¡Es tan bueno! Seguro que mamá lo comprenderá perfectamente. Cuántas veces le habré dicho que en la primera cita me regaló una camelia, y que sonreía como lo hacen las personas nobles, las personas en las que se puede confiar. Ricardo, allí parado, al borde de la piscina, con el sol de cara, la flor en su mano, como un sueño... Estoy tan ilusionada, mamá, me gustaría decírtelo al oído, y que me abraces y que sepas que por fin voy a ser feliz. Que todo va a salir bien, muy bien, mucho mejor que bien. Créeme, todavía no han comenzado los preparativos, y yo ya estoy preparada. Lista. Con el esquema encima del escritorio, punto por punto, y vas a alucinar cuando veas que cada uno de los apartados tiene tres y hasta cuatro alternativas, por si las cosas se empeñan en torcerse. Nada queda fuera de mi control. ¡Y el anillo! Tengo que enseñarte el anillo, mami. Pero enseñártelo sin previo aviso, como Ricardo me lo enseñó a mí, y que brille tu mirada como brilló la mía en ese momento. Tu mirada, brillando para mí. Tus ojos pequeñitos, y la sonrisa corta, sólo para mí. Me lo merezco, mamá, he sido fría y diligente. ¿Podemos mirarnos a la cara, a la misma altura? ¿He merecido la pena para ti? Todo tu esfuerzo, tu descomunal esfuerzo, mamá... ¡¡DEBES SENTIRTE ORGULLOSA DE MÍ!! ORGU-llosa. Porque voy a ser FELIZ. Y cuando tú me decías, insistías, machacabas, humillabas para que fuera una chica ejemplar, tenías toda la razón, mamá:
“Lo importante es que seas feliz, Eugenia, porque si eres feliz la vida funciona perfectamente. Y no olvides nunca que hay que tener previsto hasta el menor detalle, ser minuciosa, exacta, precisa, impecable, Recta, Recta, Recta”.
Me hice empastar aquella muela la semana pasada, mamá, te hice caso. Vencí el miedo y ahora tengo un buen aliento. Lo hice sin pensar, por impulso. Porque ahora, mamá, también sigo mis impulsos. Se me nota en la mirada que soy arrogantemente humana. No me escondo. Y me estoy acostumbrando a cargar siempre con las consecuencias. ¿Sabes que Ricardo es capaz de detenerse cuando lo estamos haciendo? En seco. Basta con que yo se lo pida. Puedo confiar en él. Ricardo no tiene nada turbio. No se nos va a quedar mirando en mitad de la cena a sus hijos y a mí con esa cara de cuchillo cebollero que tenía papá. Y a su lado yo podré ser natural. Sin disimulos. Sin ser la primera dama del teatro doméstico como tú. Y además me he asegurado muy-mucho de que fuera él quien diera los pasos necesarios. Que no crea que renuncia a nada por mí. Que cuando me abrace no piense que soy para él una trampa. Yo voy a ser su mujer, no su condena. Una persona que sólo aspira a ser feliz a su lado. Y mis hijos van a gritar y a romperlo todo cuando les dé la gana. No voy a tener nada de valor, ni cuadros originales, ni un piano lacado que se araña con la mirada, ni tanto silencio corriendo por el pasillo... Y bragas de colores, que quiero ir con las tetas al aire y que Ricardo pierda la compostura. ¡La compostura! Joder, mamá, hablo como tú, estoy atrapada en tu vocabulario, tengo tu léxico tallado en mi frente. Pero YO VOY A SER FELIZ, acéptalo. Lo tengo TODO calculado, hasta el momento en que TODO dejará de estar calculado y mi vida comenzará a descomponerse perfectamente.
publicado en Revista Cantárida
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