Hola, cariño. Aprovecho este descanso para enviarte un mensaje. Ahora mismo yo debería estar a tu lado, en nuestra pérgola abandonada, con un libro largo como un trasatlántico, disfrutando de unas merecidas vacaciones. Las necesitaba, ya lo sabes, ha sido un año atroz. En vez de eso estoy aquí, sentada en la mesa del tribunal viendo cómo desfilan ante nosotros ramilletes frescos de nervios que recitan una lección que sólo es eso, una lección. Una lección más o menos bien aprendida pero tan plana como una norma de circulación. Te aturden, y cometes errores. Acaba de marcharse una chica alegre y divertida a la que me gustaría tener por compañera en mi escuela, y ha faltado bien poco para que en mi turno de preguntas le pidiese que bailara el Corro de las patatas. He pensado que le decía: Imagina que hay veinticinco niños pequeños a tu alrededor, y no podéis salir al patio porque llueve, y la mitad se están meando, y la otra mitad grita tan alto que parece que quieren derribar con sus gritos las paredes de la clase: ¡haz algo, eres una maestra, cuéntales un cuento! Esa chica hubiera sacado la nota más alta si le pido que me cuente un cuento. Sin embargo, le he preguntado cuál es la función exacta del facilitador del aprendizaje según Vigosky. Casi se echa a llorar. Me doy asco, lo he hecho mecánicamente, ha sido una estupidez. En cuanto se ha ido, me he ganado una buena bronca de mis compañeros. Me he defendido, claro. Se supone que soy una funcionaria y mi cuerpo forma parte del cuerpo del Estado y, a pesar de que me han destrozado las vacaciones, es mi deber seleccionar con la máxima profesionalidad nuevas células que puedan acoplarse al conjunto sin que exista peligro de rechazo. ¿Cirugía preventiva?, me ha reprochado Julio. Porque lo más terrible del asunto es que no estoy aquí yo sola, ya lo sabes. Preside el tribunal el bueno de Julio, que al menos ha tenido la dignidad de no ponerse corbata, y de momento está tratando a los aspirantes con tanto respeto que parece que se examina el mismo. Y en cierto modo lo está haciendo. Ante mí, y ante Rosa, y Manu, y María y Gabriela. Nos conocemos todos demasiado. Hemos compartido varias escuelas, y hemos gastado juntos las butacas de las salas de conferencias buscando novedades pedagógicas, reciclaje, antídotos contra la necedad general. Por una vez en la vida, coincidimos en un tribunal y decidimos Nosotros. Por eso precisamente nos vigilamos, y no nos vamos a permitir ninguna canallada. Vamos a escoger a los mejores, a los que sueñan, a los que el próximo curso van a darnos infinidad de problemas en los claustros de profesores. A los que pasarán por encima de nuestras ideas preguntando simplemente, con socarronería: ¿a ti cuánto te queda para la jubilación? O sea, nos vamos a escoger a nosotros mismos cuando empezamos. Porque esto es una emergencia nacional. Todo se desmorona, cariño, en la educación hay ya más gente con cara de calculadora que de ser humano. Me estoy deprimiendo. Tengo que dejarte, acaba de entrar un nuevo aspirante. Tiene pinta muy exclusiva, de centro privado. El tribunal me mira. Como tengo el día cruel, éste me lo dejan a mí. Le preguntaré cuántos trajes de Peter Pan se pueden hacer con un rollo de bolsas de basura, seguro que no sabe ni cuántas trae... Un beso. (No mires de mi parte al horizonte)
publicado en Revista Cantárida
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