sábado, 29 de diciembre de 2012

GAFAS


Gafas 

            Felipe lanzó un derechazo que pasó a cuatro dioptrías y media de mi nariz. Yo embestí contra su cuerpo pero me caí de morros en la cama porque su cuerpo no estaba allí. Sorprendidos, nos pusimos las gafas y analizamos la situación. Los dos tebeos del Capitán América tenían las portadas casi idénticas, pero el interior diferente, ninguno había intentado engañar al otro en el cambio. Esa tarde aprendimos a quitarnos las gafas cuando aparecía la Chica Fantástica.

                                                                    de Silencios que me conciernen



domingo, 23 de diciembre de 2012

PERFECTAMENTE

  
            ¡Es tan bueno! Seguro que mamá lo comprenderá perfectamente. Cuántas veces le habré dicho que en la primera cita me regaló una camelia, y que sonreía como lo hacen las personas nobles, las personas en las que se puede confiar. Ricardo, allí parado, al borde de la piscina, con el sol de cara, la flor en su mano, como un sueño... Estoy tan ilusionada, mamá, me gustaría decírtelo al oído, y que me abraces y que sepas que por fin voy a ser feliz. Que todo va a salir bien, muy bien, mucho mejor que bien. Créeme, todavía no han comenzado los preparativos, y yo ya estoy preparada. Lista. Con el esquema encima del escritorio, punto por punto, y vas a alucinar cuando veas que cada uno de los apartados tiene tres y hasta cuatro alternativas, por si las cosas se empeñan en torcerse. Nada queda fuera de mi control. ¡Y el anillo! Tengo que enseñarte el anillo, mami. Pero enseñártelo sin previo aviso, como Ricardo me lo enseñó a mí, y que brille tu mirada como brilló la mía en ese momento. Tu mirada, brillando para mí. Tus ojos pequeñitos, y la sonrisa corta, sólo para mí. Me lo merezco, mamá, he sido fría y diligente. ¿Podemos mirarnos a la cara, a la misma altura? ¿He merecido la pena para ti? Todo tu esfuerzo, tu descomunal esfuerzo, mamá... ¡¡DEBES SENTIRTE ORGULLOSA DE MÍ!! ORGU-llosa. Porque voy a ser FELIZ. Y cuando tú me decías, insistías, machacabas, humillabas para que fuera una chica ejemplar, tenías toda la razón, mamá:
            “Lo importante es que seas feliz, Eugenia, porque si eres feliz la vida funciona perfectamente. Y no olvides nunca que hay que tener previsto hasta el menor detalle, ser minuciosa, exacta, precisa, impecable, Recta, Recta, Recta”.
            Me hice empastar aquella muela la semana pasada, mamá, te hice caso. Vencí el miedo y ahora tengo un buen aliento. Lo hice sin pensar, por impulso. Porque ahora, mamá, también sigo mis impulsos. Se me nota en la mirada que soy arrogantemente humana. No me escondo. Y me estoy acostumbrando a cargar  siempre con las consecuencias. ¿Sabes que Ricardo es capaz de detenerse cuando lo estamos haciendo? En seco. Basta con que yo se lo pida. Puedo confiar en él. Ricardo no tiene nada turbio. No se nos va a quedar mirando en mitad de la cena a sus hijos y a mí con esa cara de cuchillo cebollero que tenía papá. Y a su lado yo podré ser natural. Sin disimulos. Sin ser la primera dama del teatro doméstico como tú. Y además me he asegurado muy-mucho de que fuera él quien diera los pasos necesarios. Que no crea que renuncia a nada por mí. Que cuando me abrace no piense que soy para él una trampa. Yo voy a ser su mujer, no su condena. Una persona que sólo aspira a ser feliz a su lado. Y mis hijos van a gritar y a romperlo todo cuando les dé la gana. No voy a tener nada de valor, ni cuadros originales, ni un piano lacado que se araña con la mirada, ni tanto silencio corriendo por el pasillo... Y bragas de colores, que quiero ir con las tetas al aire y que Ricardo pierda la compostura. ¡La compostura! Joder, mamá, hablo como tú, estoy atrapada en tu vocabulario, tengo tu léxico tallado en mi frente. Pero YO VOY A SER FELIZ, acéptalo. Lo tengo TODO calculado, hasta el momento en que TODO dejará de estar calculado y mi vida comenzará a descomponerse perfectamente.

                                                                       publicado en Revista Cantárida

jueves, 20 de diciembre de 2012

FIDEL DE MIER: Páginas del libro de la melancolía


CANTÁRIDA Poesía sigue adelante. Mañana nos vamos de presentación a Cabezón de la Sal. Este es el comunicado de la revista:

    Queridos amigos:
    Sirvan estas líneas para invitaros al acto de presentación de la publicación de Fidel de Mier “Páginas del libro de la melancolía”, nº 2 de la Colección Cantárida Poesía, que tendrá lugar este viernes, 21 de Diciembre, a las 8 de la tarde, en el Centro de Estudios Rurales de la Universidad de Cantabria en el barrio de La Pesa de Cabezón de la Sal.


    La presentación contará con la introducción de Jose Antonio Gallego y Francisco Taboada, un recital de poemas a cargo de Alberto Muñoz y Coral González Bueno, la actuación de  Poetas en la Calle y la intervención final del propio autor. La organización corre a cargo de la Revista Cantárida y de la Asociación Cultural Ícaro de Cabezón de la Sal


    Fidel de Mier, Sopeña de Cabuérniga (1937), es Licenciado en Derecho y Literatura Hispánica. Ha sido profesor de Lengua y Literatura. Ha publicado un libro de poesía, "Verso", y otros poemas y relatos en revistas y libros colectivos como Peña Labra, El Pulso, Con tu piedra, Cantárida o Voces Poéticas de Cantabria, entre otros; y ha colaborado en grabaciones y arreglos musicales con Poetas en la Calle como “Verso”, “De soledad en Soledad” y “Esta es tu casa, amado”.


     Esperando vuestra presencia y con el ruego último de que difundáis esta convocatoria en vuestros circulos sociales y culturales, recibid un saludo cordial


     Por la Revista Cantárida: Maribel Gómez y Emilio Carrera. Apartado 37. 39500-Cabezón de la Sal (Cantabria). Tlf. 942-701029 Móvil 699116741. E-mail: cantarida@nodo50.org




lunes, 17 de diciembre de 2012

La cosecha en TERRITORIOS-El Correo



Breve reseña de María Bengoa

para el suplemento TERRITORIOS

de El Correo: Sábado 8-12-2012.

Gracias, María,

por acordarte de nosotros,

autores bajitos

de una editorial pequeña.

MEMORIA TURBIA


Memoria turbia


            El padre de Juan Ramón corría que se las pelaba pero Jacinto, el de las golosinas, le superó con facilidad y, cuando alcanzó al Tocapichas, le dio tantos puñetazos y patadas en los huevos que el padre de Juan Ramón tuvo que sujetarle para que no lo matara. Los niños presenciamos la paliza desde el muro del barrio, amenazando al aire con los puños blancos de rabia. Después de aquello nos resultó mucho más difícil quejarnos de las caricias sudadas que nos hacía Jacinto al servirnos las golosinas.

                                                                                de Silencios que me conciernen

miércoles, 12 de diciembre de 2012

HORIZONTE DE SUCESOS



Ella se dejó caer de espaldas sobre la cama. Su cuerpo brillante rebotó, se puso tenso, abrió las piernas, y dijo algo. Yo estaba a sus pies con una erección aproximada. Mis ojos la escanearon sin pudor, desde las rodillas flexibles a los muslos trémulos, el pubis afeitado en triángulo escaleno, el vientre con una sombra de hormigas que llegaba hasta el ombligo, el estómago hundido, el pecho sobresaliente, los pezones como las válvulas de los pavos americanos cuando quieren salir del horno. Ella volvió a decir algo. Miré sus labios significativos, avancé con firmeza y me puse encima. El aliento de sus palabras golpeaba mi cara pero no podía oírla. El fragor de las olas en el exterior del faro se vio interrumpido por su entrecejo fruncido. Sus ojos desafiantes. Esta vez dijo Algo. Sus piernas se cerraron de golpe y, aprovechando el movimiento, se escurrió hacia un lado, saltó ágil de la cama, llegó hasta la silla con dos zancadas y se puso las bragas y la camiseta.
             Luego se sentó en la silla, cruzó las piernas y me miró con ferocidad.
            —No me gusta que me describas. Y mucho menos de ese modo.
            Me quedé quieto sobre la cama, sin decir nada, menguando.  Ella insistió.
            —Cuando me estás describiendo, se te nota en la mirada. Y ahora me estabas mirando con ojos de pornografía barata.
            —Se llama Porno Pitorreo, y es un arte. Un arte menor, pero arte. Tampoco están los tiempos para exquisiteces.
            —¿Y cuánto te van a pagar, mercenario? Cien euros el relato, ¿o se dice la pieza, como en la caza?
            Me incorporé en la cama. Mis ojos adiestrados atravesaron su camiseta. Miré sus pechos vidriosos con ojos turgentes. Ella se puso furiosa. Fue hasta la mesilla, abrió mi cajón, y lo encontró lleno de pornografía dura. Luego abrió la puerta del armario, echó a un lado los trajes y encontró, detrás de la cajonera, la pornografía guarra, guarra de verdad. Le escandalizó que las revistas fueran todas antologías, y que tuvieran el sello de la tienda, y un número.
            —No me digas que son alquiladas, qué asco…
            —Hay que compartir, estamos en crisis. Sólo intento documentarme por un precio razonable.
            Ella terminó de vestirse a toda prisa, calcinándome con la mirada. La seguí hasta el salón, desnudo, pero no rendido.
            —Te juro que no voy a escribir esto.
            —Ya lo estás haciendo, pringao.
            Me dio la espalda y caminó hacia la puerta. Un viento muy oportuno le subió la falda. Mi sexo, de nuevo enhiesto, comenzó a golpear rítmicamente la mesa del salón. Convocada por la furia de mi tambor, bajó por las escaleras del faro una turba sediciosa que se apoderó de su cuerpo. La levantaron en volandas sin contemplaciones. Eran miles de zombis empalmados, decían cochinadas irreproducibles, pero muy imaginativas. Le arrebataron la ropa exterior, y rechupetearon la interior como una golosina. Qué vicio. Corrí tras ellos, lancero bengalí, hasta el agujero negro de las escaleras. Había saliva por todas partes. Y ese olor inconfundible a mantequilla parisina. Pero ni rastro de ellos. Ni de ella. Sólo el eco de sus voces lujuriosas reclamando el éxtasis prometido. Tenía que ceder.
            —Aah, aah, AAH —exclamé, porque adoro los clásicos. Y el faro, falocrático él, lanzó un destello radiante sobre la espuma del mar.
           
                                                                                      publicado en Luke

martes, 11 de diciembre de 2012

LUKE: El diseñador de casualidades



Nueva entrega de la revista Luke, Nº 144, Noviembre-Diciembre, y nuevo relato con foto fantástica de Paula Arranz.
El diseñador de casualidades es una historia corta, sarcástica, que contiene un pequeño homenaje a dos de mis autores de cabecera: Peter Handke y Javier Marías, y también es una crítica a esa parte papanatas nuestra cultura. Lo puedes leer aquí:

http://www.espacioluke.com/2012/Noviembre2012/taboada.html


domingo, 9 de diciembre de 2012

ICONOS


Iconos


            A las cuatro y media empezó a llover. Habíamos quedado a las cinco, y Sonia dejó bien claro que si llovía la cita quedaba anulada. Como el optimismo me había impedido llevar paraguas, corrí a refugiarme en los soportales de la iglesia. Me entró frío y decidí esperar dentro, por si escampaba.
            Había algunas personas diseminadas por los bancos, rezando de rodillas o sentados hablando con Dios. La capilla de la Virgen de la Luz estaba vacía. Me arrodillé en el reclinatorio, recé dos avemarías y le pedí perdón por no haberla visitado en las últimas semanas. La Virgen me perdonó de inmediato con hermosas palabras susurradas en mi oído. Le hablé entonces de Sonia, de lo enamorado que estaba de ella y, si me hacía el favor de cortar la lluvia, como yo le encendía velitas y tal...
            Que yo recuerde era la primera vez que la Virgen dejaba de hablar conmigo en mitad de una conversación. Le pregunté si estar enamorado significaba que ya no me iba a contar más secretos de las chicas. No dijo nada. Me enfadé, tomé asiento y observé su figura de alabastro. La cara era la de mi madre de joven, eso ya lo sabía, pero nunca me había fijado en que sus manos y su postura de arrogante humildad eran idénticas a las de Sonia. Me levante sin despedirme y salí de la iglesia con idea de no volver. Esa noche llamé a Sonia y rompimos, le dije que a mí me encanta la lluvia.

                                                                                     de Silencios que me conciernen




viernes, 7 de diciembre de 2012

VIVIR EN EL ECO


Vivir en el eco 


            El coche venía como una bala, me propinó en la cabeza un golpe, mortal de necesidad, pero no sufrí ni un solo rasguño, había vuelto a nacer, era un milagro; y también la gota que colmaba el vaso, para mis padres, que me metieron interno, aquí, donde la vida no vale nada, porque se toman conmigo demasiadas precauciones.

                                                                         de Silencios que me conciernen