo de la mopa, pero no llegaba. El domingo, el vecino de enfrente montó la caña de pescar y cuando vi el anzuelo de tres puntas tuve que pedirle que lo dejara: a fin de cuentas, argumenté, mañana vendrán los albañiles del tejado y harán con ella lo que quieran. Bárbara May lleva toda la noche bajo la lluvia, está empapada, antes del amanecer se desgarrará y, como la conozco, seguro que nos atasca el desagüe.

                                                                                 de Silencios que me conciernen



martes, 17 de julio de 2012

PEDRO TELLERÍA: Un asunto muerto

            Si en Radiograma 31 (2007) Pedro Tellería nos ofrecía en prosa poética su radiografía personal, transmisible sin otro hilo que la identificación generacional inevitable, en Un asunto muerto (2011), que para ser novela debe abrirse frente al cierre que conlleva la poesía, pone en práctica un sociograma necesario. Para retratar el interior de nuestra sociedad, Tellería somete al lector a un breve pero intenso bombardeo de respuestas que desembocan en una única y lamentable pregunta: ¿cómo no me di cuenta antes? Una pregunta dirigida a cada persona, a cada lector, obligándole a tomar partido. Pero ésa es la novela no escrita. La subyacente. La que despierta los sentimientos. La que utiliza el método de penetración del más clásico espionaje y nos chantajea como lectores sabiendo que las trampas son tantas que acabaremos cayendo en alguna de ellas. Incluso en la trampa metaliteraria, buscando como lectores baratos un final que nunca se nos prometió, de hecho se nos advierte desde el principio de lo contrario. En la superficie, por supuesto, la novela tiene que ser una investigación, una indagación siempre desganada por parte de un protagonista que preferiría hacer otra cosa. A fin de cuentas, es un asunto muerto. También hay asesinatos, remordimientos, culpa, y una organización criminal que uno ya ni se molesta en identificar. Sin embargo, el latido que sostiene el libro somos nosotros: una sociedad que cayó en su propia trampa y que para salir de ella va a necesitar algo más que lamentos. La esperanza, al final, puede ser un modo sofisticado de castigo. Un ajuste de cuentas.

                                                                               publicado en Luke (Abril Nº138)

jueves, 12 de julio de 2012

TAMPOCO ES NECESARIO



TAMPOCO es necesario descubrir el horizonte,
 levantarse del tedio de lo tangible
             y alcanzar las esencias esenciales,
             basta con engañarse hasta la médula
             y amar.
               
 Porque el amor es incierto
 pero es algo:
 una boca que te sonríe,
 palabras de miel para tus oídos,
 un anillo de brazos en tu cuello
 y la ilusión de ser,
 durante un espasmo glorioso,
 reconocido.

                                             de Palabras dactilares, pag. 97

miércoles, 11 de julio de 2012

LUCÍA


Lucía


            Hacía tiempo que no pensaba en Lucía. Me ayudó a cambiar el escaparate y a ordenar los libros aquella navidad en la que tuve el brazo escayolado. Era una chica servicial en exceso, familia de un amigo, y apenas la vi manejarse comprendí que el calificativo `sencilla´ empleado para definirla resultaba por benevolente inadecuado.
            Mi amigo no conocía bien a su sobrina. Lucía podía ser retrasada, lenta, ralentizada, pero en modo alguno sencilla. Su mente era compleja, se notaba en sus preguntas, pero también muy acomplejada desde la infancia, muy dañada, y cada vez menos eficaz. Imagino que en un mundo no dirigido por los relojes, ni sobrecargado de recuerdos de insuficiencia, Lucía nos hubiera dejado pasmados con su versión alternativa. Lucía temblaba por culpa de la ignorancia. En los descansos que le obligaba a tomar, abría un libro, leía en alto un fragmento, con mucha calma, saboreando las palabras, y luego se llevaba el libro al pecho como una romántica gordita. Entonces le notabas el temblor. Comenzaba con una pérdida de color en la cara, como un frío o la corriente de una puerta lejana, seguía con un estremecimiento descendente que le golpeaba las caderas y terminaba con una leve, casi delicada, flojera de piernas.
            Lucía no entendía casi nada de lo que leía, pero cuanto menos entendía más sentía la ausencia de comprensión y eso repercutía directamente en su cuerpo. Era conveniente mantenerla alejada de ciertos libros, la mayoría clásicos. De igual modo que un libro mediocre, alimenticio para su autor y para mis estanterías navideñas, no provocaba en Lucía más que un simple alzamiento de hombros, un libro de los Grandes, en particular si era de poesía, podía tirarla de la impresión al suelo. La aparente insuficiencia de su vida tenía una compensación en hermosura, el alma que la sostenía no echaba callo con el paso del tiempo. Yo envidiaba su intensidad, su permanente desbordamiento, que reconocía como una facultad perdida en mí. En nosotros. Que siempre nos pasamos de listos.

                                                                                               de Mercedes Cancelo

domingo, 8 de julio de 2012

TEMPLANZA


Templanza

            Justo cuando Burt Lancaster moría en aquella postura tan forzada en Veracruz, la estufa de butano soltó un bufido, luego una bocanada de llamas por la parte trasera, donde estaba la bombona, y a continuación se encendió toda ella, como la cabeza de una cerilla gigante, lo que hizo que mi hermano trepara por el respaldo del sofá-cama, mi hermana intentara embutirse en el vértice del rincón y mi padre, en contra de toda lógica pero en realidad queriendo impedir que entrara oxigeno en la sala, cerró de una patada la puerta mientras yo, tigre de ocho años, volaba hacia el fuego con una manta abierta que lo atrapó y, con la ayuda inmediata de mi padre, lo abrazamos y quedó sofocado.
            Recibí como premio por mi heroísmo una palabra, mi primera característica, la templanza, que me venía demasiado grande y me cargó con una responsabilidad difícilmente asumible, lo que provocó que días más tarde, mientras jugaba a los submarinos en la explanada de una obra, de regreso de una misión de vital importancia para la humanidad, consistente en dinamitar una isla ocupada por los extraterrestres, sin previo aviso, el mar que me rodeaba desapareció y me encontré braceando en el aire como un estúpido, con todo el mecanismo de la fantasía hecho añicos y mis amigos cabreados gritándome que me fuera a la mierda.
            Había dejado de ser niño de golpe y porrazo, no de la noche a la mañana, con su dormir y su despertar, y la sospecha de que a partir de ese momento todo podría sucederme así, con esa rotundidad, puso en alerta permanente todos los sistemas, pude sentirlo en forma de una vibración corporal que todavía conservo, y aunque los médicos lo llamen hipersensibilidad y lo reduzcan todo a que tengo los nervios destrozados desde los ocho años, yo lo percibo como una anticipación física real, un instinto, la certeza de que todo se me viene encima constantemente y debo mantener los músculos en tensión para saltar a un lado y salvar el pellejo.

                                                                             de Silencios que me conciernen

sábado, 7 de julio de 2012

A CAUSA DE ALGO


A causa de algo


            El muchacho cierra la puerta, y se asegura de que está bien cerrada. Sus movimientos parecen dirigidos únicamente a controlar un temblor, un titubeo. Se detiene en la sección de poesía. Yo me pongo tensa. Es miércoles, media mañana, lluvia, nadie en la calle, y un extraño cargado de recelo husmea en mi librería.
            Vigilo sus pasos. Libro que toca, libro que busco en el archivo mental. El título, el modo de abrirlo, las palabras casuales que pueden decidirle a ponerse en acción y convertirme en su víctima. Si tropieza con Hojas de Hierba de Whitman, estaré salvada. O tal vez no, su mente simple puede desviarse hacia el aspecto desparramado y desparramármelo todo. Viene hacia mí.
             —Perdone, es para una amiga, un buen libro de poesía.
            —¡Hojas de Hierba, de Walt Whitman!
            Le sorprende mi entusiasmo. La rapidez del ir y volver con el libro en las manos. Y luego el descuento agradecido que le aplico. Me mira con atención mientras lo envuelvo. Busca indicios, entorna los ojos, sonríe con cautela. Paga y, antes de salir, me observa un momento, como si hubiera olvidado decirme algo. No se decide. Lo deja. El eco de la campanilla es breve, seco.

                                                                                               de Mercedes Cancelo


martes, 3 de julio de 2012

ECONOMÍA DOMÉSTICA


Economía doméstica


            Mi padre entró en la sala de estar con un periódico viejo, un martillo y la hucha de barro. La rompió de un solo golpe y cayeron sobre la mesa algunos billetes de diferente valor, bastantes monedas grandes y apenas calderilla. Preguntó enfadado cuánto dinero había allí, y como por casualidad me estaba mirando dije 4.750 pesetas. Mi hermana me corrigió añadiendo de su parte 125 pesetas, cantidad ingresada esa misma tarde como pago por un rotulador comprado la semana anterior, y mi madre restó 50 pesetas que le faltaban para el recibo de la funeraria, que acababa de pasar. Mi padre nos miró a todos con reproche, y mi madre le preguntó para qué pensaba que era la espátula de Nocilla que había junto a la hucha.

                                                                                      de Silencios que me conciernen