II
Festival de Teatro Exprés de Santander. Primer día. Palacio de la Magdalena.
Sábado 8 de Junio, 2013.
El sábado hacía una tarde de perros,
con lluvia, viento y frío. Para entrar en el recinto del Palacio de la
Magdalena con el coche se necesita autorización, de modo que tuve que aparcar
fuera y caminar por ese lugar privilegiado pendiente del paraguas y de los
charcos, y luego subir la colina hasta llegar al precioso edificio donde se
representaban las cuatro obras cortas, primera entrega del Teatro Exprés de
este año. El aforo era reducido, las entradas se vendían sólo en taquilla, y
además a 3 euros, así que media hora antes ya se anticipaba un lleno total.
Mucha gente sonriendo. Se nos notaba a todos muy contentos de estar allí y de
ser tantos, a pesar de la lluvia insistente que arreciaba por momentos y amenazaba
moquillo. Después de hacer cola diez minutos, me dieron una entrada de color
azul con un número. A la hora fijada, 9 y media, un amable anfitrión nos
explicó que cada obra se representaba en un salón diferente del palacio y que
deberíamos seguir al guía correspondiente a nuestro color. Nos pidió respeto y
silencio en los inevitables traslados. Los de color azul comenzamos con la obra
Reconstrucción del dolor (de ida y vuelta), una performance teatral del
grupo Ruido interno, cuyo autor es Juan Carlos Fernández, con
texto de Cristina Morales. Nos llevaron a un comedor enorme, con una
mesa larga, de unas treinta sillas por banda, y tomamos asiento en la
penumbra. Una mujer con una camiseta larga y blanca yacía como muerta sobre el
improvisado escenario, igual que un postre de carne. Pablo und Destruktión
comenzó a tocar la guitarra con firmeza, muy sugerente. No quiero contar la
obra, pero diré que durante una veintena de minutos disfrutamos de buenas canciones,
buena puesta en escena y una excelente Vanessa del Castillo, con un
monólogo sobre la autenticidad bastante sustancioso en el que el propio autor
hacía de maestro de ceremonias. No es fácil actuar inmóvil, la voz lo es todo,
y a mí consiguió emocionarme. Además sembró en los espectadores esa dulce
sospecha de que la vida es una obra de teatro muy mala por culpa de los actores
fatales que somos todos nosotros. Me gustaron mucho, y aproveché la sensación
para mirar a los de mi grupo como si fueran los miembros de una compañía de titiriteros
en situación de espera. Funcionó. Observé que los demás hacían muy bien de sí
mismos, pero a partir de ese momento comencé a sentirme incómodo en mi papel.
No sabía, por ejemplo, qué hacer con mi paraguas. Afortunadamente nos llevaron
a la siguiente representación y allí nos pidieron dejar los paraguas en los
paragüeros, supuse que por respeto al parquet y porque quedaba chusco. Los
espectadores azules llenamos una antesala y luego nos pasaron a una salita muy
pequeña. Todos apretados, la mitad de pie y los demás en sillas tapizadas
blanditas. Café de las Artes interpretó su obra Bajo la alfombra,
de Carlos Peguero. Sentados a la mesa de un restaurante una pareja, Alicia
Trueba y Cristian Londoño, inician una breve pero intensa demolición
de su matrimonio. Convincentes. Estaban tan cerca que te daban ganas de
interrumpirles y aportar algo, echarles una mano, decir lo tuyo. Estuvieron
sobrios, circunspectos, muy ajustados a sus papeles, y nos trasmitieron el
sinsabor amargo que encierran esas situaciones tan lamentables. A la salida,
unas chicas dijeron a mi espalda que les había encantado y algunas voces se
unieron a ellas. Gustó por su proximidad. Por su sinceridad sin truculencias
textuales. A continuación nos llevaron a un salón, o antesala de biblioteca, o
hall de algo, estaba muy oscuro. Cuando los ojos se acostumbraron la boca
comenzó a abrirse: el Palacio presume de maravillas como ésta, con sus
artesonados de madera, sus escaleras con balaustres tallados y su refinado buen
gusto. El lugar adecuado para Otra Antígona, si gustáis de Ábrego
Producciones, con texto de Pati Domenech. Obra intensa. Toda
la responsabilidad recae sobre una única actriz, María Vidal, muy desgarrada,
muy loca, con la voz quebrada y el ánimo roto, representando a una Antígona que se despide
ante la indiferencia del pueblo. Nos hizo sentir verdaderamente incómodos,
culpables, humanos insensibles. Aplaudimos con ganas. Y, para terminar, la
cuarta obra, un drama histórico, en un saloncito pequeño con bancos corridos,
convertido por los escenógrafos en una especie de capilla medieval. Beato,
de Anabel Díaz Teatro, cuyo autor e intérprete principal es Carlos
Troyano. Obra perturbadora,
inestable, con dos monjes que al diseccionar un caso histórico, Beato de
Liébana contra Elipando, obispo de Toledo, pretenden retratar la
sociedad actual y sus esclavitudes: “Si logra la Bestia llenar el mundo de
ociosos, creará una tierra llena de infelices”. Supongo que todos merecemos de
vez en cuando un sermón de la historia. Lo que nadie merece es el aguacero que
caía al salir de la Magdalena. Con un viento cruzado que había que sujetar el
paraguas con una mano y la otra encajada entre las varillas para no perderlo.
Menuda calada, de moquillo a estornudo y luego pastillas, ya veía termómetros colorados
sobrevolando mi cabeza como drones. Encima me dio por bajar del Palacio por un
atajo que conduce a las antiguas Caballerizas, donde se desarrollan los
talleres de verano de la UIMP, y por poco me rompo la crisma con el barrillo
que bajaba del monte. Era casi medianoche. Los árboles y la lluvia discutían.
Llegué a un tramo de escaleras, sin farola a la vista, y me salió al encuentro
un filibustero:
FILIBUSTERO.-
¡Dame todo el IVA que lleves!
AUTOR.- No
llevo. Soy un muerto de hambre. Mis obras no se representan. No hay cómo, no
hay con quién, no hay con qué…
FILIBUSTERO.-
Todos tenemos problemas. No me cuentes los tuyos, o te cuento yo lo que me sale
el mantenimiento de la piscina…
AUTOR.- ¿Pero
es que no lees los periódicos? El IVA de nada es Nada.
FILIBUSTERO.-
Me da igual, no me van las matemáticas. Yo soy un inciso teatral en una crónica
teatral, y debo sacar lo mío.
Miré mejor al filibustero y bajo su
disfraz vi a un actor desesperado. El brillo de sus ojos no pedía gloria, sólo
un bocadillo. Fui a darle un par de euros, pero sostener el paraguas y sacar la
moneda me distrajo, y al ir a entregárselos había desaparecido. Era una Alucinación
Express, no tengo presupuesto ni para soñar. Me entraron ganas de sacar allí
mismo el cuaderno y esbozar un esbozo: una obra de teatro de un minuto para un
actor bajito que quepa en una caja de zapatos. Pero llovía sin tregua y en
estos tiempos no es prudente escribir a la intemperie. Salí del recinto de la
Magdalena y saludé con la cabeza al guarda, sin duda un actor en paro que hace
de guarda mientras pasa la tormenta. Y también lo era el taxista que esperaba
en la parada próxima, con la luz encendida, leyendo sin duda el papel dramático
de su vida. Y también los gorriones empapados, con ojos de actores campesinos
esperando una oportunidad. Cuando llegué al coche lo encontré triste y apagado.
Encendí las luces y los dos nos sentimos felices de comenzar nuestra
representación. Ahora me tocaba hacer de conductor preocupado bajo una lluvia
resplandeciente que borraba las rayas de la carretera:
AUTOR.- No
veo ni jota, lo mismo nos matamos.
COCHE.- O
dormimos, o soñamos…
TEATRO
EXPRESS. Cuatro obras diferentes cada día. Segundo día: viernes
19 de julio en el Parlamento de Cantabria. Tercer día: sábado 10 de Agosto en
Enclave Pronillo. Cuarto día: viernes 6 de Septiembre en C.E.A.R. de Vela.
Todos a las 9,30, en Santander.
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