Salitre
Vinieron unos amigos de Madrid y los llevamos como siempre a ver el mar. Es un ritual que se mantiene por el entusiasmo infantil que despierta, no sólo en ellos, también en nosotros, y disfrutamos juntos del paseo por la playa, la parrillada de pescado, las intimidades al ocaso y la indudable solvencia de un atardecer desde la orilla. María lo explica con mucha gracia diciendo que en su tierra cuando cae el sol se hace polvo y aquí, sobre el agua, se apaga. Nos consideran seres afortunados. Jamás les hemos confesado que al vivir cerca del mar nunca vamos a verlo. Es algo normal, el salitre llega hasta nosotros con la bruma de la mañana, respiramos el vaivén de las mareas, somos gente de agua. Lo cierto es que sólo vamos al mar cuando vienen ellos. Su entusiasmo procede de comprobar que el mar existe; el nuestro, de saber que sigue ahí.
de Silencios que me conciernen
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