Si siente ganas de arrojarse a las vías del tren, pulse uno. El UNO. Si está pensando que la única solución a sus problemas sería arrojarse a las vías del tren, pulse dos. El DOS. Si valora positivamente que exista gente que decide arrojarse a las vías del tren, pulse tres. El TRES. Pero si está usted en el borde del andén y ha decidido saltar, por dios, pulse asterisco. ¡Pulse asterisco!
Pulso asterisco.
Ha pulsado usted asterisco, muchas gracias. Nuestro equipo de asistencia mental acude en su ayuda. La pastilla que necesita le será dispensada inmediatamente. Estarán con usted en 60 segundos, 59, 58, 57... Por favor, tenga paciencia. Mientras espera, intente usted retroceder un paso. Sólo un paso. Para retroceder un paso, pulse cuatro.
Pulso cuatro, pero creo que ya he detectado el fallo. La cuenta atrás es un error, pretende acortar el tiempo pero lo alarga. Hay que cambiarla…
Por favor, para retroceder un paso no mire usted al frente, mire hacia un costado. ¿Ve la raya amarilla? Haga un esfuerzo por situarse detrás de ella. Sin prisa, con calma. Y procure alejar de usted esos pensamientos negativos. Piense, por ejemplo, en la belleza. Qué bella es la belleza. Escuche este poema, recitado por su autor:
Este poema se titula: “Ella me toca con sus manos elocuentes y entonces amanece”, y dice así:
Ella me toca,
con sus manos elocuentes:
entonces, amanece.
Hola, amigo. Me llamo Raúl Fernández Sombra, soy poeta, y desde aquí te envío un entrañable mensaje de aliento. No permitas que te venza el desánimo:¡Ánimo, ánimo, ánimo!
¿Lo ve usted? Ánimo. No se encuentra solo. Quedan apenas 30 escasos segundos para que tenga en su boca la medicación y un poeta se preocupa por ayudarle a salir adelante. ¿Sabe usted que si renuncia a sus propósitos tiene un vale descuento en la compra de La parca concisión, de Raúl Fernández Sombra, que ahora sólo le costará Nueve con Cuarenta y Cinco euros, y que le da derecho a participar en un sorteo para conocer al poeta?¿No siente renacer en usted esperanzas de futuro?
Si continúa usted sintiendo angustia, y todavía no se ha movido del borde del andén, respire hondo y pulse cinco.
Detengo la grabación. Hay algo que no termina de gustarme. La voz de la chica no es la adecuada. Demasiado sensual, puede excitar al suicida masculino, y esa energía propulsora le haría saltar. Si es mujer con más motivos. También debo controlar el sarcasmo... El poeta patrocinador, sin embargo, entra muy bien, y la cuña publicitaria aporta diez segundos en un momento importante. Distrae al suicida y así hay tiempo para encontrar el historial médico y elaborar el medicamento personalizado. Pero tengo que ganar cinco segundos más... Debo revisarlo todo. Pieza por pieza. Algunas...
(Los puntos suspensivos corresponden a una interrupción. Una llamada de teléfono. Ring, ring, ring, que se diría en teatro. De momento, el relato tiene un aire un poco futurista... lo voy a potenciar... me apetece. Antes de nada, tengo que concretar al protagonista... Es un psicólogo que trabaja para el servicio de asistencia mental del Metro, está revisando un programa de ayuda al suicida y le llaman de la Central. Bien. Hay una emergencia, y tal. Bien. La historia que sigue a continuación se la va a contar al psicólogo por teléfono un taquillero, ¿se dirá taquillero? O sea, el hombre de la cabina acristalada de la estación... Cabina acristalada, recordar, hombre encerrado. Utilizar...)
Como le decía hace un momento a su compañero de la Central, yo tengo claustrofobia, y para no volverme loco encerrado en la cabina me inyecto la medicación contra la claustrofobia, siempre, a las doce y cuarto, exactas, porque en ese momento hay un vacío de viajeros, de manera que serían las doce y diecisiete, acababa de inyectarme y estaba metiendo la jeringuilla usada en el triturador cuando veo aparecer, bajando las escaleras mecánicas, un hombre gordo, muy gordo, de esos gordos que dan problemas, ya me entiende, con una gordura casi al margen de la ley, no sé de dónde habría sacado el billete un gordo de ese tamaño, yo desde luego a un hombre así le obligo a pasar por la báscula de seguridad antes de darle el billete, pero YO no le vendí el billete, lo digo para que quede grabado: NO fui yo, ¿vale?, el caso es que el gordo llegó a la barrera de entrada y tuvo que ponerse de costadillo para meter el billete en la ranura porque la tripa barriguda no le dejaba, y luego intentó meterse en el torniquete, y claro, se quedó atascado, atascado de verdad, los michelines le rebosaban por encima de la máquina, un espectáculo lamentable, pensé salir de la cabina con la porra eléctrica y obligarle a retroceder y echarlo de la estación, y lo iba a hacer, en serio, pero llegaron más viajeros y... lo dicen las Ordenanzas, la cabina no se abandona cuando hay gente, y cuatro o más personas son gente, de modo que tuve que dejarlo a la iniciativa ciudadana, y entonces fue cuando se complicó la cosa, porque los cuatro individuos eran Abanderados, ya sabe, con sus trajes de la enseña nacional, y cuando vieron al gordo comenzaron a tirar de él, y no conseguían sacarlo, y comenzaron los insultos, y uno de ellos saltó a este lado de la barrera con un bote de spray negro y pintó al gordo de la cabeza a los pies, como lo oye, casi lo ahoga, pero le quedó negro total. Dios mío, no se puede imaginar cómo se pusieron los Abanderados al ver un negro gordo en el torniquete, ya lo verá en la grabación, yo dejé de contar los golpes cuando iba por el centenar, porque no podía seguir el ritmo... cabezazos, patadas, ¿ha visto alguna vez a un carnicero con una maza de madera con puntas machacando carne?, pues eso, como el que hace hamburguesas, o mejor chorizos, porque al final consiguieron embutirlo y sacarlo, pero hacia este lado, ¿me entiende? Esto es una Emergencia. Tenemos a un gordo enorme pintado de negro y machacadito a golpes, completamente fuera de sí y fuera de control, metido en nuestro sistema. Si lo quiere más claro, le digo Cambio. Es una emergencia. El gordo negro se dirige hacia la línea cuatro. Cambio…
(Aquí tendré que pegar un corte. O también puedo seguir adelante y poner un poco de acción. Por ejemplo, el psicólogo del Metro puede contratar los servicios de un observador privado. Un viajero... Supongamos que, desde la Central, localizan con la cámara a un viajero... un viajero que está en el otro lado del andén por el que llega el gordo pintado de negro. Entonces el Viajero acepta los términos de un contrato verbal para vigilar al gordo y le empiezan a cargar dinero en el móvil y el Viajero nos va narrando la llegada del gordo. Bien. Sería interesante. Otro narrador, otra visión, alguien que completa la secuencia... Pero no lo tengo claro.
No. No lo tengo nada claro.
Son las dos y media pasadas, tengo que comer, y si no voy pronto al bar me toca el caldo... Pero ya llevo tres folios, no está mal.
Debería ir pensando en un final vendible, o en varios finales muy vendibles, para diferentes publicaciones...
Me voy al bar. Qué desastre de chaqueta, qué desplanchada está...
Veamos. Un final posible, para la Revista de Ideas, sería un final en el que el autor se niega a satisfacer sus propias expectativas, a seguir adelante estando las cosas como están, y corta el relato en seco, incluso con una cierta grosería semántica, rompiendo a partir de ahí cada frase cuando comienza a tener sentido, como si cada frase se enfrentara al conjunto, cada frase desbocada en una dirección opuesta a la frase anterior, o a una frase todavía por escribir. Aquí podría citar a J.J.Arreola, en su relato La botella de Klein, cuando dice que hay que caminar hacia la perplejidad y salirse, como Kafka, por la tangente literaria... También puedo citar a Peter Handke, aquel consejo que venía en Historia del lápiz: Al escribir, permanece siempre en la imagen... la imagen interior: ¡Sal del lenguaje! Sólo así puede volver a empezar la literatura.
Cuando vuelva del bar tengo que buscar esas citas, dan mucho juego. Pero la Revista de Ideas paga poco, y tarde. Tengo la alternativa del Diario La Nación, últimamente pagan bien, pero su nivel es ínfimo, y eso siendo generoso. Tendría que contar la historia del gordo pintado de negro sin intervenciones paralelas, con un solo narrador, de un tirón, y al final el pobre gordo negro sería arrollado por el tren, con mucha sangre y vísceras resbalando por las paredes, y alguna que otra enseñanza moral, turbia y feroz: No comas tanto y No seas negro, Si puedes evitarlo, algo así…
Detestable oficio éste, pero estamos casi a fin de mes... Voy a coger el cuaderno de Finales Rentables. Lo leeré mientras almuerzo. ¡Tengo un hambre! Ojaláya-lentejas.