martes, 26 de diciembre de 2017

RESEÑA de DE TEMBLORES de Kepa Murua en ESPACIO LUKE


DE TEMBLORES de Kepa Murua

            De temblores es una novela de amor. Un texto breve pero intenso que ahonda en la problemática tratada por Kepa Murua en sus novelas anteriores y que en cierto modo serviría de conclusión o final de ciclo. Una suerte de epílogo sobre el tema del amor enfrentado a la libertad del individuo o, dicho de otra manera, el amor y sus consecuencias para un hombre contemporáneo que es algo más que un mero receptor pasivo, una víctima propiciatoria del único tema que al parecer nos interesa. Porque la cuestión a tratar, la pregunta que se intenta responder, es si somos algo más que personas que aman y son amadas. Si hay algo además o por encima del amor. Si la vida sin amor tiene algún sentido. Demasiados impedimentos que concluyen con la certeza de somos incapaces de amar, porque el amor ha cambiado tanto en los últimos tiempos que resulta irreconocible.
Para abordar el tema del amor, Kepa Murua utiliza en su obra diferentes estrategias narrativas. En su primera novela, Un poco de paz, asistimos al amor fundacional mediatizado por la historia familiar del personaje, dependiente todavía de la figura paterna. El método utilizado es la parodia, con el descubrimiento de un manuscrito revelador al estilo de los best-sellers. En la segunda novela, Tangoman, vivimos la peripecia de un hombre feo pero dotado para el baile y el amor circunstancial, un trípode humano que consuela a mujeres mayores y que se enfrenta a su propia desdicha y marginalidad: toda una sátira con momentos cómicos y delirantes. En esta tercera, sin embargo, emplea un método más sutil: la confesión, con un enrevesado paralelismo con su propia biografía. En De temblores, el protagonista es un escritor, de 50 años, con el pelo rapado, que usa sombrero, que viaja con frecuencia al continente americano… y si nos dejamos engañar por las apariencias, o si hemos leído las dos primeras entregas de sus Diarios, podríamos concluir que se trata del mismo Kepa Murua. Sin embargo, el protagonista se llama Rubén, no es el autor, no es un álter ego, sino esa máscara que con frecuencia utilizan los escritores, ese juego tan suculento de la falsa-biografía, donde se usan datos verdaderos mezclados con otros que no lo son, un tour de force en el que se confunden deliberadamente las cosas para comprometer e implicar tanto al que escribe como al lector que conoce en parte su obra. Un método arriesgado, duro, que Kepa Murua sabe resolver con gran maestría narrativa.
Formalmente hablando, De temblores no es una novela que huye hacia otro texto como en el caso de Un poco de paz, ni tampoco contiene un personaje estrambótico que se traslada a su propio interior a modo de refugio estilístico, como en Tangomán, sino que es un ejercicio de desnudez total, con un estilo contundente, basado en capítulos cortos con un enunciado orientativo, con párrafos muy breves, de un solo golpe de voz, alternados con diálogos de una crudeza tal que impide cualquier desvío. Lo que hay es lo que hay. El texto ha sido pulido hasta la exasperación. Si en vez de leerlo lo escucháramos grabado pensaríamos que estamos asistiendo a la declamación del alma de una persona, y digo declamación porque hay una evidente intención musical y poética en el texto. No solo por los ritornelos empleados, que se repiten a lo largo de la novela, en especial ese: “De temblores está hecho el amor”, que aparece en lugares clave en diferentes capítulos, sino también por los bucles en los que la memoria regresa a un punto anterior, a un texto ya mencionado, para darle un nueva lectura, para avanzar en su interpretación. Un estilo dinámico que impide que las palabras se solidifiquen, de manera que si al principio esos temblores son los propios del sexo, a continuación serán los de la indecisión y el miedo de los amantes, y más adelante los de un terremoto emocional que todo lo transforma. Es el mismo temblor evolucionando y dimensionándose según nos vamos adentrando en la novela. Una novela con mucha más complejidad de la que aparenta y que, al final, contiene una vuelta de tuerca muy eficaz que nos permite reinterpretar lo leído.
La historia de amor que nos cuenta De temblores no es una historia de amor al uso. No es nada convencional. Contiene todos los elementos de las historial de amor, por supuesto, pero debajo de su aparente simplicidad esconde una reflexión más profunda y necesaria: ¿Qué le hemos hecho al amor, en qué lo hemos transformado, por qué sentimos que se nos escapa de las manos? Estamos hablando de un amor idealizado, sublime. Ese es el tipo de amor que busca Rubén a lo largo de toda la novela, porque, como decía Auguste Comte: “Si el amor no pude dominar, ¿cómo va a hacerlo el espíritu? Si no entendemos el amor, ¿de qué sirve entender todo lo demás?”
En este sentido De temblores entronca con la mejor literatura europea de los últimos tiempos. En lo fundamental, no dista mucho de las preguntas que se hace Michel Houellebecq en Plataforma: “¿Los europeos del Viejo Continente hemos perdido la capacidad de amarnos entre nosotros y necesitamos buscar o recuperar el amor en otras latitudes?¿Tanto ha cambiado nuestra sociedad para que seamos incapaces de amar y ser amados?” La respuesta es obvia: sí. Por una parte, las religiones puritanas y controladoras de nuestro pensamiento han perdido su fuerza a lo largo del último siglo, y los sistemas políticos y las trasformaciones sociales han dotado el individuo de un poder decisorio que antes no tenía. Por otra parte,  el surgimiento de los métodos anticonceptivos ha liberado al sexo de la esclavitud de los matrimonios forzados, y la progenie abundante y encadenadora. Y en tercer lugar, la liberación femenina ha convertido a uno de los dos elementos del amor heterosexual, la mujer, en alguien activo, cuando antes era casi siempre pasivo. Marxismo, anticoncepción y feminismo dieron un giro copernicano al amor, y el capitalismo actual ha terminado por liquidarlo, al menos en su sentido más puro. Nos encontramos por tanto en una era de re-definición de uno de los conceptos vitales del ser humano.
En De temblores, Kepa Murua, a través de los pensamientos y conversaciones del personaje central con sus diferentes amantes, nos aproxima al amor actual. En la novela aparecen al menos seis mujeres, destacando Dacia, de origen indio pero adoptada y educada por occidentales, una mezcla de amante, madre y refugio, y Rosale, suramericana, bastante más joven que el escritor, la otra protagonista del libro, que representa el amor crepuscular, la oportunidad tardía de afirmar o negar el amor, un nuevo comienzo y en cierto modo una involución. Entre todas ellas forman el currículum amoroso de Rubén, una experiencia en principio desencantada pero que busca su redención, porque en el fondo desea amar, desea reafirmarse como individuo a través del amor. De este modo retrata lo que es el amor actual, no exclusivo, que reside en diferentes personas, una por cada fase o etapa del individuo. Es por tanto un amor de duración limitada, que se consume con intensidad y luego se desecha.
Sobre todo ello se interroga a lo largo de la novela el escritor protagonista debatiéndose entre el deseo antiguo y la realidad contemporánea. Y cree que el motivo de sus desvelos reside en el hecho de ser diferente, ser escritor, someter la realidad a un exceso de observación y cuestionamiento. A eso juega con Rosale, su nueva y joven amante, a la demolición del amor y de sus posibilidades por el eficaz método de querer afirmar su existencia. Comienzan a amarse poniendo en tela de juicio si el amor es posible, posible para ellos y posible en sí mismo. Y la pregunta que se hace el lector es si existe algo capaz de soportar semejante escrutinio, porque los personajes no se entregan a ese sentimiento, sino que lo analizan y así lo destruyen, socaban sus posibilidades naturales, lo falsean a través de la mente. Si hicieran lo mismo con el sexo, no llegarían ni a la cama. El amor no se piensa, se hace. Intelectualizarlo es un error. Y nunca se debe oponer el amor a la libertad individual.
A lo largo de toda la novela diferentes mujeres acusan al protagonista de ser una persona egoísta, alguien incapaz de amar, porque sólo se ama a sí mismo. Sin embargo, Rubén se defiende constantemente y al hacerlo se delata. Además utiliza a su nueva amante, Rosale, para esconderse y refugiarse en una sospechosa autocomplacencia. Quizás en eso reside el problema de Rubén, y por extensión de todos nosotros: demasiado individualismo, demasiado narcisismo, demasiadas corazas para los sentimientos, cuando el amor requiere un cierto abandono, la aceptación de la dependencia, la debilidad, la posibilidad de perderse, de alienarse sin miedo en brazos de otra persona. Y para eso es necesario ser adulto, no esperar siempre una retribución, una recompensa. Como decía Erich Fromm en El arte de amar: “En una cultura en la que prevalece la orientación mercantil y en la que éxito material constituye el valor predominante, no hay en realidad motivos para sorprenderse de que las relaciones amorosas humanas sigan el mismo esquema de intercambio que gobierna el mercado de bienes y de trabajo.” Sin embargo, “en el amor es fundamental dar, no recibir”, “aunque existe el malentendido común de suponer que dar significa renunciar”, “que dar sin recibir es una estafa”, cuando “el acto mismo de dar, es una prueba de mi fuerza, mi riqueza y mi poder”.
En De temblores, a pesar de los esfuerzos del Rubén por ser empático con las mujeres, el punto de vista es siempre masculino. Siempre está a la defensiva, como el hombre actual que teme perder sus privilegios y que jamás admitiría que no sabe cómo desenvolverse en un terreno de igualdad anímica y sexual. No quiere ceder terreno sino aprovecharse de las circunstancias para mejorar su posición. En el fondo, comete el mismo error que Freud con su materialismo fisiológico, al ver en el amor exclusivamente la expresión o la sublimación del instinto sexual. El amor dura para Rubén lo que dura el deseo, nada más. Si alguien le exige otra cosa, esa persona no es conveniente. No parece saber que el amor comienza a desarrollarse cuando amamos a quienes no necesitamos para nuestros fines personales. Rubén no sabe amar porque tampoco sabe vivir. No es extraño que piense que el amor es la unión de dos soledades, cuando en realidad es el antídoto contra la soledad. Como hombre contemporáneo, que no comprende que los tiempos han cambiado, no ha sabido superar la pérdida de la polaridad sexual, que sirve para el erotismo pero que no sirve para la vida fuera de la cama, donde hay dos personas, dos seres humanos que buscan juntos un sentido a la existencia. Rubén es tan inmaduro como nuestra sociedad, y representa sus contradicciones a la perfección.
Si algo nos aporta De temblores es un retrato descarnado de cómo se va desarrollando esa evolución, ese acercamiento entre los sexos, visto desde el interior de un hombre y algunas mujeres que buscan una salida al laberinto sentimental en el que seguimos encerrados desde el principio de los tiempos. Una novela valiosa, que también incluye una crítica feroz de la situación lamentable de los inmigrantes, y que se disfruta mejor con los precedentes de Un poco de paz y Tangoman. Literatura contemporánea, buena literatura, que formula muchas preguntas y nos deja a nosotros, los lectores… seguir haciendo más preguntas.

DE TEMBLORES
Autor: Kepa Murua
Editorial: El Desvelo
Colección: El legado del Barón
Ilustración portada: Andrea Conde
PVP: 19 €

Enlace: http://www.espacioluke.com/2017/Noviembre2017/taboada.html


jueves, 16 de noviembre de 2017

RESEÑA de DE TEMBLORES de KEPA MURUA en el diario argentino EL CORREDOR MEDITERRÁNEO


DE TEMBLORES de Kepa Murua

            De temblores es una novela de amor, un texto breve pero intenso que ahonda en la problemática tratada por Kepa Murua en sus novelas anteriores, Un poco de paz y Tangoman, y en cierto modo serviría de conclusión o final de ciclo. Una suerte de epílogo sobre el tema del amor enfrentado a la libertad del individuo, donde la pregunta que se intenta responder es si somos algo más que personas que aman y son amadas, si hay algo por encima del amor, si la vida sin amor tiene algún sentido. Demasiados impedimentos que concluyen con la certeza de somos incapaces de amar, porque el amor ha cambiado tanto que resulta irreconocible.

Si en las novelas anteriores Kepa Murua utilizaba la parodia y la sátira, en De temblores emplea la confesión, la falsa-biografía. Formalmente hablando, es un ejercicio de desnudez total, con un estilo contundente, basado en capítulos cortos con un enunciado orientativo, con párrafos muy breves, de un solo golpe de voz, alternados con diálogos de una crudeza tal que impide cualquier desvío. El texto ha sido pulido hasta la exasperación, con una evidente intención musical y poética, con numerosos ritornelos y bucles en los que la memoria regresa a un punto anterior, a un texto ya mencionado, para facilitar una nueva lectura. Un estilo dinámico que impide que las palabras se solidifiquen, de manera que si al principio esos temblores son los del sexo, a continuación serán los del miedo de los amantes y después los de un terremoto emocional que todo lo transforma. Es el mismo temblor evolucionando y dimensionándose según nos vamos adentrando en la novela. Una novela con mucha más complejidad de la que aparenta y que, al final, contiene una vuelta de tuerca muy eficaz que nos permite reinterpretar todo lo leído.

Debajo de su aparente simplicidad De temblores esconde una reflexión profunda y necesaria: ¿Los europeos hemos perdido la capacidad de amarnos entre nosotros y necesitamos buscar o recuperar el amor en otras latitudes? La respuesta es obvia: en el siglo pasado el marxismo, la anticoncepción y el feminismo dieron un giro copernicano al amor y el capitalismo actual ha terminado por liquidarlo. Nos encontramos por tanto en una era de re-definición del amor. En la novela aparecen seis mujeres, destacando Dacia, de origen indio, y Rosale, suramericana, bastante más joven que el escritor, y  que representa el amor crepuscular, la oportunidad tardía de afirmar o negar el amor, un nuevo comienzo y también una involución. El problema surge cuando ambos comienzan a jugar a la demolición del amor, cuando se aman poniendo en tela de juicio si el amor es posible. No se entregan a ese sentimiento, sino que lo analizan y así lo destruyen, lo falsean a través de la mente.

A lo largo de toda la novela las diferentes mujeres acusan al protagonista de ser  alguien incapaz de amar, sin embargo Rubén se defiende constantemente y al hacerlo se delata. Esa es la clave: demasiado narcisismo, demasiadas corazas, cuando el amor requiere un cierto abandono, la aceptación de la dependencia.  En De temblores, a pesar de los esfuerzos del Rubén por ser empático con las mujeres, el punto de vista es siempre masculino. Siempre está a la defensiva, como el hombre actual que teme perder sus privilegios y que jamás admitiría que no sabe cómo desenvolverse en un terreno de igualdad. Rubén es tan inmaduro como nuestra sociedad y representa sus contradicciones a la perfección.

Si algo nos aporta De temblores es un retrato descarnado de cómo se va desarrollando esa evolución, ese acercamiento entre los sexos, visto desde el interior de un hombre y algunas mujeres que buscan una salida al laberinto sentimental. Una novela valiosa, que también incluye una crítica feroz de la situación lamentable de los inmigrantes, como es el caso de Rosale. Literatura contemporánea, buena literatura, que formula muchas preguntas y nos deja a nosotros, los lectores… seguir haciendo más preguntas.

                                                                        Francisco Taboada


lunes, 2 de octubre de 2017

COREOGRAFÍA POLÍTICA en ELDIARIO.ES Cantabria




Coreografía política


El cuerpo humano, por muy contorsionista que sea, tiene los movimientos limitados por su anatomía y España por la resistencia de sus materiales. Este es un país frágil, de acero mal forjado, como esas espadas lustrosas que sirven para decorar pero se quiebran en el combate. La democracia débil que nos sirve de esqueleto es latina y está aquejada de la osteoporosis procedente de su naturaleza dictatorial. Basta un solo golpe para que la armadura se rompa y el  cuerpo se fragmente y sangre y muera.

La derecha de la nación y la derecha nacionalista nunca han soltado las riendas, tienen el pastel muy bien repartido y se pasan la pelota como elemento de despiste que ya no despista a nadie, aunque da juego, que es de lo que se trata. Mientras la población ya no da más de sí, nuestros gobernantes van a seguir haciendo evoluciones alrededor del mismo escenario y sin salirse de él. Que si España se rompe que si se pega con cola, y el país, en su vida diaria, ya está roto en mil pedazos. El tema del referéndum más que una cortina de humo es un incendio en toda regla. ¿En serio cree alguien que a los millones de parados les importa en qué país pasan hambre y en qué lengua se quejan?

Es un hecho que nos han robado 40.000 millones en el rescate bancario y que el 20% de los bancos son catalanes con sucursales en toda España. ¿Acaso han mencionado los que quieren independizarse la posibilidad de distanciarse de la corrupción devolviéndonos ellos la parte que les corresponde? No, para nada, que la pela no se toca. Hasta mi perro sabe que todo esto es una coreografía ensayada al milímetro para que si uno estira la pierna hacia un lado el otro lo haga para el lado contrario y así la imagen de conjunto queda muy mona, muy equilibrada. Mientras tanto, se va desmontando la sanidad pública de modo que la salud sea un privilegio de los ricos, la educación pública se deteriora hasta convertir a la gente en analfabeta funcional y se recorta la libertad de expresión asustando a las personas para que obedezcan como animales acorralados. Bravo: si Cataluña se independiza no podrá participar en Eurovisión.

Pero cuidado, que la policía no es tonta y todos llevamos un madero en el interior.  Las pruebas son las pruebas y para pillar al delincuente solo hay que seguir el rastro del dinero. Dicen las malas lenguas que al gobierno de Rajoy lo sostienen los nacionalistas vascos a cambio de pasta gansa, miles de millones. Dicen también que los socialistas se montaron un teatro magistral para volver a la palestra y si un día afirman que España es plurinacional al día siguiente no están en contra de aplicar el artículo 155, si no queda más remedio, todo con tal de no perder la primera línea del abrevadero de la guita.  Dicen que Unidos Podemos trabaja con denuedo para asegurar su continuidad haciendo propuestas que molan cantidad, diálogo y eso, buen rollito en una asamblea guay que solo añade leña al fuego. En fin, que la calle habla y sabe que si les quitas la máscara todos acaban cantando.

¿Si la cosa es tan grave, por qué sonríen por lo bajo Rajoy y Puigdemont, qué tienen que ocultar? La experiencia nos dice que si metes en una sala de interrogatorios a una persona culpable y a una inocente, y las dejas a solas durante horas, la inocente se ira poniendo cada vez más nerviosa mientras que la culpable puede que acabe echándose un sueñecito. La inocente cree que, a pesar de su rectitud, dada la complejidad de la ley, puede haber cometido un delito sin saberlo, de ahí su nerviosismo, mientras que la culpable, sabedora de su delito, y probablemente tan conocedora de la ley como quienes la aplican, estará cada vez menos preocupada porque el paso del tiempo implica dificultades para encontrar pruebas que demuestren su delito. Por eso, el 1 de octubre, pase lo que pase, los dos seguirán sonriendo. Van a ganar votos y podrán esconder su mala gestión de gobierno con la complicidad de sus votantes. Lo único que les importa es que siga el espectáculo.

Hay pocas ideas más turbias que Patria, País y Nación y pocos disfraces más tristes que los tejidos con la tela de una bandera, escudo de miserables, capa multicolor del fantasma paleto. Las ideas valiosas no tienen tantos seguidores. Poco importa España Uno, Cataluña Cero o viceversa. Una región pobre nunca amenaza con abandonar el país y si disipamos la niebla lo único que se ve es dinero en ambas partes. Eso sí, los majaderos de siempre hablan de violencia en el horizonte, como buitres necesitados de cadáveres que justifiquen sus razonamientos baratos. Por eso el Gobierno Español se ciñe a su papel y esgrime el fasces de hacha y varas, y el Govern la hoz del segador. Cada uno intimida a los suyos y a los del otro bando. El caso es amenazar. Que la gente tenga miedo, que tiemble ante el futuro incierto, que se divida en grupos, que calle y otorgue, que el lunes vaya a trabajar por un salario de esclavo. Y sobre todo que no piense. Porque el día en que España piense cambiará la Constitución. Hasta entonces, no hay nada que hacer.



viernes, 22 de septiembre de 2017

EN LA COLINA DE LA ESPERANZA en PHOTOWRITING de Paula Arbide



En la colina de la esperanza

¡Hey, Abuela, una foto, que estás muy guapa!
Se pasó todo el verano diciendo Hey y cantando aquella canción de ‘4 non blondes’. La letra se le había incrustado en la cabeza, hablaba del fin de la hermandad de los hombres, de la llegada del siglo de las mujeres, la revolución femenina. Era su primer año en Nueva York, nos trajo tantos regalos que la maleta reventaba. Mi madre nunca quiso quitarse el gorro playero de su nieta, y eso que no le dijimos nada, se murió sin saberlo.
Han pasado veinticinco años, como en What’s up, y a nosotros no nos queda ni destino ni esperanza. Yo también lloro cuando me tumbo en la cama, cuando me levanto de la cama, intentando sacar todo ese dolor de mi cabeza. Al principio gritaba, si estaba sola, pero sonreía ante mi madre y le decía: “Sí, ha llamado, cuando estabas en la compra, y ha preguntado por ti, te manda muchos besos.”
Mi marido lo intenta, dice que lo intenta, nunca ha pasado de ahí, de intentarlo. Quería contárselo a mi madre, pero era incapaz de admitirlo él mismo. ‘Desaparecida’ es un término ambiguo, hasta que pasan los años y no aparece. “¡Me gustaría tanto oír su voz!”, dijo mi madre horas antes de morir. Le prometí que la llamaría. “¿No ha llamado todavía?” “No mamá, no contesta, le he dejado un mensaje. Estará dando una vuelta”.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

DISCURSOS PARALELOS en ELDIARIO.ES Cantabria



Discursos paralelos


Quedo para cenar con un viejo revolucionario cargado de anécdotas y entre otras me cuenta su panfletada más gloriosa. Sucedió un día en que sus colegas de partido lo dejaron solo con una mochila llena de octavillas que había que aventar con urgencia. El método clásico consistía en arrojarlas al aire en diferentes lugares de la ciudad, cuantos más mejor. Lo normal era coger un autobús de línea, bajarse en una plaza pública, esperar la llegada de otro autobús que fuera en la dirección contraria y cuando llegaba, justo antes de subirse, lanzar los panfletos y desaparecer de escena. No había móviles, pero cualquier pasajero o el mismo conductor podían avisar por señas a la policía si se cruzaban con ellos, luego era necesario bajar en la siguiente parada, desplazarse a pie hasta otra ruta y vuelta a empezar. Funcionaba bien si lo hacía un grupo numeroso de militantes, en un espacio de breve de tiempo, pero un hombre solo se arriesgaba demasiado y probablemente sería detenido y encarcelado. Era un tema serio.

Con la ayuda de un miembro del partido que trabajaba en la estación central de los autobuses, el hombre se coló de madrugada en las cocheras y colocó sobre el techo de toda la flota pequeños paquetes de octavillas previamente humedecidas. A la mañana siguiente, según circulaban los autobuses, los panfletos de se iban secando al viento y en cosa de horas toda la ciudad estaba sembrada de consignas revolucionarias. “Casi cinco mil octavillas”, me dice con orgullo, “cuando cinco mil era un número importante”. Inevitablemente, hablamos del poder de la información, de la capacidad de difusión actual de las ideas gracias a Internet. Supongo que le alegra su existencia pero me dice, con el cinismo propio de Oscar Wilde: “Cuando los dioses quieren castigarnos, atienden nuestras plegarias.” Y añade que nunca se había inventado nada tan contra-revolucionario como Internet.

Según su teoría, Internet se parece a una asamblea general multitudinaria que, precisamente por su tamaño, resulta ineficaz. Demasiada gente hablando a la vez y cada cual empeñado en defender solo su punto de vista. No hay verdadero diálogo por culpa de la inmediatez de respuesta. Hasta el discurso mejor elaborado y certero se ve expuesto a la demolición por parte de un conjunto excesivo de personas que lo utilizan como disculpa para elaborar un discurso paralelo, el suyo, de manera que el mensaje original queda anulado en cuestión de minutos:

 “¿No te has fijado que cuanto más impecable es un análisis político de la situación actual, aumenta exponencialmente el número de ataques hasta lograr que se dude de su bondad o su validez? Si aciertas de pleno, el primer comentario será: ‘Tú no sabes lo que es el fascismo’, o bien: ‘No he pasado del primer párrafo porque aburres a las ovejas.’  Eso sin mencionar los insultos y los ataques personales. Y como se te ocurra opinar, sobre todo si es a favor, del feminismo, de la homosexualidad o de Cataluña, sin ser mujer, o gay o catalán, te caerá encima una horda de gente con lupa, escrutando, falseando, si es preciso mintiendo; y si has dicho España eres españolista por no decir ‘estado invasor español’, si has dicho LGTB serás un ‘Cishetero’ por no decir LGTBIQ, que no te enteras, o te tacharán de machista porque crees que hay que racionalizar la ‘discriminación positiva’. En el fondo da igual lo que digas, solo importa que seas atacable. Si lo eres te demuelen, si no, te ignoran. Tu valor depende de la posibilidad de crear a tu costa discursos paralelos. Y lo hace la gente a la que apoyas, los de tu bando, con más fiereza que si fueras del bando contrario, joder.”

El viejo revolucionario se cabrea y entonces hablamos de censura, de autocensura, de posverdad, de la ley mordaza, de lo sospechoso que le parece que se haya permitido la expansión descontrolada de Internet, de la destrucción de una herramienta global de información que podía haber sido positiva por la inexistencia de un código deontológico básico, de que importe más enseñar un teta que vender un tanque, del hecho irrefutable de que Internet nos esté convirtiendo en más machistas, más fascistas, más xenófobos, más incultos y menos educados. “No sabemos lo que somos, ni qué significa ser, pero sí que somos en el tiempo, ya lo decía Heidegger, así que ha sido tan simple como poner en nuestras manos un acelerador del tiempo para acabar con nosotros. Quemamos las ideas antes de afianzarlas. La prisa no nos deja reflexionar. Le estamos haciendo al pensamiento lo mismo que las centrales nucleares al medio ambiente.”

Es lo que pasa con los viejos revolucionarios, que tienen perspectiva. Les han tumbado tantas veces sus ideas, sus iniciativas, que hablar con ellos deja un cierto regusto amargo. Por eso me comenta que está pensando en descontaminarse, abandonar las redes sociales en las que es tan activo, cerrar su blog y no volver a hablar de nada en absoluto. “No lo hagas, o la asociación metafísica española te echará la bronca por mezclar nada y absoluto en una misma frase.” Reímos por no llorar y para que se anime le paso el móvil con un artículo de Jamie Bartlett  donde habla del auge de la extrema derecha en Internet. Lo lee con calma y luego asiente y enseña las garras. Es un gato callejero, aunque parezca agotado jamás se rinde.

lunes, 4 de septiembre de 2017

LOS HÉROES LGTB en ELDIARIO.ES Cantabria



Los héroes LGTB



¿Qué sucedería si en el último capítulo de la 7ª temporada de Juego de Tronos descubrimos que Jon Nieve tiene un novio macizo en Desembarco del Rey? Que se perderían de golpe 10 millones de espectadores. ¿Y si Daenerys de la Tormenta, traumatizada porque la violó salvajemente un criador de caballos, estéril para lo humano pero capaz de fertilizar huevos de dragón, le pide a una hechicera que le desarrolle genitales masculinos con la dureza del acero valyrio y decide perpetrar contra el sexo fuerte una oscura y penetrante venganza? Pues que se perderían 20 millones de espectadores y HBO tendría que clausurar la serie. Por eso, en el penúltimo capítulo, cuando los toscos guerreros bromean diciendo que si no hay mujeres ya se apañarán entre ellos, ‘El Perro’ tranquiliza al burdo salvaje pelirrojo afirmando que está enamorado de una señora y que tendrá con ella los hijos que haga falta. Porque una cosa es que en la serie haya violaciones, incesto y empoderamiento femenino y otra salirse de la norma heterosexual mayoritaria, salvo en papeles secundarios, para cumplir y nada más. Los grandes protagonistas están excluidos de esa posibilidad.

La sociedad todavía no está madura para tener héroes LGTB con la suficiente entidad para servir de referente. Para que los niños y las niñas puedan decir en el cole, según sus inclinaciones: “Me gustaría ser como Z-Woman, que tiene una novia muy guapa en Alfa Centauro o como F-Man, que le tira los tejos a Lobezno”. Quizá porque el colectivo LGTB es estadísticamente minoritario, aunque no sabemos si lo sería tanto en un mundo donde no se pongan trabas para que cada cual desarrolle la tendencia sexual que más le apetezca. O todas, o ninguna, que también los asexuales están reivindicando sus derechos (digamos LGBT+). Héroes, en fin, cuyo comportamiento carnal sea admitido, aceptado, reconocido, para ser modelos dignos de poseer seguidores propios no estigmatizados.

Algo de esto había en la serie de Netflix Sense8. Serie malograda que según las últimas noticias no seguirá adelante y sólo se le concede un único episodio doble, en 2018, para no dejar colgados a los espectadores y cerrar las diferentes tramas apresuradamente. No es nada excepcional, muchas series se cancelan por su falta de rentabilidad, pero lo grave del asunto es que Sense8 estaba a cargo de las hermanas Wachowski, que antes fueron los hermanos Wachowski, directores de la trilogía de Matrix, y que gracias a su cambio de sexo se han convertido en todo un icono transexual y por lo tanto LGTB. Héroes civiles con capacidad demostrada para crear héroes de ficción que, sin embargo, en esta ocasión han fallado estrepitosamente. Una verdadera lástima.

Y es que Sense8 lo tenía todo. Una buena idea inicial: Ocho personas de diferentes culturas y lugares del mundo están conectadas telepáticamente y pueden actuar juntas para mejorar la realidad. El punto de partida es el día del Orgullo Gay, y entre los personajes hay todo un abanico de tendencias sexuales: una trans con relaciones lésbicas, dos heteros super-enamorados, dos gais emotivos y cachondos, dos amantes conflictivos con infidelidad de por medio, un jovencito inexperto con una mujer resabiada, una dominatriz karateca a punto de liarse con el poli que la persigue… Tenía que funcionar. La primera temporada estaba cargada de defectos pero el desafío merecía la pena. Además contaba con el español Miguel Ángel Silvestre en una soberbia interpretación con vis cómica que parodiaba precisamente a Matrix. Incluso tenía el beneplácito de las revistas del corazón ya que la actriz principal Jamie Clayton, en un papel trans, es transexual en la vida real y tuvo un romance con Keanu Reeves. Qué más se puede pedir para la normalización.   

Las hermanas Wachowski se pueden lavar la manos y echar la culpa de todo a Netflix, pero lo cierto es que dilapidaron un presupuesto de lujo, casi 9 millones de dólares cada episodio, por ser demasiado pretenciosas y confiar en que sólo con su nombre ya tenían garantizada una serie a perpetuidad. Les faltó solidez de guión, imaginación, perspectiva, y la segunda temporada es aburrida, casi una orgía permanente que no conduce a ninguna parte. Todo un alarde de irresponsabilidad, teniendo en cuenta que el colectivo LGTB estaba pendiente de ellas. A última hora, la web porno xHamster se ha ofrecido a financiar la siguiente temporada, aduciendo que están a favor de la libertad sexual y la sexualidad no-normativa, ya imaginamos con que objetivo. Si las Wachowski aceptan sería como volver a la marginalidad, aunque la audiencia sea enorme, algo que nadie podría perdonarles.

En estos tiempos de crisis, que ya amenaza con ser permanente, las religiones y otras fuerzas reaccionarias extienden con facilidad su mensaje involucionista ofreciendo a las personas una protección y amparo que les permite controlarlas, de modo que el progreso social retrocede hacia posiciones anteriores y se pierde lo ganado convirtiendo en simples experimentos lo que son necesidades humanas: las mujeres de Afganistán volvieron de la libertad al burka y los homosexuales podrían ser obligados a regresar al armario. Por eso es necesario no perder ni una oportunidad de afianzamiento, para solidificar lo conseguido y evitar una vuelta atrás. El futuro siempre llega tarde, o no con la celeridad deseada, y dormirse en los laureles es peligroso. Sense8 podría haber sido una serie de referencia, un hito, ahora solo es un ejemplo de cómo no se deben hacer las cosas. Qué pena. 

martes, 22 de agosto de 2017

ARENA EN LOS OJOS en ELDIARIO.ES Cantabria



Arena en los ojos


Estoy tumbado en la playa leyendo las noticias en el móvil y unos chiquillos que pasan corriendo me tiran arena a la cara. Me entra en los ojos, dejo caer el móvil y mientras me incorporo siento la certeza de que siempre ha sido así. Siempre ha sido así, aunque no se sabía, o se sabía ocultar mejor, o no existía internet para difundirlo y también ocultarlo, o emborronarlo hasta sembrar la duda de si realmente ha ocurrido, pero no importa porque la información se devora y se deglute y sin tiempo para digerirla ya se desecha. Pero siempre ha sido así. Estoy seguro.

Quizá sea porque la noticia que estaba leyendo cuando me han tirado arena a la cara habla de la salida de la cárcel de Ángel María Villar, el siguiente de la lista, con sus 30 años de reinado a su aire en el mundo del fútbol, pero sospecho que los más listos, los que mejor robaron y mangonearon, esos no han sido descubiertos. Solo han pillado a los menos diligentes, a los chapuceros y los soberbios, pero no a los señores, a los que piden la tapita en el club marítimo e incluso son amables con el camarero, a los del traje impecable y prudencia a prueba de la menor indagación.

No consigo ver nada, intento pestañear pero la cosa empeora y una voz compasiva de mujer mayor me dice que incline la cabeza, que ella me irá echando chorritos de agua hasta que se me quite la arena. Pero no se me quita, es demasiada, y lo peor es que se acrecienta la sospecha de que da lo mismo un partido con el árbitro comprado que un partido político, el que sea, porque todos están en el ajo, siempre han estado en el ajo, todos lo sabían y por interés callaban y siguen callando. Puede que también hubiera amenazas, puede que algunos murieran por resbalón de cáscara de plátano, por oportuno infarto o recurrente vejez y pérdida de memoria, pero los demás estaban al tanto y no lo denunciaron. España es un país corrupto por naturaleza.

Poco a poco el agua me va limpiando los ojos, y por eso tengo el convencimiento de que todos ellos sabían, no podían no saber, aunque quizás tampoco sabían cómo impedirlo. Creo que cada uno de ellos, al llegar a la empresa, multinacional, ayuntamiento, gobierno regional o central, congregación religiosa, a cualquier centro de poder, fueron obligados a firmar el acta de secretos oficiales, el acta de secretos pederastas, el acta de chanchullos al por mayor, el pacto con el diablo, y que lo avalaron con su vida y la de su familia, y que perderían a su cónyuge y a sus hijos, a su grupo social, a sus amigos, y los más de izquierdas a su barrio obrero al completo. Que los repudiaría todo el mundo si abrían la boca.

Al fin consigo ver algo, y la señora me dice que no se me ocurra frotarme los ojos, que podría hacerme llagas o quién sabe qué tipo de herida de consecuencias irreversibles. Le hago caso, pero me escuece mucho, y mis sospechas llegan hasta la dictadura de Franco, pero sin entrar en ella por razones obvias, que por algo era una dictadura y todo estaba permitido para los listos que lo tenían todo permitido. Casi peor fue la Transición, quién sabe cuántos y cuánto hubo que esconder entonces, cuánto hubo que permitir para sujetar a los viejos perros y permitir la llegada de los nuevos, si es que cambiaron, o solo se ocultaron los de siempre bajo nuevas capas de ocultación y olvido programado y, más tarde, ya en la democracia de facto, cuando todo parecía legal y limpio pero estaba sujeto al antes y pendiente de perpetuar su maldad en el después… Joder, cómo pica, y Felipe en el yate con su puro y sus acciones y sus valores invertidos en Bolsa y el Gal, que recordaba a una marca de champú.

“Gracias, señora, es usted muy amable… Menudos gamberros…” ¿Desde cuándo todo esto que ahora se descubre y se va descubriendo y todavía se va a descubrir? ¿Desde cuándo esta impunidad descarada? “Bueno, hombre, no se lo tome así, sólo son unos niños, estaban jugando.” ¿Desde cuándo estos jueces que se suman a la risa infame y prepotente con la risa seria del que sabe y sabe todo lo que hay que saber? “Usted lo que necesita es un poco de colirio, le vendría bien acercarse hasta una farmacia.” ¿Cómo es posible que yo sepa y todos sepamos y ellos insistan en que no hay nada que saber? ¿Cómo es posible que no seamos capaces de impedirlo o al menos mitigarlo, y que sea una excepción y no la regla? “Gracias, señora, le haré caso, ha sido usted… debería traerle una botella de agua.” “Deje, hombre, deje… vaya a la farmacia.”

Recojo la toalla y las chanclas y voy camino de la farmacia, al otro lado del paseo. Antes de salir de la playa me detengo en el chiringuito y pido un vermut para relajarme. El camarero me pone tres hielos y un chorrito ridículo, y encima me cobra cuatro euros. ¡Pero qué pasa! Le pago, no digo nada, estoy asqueado, y como sé que el vermut no se crea ni se destruye, solo se transforma, busco en la barra un culpable. Hay dos tipos con pinta de turistas que se están bebiendo la parte que me corresponde. Malditos turistas. Son una plaga. ¿Por qué no hace algo el gobierno? ¿Qué estarán maquinando esos miserables durante las vacaciones mientras yo despotrico contra ellos y contra los turistas porque tengo arena en los ojos?
                                              

sábado, 5 de agosto de 2017

TURISTAS Y ZOMBIS en ELDIARIO.ES Cantabria


Turistas y zombis


Existen tres tipos de zombis: el clásico, de contenido mágico y origen haitiano; el moderno, más literario y terrorífico; y el posmoderno, muy cinematográfico, vulgar y exagerado. Del mismo modo, dentro de los turistas encontramos el residente, tipo Marco Polo, el viajero, como Paul Bowles, y el turista víctima, o sea, cualquiera de nosotros en la época actual, este mismo verano sin ir más lejos. La analogía entre zombis y turistas es irresistible.

El zombi original era bastante majo. No tenía cuerpo, no mordía a la gente y se le consideraba un espíritu protector capaz de hacer grandes favores a quien lo tenía de su parte. Está emparentado con el concepto de ‘alma dual’ que existía en las culturas africanas y surgió en Haití como recurso psicológico para superar la esclavitud y sus nefastas consecuencias. Un hechicero lo escondía dentro de una vasija y su poseedor gozaba del amparo de un ángel bueno que atraía hacia él todo lo positivo. Se cuenta el caso de una costurera que poseía un zombi que le buscaba clientes y el de unos padres que pusieron un zombi en la punta de la pluma de su hijo estudiante para que mejorara en los exámenes. Su primer reconocimiento público data de 1697, en la novela ‘El zombi de Grand Pérou’ de Pierre-Corneille de Blessebois, que recogía el mito popular extendido por la isla.

El concepto de zombi comenzó a degradarse precisamente por influencia de la literatura. Tanto el Frankenstein de Mary Sheley, con su criatura resucitada por la ciencia, como la cataléptica y enterrada viva Lady Madeline de ‘La caída de la casa Usher’ de Allan Poe y el soñador sin sueños de la ‘La muerte de Halpin Frayser’ de Ambrose Bierce, mezclan la idea del zombi con leyendas judías como la del Golem, un cuerpo sin alma, condicionando así la imaginería popular y sustituyendo al zombi bueno por su versión más terrorífica. Luego vendría el cine para ahondar en la herida y en poco tiempo se pasó del zombi tonto y lento que va de valium, propio de la serie B del siglo pasado, hasta llegar al anfetamínico de las últimas películas, como ‘Guerra mundial Z’, donde es un ser rabioso que devora a todos los habitantes del planeta a ritmo de heavy apocalíptico.

Algo semejante le ha sucedido al turismo, que ha perdido su esencia hasta resultar irreconocible. ¿Quién se acuerda del mensaje de ‘El libro de las maravillas’ de Marco Polo, el comerciante veneciano que viajo a China y regresó fascinado por aquella cultura milenaria y nos la dio a conocer en occidente? ¿Quién lee ya ‘Los siete pilares de la sabiduría’ de T.E. Lawrence, aquel espía británico abducido por los países árabes que hizo que nos enamorásemos del desierto y sin cuya lectura es imposible comprender aún hoy lo que sucede en Oriente Medio? ¿Quién atiende a las lecciones de Paul Bowles en ‘El cielo protector’, donde nos dice que viajar es sumergirse en una experiencia crucial que te cambia la vida? ¿Cuándo y por qué convertimos ese lujo tan deseable de visitar y conocer a otras gentes en ese gesto vulgar, ordinario de recorrer miles de kilómetros para comernos una hamburguesa idéntica a la del McDonald que hay en la esquina pero en las antípodas?

Uno tiene la tentación de simplificar este fenómeno, de ponerse elitista, como suelen hacer los promotores que hablan del ‘turismo de calidad’, culpabilizando de todo al turista mismo o a las corporaciones locales que convierten en horteras sus propios recursos. Parece que todos ansían el regreso de aquellos turistas ricos que se dejaban un dineral en cada visita o de aquellos parajes desconocidos para la mayoría, ese mundo todavía por descubrir. Sería como darle galletas a un zombi o pedirle que no te muerda. Un zombi es un zombi y un turista es un turista, diría Rajoy, y poco podemos hacer para evitarlo. Ambos se han convertido en un objeto de consumo, una fuente de ingresos, un recurso económico, como la política una empresa que si no es corrupta no funciona porque pierde el incentivo, la gracia.

Hay que cambiar de filosofía, aunque la estén marginando en la enseñanza, o precisamente por eso. Este verano, a principios de julio, huyendo de la gente nos fuimos a Pateira de Fermentelos (Portugal), a un lago mágico sugerido por una página web, nada exclusivo. Había poca gente, el personal del hotel era exquisito, con una piscina en el exterior y otra climatizada para la tarde,  con un desayuno opíparo, una tranquilidad envidiable y un precio más que razonable. Nos dimos unos paseos casi solitarios, vimos amanecer a los patos, a las garzas y todo el personal aéreo que puedas imaginar, y dormimos como troncos, felices. Está a un cuarto de hora  en coche de Aveiro, donde los turistas hacen cola para subirse a unas embarcaciones tristes que los llevan a velocidad fueraborda por los canales; a media hora de Coimbra, en cuya universidad han dejado un aula abierta para que los chinos, los alemanes y nosotros nos hagamos una foto sentados en la silla del catedrático; a una hora de Oporto, donde tuve miedo a que la horda de turista con llaves inglesas  se llevara como recuerdo una tuerca del puente de Eiffel y lo tiraran abajo. De la pesadilla zombi a la paz espiritual solo distaban unos minutos de autopista.

Quizá esa sea la clave, viajar para conocer, para comprender, para crecer como persona. Intentar hablar su lengua, perderse en sus calles y pueblos, comer su comida, adquirir sus hábitos durante unos días. Resistirte a que te conviertan en un objeto, a que te recolecten como si fueras una fruta de temporada,  a que te paseen por la ‘ruta del tourist’ igual que a un zombi sin alma. Ser tú, y entonces ellos serán ellos, y ninguno una estadística.

Enlace:http://www.eldiario.es/norte/cantabria/primerapagina/Turistas-zombis_6_670592952.html

                                                         

lunes, 24 de julio de 2017

MUJER CON PATATAS FRITAS en ELDIARIO.ES Cantabria


Mujer con patatas fritas



En su momento leí ‘El cuento de la criada’ de Margaret Atwood y no me impresionó tanto como lo está haciendo la serie de televisión, supervisada por la propia autora, lo cual es una garantía, quizá porque en 1985 me faltaba perspectiva para valorar las consecuencias catastróficas de una involución en materia de derechos de la mujer. Lo que entonces era una lucha solitaria, ‘la causa’ de una parte de la sociedad, en tres décadas se ha convertido en una reivindicación colectiva e irrenunciable, algo en lo que todos como grupo nos jugamos el futuro. Ahora ya sabemos que nada será posible, no habrá porvenir si las mujeres y los hombres no vamos a la par, juntos, como iguales. Y ojalá esto sea una obviedad.

En 1989 se hizo una versión cinematográfica de la misma novela, dirigida por Volker Schlöndorff, con Natasha Richardson, y vista ahora resulta incomprensiblemente machista. No solo por la elección de una protagonista tan atractiva que utilizaba sus encantos para dominar la situación desde el principio, sino por una secundaria tan poderosa como Faye Dunaway, que en modo alguno podía hacer de mujer sumisa y consentida. El gran acierto de la serie de televisión ha sido Elisabeth Moss, cuyo aspecto de mujer normal que destaca por su inteligencia permite una correcta identificación del espectador, sin despistes maniqueos. Juega en su favor la duración, casi diez horas solo la primera temporada, pero sobre todo el aire de perplejidad mezclado con horror que no conseguía tener la película.

Perplejidad y horror son precisamente los sentimientos que manifestamos hoy en día ante el machismo, el tipo de terrorismo más extendido en el planeta, reservando el primero para occidente y el segundo para el resto del mundo. Tanto el discurso de Emma Watson en la ONU en 2014, como las recientes declaraciones de Emilia Clarke a raíz de la discriminación sexista en Hollywood, ponen de manifiesto su profunda extrañeza ante un problema que ellas pensaban superado. Ninguna de las dos ‘se puede creer’ que la situación continúe en un estado tan lamentable, tan patético. El lugar de privilegio que ambas ocupan nubla su percepción de la realidad, que ha evolucionado mucho menos de lo deseable. El creciente obituario femenino por causa de los malos tratos en un claro exponente. Y eso que hablamos del occidente presuntamente civilizado.

En el lado del horror sobran ejemplos y basta con ver ‘La mujer del animal’ de Víctor Gaviria (2016) para estremecerse como en la más espantosa película de miedo. Aunque los hechos que recoge son de 1985 en un barrio de chabolas de Medellín, en buena parte del mundo ésa sigue siendo la realidad diaria de muchas mujeres, tratada como carne para los lobos. Las constantes violaciones en la India, los apedreamientos en países árabes, la ablación que se sigue practicando en África (y puede en que en la ciudad más próxima, Santander, Bilbao, unos inmigrantes se lo estén  haciendo a una niña en estos momentos, con el consentimiento y el amparo de su comunidad), son una muestra de que en ciertas cuestiones no andamos lejos de la Edad Media. La religión, todas las religiones, son responsables de ello. Y el poder rancio, que vive más tranquilo si la mitad de la población sigue enfrentada a la otra mitad.

En cualquier caso es una responsabilidad de los países más desarrollados instaurar las pautas que permitan solucionar el problema para aplicarlo a los demás, y estamos todavía muy lejos de tener encarrilado el tema. Basta fijarse en cómo se revuelven muchos hombrecitos cada vez que se cuestionan sus injustos privilegios, cómo ladran los articulistas cipotudos o las barbaridades que sigue diciendo Trump sin que nadie lo lleve a los tribunales. Además el ámbito público y privado no coinciden, hay demasiados hombres que aparentan ser civilizados cara a la galería pero en su casa son unas malas bestias, y mujeres que afirman que nunca se dejarían pisar hasta que se encuentran sangrando en un rincón de la cocina.  La teoría, como es habitual, va muy por delante de la práctica. Admitir que seguimos siendo una sociedad machista es más positivo que negarlo, con vistas a implementar soluciones reales, porque bajar la guardia es muy peligroso. Los tiempos del mono empalmado y violento deben pasar a la historia.

En este sentido conviene ver la película israelí ‘Bar Bahar’ de Maysaloun Hamoud, donde tres mujeres palestinas que viven juntas en un apartamento de Tel Aviv tienen que enfrentarse a las contradicciones entre la vida moderna y la tradición. Es una película sencilla, llena de sutilezas, que desenmascara con eficacia el cinismo de una sociedad incapaz de cambiar y evolucionar hacia un futuro más justo para todos. Porque de eso se trata, de comprender que nuestras tradiciones se asientan sobre la injusticia, la desigualdad y el inmovilismo, como ciénagas donde el agua se corrompe por falta de movimiento.

Un futuro que imita al presente no es futuro, no contiene esperanza. Aunque nos crispe los nervios, no podemos dejar pasar ni una, como han hecho en Pamplona durante los Sanfermines. La alerta debe ser permanente, nos jugamos demasiado. Hay que actuar con la contundencia de aquel intelectual que respondió indignado a la pregunta, cuando todavía se preguntaban esas majaderías: “¿Cómo le gustan a usted las mujeres?”, con una respuesta de ironía brutal: “Con patatas fritas, por supuesto”.


                                                                       

martes, 18 de julio de 2017

SEBASTIÃO Y LA SAL en ELDIARIO.ES Cantabria



Sebastião y la sal



Sebastião Salgado tuvo siete hijas y un hijo al que puso su nombre. Tenía una hacienda en Aimorés, Minas Gerais, Brasil. Para proporcionar una buena educación a su prole cortó los árboles de su propiedad y se centró en el ganado vacuno. A los 15 años el joven Sebastião se marchó a Vitória, capital provincial, a cursar el bachillerato. Por consejo paterno, comenzó a orientar sus estudios hacia la economía. El país vivía en una brutal dictadura, participó en las protestas estudiantiles y en 1969 se fue con su joven esposa Lélia Wanick a París.

Lélia estudiaba arquitectura y un día compró una cámara de fotos. Sebastião se apropió de ella, comenzó a registrarlo todo. Poco después se trasladaron a Londres, él trabajó para la Organización Internacional del Café y lo enviaron a África, donde sufrió un gran impacto humanitario. Sus primeras fotos proceden de Tahova, Níger, que estaba sufriendo la hambruna de la sequía de 1973. Al regresar, el matrimonio decidió que Sebastião se dedicaría por entero a la fotografía, despreciando una prometedora carrera como economista.  En 1974 nació su hijo Juliano.

El primer gran proyecto de Sebastião Salgado fue ‘Otras américas’ (1977-1984). Eran los tiempos de la Teología de la Liberación. Visitó Ecuador, Bolivia, México… y también Brasil, que había abandonado diez años antes y donde acababa de caer la dictadura. Conoció así el nordeste de su país, lugar paupérrimo donde la mortalidad infantil y el movimiento de los Campesinos sin Tierra le sensibilizaron para ofrecernos fotos tan impactantes como la ‘tienda de alquiler de ataúdes’. La tierra devastada y la pobreza comenzaron a ser su tema central. El reportaje de las minas de oro de Sierra Pelada, donde 50.000 hombres trabajan como hormigas, le hizo famoso como fotógrafo de la conciencia social.

Abandonó de nuevo Brasil y se trasladó al Sáhel, para llamar la atención del mundo sobre el reparto global de la riqueza. Etiopía estaba padeciendo una sequía feroz, pero había alimentos para solucionarlo y el gobierno, en vez de distribuirlos, ametrallaba desde los helicópteros a la población que huía hacia Sudán. Cólera, deshidratación, diarrea y muerte. Lo tituló ‘El final del camino’, 1984-86, y en Mali registró las espantosas fotos de ‘las personas con la piel de corteza de árbol’. Sebastião Salgado no era consciente de que todo ese dolor transmitido estaba afectándole.

Entre 1986 y 1991, quiso cambiar de registro y visitó treinta países para hacer un homenaje a los constructores del mundo, la arqueología de la era industrial. ‘Workers’ le llevó entre otros a la URSS, Bangladesh, Sicilia, y terminó en Kuwait, después de la primera guerra del Golfo, cuando Saddam Hussein incendió en su huida los pozos de petróleo. Allí se unió a bomberos de todo el planeta en una noche permanente, rodeado de fuego y explosiones que lo dejaron medio sordo. El Salgado economista y el artista se fusionaron para comprender que el oro negro era el germen del mal. Sus fotos de ‘caballos desnutridos en el paraíso’, encontrados en un vergel árabe cuando ya abandonaba la zona, le “partieron el corazón”.

Su agonía comenzó dos años más tarde y duraría hasta 1999. Fue ‘Exodus’, que registraba los desplazamientos masivos de poblaciones africanas. Europa ya estaba cerrando sus fronteras y en 1994 el avión del presidente de Ruanda fue abatido en Tanzania. Salgado fue uno de los primeros en llegar. La represión contra los tutsis era de un salvajismo nunca visto. Un genocidio atroz. Hizo el camino inverso al de la población que huía y durante 150 kilómetros solo encontró en las cunetas cadáveres destrozados, despedazados a machetazos. Regresó al campamento de refugiados: “El infierno se instaló en la sabana. En pocos días había allí  un millón de personas. El odio es contagioso. Somos un animal terrible, nosotros, los humanos.”

Sin embargo, el ejército asesino de los hutus fue derrotado y entonces fueron ellos los que tuvieron que huir de la venganza de los tutsis. Se retiraron a la región de Goma, en el Congo. Dos millones de personas se hacinaron en un campamento gigantesco y enfermizo. Cada día morían entre 12.000 y 15.000 personas víctimas del cólera. Se las enterraba de mala manera a golpe de excavadora. “Cuando salí de allí mi cuerpo estaba enfermo. Mi alma estaba enferma.” Pero lo peor aún estaba por llegar. Un año más tarde las Naciones Unidas obligaron a los hutus a regresar a Ruanda. Algunos se negaron y 250.000 desaparecieron en la selva. Cuando Salgado fue a fotografiarlos, ya solo quedaban 40.000, famélicos y completamente locos. La guerrilla congoleña se hizo cargo de ellos, los asesinó.

“Ya no creía en nada. No creía en la salvación de la especie humana. No podíamos sobrevivir a tal cosa. No merecíamos vivir más. Nadie merecía vivir.”

Sebastião Salgado estaba destrozado. Decidió no sacar ni una foto más y dejar de ser testigo de la horrible condición humana. Regresó a Brasil para hacerse cargo de la hacienda de su padre. Como si fuera el reflejo de su alma, tenía ante sus ojos 600 hectáreas de tierra yerma, esquilmada. No sabía qué hacer. No quería hacer nada. Tuvo que ser su mujer, Lélia Wanick, que siempre se encargó de sus exposiciones y de mantener unida a la familia, la que propuso una solución insólita, insensata, irrealizable. Regresarían a la infancia de Sebastião, cuando en aquel lugar había un paraíso de plantas y arroyos. Volverían a empezar para recuperar la esperanza.

Así nació el Instituto Terra, un proyecto revolucionario que apostaba por la recuperación de la naturaleza y de la Mata Atlántica. Plantaron 150 especies autóctonas. Al principio se perdía el 60%, luego el 40, hasta que se produjo el milagro. En diez años, ayudados por voluntarios, en ese lugar estéril aplastado por las pezuñas de las vacas trasplantaron 2,5 millones de árboles. Un prodigio. Hoy en día ese sitio tan hermoso ya no es propiedad de la familia Salgado, es un parque nacional que pertenece a todo el mundo. Un ejemplo a seguir.

De este modo, Sebastião Salgado recuperó la fe y volvió sacar fotos. Ya no quería denunciar la barbarie humana sino hacer un homenaje al planeta. El proyecto ‘Génesis’ (2004-2013) pretendía retratar paisajes, animales y gentes que vivían como al principio de los tiempos. Comenzó en las Galápagos, siguiendo los pasos de Darwin, luego se unió a los Nenets que viven con sus renos en Siberia, más tarde a la tribu Zo’e de la Amazonía. Durante buena parte de este viaje le acompañaban su hijo Juliano y el cineasta Wim Wenders, que juntos realizaron ‘La sal de la Tierra’ (2014), el documental sobre la vida y resurrección de Sebastião Salgado que he resumido en este artículo. 

“Si la sal de la tierra se desala, ¿quién la salará?” (Mateo 5:13) Salgado en castellano significa ‘salado’. ‘Génesis’ permanecerá en la Plaza Porticada de Santander hasta el 15 de julio.

viernes, 30 de junio de 2017

LA OPACA TRANSPARENCIA en ELDIARIO.ES Cantabria


La opaca transparencia



Dominas como nadie los videojuegos, navegas por internet, conoces a la perfección el menú de tu móvil, incluso, te vistes tú solito… ¿Y no sabes para qué sirve ese palo con pelos en una punta? Ese palo es una escobilla para limpiar el WC, cuando una parte de ti se engancha. Y es por eso, que es parte de ti, que te corresponde solo a ti limpiarlo.
En caso de chapapote, agarra la escobilla por el mango (la parte delgada que sobresale hacia arriba) y frota el otro extremo (el de los pelos) contra la pared manchada, sin dejar de tirar del agua al mismo tiempo.
Por favor no seas marrano, los demás no tenemos la culpa.
Gracias.
PD: Si no sabes, o no quieres saber cómo se utiliza ese palo, caga en casa antes de salir.

El simpático cartel está en el Chiringuito del Puntal. Me avisó mi compañera Paula Arranz, encargada de la fotografía y las correcciones de esta columna, después de volver del váter con una media sonrisa. Pero estábamos en traje de baño, habíamos dejado los móviles y las carteras en el aparcamiento de Somo, apenas llevábamos las llaves del coche y un billete pequeño para la consumición, así que tuve que pedirle al camarero un bolígrafo. Él lo llamó ‘máquina de escribir’, y como puse cara de bobo me lo repitió, luego supuse que era el autor del mensaje pedagógico.

Tardé un buen rato en copiarlo a mano, el camarero se ofreció a sacarle una foto y enviármelo por e-mail, pero le dije que el esfuerzo merecía la pena. En el váter de chicos había cola, de modo que copiaba una frase, dejaba pasar a alguien y esperaba para reanudar la tarea. Al final también entré en el de chicas y comprobé que el mensaje era el mismo, no lo habían pasado a femenino. Estaba colocado encima de la cisterna, Paula me hizo notar que las mujeres se sientan siempre en la taza  y los hombres orinan de pie, lo cual significa que el original era sin duda para nosotros y luego se había fotocopiado. Pretendía informar y a la vez entretener, una buena fórmula para evitar que los tíos se reboten.

De regreso a Somo, media hora de playa maravillosa, siempre nueva, siempre llena de sugerencias y mundos por descubrir, comprobamos que ese día nos había tocado invasión de minúsculos escarabajos, quién sabe qué hacían allí, igual que la vez anterior hubo reunión de correlimos, esos pajarillos de patas mecánicas que corren hacia el agua y retroceden como niños frioleros con miedo a mojarse. Hablamos del mensaje del WC y de la proliferación de otros semejantes, aunque con menos sentido del humor, en algunos lugares públicos, como si la sociedad fuera consciente de que la falta de educación, decoro o pudor, empezara a sentarnos mal a todos. Era indudable que aquél iba dirigido a la gente más joven, así que abandonamos el tema para no sentirnos viejos y moralistas.

Una hora más tarde, estábamos comprando en el híper, y una mujer fue a coger unas cervezas, golpeó una lata y ésta se puso a tirar espuma. El líquido comenzó a escurrir hacia las baldas inferiores. Como yo estaba cerca, dije que debería llamar al encargado. Ella se hizo la sorda y se marchó sin más, con su hija, para darle buen ejemplo. Ahora me tocaba avisar a mí. Pero tampoco lo hice. No era mi responsabilidad. Me sentí como un espectador de ese doble atropello viral de una mujer china, en el que todo el mundo pasa de ayudar y al final viene un coche y la remata. La triste justificación fue que días antes a una buena samaritana que socorrió a un herido la obligaron en el hospital a pagar las costas como si ella fuera la causante de las heridas. Lógicamente se mosqueó, lo subió a la red y generó una ola de insolidaridad desproporcionada.

Huir de todo, como si cada cual fuera una isla, está afectando a nuestra manera de ser. En ‘La sociedad transparente’ sostiene Vattimo que el exceso de información y su inmediatez puede ejercer un papel deshumanizante en la sociedad.  Conocer tanto no esclarece sino que hace opaco nuestro entendimiento. Es obvio que lo negativo nos impacta más que lo positivo, condiciona nuestra conducta, nos retrae y pone a la defensiva. No mejoramos porque al saber más desconfiamos más. Es como si esta sociedad transparente primero nos atravesara la ropa, luego la piel y llegara hasta nuestro oscuro interior. Y del oscuro interior humano es mejor no hablar. Hemos evolucionado desde la crueldad y la violencia, en los escudos de nuestras ciudades hay espadas y cañones, en nuestras playas una marea de cadáveres...

Quizá debamos plantearnos una terapia general con mensajes simples, directos, cotidianos, decálogos olvidados, instrucciones de uso de la vida, algo que nos haga levantar la vista del móvil para recordar que si cada uno dejamos menos mierda a nuestro paso tendremos algo provechoso que legar a las próximas generaciones. Aunque solo sea para no desconcertar a las inteligencias artificiales que, cuando nos imitan, nos asustan al vernos reflejados. Qué horror si los robots que hereden la tierra se parecen a nosotros.

Para terminar en positivo, y como agradecimiento a los buenos trabajadores que al amanecer limpian la playa de Somo, diré que en dos kilómetros de orilla solo encontré una bolsa de plástico que acababa de traer la marea. Eso no lo superan ni en Malibú.