martes, 17 de septiembre de 2013

ENFERMERA GUAPA


            Hoy hace tres semanas que me extirparon el riñón derecho. Estoy contento porque anoche pude dormir sobre la herida de veinte centímetros que ha sido el eje de mi sensibilidad durante todo este tiempo. Al principio, después de la anestesia, la herida gritaba tanto que las enfermeras la obligaban a callarse con litros de calmante líquido que me entraba directamente por la yugular. Tenía también un drenaje saliendo de mi tripa, una sonda que me metieron por el agujero del pito hasta la vejiga y una vía de acceso periférico en el brazo izquierdo; toda una infraestructura que me mantenía inmóvil, oscilando entre el dolor y el aturdimiento. ¿Y yo? ¿Dónde estaba yo mientras tanto?
            Pequeñito, muy pequeñito, estuve agazapado veintiún días en el oído izquierdo, junto a la salida, sujeto a los pelillos y muerto de frío y de miedo. Desde allí he visto a las enfermeras diligentes haciéndome las curas, lavándome con una esponja tibia, cambiando el suero, las bolsas de antibióticos, tomándome la temperatura y la tensión. He sido un enfermo muy silencioso. Hablaba poco porque el hablar lo tenía en automático, función agradecimiento: supongo que les di las gracias hasta por hacerme daño. Sus amables cuidados me proporcionaron el calor y la confianza que necesitaba para regresar a la vida.
            Hoy al levantarme he comprobado que el hombre pequeñito ya ocupa todo el cuerpo. Lo sé porque sólo noto la herida cuando estornudo o me río a carcajadas. La cabeza ha recuperado al fin el gobierno y desde hace horas ordena los recuerdos. De esta primera operación de riñón quedará, sobre todo, la imagen de una enfermera guapa, luminosa, vista desde el refugio para el dolor que ahora tengo instalado en el oído izquierdo.
 
                                                                 de Silencios que me conciernen
 

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