El portal de mi casa no es
un sitio acogedor al que me guste llegar de madrugada, agotado, hecho trizas,
después de pasarme la noche sirviendo copas a un puñado de ansiosos a cambio de
un dinero que no paga esta derrota. No puedo más, y me quedan por delante seis
pisos, sin ascensor, en una casa señorial con tramos de escalera tan largos que
pienso que la cama es un territorio soñado, irreal, imposible de alcanzar.
Si estas escaleras tuvieran
corazón se volverían mecánicas por mí. Comprenderían que he sido un buen chico.
Que he deseado probar cada gota de alcohol que ha salido de cada botella y ni
tan siquiera he pasado los dedos por la barra para llevármelos a la boca. Si
esta barandilla, con barrotes como cárceles, tuviera un motorcito allá en lo
alto, me montaría en ella, y haríamos el amor, como poco, hasta el descansillo
del tercero. Y si llego hasta el tercero entonces que me llame golfo, canalla,
que intente delatarme con sus crujidos de vieja celosa, porque estaré a un piso
de mi casa, muy cerca ya de mi cama, y, a estas horas, no hay amor más grande
que la almohada.
de Silencios que me conciernen
Expectativas vacias, nunca recibidas. Ni siendo soñadas, ni siendo merecedores de ellas. Mucho menos "los buenos chichos".
ResponderEliminarEnganchada a tu relato.
Saludos